lunes, 24 de junio de 2013

Romace VI, de “Abrojos” - Rubén Darío

Puso el poeta en sus versos
todas las perlas del mar,
todo el oro de las minas,
todo el marfil oriental,
los diamantes de Golcodna,
los tesoros de Bagdad,
los joyeles y preseas
de los cofres de un Nadab.
Pero como no tenía
para hacer versos ni un pan,
al acabar de escribirlos
murió de necesidad.


Oda a Roosevelt - Rubén Darío, Nicaragua 1867-1916

Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman
que habría de llegar hasta ti, Cazador,
primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil, te opones a Tolstoi.
Y domando caballos, y asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de Energía
como dicen los locos de hoy)
Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción,
que en donde pones la bala
el porvenir pones.
No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant lo dijo: las estrellas son vuestras.
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta... ) Sois ricos
Juntáis al culto de Hércules el culto a Mammón,
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.
Más la América nuestra, que tenía poetas
desde los tiempos de Netzahualcóyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida
cuyo nombre nos viene resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del grande Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
La América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
"Yo no estoy en un lecho de rosas"; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra, y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser, por Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!

De “Cantos de vida y esperanza”,1905

Balderrama - Manuel Castilla

A orillitas del canal,
cuando llega la mañana,
sale cantando la noche
desde lo de Balderrama.

Adentro puro temblar
el bombo con la baguala
y se alborota quemando
déle chispear la guitarra.

Si uno se pone a cantar,
un cochero lo acompaña
y en cada vaso de vino
tiembla el libero del alba.

Zamba del amanecer,
arrullo de Balderrama,
llora por la medianoche,
canta por la madrugada.

Lucero solito,
brote del alba,
donde iremos a parar
si se apaga Balderrama.

(Diálogo que Mr. Bridgest y el Dr. Zeballos tuvieron en un tren que iba a Azul, año… consignado en la primera parte de su libro “Viaje al país de los Araucanos”

"Hubo un momento de pausa, mientras John Bridgest, que así se llamaba mi amigo de viaje, explora el hondo bolsillo de una levita, con toda la traza de haber sido lavado en agua de té, sacando un pañuelo de seda con el cual limpió los vidrios de los anteojos, como si quisiera reforzar su vista para leer en mi semblante la impresión que causaban sus palabras.

- Doctor, continuó Mr. Bridgest, la índole del argentino se resiente de una gravísima deficiencia para la vida de las instituciones libre.
A la faz de los acontecimientos, despliegan ustedes una agitación vertiginosa, y como les sobra actividad intelectual, dominan con rapidez y sin violencia los fenómenos cuya influencia experimentan. Si se les juzgara por el tumultuoso tropel con que ustedes se conmueven en un momento dado, atraídos por una bandera o movidos de un propósito cualquiera, bueno o nocivo, habría derecho a esperar de ustedes cosas extraordinarias como las que de tiempo en tiempo exhibieron los ingleses y los norteamericanos para asombro de todas las naciones y provecho de todos los hombres.
Pero ustedes desaparecen de la arena con el mismísimo ardor con que bajan a ella, y dominados por un vértigo de impresiones fugaces, se apasionan y olvidan, comienzan y retroceden, anhelan todos los días de emociones nuevas y de iniciativas nuevas…

- El cuadro que usted traza, Mr. Bridgest, está sin duda lleno de calor y de severidad, y a fuer de leal observador, reconozco que hay razón de enrostrarnos falta de previsión en nuestra vida social. Nos consagramos a llenar exigencias inéditas, odiamos las evoluciones normales de las cosas que se producen en el tiempo y el espacio: vivimos un día y ésta no es la vida que cimenta la libertad y produce los espectáculos del progreso.”

Cita - George Eliott

En ningún momento he dudado de que las mujeres son tontas. Al fin y al cabo, el Todopoderoso las creó a imagen y semejanza de los hombres.”

(George Eliott, seudónimo de Mary Ann Evans, novelista británica que vivió entre 1819 y 1880).

Desaforismos Argentinos - Compilación: Jorge Dágata

- El pueblo nunca se equivoca. Lo malo es que tampoco acierta.
- Todo pasa y todo quiebra...
- Sentirnos extraños en nuestro propio país es la forma más auténtica del nacionalismo.
- Tanto anhelan los pueblos la paz, que convendría que algunos gobiernos se hicieran  a un lado para permitirles lograrla.
- No hay cristales de más aumento que los propios ojos de un argentino cuando mira su propia persona.
- Mi complejo de superioridad es mejor que el tuyo.
-Era tan corrupto que describir su gobierno ponía en evidencia las limitaciones de la lengua española.
- Ambos se dañan a sí mismos: el gobernante que promete demasiado y el pueblo que espera demasiado.
- No tener una idea y poder expresarla, eso hace al periodista.

Al año que fenece - Elena Fela Espinosa (Poetisa Balcarceña, fallecida)

Gravitan en mi alma tus segundos
tan lentos... tan profundos
cual ideal letal que se aferrara
en la conciencia del que nada espera,
...tan lenta es tu carrera.
que quisiera dormir...hasta que
un nuevo sol me despertara.

¡Oh! vana pretensión que no ha tenido
ni el más helado nido!
Si nosotros pasamos con los años,
¿Por qué anhelamos siempre un nuevo día?

Quizás la fantasía
Nos lleve en pos de un mundo sin engaños!
Por eso yo. ¡Oh año que te alejas !
Guardo entre rejas,
¡ Todo el dolor que me infirió tu paso!
Y marcho con la frente siempre altiva
sin dejar que en mi vida
se diseñen las sombras de un ocaso.

Y te dejo partir, muda... serena...
sin la más leve pena, porque si dejas huellas
/de tu paso
en esta carne de mi cuerpo pura,
no lo has de hacer con el sonoro vaso
donde bebe mi espíritu ternura.

Y aun cuando tus horas en aumento
me roben todo aliento,
y sienta retumbar en la muralla
de mi espíritu la voz de la impotencia.
¡Ha de haber luz aún en mi conciencia
para no sucumbir en la batalla !
                                                                           
       Remite Lenín D. Espinosa, sobrino de la extinta 

Graffiti - Por Julio Cortázar

A Antoni Tàpies

Tantas cosas que empiezan y acaso acaban como un juego, supongo que te hizo gracia encontrar un dibujo al lado del tuyo, lo atribuiste a una casualidad o a un capricho y sólo la segunda vez
te diste cuenta que era intencionado y entonces lo miraste despacio, incluso volviste más tarde para mirarlo de nuevo, tomando las precauciones de siempre: la calle en su momento más solitario, acercarse con indiferencia y nunca mirar los graffiti de frente sino desde la otra acera o en diagonal, fingiendo interés por la vidriera de al lado, yéndote en seguida. Tu propio juego había empezado por aburrimiento, no era en verdad una protesta contra el estado de cosas en la ciudad, el toque de
queda, la prohibición amenazante de pegar carteles o escribir en los muros. Simplemente te divertía hacer dibujos con tizas de colores (no te gustaba el término graffiti, tan de crítico de arte) y de cuando en cuando venir a verlos y hasta con un poco de suerte asistir a la llegada del camión municipal y a los insultos inútiles de los empleados mientras borraban los dibujos. Poco les importaba que no fueran dibujos políticos, la prohibición abarcaba cualquier cosa, y si algún niño se hubiera atrevido a dibujar una casa o un perro, lo mismo lo hubieran borrado entre palabrotas y
amenazas. En la ciudad ya no se sabía demasiado de que lado estaba verdaderamente el miedo; quizás por eso te divertía dominar el tuyo y cada tanto elegir el lugar y la hora propicios para hacer
un dibujo. Nunca habías corrido peligro porque sabías elegir bien, y en el tiempo que transcurría hasta que llegaban los camiones de limpieza se abría para vos algo como un espacio más limpio donde casi cabía la esperanza. Mirando desde lejos tu dibujo podías ver a la gente que le echaba una ojeada al pasar, nadie se detenía por supuesto pero nadie dejaba de mirar el dibujo, a veces una rápida composición abstracta en dos colores, un perfil de pájaro o dos figuras enlazadas. Una sola vez escribiste una frase, con tiza negra: A mí también me duele. No duró dos horas, y esta vez la
policía en persona la hizo desaparecer. Después solamente seguiste haciendo dibujos.
Cuando el otro apareció al lado del tuyo casi tuviste miedo, de golpe el peligro se volvía doble, alguien se animaba como vos a divertirse al borde de la cárcel o algo peor, y ese alguien como si fuera poco era una mujer. Vos mismo no podías probártelo, había algo diferente y mejor que las pruebas más rotundas: un trazo, una predilección por las tizas cálidas, un aura. A lo mejor como andabas solo te imaginaste por compensación; la admiraste, tuviste miedo por ella, esperaste que fuera la única vez, casi te delataste cuando ella volvió a dibujar al lado de otro dibujo tuyo, unas ganas de reír, de quedarte ahí delante como si los policías fueran ciegos o idiotas.
Empezó un tiempo diferente, más sigiloso, más bello y amenazante a la vez. Descuidando tu empleo salías en cualquier momento con la esperanza de sorprenderla, elegiste para tus dibujos esas calles que podías recorrer de un solo rápido itinerario; volviste al alba, al anochecer, a las tres de la mañana. Fue un tiempo de contradicción insoportable, la decepción de encontrar un nuevo dibujo de ella junto a alguno de los tuyos y la calle vacía, y la de no encontrar nada y sentir la calle aún más vacía. Una noche viste su primer dibujo solo; lo había hecho con tizas rojas y azules en una puerta de garaje, aprovechando la textura de las maderas carcomidas y las cabezas de los clavos. Era más que nunca ella, el trazo, los colores, pero además sentiste que ese dibujo valía como un pedido o una interrogación, una manera de llamarte. Volviste al alba, después que las patrullas relegaron en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rápido paisaje con velas y tajamares; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de líneas al azar, pero ella sabría mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policías, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca como otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.
Casi en seguida se te ocurrió que ella buscaría una respuesta, que volvería a su dibujo como vos volvías ahora a los tuyos, y aunque el peligro era cada vez mayor después de los atentados en el
mercado te atreviste a acercarte al garaje, a rondar la manzana, a tomar interminables cervezas en el café de la esquina. Era absurdo porque ella no se detendría después de ver tu dibujo, cualquiera
de las muchas mujeres que iban y venían podía ser ella. Al amanecer del segundo día elegiste un paredón gris y dibujaste un triángulo blanco rodeado de manchas como hojas de roble; desde el
mismo café de la esquina podías ver el paredón (ya habían limpiado la puerta del garaje y una patrulla volvía y volvía rabiosa), al anochecer te alejaste un poco pero eligiendo diferentes puntos de mira, desplazándote de un sitio a otro, comprando mínimas cosas en las tiendas para no llamar demasiado la atención. Ya era noche cerrada cuando oíste la sirena y los proyectores te barrieron los ojos. Había un confuso amontonamiento junto al paredón, corriste contra toda sensatez y sólo te ayudó el azar de un auto dando vuelta a la esquina y frenando al ver el carro celular, su bulto
te protegió y viste la lucha, un pelo negro tironeado por manos enguantadas, los puntapiés y los alaridos, la visión entrecortada de unos pantalones azules antes de que la tiraran en el carro y se
la llevaran. Mucho después (era horrible temblar así, era horrible pensar que eso pasaba por culpa de tu dibujo en el paredón gris) te mezclaste con otras gentes y alcanzaste a ver un esbozo en azul, los trazos de ese naranja que era como su nombre o su boca, ella así en ese dibujo truncado que los policías habían borroneado antes de llevársela; quedaba lo bastante como para comprender que había querido responder a tu triángulo con otra figura, un círculo o acaso un espiral, una forma llena y hermosa, algo como un sí o un siempre o un ahora.
Lo sabías muy bien, te sobraría tiempo para imaginar los detalles de lo que estaría sucediendo en el cuartel central; en la ciudad todo eso rezumaba poco a poco, la gente estaba al tanto del destino de los prisioneros, y si a veces volvían a ver a uno que otro, hubieran preferido no verlos y que al igual que la mayoría se perdieran en ese silencio que nadie se atrevía a quebrar. Lo sabías de sobra, esa noche la ginebra no te ayudaría más a morderte las manos, a pisotear tizas de colores antes de perderte en la borrachera y en el llanto. Sí, pero los días pasaban y ya no sabías vivir de otra manera. Volviste a abandonar tu trabajo para dar vueltas por las calles, mirar fugitivamente las paredes y las puertas donde ella y vos habían dibujado. Todo limpio, todo claro; nada, ni siquiera una flor dibujada por la inocencia de un colegial que roba una tiza en la clase y no resiste el placer de usarla. Tampoco vos pudiste resistir, y un mes después te levantaste al amanecer y volviste a
la calle del garaje. No había patrullas, las paredes estaban perfectamente limpias; un gato te miró cauteloso desde un portal cuando sacaste las tizas y en el mismo lugar, allí donde ella había dejado su dibujo, llenaste las maderas con un grito verde, una roja llamarada de reconocimiento y de amor, envolviste tu dibujo con un óvalo que era también tu boca y la suya y la esperanza. Los pasos en la esquina te lanzaron a una carrera afelpada, al refugio de una pila de cajones vacíos; un borracho
vacilante se acercó canturreando, quiso patear al gato y cayó boca abajo a los pies del dibujo. Te fuiste lentamente, ya seguro, y con el primer sol dormiste como no habías dormido en mucho tiempo.
Esa misma mañana miraste desde lejos: no lo habían borrado todavía. Volviste al mediodía: casi inconcebiblemente seguía ahí. La agitación en los suburbios (habías escuchado los noticiosos)
alejaban a la patrulla de su rutina; al anochecer volviste a verlo como tanta gente lo había visto a lo largo del día. Esperaste hasta las tres de la mañana para regresar, la calle estaba vacía y negra. Desde lejos descubriste otro dibujo, sólo vos podrías haberlo distinguido tan pequeño en lo alto y a la izquierda del tuyo. Te acercaste con algo que era sed y horror al mismo tiempo, viste el óvalo naranja y las manchas violetas de donde parecía saltar una cara tumefacta, un ojo colgando, una boca aplastada a puñetazos. Ya sé, ya sé ¿pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora? De alguna manera tenía que decirte adiós y a la vez pedirte que siguieras. Algo tenía que dejarte antes de volverme a mi refugio donde ya no había ningún espejo, solamente un hueco para esconderme hasta el fin en la más completa oscuridad, recordando tantas cosas y a veces, así como había imaginado tu vida, imaginando que hacías otros dibujos, que salías por la noche para hacer otros dibujos.

De “Queremos tanto a Glenda”

RUBÉN DARÍO: El rey burgués (cuento alegre) De "Azul..." (1888)

- ¡Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Un cuento alegre..., así como para distraer las brumosas y grises melancolías, helo aquí:

Había en una ciudad inmensa y brillante un rey muy poderoso que tenía trajes caprichosos y ricos, esclavas desnudas, blancas y negras, caballos de largas crines, armas flamantísimas, galgos rápidos y monteros con cuernos de bronce, que llenaban el viento con sus fanfarrias. ¿Era un rey poeta? No, amigo mío: era el Rey Burgués.
Era muy aficionado a las artes el soberano, y favorecía con gran largueza a sus músicos, a sus hacedores de ditirambos, pintores, escultores, boticarios, barberos y maestros de esgrima.
Cuando iba a la floresta, junto al corzo o jabalí herido y sangriento, hacía improvisar a sus profesores de retórica canciones alusivas; los criados llenaban las copas de vino de oro que hierve, y las mujeres batían palmas con movimientos rítmicos y gallardos. Era un rey sol, en su Babilonia llena de músicas, de carcajadas y de ruido de festín. Cuando se hastiaba de la ciudad bullente iba de caza atronando el bosque con sus tropeles, y hacía salir de sus nidos a las aves asustadas, y el vocerío repercutía en lo más escondido de las cavernas. Los perros de patas elásticas iban rompiendo la maleza en la carrera, y los cazadores, inclinados sobre el pescuezo de los caballos, hacían ondear los mantos purpúreos y llevaban las caras encendidas y las cabelleras al viento.
El rey tenía un palacio soberbio donde había acumulado riquezas y objetos de arte maravillosos. Llegaba a él por enfre grupos de lilas y extensos estanques, siendo saludado por los cisnes de cuellos blancos antes que por los lacayos estirados. Buen gusto. Subía por una escalera llena de columnas de alabastro y de esmeraldas, que tenía a los dos lados leones de mármol, como los de los tronos salomónicos. Refinamiento. A más de los cisnes, tenía una vasta pajarera, como amante de la armonía, del arrullo, del trino; y cerca de ella iba a ensanchar su espíritu, leyendo novelas de M. Ohnet, o bellos libros sobre cuestiones gramaticales, o críticas hermosillescas. Eso sí, defensor acérrimo de la corrección académica en letras y del modo lamido en artes; alma sublime, amante de la lija y de la ortografía.
¡Japonerías! ¡Chinerías! Por lujo y nada más.
Bien podía darse el placer de un salón digno del gusto de un Goncourt y de los millones de un Creso; quimeras de bronce con las fauces abiertas y las colas enroscadas, en grupos fantásticos y maravillosos; lacas de Kioto con incrustaciones de hojas y ramas de una flora monstruosa, y animales de una fauna desconocida; mariposas de raros abanicos junto a las paredes; peces y gallos de colores; máscaras de gestos infernales y con ojos como si fuesen vivos; partesanas de hojas antiquísimas y empuñaduras con dragones devorando flores de loto; y en conchas de huevo, túnicas de seda amarilla como tejidas con hilos de araña, sembradas de garzas rojas y de verdes matas de arroz; y tibores, porcelanas de muchos siglos, de aquellas en que hay guerreros tártaros con una piel que les cubre los riñones y que llevan arcos estirados y manojos de flechas.
Por lo demás, había el salón griego lleno de mármoles: diosas, musas, ninfas y sátiros; el salón de los tiempos galantes, con cuadros del gran Watteau y de Chardin: dos, tres, cuatro, ¡cuántos salones!
Y Mecenas Se paseaba por todos, con la cara inundada de cierta majestad, el vientre feliz y la corona en la cabeza, como un rey de naipe.
Un día le llevaron una rara especie de hombre ante su trono, donde se hallaba rodeado de cortesanos, de retóricos y de maestros de equitación y de baile.
- ¿Qué es esto? preguntó.
- Señor, es un poeta.
El rey tenía cisnes en el estanque, canarios, gorriones, sinsontes en la pajarera; un poeta era algo nuevo y extraño.
- Dejadle aquí.
Y el poeta:
- Señor, no he comido.
Y el rey:
- Habla y comerás.
Comenzó:
- Señor, ha tiempo que yo canto el verbo del porvenir. He tenido mis alas al huracán, he nacido en el tiempo de la aurora; busco la raza escogida que debe esperar, con el himno en la boca y la lira en la mano, la salida del gran sol. He abandonado la inspiración de la ciudad malsana, la alcoba llena de perfumes, la musa de carne que llena el alma de pequeñez y el rostro de polvos de arroz. He roto el arpa adulona de las cuerdas débiles contra las copas de Bohemia y las jarras donde espumea el vino que embriaga sin dar fortaleza; he arrojado el manto que me hacía parecer histrión o mujer, y he vestido de modo salvaje y espléndido; mi harapo es de púrpura. He ido a la selva, donde he quedado vigoroso y ahíto de leche fecunda y licor de nueva vida; y en la ribera del mar áspero, sacudiendo la cabeza bajo la fuerte y negra tempestad, como un ángel soberbio, o como un semidiós olímpico, he ensayado el yambo dando al olvido el madrigal.
He acariciado a la gran Naturaleza, y he buscado el calor ideal, el verso que está en el astro, en el fondo del cielo, y el que está en la perla, en lo profundo del océano. ¡He querido ser pujante! Porque viene el tiempo de las grandes revoluciones, con un Mesías todo luz, todo agitación y potencia, y es preciso recibir su espíritu con el poema que sea arco triunfal, de estrofas de acero, de estrofas de oro, de estrofas de amor.
¡Señor, el arte no está en los fríos envoltorios de mármol, ni en los cuadros lamidos; ni en el excelente señor Ohnet! ¡Señor! El arte no viste pantalones, ni habla burgués, ni pone los puntos en todas las íes. Él es augusto, tiene mantos de oro, o de llamas, o anda desnudo, y amasa la greda con fiebre, y pinta con luz, y es opulento, y da golpes de ala como las águilas o zarpazos como los leones. Señor, entre un Apolo y un ganso, preferid el Apolo, aunque el uno sea de tierra cocida y el otro de marfil.
¡Oh la poesía!
¡Y bien! Los ritmos se prostituyen, se cantan los lunares de las mujeres y se fabrican jarabes poéticos. Además, señor, el zapatero critica mis endecasílabos, y el señor profesor de farmacia pone puntos y comas a mi inspiración. Señor, ¡y vos les autorizáis todo esto!... El ideal, el ideal...
El rey interrumpió:
- Ya habéis oído. ¿Qué hacer?
Y un filósofo al uso:
- Si lo permitís, señor, puede ganarse la comida con una caja de música; podemos colocarla en el jardín, cerca de los cisnes, para cuando os paseéis.
Sí dijo el rey; y dirigiéndose al poeta: Daréis vueltas a un manubrio. Cerraréis la boca. Haréis sonar una caja de música que toca valses, cuadrillas y galopas, como no prefiráis moriros de hambre. Pieza de música por pedazo de pan. Nada de jerigonzas, ni de ideales. Id.
Y desde aquel día pudo verse, a la orilla del estanque de los cisnes, al poeta, tiririrín, tiririrín... ¡avergonzado a las miradas del gran sol! ¿Pasaba el rey por las cercanías? Tiririrín, tiririrín... ¿Había que llenar el estómago? ¡Tiririrín! Todo entre las burlas de los pájaros libres que llegaban a beber el rocío en las lilas floridas; entre el zumbido de las abejas que le picaban el rostro y le llenaban los ojos de lágrimas..., ¡lágrimas amargas que rodaban por sus mejillas y que caían a la tierra negra!
Y llegó el invierno, y el pobre sintió frío en el cuerpo y en el alma. Y su cerebro estaba como petrificado, y los grandes himnos estaban en el olvido, y el poeta de la montaña coronada de águilas no era sino un pobre diablo que daba vueltas al manubrio: ¡tiririrín!
Y cuando cayó la nieve se olvidaron de él el rey y sus vasallos: a los pájaros se les abrigó, y a él se le dejó al aire glacial que le mordía las carnes y le azotaba el rostro.
Y una noche en que caía de lo alto la lluvia blanca de plumillas cristalizadas, en el palacio había festín, y la luz de las arañas reía alegre sobre los mármoles, sobre el oro y sobre las túnicas de los mandarines de las viejas porcelanas. Y se aplaudían hasta la locura los brindis del señor profesor de retórica, cuajados de dáctilos, de anapestos y de pirriquios, mientras en las copas cristalinas hervía el champaña con su burbujeo luminoso y fugaz. ¡Noche de invierno, noche de fiesta! ¡Y el infeliz, cubierto de nieve, cerca del estanque, daba vueltas al manubrio para calentarse, tembloroso y aterido, insultado por el cierzo, bajo la blancura implacable y helada en la noche sombría, haciendo resonar entre los árboles sin hojas la música loca de las galopas y cuadrillas; y se quedó muerto, pensando en que nacería el sol del día venidero, y con él el ideal.. . y en que el arte no vestiría pantalones, sino manto de llamas o de oro... Hasta que al día siguiente lo hallaron el rey y sus cortesanos, al pobre diablo de poeta, como un gorrión que mata el hielo, con una sonrisa amarga en los labios, y todavía con la mano en el manubrio.

- ¡Oh, mi amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Flotan brumosas y grises melancolías...
Pero ¡cuánto calienta el alma una frase, un apretón de manos a tiempo! Hasta la vista.


EN LAS ANTESALAS DEL CONGRESO - Por Fray Mocho

 ¿Mirá quién en la casa de las leyes?... De seguro viene tormenta...
- El tisne le dijo a la olla: ¡agarrate Catalina!... ¿Y cómo te va?...
- ¡La pregunta!... ¡Lindo nomás, pues!... ¿Qué no sabés que le pedí la'ija a tu comadre?...
- Las muchachas leyeron la cosa en la crónica social de La Clase... pero no había detalles.
- ¿Y qué detalles me has dau a guardar?... La pedí y me la dieron y aquí paz y después gloria, como decía el finao Anciros.
- Hombre, que sea pa tiempos y pa güeno... ¡Bien te lo merecés, qué diablos!... Porque vos l'has peliao a tu posición actual com'un tigre...
- Bueno... un poco yo y otro la suerte...
-  Qué suerte ni qué demonios!... Cuántos como vos han sido mucamos o citadores de jujao y no han llegao al Congreso u los ministerios... ¡No, che, lo qu'es justo es justo!... Y de la muchacha no te digo nada, porque todo sería poco... Mirá... ahí te llama aquel diputao...
- ¿Cuál?
- Ese grandote... picau de virgüelas...
- ¡Ah! ¡No importa!... ¡Qu'espere!... Ese's de los que van al muere... ¿Y qué andás queriendo?
- Es que ando de pobre... que no ladro de miedo de que me tomen por perro y cobren la patente ¿sabés?, y m'he metido a corredor...
-  ¿A corredor? ¿Con esas patas?...
- Escuchá con formalidá, que vale la pena... Quiero que le hablés a García y lo interesés pa que busqu'en la carpeta e su ministro, una solicitú e doña Jesusa Paredes... Mirá... Ahí te llama aquel diputao, che... - -
- ¿Cuál?
- Ese flaquito e galera...
- ¡Ah! Mosca mansa... Es'es tamién de los que se van pa no volver... ¡Que lo atienda otro!... ¡Seguí nomás!... -
- ¡Bueno! Doña Jesusa me ha ofrecido doscientos pesos por ese despacho y yo, che, como el melón tiene muchas tajadas, t'invito a que lo partás... Mirá... ahí te llama ese señor de sobretodo... Ha de ser otro...
- No... Es'es de los que quedan... Esperáte que aura vengo... ¡Ah! ¡Lo atendió González! Seguí...
- ¿Y cómo partimos el queso?
- Entre vos y yo y García... ¡igualitos!
- Perfectamente... Mirá... ahí te llama otro señor... aquel de sombrerito...
- Que reviente. Es'es tamién de los mortales...
-  Pero, che... Estoy viendo que ustedes aquí no sirven a naides...
-  ¿No servimos?... ¡Demonio! Lo que hay es que a estos payucaces que acaban el período y no van a ser reletos, no tenemos pa qué atenderlos... ¿Qué van a ser esos desgraciaos, si no pueden ni con la figura?... Son parientes de gobernadores que han caído u miembros de poderes caducaos.
- Sí, perfectamente... pero ¿y si se quejan de que ustedes no los sirven?
- ¿Y quién les v'cer caso, che? Aquí, diputao que pierde la releción no se para ni con muletas... Nosotros ¿sabés? Conocemos bien a nuestra gente y servimos a los hombres que pueden servirnos... ¡El sabalaje que se las campané como pueda! Hombre qu'estando arriba se va barranc'abajo no tiene alce, che, ¡y jiede a muerto!
- Lo qu'es la política, ¿no?
- ¿Y qué más querés que sea?... Estos han tramitao su vida cuatro años y se les cierra el debate... No les queda más remedio que levantar la sesión y seguir viaje...
- Pero, ¿y si vuelven?
- Y si vuelven los agasajamos, y con la alegría de dentrar al recinto ni se acuerdan de antes...Mirá... ¡Vos pa saber si un diputao o senador d'estos de a vainte la docena, s'entiende, anda en la güena con Roca, no tenés más que venirte aquí, y si ves que los empliaos lo miramos como a público le podés echar el fallo sin miedo!
- ¿Qué me contás?...
- ¿Ves ese que va dentrando?... ¡Bueno!... Ese v'a ser diputao el año que viene... Fijate cómo le mueven la cola y oservales las sonrisas...
- Bueno, hermano, ¿y le hablarás a García?
- ¿Y cómo no?... Mañana lo ves en el despacho pa darle los datos... Sacale garantía a la interesada... No te vayás a olvidar... Ya sabés que seguro... no cai preso y el que traga, gana el cielo.

PATRIOTISMO... Y CALDO GORDO - POR Fray Mocho

- ¡Mirá, hermano!... yo sé lo que te digo!... Si la historia y el patriotismo, manejados con cierta malicia, no te pueden abrir cancha, es porqu'estás destinao a vivir de tu trabajo... ¡Pero, es bueno que tentés!... La historia... - - Como pa historia'ndo yo... que de pobre me voy quedando hasta miope.
- Pior andaba Taquito... ¿te acordás?... ¡Bueno!... Y ya lo ves aura... ¡Juntó platita pa casarse, se da corte hasta con Roca y es hombre que ha segurao su pucherito y su catre!... ¡Mirá!... P'hacer vivir a las gentes no vas a'llar protector que lo iguale a San Martín... ¡Esa es muñeca, che!... Si aprendés a manejar la vida e nuestros guerreros, reít'e todos los jueves con sus listas de remates y nombramientos de oficio... ¡No hay caldo más sustancioso que el que toman los patriotas!
- Sí, che... pero hay que tener coraje... ¿sabés?... y cierto barniz de loco...
¡Gran cosa el barniz!... Lo que hay que tener es ganas y sentir necesidá...
- La perra con el Taquito que habí'entendido la biblia... ¿Quién ib'a crer, viendoló en la facultá, que llegase a personaje y se codiara algún día con Carranza y con Mantilla, con Biedma y Leguizamón?...
- ¡Esos son los pichoncitos!... ¡Pensá en los otros más grandes!... Mirá. Cuando hizo el descubrimiento de aquella hija natural del trompa de San Martín, recién estaba estudiando y sin embargo se hizo de relación con López y don Bartolo, terciando en una polémica entre Groussac y Zeballos... ¡Ya lo ves!... ¿Qué no podrías hacer vos, que al fin sos tod'un dotor, si te metieras en una?...
- Yo, hermano, no tengo cuero pa semejantes correas... - - Porque sos sonso y te da por lo romántico, cosa que Taquito no tenía... ¡Fijate!... Una mañana me lo hallo en plena calle Florida y lo convido a'lmorzar... Estaba contentísimo. Hasta llegó a interesarse por mis trabajos d'estancia... Nos sentamos y como era natural vo'y le paso el menú... ¡Pucha que cambio, che!... No bien l'ech'una mirada, se paró temblando e rabia y me gritó como loco... ¡A ver, che, vamonós d'este fondín!... ¡Esto es un crimen!... ¡Es un delito!... ¡Al gringo qu'es dueño de este tugurio, deberían secarlo en la cárcel por bandido y facineroso! ¡Claro!... A los gritos, corrió el dueño de la casa y todos los concurrentes, y él, saltando sobre una mesa, pidió a los argentinos que s'encotrasen presentes que abandonasen la sala... ¡No se puede comer, decía, en la casa de un canalla que ha tenido el atrevimiento de poner entre los platos del día nada menos que bacalao a la española, siendo el aniversario de sorteo de Matucana, en que los más preclaros patriotas pagaron con si vida su amor a la libertá!... ¡Qué cosa bárbara, che!... ¡Claro!... Fuimos a dar a la comisaría... ¡Per'hubieses visto los diarios a la mañana siguiente!... Taquito fue casi un héroe y el gobierno tuvo que dar un puesto pa medio desagraviarlo y apaciguar la opinión...
- ¡Bueno! ¡Perfectamente!... ¡Yo lo comprendo todo... pero cuand'uno no puede, hermano... no puede y no hay que hacerle!
- ¡Hay que poder no más!... ¡Taquito es consecuente con sus locuras y es lógico en su conducta... por eso ha subido!... ¡Hacé vos lo mismo y subirás también!... Un día, lo hallo parao en la calle, grave y serio como debe ser todo hombre que sabe qu'es importante y lo convidé a seguir... “No puedo, hermano... ¡Estoy esperand'un tranway... el único d'esta línea en qu'es mayoral un criollo!... No hay nada que me reviente como pagarle a un gallego para poder circular en las calles de mi patria... ¡d'esta patria, agregó con voz de trueno, qu'es cuna de tanto prócer!...” ¡Ya ves!... Cualquiera creería que Taquito ib'a dar al manicomio y ha ido a dar al congreso y es caudillo y hombre de porvenir... Será ministro en el extranjero, senador y si me apurás mucho hasta president'e la república... Con la historia y el patriotismo, che, se lleg'a todo en esta tierra...
- ¡Si soy un convencido, hermano... pero le temo al ridículo!... ¿Soy sonso, me dirás?... ¡Y bueno!... Yo lo sé, pero con eso no me voy a remediar y es por lo que t'he pedido que me recomendés a tu primo... ¡Los jueces pueden hacer mucho por los sonsos, cuando quieren!... - ¡Pucha que sos pavo!... ¡En fin!... No hay pior sordo qu'el que no quier'escuchar...
- Decime... ¿Y vos sabés por qué se mudó Taquito de la casa e la suegra, produciend'un bochinche de familia?... ¡Fue porque la señora permitió que visitas'en la casa un catarmarqueñito que se llamaba Goyeneche!... No podía oir el nombre, según decía, sin recordar Vilcapujio y los versos del himno nacional: “¡Y cual lloran bañados en sangre, Potosí, Cochabamba y La Paz!...”
- ¿Qué loco lindo, no?... Yo, a la verdad, me alegro de que le vaya bien y lo sigo con placer, aunque se'a la distancia... Vez pasada la fui a ver a la hermana, con quien tengo relación y atend'este dialoguito que la pinta de mano maistra:
- ¿Y Taquito?... ¿Dónde vive?... ¡Hace mucho que no lo veo!
- Vive aquí... Ocupa la planta baja...
- Mirá... ¡qué suerte para usted!...
- ¡Cómo no!... Sin embargo, ahor'andamos medio mal, por causa e mi chiquilina qu'está'prendiendo el piano... - ¡Ah!... ¿Lo molesta en sus estudios?...
- ¡No! Es que la otra mañana vino el maistro y l'empezó a enseñar al introducción del himno nacional, qu'es tan bonita... En eso estábamos, cuando derrepente l'oigo que gritaba de abajo... ¡Che!... ¿Querés decirle a la chiquilina que se deje d'embromar?... ¿Vos no sabés que yo n'oigo nunca el himno aplastao en una silla? ¡Desde hace dos horas me tiene de pie!
- ¡Si no es nada, che! le contesté, es la niña qu'está con el maistro!... ¡Mas bien no me hubiera oído!... ¡Vino a casa y lo puso al pobre don Domingo pior que si fuese un trapo e cocina, diciendo qu'era una indignidad andar manoseando la música de la patria y enseñando al pueblo a no tenerle respeto y que lo debían quemar por hereje y mal entretenido!
- ¡Bueno, che... todo eso te prueba qu'es un desequilibrao!
- ¿Y qué ganás vos ni yo con el equilibrio que tenemos?... ¿Vamos a ver?... ¿De qué nos sirve?... Él, con sus locuras, vive y engorda, y nosotros con nuestro juicio nos morimos de hambre... ¡Mirá, hermano... convencete!... ¡La gent'e juicio va siendo la cola'el mundo y hay que castigar pa ponerse a la cabeza, si es que se quiere andar limpio!...

El caballo Enrique Banchs

Con admirable regularidad pasaba al amanecer. Era un carro pesado, de las quintas; y el caballo robusto, ceniciento, de cabeza gacha: el caballo viejo probablemente. El ritmo era siempre el mismo, el paso el mismo; el chirriar de las ruedas embarradas, el mismo.
Por el medio de la calle  la calle solitaria y gris a esa hora  carro y caballo adelantaban dejando a ambos lados distancia igual hasta las hileras de árboles tranquilos. Por fin se perdían en el fondo de la calle y el último farol brillaba, en lo alto, exactamente sobre el eje longitudinal del vehículo.
Y siempre así.
En lo alto del carro, tendido sobre los lienzos de primicias hortelanas, como la esfinge echada que escudriña la lejanía, iba el hombre. Yo murmuraba, alguna vez, con cierto acento de poema:
“¿Acaso el carro no es un símbolo? La fuerza atada y puesta en una dirección que la cabeza tenebrosa del irracional no concebiría; y arriba, el hombre, la luz, la pupila que ve lejos, la mente que reflexiona y ordena, la mano que guía”
Y todo hubiera ido de lo más bien, dentro de ese acento poemático, si esa mañana no hubiese acontecido algo inusitado, que es la piedra de toque de las verdades.
Había en medio de la calle, exactamente en medio de la calle, una paloma herida. Muy de madrugada suele haber palomas heridas en las calles solitarias, palomas cansadas, que en las tinieblas tropezaron con una pared y cayeron.
Al llegar el caballo al sitio donde yacía el ave herida, se detuvo, alargó el pescuezo y la olfateó, trémulo el belfo; luego, sin dejar de mirarla, caminó de lado hasta formar un ángulo recto, y carro y caballo se desviaron a la izquierda, prosiguieron andando y pasaron a un lado de la paloma, no sobre ella, como hubieran pasado a seguir como de costumbre.
El carro iba tan  lentamente que creí posible alcanzarlo y hablar a la pupila que veía lejos y a la mano que guiaba segura, aprobándoles el acto que acababan de realizar.
Ya de cerca, advertí dos cosas estupendas: las riendas estaban sueltas, caídas sobre la grupa del animal y el hombre silencioso e inmóvil como una esfinge, dormía…¡Dormía!
- ¡Eh!  grité y extrañamente resonaba la voz en la soledad de la madrugada- ¿Duerme? ¿Quién guía el carro?
En su perfumado lecho de albahaca y romero, el hombre se incorporó. Me miró con ese asombro de los que despiertan, que es un asombro igual a aquel con que los que yacen en profunda angustia miran al que trae una buena noticia, y repuso, como recordando, estas palabras que me revelaron súbitamente una teoría y práctica del gobierno:
- ¡Bah!, el caballo sabe su camino.
- Pero insistí-, si usted estuviera despierto, vería el camino; vería , por ejemplo una piedra grande que podría ser un peligro. Hay que ver dónde se va.
El hombre, ajustándose la faja, pronunció este resumen admirable u horrible, como se quiera, del arte de gobernar:
- ¿Una piedra? Jamás he visto una piedra en el camino; jamás miro el camino para saber si hay en él algo de extraño o de peligroso.
Y bostezando agregó:
- Me basta mirar las orejas del caballo.

El hombre que riñe con los gatos Mark Twain

A falta de otra cosa, contamos una vez en nuestro periódico, la aventura de un desventurado que, según nuestro relato, para poner término al infernal estr5épito de unos gatos, se había encaramado en camisa en el tejado la noche del 31 de diciembre, provisto de zapatos viejos a guisa de proyectiles. Después de haber continuado la caza airadamente sobre siete u ocho tejados, el hombre se había resbalado por un tragaluz y había caído en una habitación desconocida, de la que escapó perseguido por un hombre espantado, teniendo que ocultarse tras una chimenea y esperar el alba tiritando, con el miedo de que la policía lo descubriese y le descerrajase un tiro.
El episodio era pura invención, y al héroe se le había dado un nombre muy común: el de Pérez; pero una semana después, entró en la redacción un anciano caballero, en cuya fisonomía se pintaba formidable ingenuidad.
Se llamaba Pérez, vivía en una casa cono la descripta en el cuento, y venía a declarar que la anécdota era completamente falsa y extremadamente ofensiva para él.
- Cuide mucho, querido señor  le dijimos, mirándolo fríamente-; cuide mucho de cómo habla. Conocemos a fondo todas las circunstancias del hecho. ¿Querría Ud. negar, acaso, que ha andado a zapatazos con aquellos gatos?
- ¡Nunca! ¡Nunca! exclamó Pérez. En mi vida he estado sobre ningún tejado en camisa.
- Y nadie ha dicho  que Ud. haya estado. ¿Quién ha oído hablar nunca de tejados en camisa? Sería un tejado muy raro, por cierto.
- Quiero decir  replicó Pérez- que no es verdad que yo haya saltado de la cama en camisa.
- Tampoco encontrará Ud. eso en el periódico. ¿Dónde hay camas en camisas?
-¡Por favor!  objetó Pérez- Lo que quiero decir es que nunca he pegado a los gatos en camisa.
- Y se comprende, querido señor. Y, ¡ojalá no tenga Ud. nunca que tratar con gatos en camisa, ni siquiera en pantalones!
- Pero, ¡Pardiez!  imploró Pérez, esforzándose por permanecer tranquilo- Ustedes han escrito que yo he salido al tejado con mi camisa solamente para espantar a los gatos.
- Dispense Ud. Nosotros no hemos dicho que Ud. se haya puesto la camisa solamente con ese objeto, ni menos nos hemos metido en si la camisa era o no la suya. Por lo que sabemos de ella, podría ser hasta la camisa de Mahoma.
- Pero si, según ustedes, yo he puesto en fuga a los gatos con zapatos viejos.
- Nosotros no hemos hablado de gatos con zapatos.
- ¡No quieren entenderme!  aulló Pérez exasperado  Nunca jamás he tenido que hacer con gatos en los tejados, ni he tirado zapatos en camisa.
Señor Pérez, ¡seamos formales! Si puede Ud. indicar un párrafo del periódico en que se le acuse de poner camisas a los zapatos para tirarlos a los gatos, estamos prontos a escribir una apología de cuatro columnas y, además, cuando muera, le haremos un monumento. Usted no puede ser capaz de semejantes extravagancias… ¡Oh, no!
- ¡Bribones!  rugió Pérez- Yo les digo que todo el maldito relato de la caza gatuna y del tirar zapatos, y del quedarme en el tejado pegado a la chimenea para estar caliente, es una calumnia descarada.
- ¿Y para qué pegarse a una chimenea sino para calentarse?
- Yo no me he pegado a la chimenea. Yo no he visto acabar el año sobre el tejado, pegado a la chimenea.
- Pero, vea Ud., señor Pérez, vea Ud. ¿?Cuándo hemos dicho nosotros que el año haya concluido sobre el tejado, pegado a la chimenea? Usted desvaría, señor Pérez.
- ¡Basta! ¡Lo veremos!  gritó Pérez furibundo- ¡Yo no he tirado zapatos! ¡Nada es vereda! ¡Toda la noche he estado en la cama! ¡Quiero un a rectificación! ¡Quiero una rectificación!... sí, ¡los acuso de libelistas! ¡Los acuso, los acuso!
Ahora bien, el jefe de redacción puso una nota sobre el escritorio de cada uno de los redactores, pidiéndoles que en lo sucesivo se cuidaran mucho de frenar un poquito más la imaginación cuando de la tipografía avisasen que falta material

Anécdotas del mundo antiguo Recopiladas por Fernando Huguet

Bias (570-510 AC), uno de los siete sabios de Grecia, fue famoso porque jamás se prestó a usar su talento en provecho de la injusticia. Preguntáronle en cierta ocasión cuál era, en su concepto, el más peligroso de los animales.
- De los salvajes respondió Bias- , el más peligroso es el tirano; de los mansos, el adulador.


Los Lidios (habitantes de una comarca del Asia menor) despacharon un representante para solicitar alimentos a los espartarnos. El enviado, después de reclamar la ayuda, pronunció un extensísimo discurso, lleno de elogios. Oído pacientemente, un espartano le contestó:
- Tu discurso ha sido tan largo y tan florido, que ya hemos olvidado el principio.
Un nuevo enviado de Lidia llegó hasta Esparta. Recibido en una asamblea, después de una breve cortesía, mostró una bolsa, la dio vuelta por su interior y exclamó:
- ¡Está vacía! ¡Necesitamos que llenéis muchas como ésta para saciar nuestra hambre!
Satisfecho su deseo, agradeció a los espartanos la ayuda, reconociendo, para congratularse aún más, la simpatía de los espartanos, el exceso verbal de su antecesor. Entonces uno de los asambleístas le contestó:
- Ha sido vuestra necesidad la que nos convenció, y no vuestra palabra. Si nos hubierais  mostrado nada más que la bolsa vacía, ya os hubiéramos comprendido.
Sócrates, el filósofo griego, saludó en cierta oportunidad a un hombre, y como éste siguiera orgullosamente su camino sin contestarle, sus amigos  le expresaron su sorpresa por su indiferencia ante tales muestras de grosería.
- ¿De qué os extrañáis?  les advirtió  Si yo viese pasar a alguien que fuese más feo y de peor traza que yo, ¿debería por eso enfadarme? ¿Pues, por qué me voy a enojar con ese individuo si está peor educado que yo?


Zeuxis, uno de los más grandes artistas de la antigua Grecia, pintó un cuadro en el que figuraba un joven con un racimo de uvas en la mano. El cuadro suscitó muchísimos elogios. Más aún, porque unos pájaros, engañados por el realismo de las uvas, intentaron picotearlas.
Como Zeuxis no se convenciera del valor de su tela, los amigos le inquirieron la causa, a lo que él contestó:
- Si el cuadro fuera realmente bueno, los pájaros no se hubieran acercado a las uvas por temor al joven.


Celoso de su gloria, dos compatriotas condenaros al general tebano Epaminondas a desempeñar el oficio de barrendero. Epaminondas, lejos de considerar su nueva ocupación como una ofensa, tomó la pala, la escoba y comenzó a trabajar, poniendo todo su celo en el fiel cumplimiento de sus deberes. Para satisfacer el asombro de sus admiradores, explicó:
- Estas nuevas tareas, en nada me ofenden. Es el hombre el que hace el oficio, y no el oficio el que hace al hombre.


Filipo, rey de Macedonia y padre de Alejando Magno, fue una vez aconsejado para que desterrara a un  noble que hablaba mal de él.
- Vale más observó el monarca- que tal hombre hable donde se nos conoce a los dos, que no en un lugar donde no somos conocidos ni él ni yo.


Dionisio el antiguo, tirano de Siracusa, dispuso que el poeta griego Filomeno fuera encerrado en unas canteras abandonadas que servían de prisión por haber expresado una opinión desfavorable a unos versos que aquél compusiera.
Llamado poco después para ser consultado acerca de otros versos de Dionisio, manifestó por todo comentario:
- ¡Llevadme de nuevo a las canteras!


Epitecto, filósofo de Frigia (Asia Menor), servía en Roma como esclavo de Epafrodito, liberto del emperador Nerón. En cierta ocasión, su enfurecido amo le retorcía una pierna con un instrumento de tortura.
- ¡La vas a romper!  le advirtió el filósofo
Y como se cumpliera su predicción, añadió Epitecto con admirable estoicismo:
- ¿No te lo dije?



José Martí ( 1853-1995 ) VERSOS SENCILLOS

PRÓLOGO                                         
A Manuel Mercado, de México
A Enrique Estrázulas, del Uruguay

“Mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón. Fue aquel invierno de angustia, en que por ignorancia, o por fe fanática, o por miedo, o por cortesía, se reunieron en Washington, bajo el águila temible, los pueblos hispanoamericanos. ¿Cuál de nosotros ha olvidado aquel escudo, el escudo en que el águila de Monterrey y de Chapultepec, el águila de López y de Walker, apretaba en sus garras los pabellones todos de América? Y la agonía en que viví, hasta que pude confirmar la cautela y el brío de nuestros pueblos; y el horror y vergüenza en que me tuvo el temor legítimo de que pudiéramos los cubanos, con manos parricidas, ayudar el plan insensato de apartar a Cuba, para bien único de un nuevo amo disimulado, de la patria que la reclama y en ella se completa, de la patria hispanoamericana, que quitaron las fuerzas mermadas por dolores injustos. Me echó el médico al monte: corrían arroyos, y se cerraban las nubes: escribí versos. A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores.
“¿Por qué se publica esta sencillez, escrita como jugando, y no mis encrespados Versos Libres, mis endecasílabos hirsutos, nacidos de grandes miedos, o de grandes esperanzas, o de indómito amor de libertad, o de amor doloroso a la hermosura, como riachuelo de oro natural, que va entre arena y aguas turbias y raíces, o como hierro caldeado, que silba y chispea, o como surtidores candentes? ¿Y mis Versos Cubanos, tan llenos de enojo, que están mejor donde no se les ve? ¿Y tanto pecado mío escondido, y tanta prueba ingenua y rebelde de literatura? ¿Ni a qué exhibir ahora, con ocasión de estas flores silvestres, un curso de mi poética, y decir por qué repito un consonante de propósito, o los gradúo y agrupo de modo que vayan por la vista y el oído al sentimiento, o salto por ellos, cuando no pide rimas ni soporta repujos la idea tumultuosa? Se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos. Y porque amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras.” 

Nueva York: 1891


Poesía I

Yo soy un hombre sincero
De donde crece la palma,
Y antes de morirme quiero
Echar mis versos del alma.

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
Arte soy entre las artes,
En los montes, monte soy.

Yo sé los nombres extraños
De las yerbas y las flores,
Y de mortales engaños,
Y de sublimes dolores.

Yo he visto en la noche oscura
Llover sobre mi cabeza
Los rayos de lumbre pura
De la divina belleza.

Alas nacer ví en los hombros
De las mujeres hermosas:
Y salir de los escombros,
Volando las mariposas.

He visto vivir a un hombre
Con el puñal al costado,
Sin decir jamás el nombre
De aquella que lo ha matado.

Rápida, como un reflejo,
Dos veces ví el alma, dos:
Cuando murió el pobre viejo,
Cuando ella me dijo adiós.

Temblé una vez - en la reja,
A la entrada de la viña,-
Cuando la bárbara abeja
Picó en la frente a mi niña.

Gocé una vez, de tal suerte
Que gocé cual nunca: - cuando
La sentencia de mi muerte
Leyó el alcaide llorando.

Oigo un suspiro, a través
De las tierras y la mar,
Y no es un suspiro, - es
Que mi hijo va a despertar.

Si dicen que del joyero
Tome la joya mejor,
Tomo a un amigo sincero
Y pongo a un lado el amor.

Yo he visto al águila herida
Volar al azul sereno,
Y morir en su guarida
La víbora del veneno.

Yo sé bien que cuando el mundo
Cede, lívido, al descanso,
Sobre el silencio profundo
Murmura el arroyo manso.

Yo he puesto la mano osada,
De horror y júbilo yerta,
Sobre la estrella apagada
Que cayó frente a mi puerta.

Oculto en mi pecho bravo
La pena que me lo hiere:
El hijo de un pueblo esclavo
Vive por él, calla y muere.

Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.

Yo sé que el necio se entierra
Con gran lujo y con gran llanto.-
Y que no hay fruta en la tierra
Como la del camposanto.

Callo, y entiendo, y me quito
La pompa del rimador:
Cuelgo de un árbol marchito

Mi muceta de doctor.


Poesía XXXV

¿Qué importa que tu puñal
Se me clave en el riñón?
¡Tengo mis versos, que son
Más fuertes que tu puñal!

¿Qué importa que este dolor
Seque el mar, y nuble el cielo?
El verso, dulce consuelo,
Nace alado del dolor.



Poesía XXIX

La imagen del rey, por ley,
Lleva el papel del Estado:
El niño fue fusilado
Por los fusiles del rey.

Festejar el santo es ley
Del rey: y en la fiesta santa
¡La hermana del niño canta
Ante la imagen del rey!


Poesía XXVII

El enemigo brutal
Nos pone fuego a la casa:
El sable la calle arrasa,
A la luna tropical.

Pocos salieron ilesos
Del sable del español:
La calle, al salir el sol,
Era un reguero de sesos.

Pasa, entre balas, un coche:
Entran, llorando, a una muerta:
Llama una mano a la puerta
En lo negro de la noche.

No hay bala que no taladre
El portón: y la mujer
Que llama, me ha dado el ser:
Me viene a buscar mi madre.

A la boca de la muerte,
Los valientes habaneros
Se quitaron los sombreros
Ante la matrona fuerte.

Y después que nos besamos
Como dos locos, me dijo:
“¡Vamos pronto, vamos, hijo:
La niña está sola: vamos!”


Poesía XLI

Cuando me vino el honor
De la tierra generosa,
No pensé en Blanca ni en Rosa
Ni en lo grande del favor.

Pensé en el pobre artillero
Que está en la tumba, callado:
Pensé en mi padre, el soldado:
Pensé en mi padre, el obrero.

Cuando llegó la pomposa
Carta, en su noble cubierta,
Pensé en la tumba desierta,
No pensé en Blanca ni en Rosa.


Poesía XXXVIII

¿Del tirano? Del tirano
di todo, ¡di más!; y clava
con furia de mano esclava
sobre su oprobio al tirano.

¿Del error? Pues del error
Di el antro, di las veredas
Oscuras: di cuanto puedas
Del tirano y del error.

¿De mujer? Pues puede ser
Que mueras de su mordida;
¡Pero no empañes tu vida
Diciendo mal de mujer!


Poesía XXIII

Yo quiero salir del mundo
Por la puerta natural:
En un carro de hojas verdes
A morir me han de llevar.

No me pongan en lo oscuro
A morir como un traidor:
¡Yo soy bueno, y como bueno
Moriré de cara al sol!


Poesía XLIV

Tiene el leopardo un abrigo
En su monte seco y pardo:
Yo tengo más que el leopardo,
Porque tengo un buen amigo.

Duerme, como en un juguete,
La mushma en su cojinete
De arte del Japón: yo digo:
“No hay cojín como un amigo.”

Tiene el conde su abolengo:
Tiene la aurora el mendigo:
Tiene ala el ave: ¡yo tengo
Allá en México un amigo!

Tiene el señor presidente
Un jardín con una fuente,
Y un tesoro en oro y trigo:
Tengo más, tengo un amigo.


Poesía V

Si ves un monte de espumas,
Es mi verso lo que ves:
Mi verso es un monte, y es
Un abanico de plumas.

Mi verso es como un puñal
Que por el puño echa flor:
Mi verso es un surtidor
Que da un agua de coral.

Mi verso es de un verde claro
Y de un carmín encendido:
Mi verso es un ciervo herido
Que busca en el monte amparo.

Mi verso al valiente agrada:
Mi verso, breve y sincero,
Es del vigor del acero
Con que se funde la espada.



Poesías del libro “El Testamento de un suicida”, de Martín Fisicaro

He llegado a la cima de todas las humanas expectativas,
al pináculo de las aspiraciones de los dormidos.

Soy, el que desciende apagado por la montaña,
viendo como los ciegos persiguen sus deseos.
[Creen que allí, en la cima, serán felices]

Cierro mi boca para no dejar escapar el humo,
de mis sueños incendiados.

. . .

Maldito cuerpo sediento de amarres,
si me suelto nada importa...

Me arropo de sombras para no cegarte.
Soy espejo para que veas lo que quieras.
Mi cruz son las mentiras que quieres escuchar.

Profeta de lo que vale en esta vida,
pero debo guardar mi Luz en una cesta bajo siete llaves.
Por eso me hago y me quemo.

Debo de estar muy en el fondo del mar.

[Odio eso momentos en los que el sueño
se escapa por entre mis ojos abiertos]

. . .

Hoy me siento solo,
mis amigos vagan a kilómetros de mi.

Hay revelaciones que elevan el alma,
alejando a nuestros seres queridos.

La Sabiduría de lo no-sabio.

Mis Maestros están muertos,
sus escritos me cobijan y me dan calor.

- pero no es igual, nunca es igual-

Hoy, me siento sólo,
las cosas que pienso y que leo
me alejan de las mentes que frecuento  y quiero.

Entre la soledad de lo Sabio
y la comunidad de lo Ignorante...

La Risa

. . .

La ilusión es el resabio de aquel Narcisismo primigenio,
la ilusión es el anhelo en el cuerpo de ser aquél dios.

El hombre vive encadenado a ilusiones,
vanas quimeras.

Vive esperando encontrar en aquellos espejismos
el cierre de si mismo, la Conclusión.

La ilusión es el secreto deseo de llenar nuestros agujeros,
nuestros vacíos.

En las baratijas objetales no se encuentra
la felicidad.

El hombre muere sin ilusión,
pero la ilusión es, sin duda, uno de los disfraces de la muerte.

Poetas y payadores de Argentina (Una selección brevísima)

El arte de payar ya se practicaba en la antigua Grecia; de allí lo tomaron los romanos, quienes lo llamaron canto amebeo y luego pasó a los árabes. Los trovadores españoles también lo practicaron y finalmente, como consecuencia de la conquista, el arte pasó a América. La aparición del payador en nuestro continente, con sus rasgos específicos, data de mediados del siglo 18.
En el campo, existieron desde siempre los payadores. No se sabe bien cuál es el origen del término payador. Lugones supone que deriva de “Predador” que significa “rogador” o “rezador”. Otros como Ricardo Rojas, que proviene de “Payo”, nombre que se le da en Castilla, España, al campesino. La voz, según Rojas, nace del latín Pagus que derivó en pago, comarca rústica o patria natural, como la pampa, y país, que es la pintura del campo, y también la tierra y su visión, de donde viene paisano y paisanaje. Rojas sostiene que el payador iba “de pago en pago” y de allí tomó su nombre. Otros piensan que deriva del quechua Paya o paclla que significa “dos”, porque el payador compite con otro en el canto. 
Esta figura existe en toda Latinoamérica con nombres variados que reflejan la vinculación de estos personajes con los antiguos juglares. En Colombia los llaman copleros o cantores, en Venezuela cantadores, troveros, metristas, rimadores, en Venezuela porfía y en Chile palladores.
El gaucho fue el bardo de la pampa, y todos los estudiosos del tema remarcan la importancia que tuvo la poesía como agente civilizador entre los campesinos.
Resaltan en este arte: Gabino Ezeiza, Pablo Vázquez, Juan José García, Walter Monsegí, Atahualpa Yupanqui, Cayetano Daglio, R. Ayala, J.Curbelo, M. Suint; y entre los poetas: Ascasubi, José Hernández, Rafael Obligado, Usandivaras, y varios más, cuyos nombres ocuparían merecidamente muchas páginas.
(Fuentes: Poetas y Payadores, de Durañona y Partucci, Colección Del Mirador, Cántaro Editores) 


Selección de coplas de “El payador perseguido” de Atahualpa Yupanqui


Con permiso via a dentrar
aunque no soy convidao,
pero en mi pago, un asao
no es de naides y es de todos.
Yo via cantar a mi modo
después que haiga churrasquiao.

La sangre tiene razones
que hacen engordar las venas.
Pena sobre pena y pena
hace que uno pegue el grito.
La arena es un puñadito
pero hay montañas de arena.

Pobre nací y pobre vivo
por eso soy delicao.
Estoy con los de mi lao
cinchando tuitos parejos
pa' hacer nuevo lo que es viejo
y verlo el mundo cambiao.

Acostumbrao a las sierras
yo nunca me sé marear,
y si me siento alabar
me voy yendo despacito.
Pero aquel que es compadrito
paga pa' hacerse nombrar.
Si alguien me dice señor,
agradezco el homenaje;
mas, soy gaucho entre el gauchaje
y soy nada entre los sabios.
Y son pa' mi los agravios
que le hacen al paisanaje.

Yo también, que desde chango
unido al canto crecí,
más de un barato pedí
y pa' los piones cantaba.
¡Lo que a ellos le pasaba
también me pasaba a mí!

Si uno pulsa la guitarra
pa cantar cosas de amor,
de potros, de domador,
de la sierra y las estrellas,
dicen: ¡Qué cosa más bella!
¡Si canta que es un primor!

Pero si uno, como Fierro,
por áhi se larga opinando,
el pobre se va acercando
con las orejas alertas,
y el rico vicha la puerta
y se aleja reculando.
Yo canto, por ser antiguos
cantos que ya son eternos;
y hasta parecen modernos
por lo que en ello vichamos.
Con el canto nos tapamos
para entibiar los inviernos…

Yo no canto a los tiranos
ni por orden del patrón.
El pillo y el trapalón
que se arreglen por su lado
con payadores comprados
y cantores de salón.

Se puede matar a un hombre,
pueden su rancho quemar.
Su guitarra destrozar.
¡Pero el ideal de la vida,
esa es leñita prendida
que naides ha de apagar!

Detrás del ruido del oro
van los maulas como hacienda;
no hay flojo que no se venda
por una sucia moneda;
mas, siempre en mi tierra queda
gauchaje que la defienda.
Una canción sale fácil
cuando uno quiere cantar.
Cuestión de ver y pensar
sobre las cosas del mundo.
Si el río es ancho y profundo
cruza el que sabe nadar.

Nadie podrá señalarme
que canto por amargao.
Si he pasao lo que he pasao
quiero servir de advertencia.
El rodar no será cencia
pero tampoco es pecao.

Y aunque me quiten la vida
o engrillen mi libertad.
¡Y aunque chamusquen quizá
mi guitarra en los fogones,
han de vivir mis canciones
en l'alma de los demás!

¡No me nuembren, que es pecao
y no comenten mis trinos!
Yo me voy con mi destino
pal lao donde el sol se pierde.
¡Tal vez alguno recuerde

que aquí cantó un argentino!


“El Güenos Aires”   De “Casos del Coya Martín Bustamante” de Julio DiazVillalba

Pero vé el Estanislao
qué maneras de darse aires,
orgulloso porqui ha estao
nu hace mucho en Güenos Aires.

Si espera qu'eso me turbe
yo antis qu'él istmo primero.
Mi acuerdo qui cáido al urbe
con mi amigo Andrés Rivero.

Juí pa curarme di un diente,
algo raro me pasaba,
tando, tando derripente
la boca se me lu hinchaba.

Allá llegando al Retiro,
cuando el bajo se recorre,
entre las cosas que almiro
es un reloj y una torre.

Pero esa torre, velay
uno se confunde a veces
un había sío de nadies di áhi,
había sío di unos ingleses…

Mi cumpa me dice vamos,
y en un pozo como cueva
bajábamos, bajábamos,
yo digo ¿p'ande me lleva?

Entrá, me dice, a este andén,
y en un trencito me encierra.
Y mus tao en ese tren
¡meta andar por bajo tierra!

Por fin cuando í güelto al aire
una vez salío del tiesto,
en medio del Güenos Aires
li preguntao: ¿Y qu'es esto?
Ha sío cuando mi topao
que casi me deja bizco,
con un cerro rebanao.
Me dice: ¡es el obelisco!

No mus ido p'al Palermo
y  a un bar el cumpa se mete.
Yo en tanto seguía enfermo
con mi jeta hecha un rosquete.

Rivero pide un anís
y a pircarle me provoca,
y yo le grito: ¿No vís
que se me lu hincha la boca?

¡Y áhi mesmito, suerte amarga,
Cuando yo'i abierto el pico,
si acerca un tipo y me larga
un puñetazo al hocico!

Dispués mi han hecho un encierre,
y los porteños hablaban
como arrastrando las erres,
y a mi también me arrastraban.

Y al llevarme así a la cincha
decía pa mis coletos:
¿Por qué la boca se me hincha
me aporrian estos sujetos?

Cuando mi cumpa me toca
diciéndome despacito,
creen que sós hincha de Boca
y aquí de River son tuitos.

¡Pero vé! ¿n' este entrevero
porque causa se me enrieda?
Güeno, me dice Rivero,
nos vamos p'Avellaneda.
Mus entrao a una cantina,
Yo siempre con mi compinche,
cuando en forma repentina
ya si armao otro bochinche.

Mi había sentao en la punta
di una banca, y áhi nomás
viene un tipo y me pregunta:
¿Decí vos, con quién estás?

Ya lo'i visto d'enemigo
dentrando a mirarme fiero,
y entonces suave le digo:
Yo siempre estoy con Rivero…

Y el sujeto grita: ¡Ah já!
¿Te las táis dando de guapo?
¿Con que River? ¡Tomá!
y me acomoda un sopapo.

Y el Rivero mi explicao
mientras yo estaba maltrecho,
causante que mi has nombrao
que sos de River ti han hecho.

P'hablar aquí ante una rueda
va a ser mejor que lo pienses.
¿No vis qu'en Avellaneda
cuasi tuitos son boquenses?

¡Si pues! ¿Y a mi en este lío,
decí que pito me toca?
Si yo nunca í conocío
ni a Don River ni a Don Boca.

¡Chanzas d' estas a mi nó!
Si yo con naides m'enrolo.
Vos bien sabís de que yo
soy independiente y sólo…
Y pu'áhi me salta un oyente,
qu'era un hombre di hacha y tiza,
¿Con que sos de Independiente?
¡Y de nuevo otra paliza!

Y mi parao desafiando:
¡Van a ver lo que les pasa
con mi primo el zurdo Ovando
que es un peliador de raza!...

¿De dónde decís payuca?
¿De Racing es ese tipo?
¡Y di un manazo en la nuca
cuasi me cortan el hipo!

¡Alhaja, i dicho, di antojos!
cuando i recobrao el tino,
p'hablar sin que hayan enojos
aquí áhi que ser endivino.

Cansao de tantos desaires,
aguaitadas y reveses,
mi golvío del Güenos Aires
pa no poner más los pieses.




Canción para tu sombra - Jorge A. Dágata

(en un domingo de invierno)

Amo tu barro.
Amo
la humildad de la lluvia
y su caricia fría
que pinta las paredes
de oscura
fantasía.
Afuera
el mundo nos olvida
para escuchar al viento
cantar su abril anclado en las esquinas.
Y ordenando los sueños
que despeinó la noche,
al abrigo
estás
conmigo.
Nuestra lámpara tiene
luz
para un día.
Mañana
bostezará mi puerta sin asombro
y entrará un lunes más.
Entonces
te irás.
Amo tu barro.
Amo
lo que se llevan tu bolso y tu tapado.
Las pálidas bandadas
que duermen
seis noches
en los estantes mudos,
esperando la vida
que les das
vestida
de terciopelo negro
y música
grana.
Amo tu barro.
Amo
lo que alcanza mi mano
cuando estás
y como un soplo
borra
lo demás.


OSVALDO PAMPÍN Escritor y artista fotográfico marplatense

YA VOY A VER QUÉ HAGO

¿Será posible? Si me quedé en la casa fue porque estaba cansado. Ayer manejé toda la noche y encima hoy tengo que ayudar en la descarga. Quise dormir la siesta porque estaba reventado, no podía ni moverme. Y encima ella se pone a gritar. Siempre chillando por algo y eso que la ayudo. A veces, hasta lavo los platos. Me ocupé de pintar, compré el sillón para sentarnos todos juntos a mirar la tele. Le traje el lavarropas y un tocadiscos y cuando lo enchufó cantaba y bailaba. Pero, últimamente, lo único que hace es gritarme. Con el otro no se hacia la loca. La nena me contó que, cuando se peleaban, la fajaba sin asco, que por eso lo dejó. Después de todo, yo no le pego nunca. Bah, uno o dos cachetazos, cuando se desubica, pero fueron dos o tres veces, nada. La nena me dijo que el padre era medio loco, se mamaba todos los días y les daba miedo a los tres. Así que ahora está mejor, tiene que estar contenta. ¿Por qué me tiro con la plancha? ¿Y si me pegaba? Yo nunca le tiré con nada, una piña dolerá un poco, pero nada más. Con la plancha me podía lastimar y ¿me lo merezco yo? Con lo bueno que soy, con ella y con los chicos. ¿Qué pueden decir? El nene me quiere mucho, cuando llego viene corriendo a saludarme. Papá me dice, así que se ve que no tiene problemas. Con la nena igual, siempre me ceba mate, me cuenta del colegio. Cuántas veces se los saqué de las manos a ella, que por cualquier cosa los quiere reventar. Y todavía tiene el coraje de decirme bestia a mí, ¡y rasguñarme! Es una yegua, envidiosa, de mierda. Si quiere que los pibes sean iguales con ella, que los trate bien, que les converse, que los vaya a ver cuando están en la cama, que les haga cosquillas, que les dé besos, pero no. Ella, con los chicos, lo único que sabe hacer es gritar. Con ellos y conmigo, que ya estoy repodrido ¿Y por qué la tengo que aguantar? Si hay como tres minas del barrio que me dan una bola bárbara. Y además las que me llaman en la ruta, aunque con esas lo que vale es tener guita y así cualquiera. A veces las subo porque ella en la cama; cuando quiere, todo sencillito y rapidito. ¡Un bofe! Y yo soy hombre, tengo derecho, hasta el pastor se lo dijo. Ella tiene que decir siempre que sí. ¡Y ahí esta! Yo no la obligo. Si no quiere me doy vuelta y chau. No la cargoseo para nada, y ella, dale con gritarme degenerado ¡Mirá si yo fuera como el Augusto que a la Nené la vende por veinte pesos! Y ojo con decir nada. Y bien que se la banca como una duquesa. Y ella todavía se queja, que esto, que lo otro, que lo de mas allá, ¿Qué se piensa?, ¿Que yo soy de madera? Lo único que sabe es mirar la tele, y siempre las mismas boludeces, Tinelli, las novelas, los gordos de mierda. Todo el día con el televisor prendido y la casa llena de mugre, la ropa a la miseria. ¡Y la comida de mierda que hace! Yo mi trabajo lo hago, y bien que me mato para que no les falte nada. Y no es chiste aguantar al cabrón del capataz que me tomó como chofer y me hace cargar bolsas y no puedo ni parar para tomar agua. Y me lo banco, porque no hay laburo y si lo tengo, hay que cuidarlo. Gano bien, comemos bien. Y me alcanza para que salgamos y todo. Así que no me quejo, no soy como ella. Siempre con bronca. No valora nada. No se da cuenta de lo que tiene. Hijo de puta me dijo. Me lo gritó en la cara y yo reaccioné ¿Que quería? ¿Que se piensa? ¿Que tengo agua en las venas? Yo no la insulté nunca. A veces una puteda, pero insultos así, nunca. Y yo estuve bien, le advertí, le pedí que no me gritara, pero nada. Estaba desatada, loca ¿Y yo? Como un duque, bueno, por lo menos hasta que me tiró la plancha, y eso fue mucho ¿quien se aguanta una cosa así? Yo soy hombre, ¡qué joder!, ¿Y por qué tanto quilombo? La nena con once años y tan grandota como es, en cualquier momento la vacuna algún turrito. Conmigo está contenta, papi me dice. Y guarda que estuve bien delicado. La manoseé como un mes antes de hacérselo. Y a la final, lloraba al pedo ¡si estaba caliente como una pava! Ni sintió nada. Y nadie se enteró de nada. Al nene no lo toqué nunca, no soy ningún degenerado ¡Tanto escándalo al pedo! Claro, el chico la vio tan loca que se enloqueció también. Y dale a gritar junto con ella. Y la nena que lloraba mientras se ponía la ropa. Y la gorda que se me tiró encima y me rasguñó todo. Y el mocoso desagradecido que me pegó en las bolas. Y la nena, que en vez de defenderme, me gritaba que me fuera. Y ahí vino el planchazo, ¡y estaba caliente! que cuando la agarré me quemé la mano. Y a lo mejor me puse loco por la quemadura. Y cuando quise acordar les pegaba a los tres con todas las ganas. Y las cabezas se abrían como las granadas que traje la vez que fui a llevar una carga al Tigre. Y ahora no sé qué hacer, los tres tirados ahí y la sangre por todo el piso. Y ese olor dulzón, metálico, asqueroso.
Ya tendría que haber salido para el corralón si quiero llegar temprano. Lo primero es llegar en hora. Al laburo hay que cuidarlo. Ninguno de los tres se va a mover de donde cayeron, después ya voy a ver qué hago. Las cosas apuradas salen mal. Lástima la nena, yo soy bueno. Les pegué porque me puse un poco loco, pero bueh, hay tiempo. El mundo no se me va a terminar esta tarde.



CAMINATA

La gente, acorralada por el clima, estira sus días frente al televisor, en el calor de sus casas. La noche no es de las mejores para caminar por gusto, con el aire helado que corta la cara como un cuchillo y la sal que sopla el mar y se siente en los labios resecos. Casi todas las noches, desde que vivo en Mar del Plata, recorro un sector de la costa. La barranca que empieza en el puente flamante, los mástiles y el paseo costero que reemplazó a las piletas, un poquito más allá y más arriba, al final de la escalera de piedra, las luces en sordina de algún café, tramposo a estas horas, y tibio siempre.
Por acá caminábamos con Julia, el mismo lugar, distinto escenario. Sin rozarnos, inventando charlas falsas que terminaban abruptamente, tan pronto como bajábamos los primeros peldaños de la escalera que llevaba a la playa, momento en el que quedábamos a salvo de la férrea vigilancia de su madre, que ahora, frustrada, se desesperaba por vernos, erguida en el balcón del departamento que alquilaban y desde el que miraba ese pedacito de costa al cual bajábamos:
“A tomar un poco de aire mamá, total vos nos ves desde acá”.
La primera noche solo pudimos hacer aquello que la señora legalizaba con su mirada, tiránica e insensible de la que nos libramos, únicamente, en el breve recorrido del ascensor. Y que alcanzó, apenas, para un beso fugaz.
A la mañana siguiente medí, con precisión de geometra, el panorama que abarcaba la ventana del tercer piso, recorrí cada baldosa y estudié cada recoveco; hasta descubrir el ángulo muerto de la escalera. Aseguré el hallazgo con la complicidad de Julia que comprobó mis observaciones desde la atalaya materna. Quedó convencida de la impunidad de nuestros encuentros, cuando desaparecí al abrigo de las piedras.
Volví a Buenos Aires diez días después que Julia y lo primero que hice fue llamarla. Tres veces lo intenté, hasta que logré hablar con ella, y solo para saber, en cuanto escuché su voz, que todo era diferente. Nos saludamos, dije y me dijo un par de frases vacías de todo y cortamos, sin adioses, un simple:
“Chau, nos hablamos”
Nuestros días habían pasado.
Julia se fue perdiendo en otras caras, otros cuerpos y otros subterfugios. Al final de ese verano empecé la facultad. A nadie se le ocurrió organizar la despedida del mundo que conocíamos, pero claro; nadie nos avisó que se terminaba en ese 1976.
Po esos días, vivíamos lo que solo puede soñarse. Nos enfrascábamos en largas discusiones políticas, estudiábamos poco, reíamos mucho, entrabamos al cambio rodeados de mujeres militantes y liberadas, ¿Qué otra cosa valía la pena?
Siguieron tiempos difíciles, estábamos bajo vigilancia, y un mal paso era el último, pero en esa gran ruleta rusa, la pistola que me tocó, no estaba cargada
Cuando la función llegó a su fin, los buenos no habían ganado, y por el escenario desfilaron héroes de pañolenci, que saludaban, apropiadamente serios y ceremoniosos.
Quise saber lo que siempre supe, y me perdí en miles de nombres que busqué con la esperanza de no encontrarlos.
Desde uno de los tantos paneles, Julia me miró, gris, seria y borrosa. Había desaparecido en Mar del Plata, tres años antes del final.-
Subo la barranca que bordea la playa, el viento redobla su esfuerzo. Cuando llego a la escalera de piedra; saludo con un gesto disimulado.
Julia debe estar mirándome, oculta en los escalones que llevan a la playa, a salvo de la mirada de los que vigilan.

La enfermedad existencialista de Kafka Por María. V. Feito - Torrez

   En el ensayo “La esperanza y lo absurdo en la obra de Franz Kafka” (1), Albert Camus descubre varios aspectos de la obra de Kafka, contemplados bajo un nuevo punto de vista. Allí donde durante años la crítica había visto absurdo y onirismo, Camus ve una lógica: la del existencialismo. Bajo este nuevo sentido, Camus compara dos de las grandes obras maestras de Kafka: El Proceso (1925) y El Castillo (1926). Es de notar que ambas novelas son muy similares, pues, según los estrictos planes de Kafka, ambas obras tienen una densa simbología. (2). Dentro de esta simbología, se encuentran similitudes muy interesantes:
Ambos personajes (el Sr. K en el Proceso y el agrimensor K. en el Castillo) son despertados por una autoridad menor y difusa que les informa que “no están en regla” de acuerdo a cierta legislación.
Tanto en El Proceso como en El Castillo, el personaje K. Reconoce su culpa por no estar en regla, aunque al momento de reconocerla no entienda exactamente por qué. En ambas obras existe una estructura jerárquica, en la cual los personajes K. encuentran seres tan jerárquicamente superiores como inaccesibles (los señores del Castillo y los jueces). También se hallan seres jerárquicamente inferiores (o bajo poder de) K. Los seres jerárquicamente inferiores son enviados por alguna autoridad superior para vigilar de cerca de K. En ambas novelas son azotados.
La autoridad inmediatamente superior a K. (en El Proceso, el abogado, en El Castillo, el Alcalde) se encuentra enferma en cama, y una dama misteriosa con poder indefinido y características extrañas cuida de él. (En el caso del Proceso, Leni, la secretaria del abogado, tiene unidos dos dedos de la mano, mientras que en el Castillo, la secretaria del Alcalde tiene rasgos felinos).Tanto el Sr. K como el agrimensor K. mantienen relaciones tortuosas con mujeres cercanas al poder. (Leni, y Frieda, la ex amante de un señor del  Castillo, respectivamente). Estas son las semejanzas más significativas entre ambas novelas. Sin embargo, la mayor semejanza radica en que ambos personajes K. sostienen una permanente búsqueda por alcanzar algo que no logran alcanzar: llegar a una absolución definitiva o entrar al Castillo.
A pesar de las claras semejanzas entre los dos libros, una gran diferencia persiste: donde el Sr. K. termina sus días muerto degollado “como un perro”, el agrimensor K. termina su 'aventura' en una escena absolutamente cotidiana, donde la mesera le muestra su colección de vestidos. Camus explica esta diferencia del siguiente modo:

El Proceso plantea un problema que resuelve El Castillo en cierta medida. El primero describe, de acuerdo con un método casi científico y sin conclusión. El segundo,
 en cierta medida imagina un tratamiento. Pero el remedio que se propone en él no cura. Lo único que hace es que la enfermedad entre en la vida normal. Ayuda a aceptarla. (3)

Camus entiende que un individuo que busca una verdad y no la puede alcanzar tiene una enfermedad. En El Proceso, esta enfermedad se describe detalladamente, pero lleva a la tumba al personaje. En El Castillo, la enfermedad persiste, mas el personaje decide hacer de esta búsqueda parte cotidiana de su vida. Aprende a vivir con su enfermedad, que es, al fin y al cabo, lo único que puede hacer. Esto lo explica bien  Titorelli en su diálogo con el Sr. K.:
(Titorelli) Olvidé preguntarle qué forma de absolución usted prefiere. Se presentan tres posibilidades: la absolución real, la absolución aparente y la prórroga ilimitada. La absolución real es sin duda la mejor, pero no tengo la más mínima influencia en lo que a ella concierne. A mi criterio, no hay nadie que pueda dictaminar una absolución real. (…) La única diferencia entre la absolución aparente y la prórroga ilimitada consiste en  que la absolución aparente requiere un esfuerzo violento y momentáneo, mientras que la prórroga ilimitada hace necesario un pequeño esfuerzo crónico. Hablemos, en primer lugar, si le parece, de la absolución aparente. (…) una vez que esta se dicte, usted queda liberado, pero sólo en apariencia. Un buen día nadie lo espera- un juez cualquiera mira el acta de acusación, ve que no ha perdido rigor y ordena inmediatamente el arresto. (…)La prórroga ilimitada mantiene por tiempo indefinido al proceso en su primera fase. Para obtenerla, es necesario que el acusado y su auxiliar tengan un contacto constante con la justicia.(4)

La enfermedad diagnosticada en El Proceso lleva a una despersonalización del individuo: el individuo es empujado, por las circunstancias que lo rodean, en sentido contrario al objetivo que desea. Lo alejan de la verdad. Se puede vivir con ello, o morir por ello, pero no solucionarlo. A los personajes K. se les recuerda constantemente que son “extranjeros” o “ajenos” a aquello que pretenden llegar. A uno se le niega algún conocimiento del sistema judicial, mientras que al otro se le recuerda constantemente que vino desde otra aldea para trabajar, de modo que su opinión no importa porque no está versado en las costumbres de la aldea donde se encuentra. Esta es una manera en que el medio actúa en contra de ellos.
Camus, en su obra literaria, replanteó la enfermedad de Kafka bajo una trama más moderna: ¿Qué pasaría si el enfermo se viese impedido de la verdad que anhela, no por acción del medio que lo rodea, no por las otras personas, sino por su propia elección? El resultado de este pensamiento es la novela “El Extranjero”, donde el personaje es extraño y extranjero a sí mismo.
Mucho se ha dicho acerca del curioso personaje en El Extranjero, incluyendo el hecho de que era egoísta. Pero para ser egoísta se necesita una intención voluntaria de que las situaciones se dirijan hacia el “yo”. Muy distinto a esto, ante las situaciones fuertes de la vida, tales como el amor, la religión, la muerte de su madre, su propio juicio, etc. Meursault simplemente actuaba con indiferencia, o como bien dice el poema de Baudelaire, “amando las nubes” (5). Esta no es una persona egoísta, es una persona enferma, sin futuro, sin ambición, sin querer llegar a una verdad. Sin querer trascender, que es el punto mismo del existencialismo. Una persona enferma con la misma enfermedad que el agrimensor K. o el Sr. K.; una enfermedad existencialista. Hasta el último momento se le ofreció la oportunidad de redimirse, pero él se negó, y murió ejecutado “como un perro”.
Camus llevó esta idea de la enfermedad autoinducida a toda una población cuando escribió La Peste. Este libro relata la historia de una comunidad muy particularidad a la que le toca convivir con la peste negra. Sin embargo, la certeza de que lo que afecta a la población es la peste bubónica no se encuentra sino hasta el primer tercio del libro. Esto es porque La Peste en realidad trata una realidad más profunda: toda la comunidad de Orán está apestada con la enfermedad de Kafka. Esta es la descripción que el narrador, el doctor Rieux, hace de la ciudad:

El modo más cómodo de conocer una ciudad es averiguar cómo se trabaja en ella, cómo se ama y cómo se muere. En nuestra ciudad, por efecto del clima, todo ellos se hace con el mismo aire frenético y ausente. Es decir que se aburre uno y se dedica a adquirir hábitos. (…) Esta ciudad, sin nada pintoresco, sin vegetación y sin alma, acaba por servir de reposo y al fin se adormece uno en ella. (6)
La entrada en escena de la peste negra en esta ciudad hizo que los habitantes se dieran cuenta de que vivían adormecidos, y a lo largo de los meses de cuarentena y a causa de los miles y miles de muertos, razonaran su enfermedad kafkiana. Así, el párroco Paneloux explicaba en sus sermones:

Y como las buenas mujeres que en las iglesias, en esos momentos, habiendo oído decir que los bubones que se forman son la vía natural por donde el cuerpo expulsa la infección, dice: “Dios mío, dadles bubones” (…)(7)

   La importancia central de La Peste reside en el hecho que Camus va todavía más allá de Kafka: no solamente apesta a toda una ciudad, sino que además busca una cura. No solamente una solución con la cual vivir, sino una cura real, una absolución definitiva. A los varios personajes que componen la ciudad se les pone a su alcance diversos medios en los cuales apoyarse para comenzar a curar: familia, amantes, oficios, religión, pasatiempos, etc. Sin embargo, de todos los personajes, sólo uno logra curarse. Este personaje es Tarrou, el amigo del Dr. Rieux.
Tarrou sostiene un largo diálogo con Rieux donde resume los cuatro libros (8).  Explica que él también estuvo enfermo:

Digamos para simplificar, Rieux, que yo padecía ya de la peste mucho antes de conocer esta actitud y esta epidemia. Basta con decir que soy como todo el mundo. Pero hay gentes que no lo saben, o que se encuentran bien en ese estado y hay gentes que lo saben y quieren salir de él. Siempre he querido salir.(…)

Y su cura:

 - He llegado al convencimiento de que todos vivimos en la peste y he perdido la paz. Ahora la busco, intentando comprenderlos a todos y no ser enemigo mortal de nadie. Sé únicamente que  hay que hacer todo lo que sea necesario para no ser un apestado y
que sólo eso puede hacernos esperar la paz o una buena muerte,   a falta de ello. Eso es lo único que puede aliviar a los hombres y si no salvarlos, por lo menos hacerles el menor mal posible y a veces incluso un poco de bien. (…) Así que afirmo que hay plagas y víctimas y nada más. (…) Claro que tiene que haber una tercera  categoría: la de los verdaderos médicos, pero de éstos no se encuentran muchos porque es muy difícil. Por eso decido ponerme del lado de las víctimas, para evitar estragos. Entre ellas, por lo menos, puedo ir viendo cómo se llega a la tercera categoría, es decir, a la paz. (…)  El doctor se enderezó un poco y preguntó a Tarrou si tenía Una idea de qué camino había que escoger para llegar a la paz.
- Sí, la simpatía (9).

Camus muestra los tres posibles desenlaces para la enfermedad, aquellos que explicaba Titorelli: la cura definitiva, la cura aparente, y la prórroga ilimitada. Ya he dicho que el único personaje que se cura definitivamente es Tarrou, pues es el único que conoce la cura. El resto de los ciudadanos logran una cura aparente. Pero Rieux sólo logra prorrogar su enfermedad. Considera que Tarrou no ha encontrado la esperanza, y por lo tanto no está seguro de si ha muerto en paz. Sabe también que ha sido despertado de su somnoliencia, pero no está seguro de cómo alcanzar la cura sugerida por Tarrou. Todo esto se hace evidente en lo que escribe al respecto de las otras personas:
 Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que la alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte  a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa. (10)

Tal como sucede con el juez que un día puede encontrar la causa, ver que no ha perdido rigor, y ordenar un nuevo arresto, la peste puede volver el día menos pensado.
Kafka planteó una enfermedad desde el punto de vista de su propia existencia. Sin embargo, a todos los humanos nos toca preocuparnos por alcanzar nuestra propia verdad para no perder la condición de humanos, para no permanecer dormidos. En la literatura que hemos analizado, se analiza este problema en detalle, desde el punto de vista de los autores. Pero queda resolver el problema desde nuestro propio punto de vista.

NOTAS
(1) Este ensayo es parte del libro El mito de Sísifo (1951)
(2) Tal vez una de las mejores explicaciones de por qué se le han atribuido tantos significados a los escritos de Kafka sea la de Camus: “Un símbolo supera siempre a quien lo emplea y le hace decir en realidad más de lo que cree expresar”. (De “La esperanza y el absurdo en la obra de Franz Kafka”, en El mito de Sísifo. Editorial Altaya. Barcelona (1994). Pág. 165)  
(3) De “La esperanza y lo absurdo en la obra de Franz Kafka”, en El mito de Sísifo, por Albert Camus. Editorial Altaya. Barcelona (1994). Pág. 172
(4) De El Proceso, por Franz Kafka. Editorial “El Ateneo”. Buenos Aires (1978). págs. 115-131.
(5)  La enfermedad descripta concuerda perfectamente con un poema de Baudelaire llamado “El extranjero”, cuyo último verso recita:
- ¿Pues qué es lo que amas, extraordinario extranjero?
- ¡Amo las nubes…, las nubes que pasan… allá lejos… las maravillosas nubes!
(Traducción por Nydia Lamarque. Editorial Aguilar. México (1961)
(6) De La Peste. Editorial Seix Barral. Buenos Aires (1985). Págs. 7 -10
(7) Idem.Pág. 172
(8)En si mismo, La Peste cita a El Proceso en una conversación que un personaje llamado Cottard sostiene con el doctor Rieux, donde le cuenta que habia leido un libro donde “se juzgaba a un pobre tipo sin que èl supiera quienes o porquè lo juzgaban”, y cita a El Extranjero en una conversación que este mismo Cottard sostiene con una mujer, que le cuenta sobre un juicio a un hombre que habìa matado a un àrabe en la costa.
(9) Idem. Págs. 187- 195
(10) Idem. Última página.

Una tarde calurosa

Una tarde calurosa,
en una chacra segando,
me llegaron las noticias
que un viejo estaba cantando.

Ensillé mi redomón
(era regular el flete).
Enderecé pa' una fonda
adonde estaba el vejete.

Al subir un cuesta arriba
y al bajar un desparejo,
ya vide blanquiar los pastos:
se me hacía  que era el viejo.

¡Vean que diablo de viejo!
Sin duda, me conoció,
porque no faltó un intruso
que al verme se lo informó.

El viejo:
Venga para acá, mocito;
otra pregunta le haré:
¡cuántos pelos tiene un gato
cuando acaba de nacer?

El muchacho:
Ya que la pregunta me hace,
la respuesta le daré:
si no se la ha caído alguno,
todos los ha de tener.

El viejo:
Venga para acá, mocito;
otra pregunta le haré:
¿cuántas piedras tiene un río
cuando deja de crecer?

El muchacho:
Ya que la pregunta me hace,
la respuesta le daré:
póngamelas en hilera,
contando se las diré.

El viejo:
Venga para acá, mocito;
otra pregunta le haré:
¡qué cosa echó Dios al mundo
sin acabarla de hacer?

El muchacho:
Es difícil la pregunta
para mi ciencia tan poco;
y le diré que es el mate,
pues Dios no le abrió la boca.

El viejo:
Atrevido de muchacho,
que me venís a faltar.
Muy bien puedo ser tu padre,
y me debes respetar.

El muchacho:
No soy atrevido, padre,
yo no le vengo a faltar.
Me ha de mostrar la corona
y se ha i dar a respetar.

Dictado por don Ceferino Vega en Guandacol. Está en el cancionero popular de Tucumán bajo el número 912. Fuente: Poetas y Payadores, de Durañona y Partucci, Colección Del Mirador, Cántaro Editores 

Dos poesías de don “Ata”, Atahualpa Yupanqui

(Seudónimo de Héctor Roberto Chavero). El seudónimo significa: “Ata”, venir; “hu”, de lejos; “alpa”, tierra; “Yupanqui”, para contar. O sea: ”(Alguien que) viene de lejos para contar cosas de la tierra”


Guitarra

La tierra es todo cantares.
Como pasto van brotando.
Tu te pones a escucharla
y ella te los va dictando.

Romance de la copla perdida

La copla se hacer redonda
para dormirse en el pecho,
 y la despiertan de noche
los alaridos del viento.
Manadas de azules sombras
apuñalan al silencio,
y en el rodar de los ríos
se pone a llorar el cerro.
En las espuelas del gaucho
una canción va naciendo.
La noche va por los campos
con una humedad de besos.
La colpa mueve sus alas
para lanzarse a los vientos.
Y el hombre se queda solo,
parado frente a un recuerdo

No te vayas canto mío;
sigue durmiendo en mi pecho.
Te están aullando en la noche
todos los lobos del viento.
Mi corazón te acunaba
para siempre y desde lejos,
para que en noches oscuras
le dieras luz a los sueños.
Para qué despedazarte
por el breñal de los cerros,
si ya están llenas las sendas
de ausencias que fueron versos.
Golpeando los guardamontes
voy espantando silencios.
No quiero quedarme solo
parado frente a un recuerdo.

Mi canto estaba dormido.
Acurrucado en el tiempo.
Pensando en auroras nuevas
yo lo traje desde lejos.
Floreció en mi soledad
para endulzar el silencio
hasta que lo despertaron
los alaridos del viento.
Qué adorno pondré a mi rancho
para alegrar mi regreso,
si mi copla se ha fugado
con el are bandolero.
Entre la noche y el alba
la vida se nos va yendo.
Entre el ayer y el mañana
se nos muere el mejor sueño.
Mi copla se fue de noche
por los caminos del cerro.
Y yo me he quedado solo;

parado frente al recuerdo.

“El gaucho” Payada entre Juan J. García (argentino) y W. Monsegui (uruguayo) (Selección)

G: Vengo de un tiempo, paisanos
con un caudal de esperiencia.
Casi un siglo de esistencia
cantando guitarra en mano.
Como deudo veterano
voy a enfrentar a un cultor
y joven de gran valor
quien quiere preguntar
si me puede contestar
qué es el gaucho payador.

M: Esiste una diferencia
que le quiero establecer
respecto al gaucho que ayer
se jugó en la independencia.
El gaucho de hoy se evidencia
salvando tiempo y distancia
porque avanzó con más ansia
y en la evolución que anhela
luchó para que la escuela
llegue al casco de la estancia.

G: No es por mal intencionao
pero como soy curioso
quiero que me aclare mozo
lo del presente y pasado
algo de duda ha dejado
con su décima espinela.
En realidad me desvela
al hacerle ese intercambio
en que evidencia el cambio
cuando el gaucho entró en la escuela.

M: Radica el cambio en el hecho
de que hoy se ha cultivado
y está mejor informado
frente a la ley del derecho.
El de ayer le puso el pecho
corajudo ante la lanza;
el de hoy basó su confianza
de no ser subestimado
y las armas ha cambiado.
La cultura es esperanza.

G: Usté sa va por las ramas.
Hay que defender lo nuestro.
Yo puedo ser su maestro
que usté en su escuela proclama.
Lo que en la historia amalgama
allá en la historia primera
se ha grabado en mi mollera.
Se lo puedo repetir.
Si respetan mi país
bienvenidos los de afuera.

M: Si el mundo es una familia
no esiste el hombre de afuera.
Por culpa de la frontera
hay odio, guerra y vigilia.
No soy un ser que se exilia
en absurdo localismo.
Amemos el humanismo
si usté como yo es humano
porque negar a un hermano
sería negarse a uno mismo.

G: Usté tiene su razón
pero yo tengo la mía.
Valoro la valentía
que tuvo en esta ocasión.
Usté habló de evolución
y yo de tiempo pasado,
pero le dejo aclarado
que estaré firme en mi cancha.
Cuando me dé la revancha
veremos el resultado.

M: Yo no tengo inconveniente.
Si me espera he de esperarlo.
Si me topa he de toparlo
verso a verso, frente a frente.
tan heroico y tan fecundo,
daré segundo a segundo
la sangre de mis arpegios
porque pienso que el colegio
es la salvación del mundo.

(Fuentes: Poetas y Payadores, de Durañona y Partucci, Colección Del Mirador, Cántaro Editores)