martes, 25 de junio de 2013

El guapo que nunca fue - Ezequiel Feito

La luna se iba a cruzar fatalmente en aquella esquina de Salta y Pavón. El almacén jugaba con el oro bajo de la tarde con una pereza soñolienta, casi como arrastrándose.  En el estaño que el dueño había improvisado, un hombre de traje gris estaba bebiendo.
Sus ojos iban alternativamente del vaso a la ventana, de un vidrio a otro. El sol entraba y encendía con un fuego pobre el vaso y reflejaba en la ventana una mezcla de grises encendidos de extrañas fosforescencias que iban consumiendo la vida de aquellos que pasaban por la vereda.
El hombre dejó el vaso y tanteó el cuchillo como quien recuerda una cita. Eran casi las siete de la tarde.  Pronto anochecerá y los dos hombres jugarán el cuidado de tantos años a un sólo gesto.
Miró profundamente hacia la calle. Faltaba poco. Un gesto mecánico de fastidio llevó al hombre a pedir otra caña, apurando la bebida y el reloj al mismo tiempo.
El trago le cayó áspero.  De repente le vino a la memoria la historia de aquel rencor.    Despierto, soñó dentro de sí una a una las imágenes.
El baile, el patio, la música, la orquesta, los hombres, las mujeres, el rápido girar de los cuerpos, las luces que descaradamente deformaban las siluetas, aplastándolas contra el piso arrebatándoles la gracia y la identidad.
El hombre sonreía.
De repente se endureció. Las imágenes estaban ahora como cortadas en mil pedazos. Desencajadas, vagaban siniestramente en la noche como queriendo arrebatar un alma. Unas pocas palabras bastaron para que todo desapareciese y que para él, el único ofendido, no le quedase más salida que matar. Lo había esperado afuera durante mucho rato, hasta que con una sonrisa burlona comprendió que se había escapado.
Pidió y tomó otra caña. Recién eran las siete y cinco. Le parecían una eternidad esos pocos minutos que comúnmente nada valen. Miró el reloj de la pared, la ventana. No habían cambiado mucho. El sol seguía desgastando las figuras e incendiaba algunos árboles y edificios. Los iba consumiendo lentamente como si fueran minutos o segundos.
Volvió a pedir otra caña. Había comenzado a tener cierto fastidio. Una especie de niebla lo iba envolviendo lenta y pausadamente haciéndole sentir una flaccidez desconocida hasta ese momento y que él atribuyó al alcohol; lo cierto es que le parecía que había pasado un siglo desde que había entrado a ese bar o almacén a esperar a uno que cierta noche lo llamó cobarde.
Volvió a mirar el reloj. Siete y seis minutos. Un sudor tibio y denso le corrió por el cuerpo como si se estuviese deshaciendo. Su cuello, su nuca y su frente le parecían hechas de cera.
Se acomodó la ropa y secándose con el pañuelo trató de improvisar cierta compostura. Miró una y mil veces el reloj, la ventana, la calle y el sol que seguía iluminando con su enfermiza luz aquel paisaje malsano y deforme. Recién ahí se dio cuenta de que el tipo jamás llegaría. Nunca mataría a aquel que lo ofendió ni tendría la oportunidad siquiera de salir de aquel lugar (bar o almacén) porque sin duda había descubierto lo terrible: Ya estaba en el infierno.

Instrucciones-ejemplo sobre la forma de tener miedo - Julio Cortázar

En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen.
Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
En la plaza del Quirinal, en Roma, hay un punto que conocían los iniciados hasta el siglo XIX, y desde el cual, con luna llena, se ven moverse lentamente las estatuas de los Dióscuros que luchan con sus caballos encabritados.
En Amalfí, al terminar la zona costanera, hay un malecón que entra en el mar y la noche. Se oye ladrar a un perro más allá de la última farola.
Un señor está extendiendo pasta dentrífica en el cepillo. De pronto ve, acostada de espaldas, una diminuta imagen de mujer, de coral o quizá de miga de pan pintada.
Al abrir el ropero para sacar una camisa, cae un viejo almanaque que se deshace, se deshoja, cubre la ropa blanca con miles de sucias mariposas de papel.
Se sabe de un viajante de comercio a quien le empezó a doler la muñeca izquierda, justamente debajo del reloj de pulsera. Al arrancarse el reloj, saltó la sangre: la herida mostraba la huella de unos dientes muy finos.
El médico termina de examinarnos y nos tranquiliza. Su voz grave y cordial precede los medicamentos cuya receta escribe ahora, sentado ante su mesa. De cuando en cuando alza la cabeza y sonríe, alentándonos. No es de cuidado, en una semana estaremos bien. Nos arrellanamos en nuestro sillón, felices, y miramos distraídamente en torno. De pronto, en la penumbra debajo de la mesa vemos las piernas del médico. Se ha subido los pantalones hasta los muslos, y tiene medias de mujer.

Al Mayo del 68 - Por Ezequiel Feito


                                                “¿Quién habla de victorias? El resistir lo es todo.”
                                                               Rilke: Réquiem para el poeta Wolf Von Kalckreuth

¿Cuál será el peso exacto, el gesto que equilibre
tu incipiente carne en la balanza
cuando no haya más victoria ni libertad que el sueño?

Angel del bien petrificado: ¿Recuerdas
cuando en el aire presuroso
dibujabas laberintos de silencio,
y  con sangre joven, gritabas convencida:
“¡Mayo del 68 no está muy lejos!”?

Mas nada eres hoy, siquiera un eco
del pasado. Sólo un gris, discreto,
murmullo de impublicable edad, e historia de un comienzo
que generoso te convence de un lugar más bello que la muerte
y de un tiempo que vivirás sin ser, como cualquiera
con diluida rosa como estéril pecho.

Escucha.
Mayo del 68 aún no está muy lejos.
Nosotros nos hemos alejado, resignándonos
con robar bronces en el cementerio.
¿Oyes la brisa de lápidas pesadas? Nos aguarda
un corcel de tiempo,
cuyo redoblar de patas despertará a la muerte
y la miseria, puntual, vendrá de lejos.

Votar a urna llena, hacer las pausas
que la escuela enseña tras bostezos
de bestial docilidad, de estéril rebeldía,
de corrupta complacencia hacia el gobierno.

Apúrate a luchar. Y si lo haces
tendrás que destruir todo, la antigua nada,
y sobre esa nada informe florecerán tus huesos.

Un aliento sutil los llenará de vida
y palpitará tu carne como en otros tiempos.





























































Elegía para un gato cazador de estrellas - Ezequiel Feito

Cierto día se puso a cazar
en la parte mas baja del cerro.
Se acostó suavemente en el agua
atrapando unos cuantos insectos.

A unas nubes que, maleducadas,
por el agua pasaban sin verlo,
las deshizo en sus pálidas garras
que parecen rezar en silencio.

Por las noches, inmóvil, desgarra
con sus dientes perfectos y quietos,
unas pocas estrellas, que errantes
saciar buscan la sed de los muertos.

Se va hinchando del sol de la tarde
cuando el pasto despinta su cuerpo,
y el sereno crepúsculo arde
en sus ojos callados de cielo.

LEYENDA DEL CERRO VOLCÁN - Jorge A. Dágata, en colaboración con Lidia S. Taddeo.

En tiempos muy remotos, la gente que transitaba por estos lugares se guiaba en las noches por un cerro cónico que despedía llamaradas, como un volcán.
Todavía los idiomas no se habían mezclado. A un arroyo lo llamaban Chapadleufú, palabra compuesta por barro y agua que corre. Un cerro era casu y para designar algo que sobresaliera, lo designaban hati. Casuhati significaba, entonces, cerro alto. El hombre era guayna, el sud tehuel.
Conocían una región desierta a la que llamaban Huecufú Mapu, país del mal. Por ahí andaba Gualichu, un espíritu destructor enemigo de la gente. Los guaynas la evitaban cuando iban o volvían del tehuel, porque en ella las tormentas de arena eran muy fuertes, los cegaban hasta extraviarlos y muchos murieron en el intento de atravesarla. Según ellos había por el suelo piedras redondas, marcadas con un surco en el medio por el dedo pulgar de quien las había sembrado: Gualichu. El podía transformarse en cualquier fenómeno de la naturaleza, en planta o animal, según le viniera en gana. Y lo peor de todo: podía salir a enredar las cosas por el mundo. Por ejemplo, lograr que los de un lado y otro de su tierra pelearan sin motivo.
Si los guaynas salían a cazar y se alejaban demasiado, desviaban el camino por la costa para no cruzar por ese lugar tan temible. Llegaban al cerro cónico y alimentaban el fuego de la cima con ramas de curru-mamül, un arbusto que entonces abundaba. Algunos se quedaban durante días o semanas para mantener vivo al cerro y guiar a los demás cuando regresaran. A ese punto de referencia lo llamaban Vuülcan, que significa sierras unidas por la base. Cuando las lenguas empezaron a confundirse, le quedó un nombre que se le parece y recuerda lo que era antes: Sierras del Volcán.
Mucho tiempo pasó y la cima del Vuülcán dejó de iluminar a la gente, que ya no recorre largos caminos por la costa para evitar el país maldito. Hacia el oeste hay una sierra, con un gran mordisco que entonces no tenía. Y en medio están los campos cultivados y la habitación de quienes apenas recuerdan esas épocas lejanas y el nombre que designaba a cada cosa.
Siguen contando, sin embargo, que todo cambió un atardecer. La sierra del poniente comenzaba a desdibujar su línea continua y en la cima del Volcán brillaba, atenta, la luz de los cazadores. Fuego y ceniza se esparcían en oleadas grises y amarillas por los campos del valle, en la espera solitaria de la noche. Aún no los cruzaba el arado ni detrás de él las semillas despertaban del letargo a la tierra. Los arbustos resecos tenían sed.
Una figura de piel frutal y ojos de asombrada inocencia se asomó a ese palacio de cobre violeta. La llamaban Ayelén, alegría.
Abrió en él su perfume delicado, un sendero de estrellas silenciosas que perseguían al sol. Era como el destello de color que brota en el extremo anhelante de la rama seca, o una caricia de seda sobre la piedra y el metal.
Con pasos frágiles, tendió la mirada curiosa hacia el horizonte.
Descubrió el límite, la región donde la noche próxima abría ya el paisaje del misterio.
El Volcán le teñía los cabellos con resplandores rojizos y el crepúsculo refrescaba su piel joven.
Fue entonces que de las entrañas de la tierra brotó un rugido, quebró el aire quieto de la tarde y lo pobló de un hálito sulfuroso y gris. Venía de lejos: de un país desierto que extraviaba a la gente con ventiscas de arena para devorarla. Se había transformado en temblor que sacudía al valle. Había adquirido garras con las que despeñaba las piedras, alas con las que ahuyentaba al sol moribundo y un soplo de silencio con el cual confundía las palabras.
Era Gualichu, el demonio que había salido de su Huecufú-Mapu. Trepó a la cúspide iluminada, quedó suspendido como una palabra dicha a medias, ante la sorpresa de esa presencia erguida en mitad de su reino, hasta entonces incuestionado.
Rugió y golpeó una y otra vez: en su fragua fundía los lenguajes para confundir a la gente. Su imperio era invadido y no ahorraría maldades para reconquistarlo.
Ayelén se detuvo, en medio del valle. Miró hacia el Volcán, cada vez más luminoso a medida que el sol se ocultaba. Su voz alegraba el aire enrojecido del crepúsculo:
-¿Es el sonido de la tierra que ruge en la penumbra, o hay un espíritu que quiere hablarme?
Desde la cima chispeante, bajó la voz a responderle:
-Estos son mis dominios, desde siempre. Los astros giran según mis designios. Cada piedra ocupa el sitio que he determinado. Hasta el último arbusto implora su gota de lluvia por mi voluntad y puedo concederla o negársela sin explicaciones. ¿Cómo te atreves a invadir mi reino? ¿Acaso estás extraviada?
-¡No, no me he perdido! He llegado a este yermo a encontrarme con quienes regresan  para transformarlo todo. Quiero recibirlos, como mi nombre, con alegría.
La voz se revolcó en fragores profundos, esparció su ira creciente y le lanzó su dentellada de incredulidad:
-¿Acaso existe un poder mayor que el mío? Mi fuerza tiene la impetuosidad de las olas, mi espacio es el de los astros y mi tiempo es aquel que no ha nacido y nunca morirá. ¿Cómo pretendes, mísero pétalo apenas sujeto a un tallo leve, perturbar mi eternidad?
-Sigo una ley tan poderosa que no hay temor capaz de detenerme- respondió, en un murmullo suave, Ayelén.
La voz bajó del Volcán, desplomó sus pasos de yunque y la rodeó con temblores de catástrofe. Se acercó transformado en puma hambriento, pronto a arrebatar la vida a esa hoja, tierna y breve como el instante que precede a la noche. Aspiró su perfume, que sin comprenderlo le pareció el de la tierra arada o el de los jazmines del jardín cuando anochece. Las garras casi rasgaron sus mejillas y el fuego de esos ojos, que ardían desde siempre en la tierra profunda, estuvo a punto de disgregarla en ceniza.
Pero se detuvo y voló como un pájaro oscuro que giraba a su alrededor, indeciso. Se le oyó musitar, entre vapores:
-¡Qué bella es! ¿Cómo puede un ser tan pequeño y solitario reunir la perfección del cristal, la suavidad de la flor, la frescura del ocaso, la calidez del mediodía? ¿Quién ha enviado esta copa de licores desconocidos, que me suspenden en el aire sin que pueda herirla? ¡A mí, que soy fuerza sin control, amo y señor de la luz y la oscuridad! ¿Cómo es que me contagia la alegría de esperar a los que vuelven de un largo viaje?
Ella lo vio remontarse hacia los últimos rayos del sol, hueco negro de bordes dorados, alas que presagiaban otro mundo abierto más allá, donde otra vez sería felino deslizándose entre las grietas y  luego el camino ardiente de la lava y la prisión de roca, el temblor y la furia.
Creyó ver bajo esas alas un universo de seres y objetos que se postraban a sus pies. Palacios traslúcidos donde colgaban lámparas eternas de cuarcitas, arroyos de frescura que sembraban frondas rumorosas, vasos repletos de perfectas joyas creadas por la mano de un Artista sin maestros. Allá iba el oscuro pájaro, arrebatando rayos de pureza al sol moribundo para engalanarla con una luz dorada que enceguecía. Cada giro en el aire era un ademán creador de bellezas cautivantes; cada vuelta, una ofrenda a la vez grandiosa y humilde, sólo para ella rescatada del caos mineral y del silencio de la noche.
Ayelén escuchó muy adentro suyo esa voz de alegría, como si proviniera de la costa, donde el mar salpicaba de espuma las cavernas. ¿Eran los cazadores, de regreso? Venían por la llanura lejana, hacia la antorcha del Volcán, destacada ahora en medio de la oscuridad. Le contaban que habían hallado extrañas artes de otros hombres: la semilla, esperanza de un sol que siempre vuelve; las letras, siembra para otro día que habría de nacer. Los rostros se multiplicaban en una marcha sin descanso, hacia ella, hacia el lugar donde había encontrado el límite continuo de sierras. Un joven gallardo y seguro los dirigía. Tal vez buscaba su Ayelén. Su bandera era un cielo de amanecer, más allá del Vuülcán. La agitaba sin descanso y la multitud lo seguía, rumoreando una canción que era de este mundo pero parecía adelantarse y transformarlo todo.
Las alas de la noche se detuvieron a esperarla, impacientes. La reclamaron a su reino tendiéndole su ofrenda. Por un momento ella se sintió atraída, pero enseguida vio las garras punzantes que la sostenían y se negó una y otra vez.
Entonces, el pájaro descendió al puma y el puma a la furia incontrolada de la piedra en movimiento. Era otra vez el caos, en medio de la noche. Rocas sobre rocas que se desplomaban, vientos de tierra arenosa que enloquecían, temblores que estallaban contra su cara como las olas del mar en una tempestad.
La cima cónica seguía guiando a los cazadores, que regresaban multiplicados aunque Ayelén no pudiera verlos.
La furia cruzó el valle y en el horizonte de sierras marcó una dentellada diabólica. Es desde entonces un hueco, una curva dejada en su paso hacia el volcán, marca indeleble del amor desahuciado y el fin de un reinado que se creía eterno.
Todavía fue un rugido inmenso mientras cruzaba el valle y se hundía en el cráter llameante del cerro, que se tapó sepultándolo con piedras.
Los cazadores no encontraron la antorcha que los guiaba. Sólo vieron el  resplandor final del último día en que vivirían en paz. Gualichu había impregnado la tierra con vapores de rencor y mezclaba las lenguas para que los hombres no pudieran comprenderse.
Muchas cosas cambiaron de nombre. El Volcán no volvió a arder y hacia el oeste, el profundo Mordisco del Diablo identifica desde entonces un lugar que cambió para siempre.
Cuando la cosecha es abundante, un ser querido regresa al hogar o se celebra una fiesta, la gente expresa su alegría. Es un regalo de la tierra, que recuerda a Ayelén.

POBRES, POBREZA Artículo extraído de la “Enciclopedia del Siglo XXI“, de Jorge A. Dágata

Son éstas palabras que despiertan sentimientos encontrados. De las miles de generaciones de millones y millones de seres humanos, muy pocos han querido ser pobres. Menos todavía los que lo desearon de verdad y no como expresión de una falsa opción que ocultara el hecho de que ya lo eran.
Muchos se han propuesto combatir la pobreza o eliminar, de algún modo, a los que la detentan. Algunos creyeron encontrar métodos eficaces para lograrlo, pero los números siempre se les volvieron en contra: ellos se multiplican en la misma proporción en que se los combate, siguen poblando la mayor parte del planeta, procrean pobres si se resignan, empobrecen a otros si deciden presentar batalla, se infiltran en las fronteras de la abundancia para arrancar migajas de lo que les falta, las devoran hasta que les siguen faltando y son, en definitiva, como una mancha que se extiende más cuando se la quiere disolver.
Algún teólogo sentenció que son los más queridos por Dios, presentando como prueba que son sus criaturas más abundantes. Predilectos de esa divinidad, la complacen aumentando su número.
Para un filósofo, no son pobres los que no tienen sino los que desean tener, lo que casi no deja a nadie fuera de la categoría.
Desde la ciencia, durante un tiempo se dijo creer que ideando métodos para generar riqueza decrecería el número de pobres, pero ellos siguieron siendo fieles al principio, y aparecieron con mayor abundancia que en ninguna época anterior.
Desde la política y la sociología se apuntó a la distribución, con finalidades bien distintas por cierto. Ellos se distribuyeron con la mejor predisposición y son más, y más, sociológica y políticamente expandidos por donde se quiera mirar. Algunos sociólogos dispusieron de mayor material de estudio y se mostraron satisfechos. Más lo estuvieron los políticos y plantearon el derecho de que el número determinara el poder, aunque solamente hasta el momento en que ellos mismos lo poseyeran.
La pobreza abarca también los modos de ser. Hay pobres de espíritu, de ideas, de corazón. Los hay que se acicalan para el disimulo y los que se complacen en parecer más de lo que realmente son. También los hay que ni son ni no son, paupérrimos estos en cuanto a capacidad para definirse. Pobres existen que ni siquiera se reconocen de esa condición: tal vez los únicos que habitan, aunque sea ocasionalmente, la terra incógnita de la felicidad. Ignorantes, son pobres en conocimiento. Felices, son pobres en sufrimiento.
La pobreza no es, como algunos creen, una condición que se elige. Ni siquiera es terminante que sea una condición. Carece de definiciones precisas, no tiene un marco conceptual adecuado para clasificarla, no es un don, no es un defecto, no viene de la Naturaleza ni de Dios, ni va a ningún lado. Mal se puede elegir un ente tan pobremente definido como éste.
¿Qué es, entonces, se pregunta el pobre lector?  Pues plantea un sinsentido. Es de una carencia tal que no sólo abarca las posibles respuestas, sino más aún a la propia pregunta. Tautológicamente se dice que la pobreza es la pobreza y los pobres son pobres. Antes para la teología, después para la ciencia, ahora para la política, no hay nada que hacer. O hay tanto que se requiere demasiada convicción para realizarlo. Como también en cuanto a convicciones se revela una mísera disponibilidad, el estado actual de las cosas posibilita una conclusión de perfecta coherencia con el significado de la palabra. Pobres los que no alcancen a comprenderlo.

Contate un cuento I - Mención Especial Categoría “A”: Nadia Iarossi

Gaviotas 

Aquel verano viajaron a Entre Ríos. Serían  las vacaciones más largas que la familia había tomado jamás. ¡Un mes! Era grandioso.
Extrañaría mucho a sus amigas. Pero Estefanía necesitaba salir del inquieto Buenos Aires, y que mejor, unos días alejada del mundo.
Cuando llegaron allí todo iba bien. Salían a comer, tomaban helados, pescaban y se bañaban en el río.
Una mañana fueron a comprar regalos para los amigos. Caminaron por la plaza principal donde había una feria hippie.
Se mezclaron entre la gente admirando las distintas artesanías. Se probaron túnicas transparentes, joyas con piedras engarzadas en plata y alpaca, remeras coloridas. Disfrutaban con placer ese lugar concurrido armonizado por música alegre, perfume a sahumerios y gente divertida.
Les encantó contemplar los místicos llamadores de Ángeles colgados de árboles añosos junto a sombreros de diversos tamaños.
La joven se detuvo deslumbrada frente a ellos. Observó con atención que estaban pintados con pájaros de penetrantes colores.
Eligió uno y lo puso en su cabeza. Se miró en un espejo y se sintió bella, libre, con el cabello suelto y muy largo que reflejaba la luz del sol.
Lo quitó cuidadosamente y examinó con placer las gaviotas pintadas. Eran maravillosas. Las tocó suavemente con sus dedos y una sensación extraña la invadió.
Cerró los ojos y siguió viéndolas. Estaba en un cielo celeste, interminable, movida suavemente por el viento. Sus manos y sus brazos se balanceaban, se transformaban  en alas. Era liviana como una pluma. Volaba alto, muy alto junto con otras  gaviotas.
Su cabeza daba vueltas, no entendía absolutamente nada. Un mareo adormecedor la envolvía.
No podía parar. Era llevada por la brisa suave y tibiamente; lejos, muy lejos.Más allá de los ríos, más allá de las sierras, cada vez más cerca del océano.
Imágenes fabulosas pasaban por su mente. Todo era tan real....
Desde las nubes alcanzó a ver a sus amigas. Estaban felices, gritaban, reían, nadaban en un peligroso mar azul plateado.
De pronto, eran arrastradas por una ola muy alta. Se debatían, se hundían, regresaban a la superficie. Nadie parecía verlas.
Estefanía gritó desesperada desde las alturas, pero solamente un agudo sonido salió de su garganta.
Abrió sus alas blancas y descendió velozmente hasta que llegó a rozar con sus patas la espuma. Necesitaba salvarlas, levantarlas, arrancarlas del agua.
Su corazón  latía velozmente. Ya tocaba a una de las jóvenes, hizo un esfuerzo.
Rogó, suplicó a los cielos. Moriría, si era eso necesario daría su vida a cambio.
De pronto, vio surgir de las olas dos gaviotas, tan blancas como ella, que volaban ágiles hacia el cielo.
Su madre le quitó el sombrero de la cabeza. La miró con curiosidad.
-¿Te sientes bien?  estás pálida.
No pudo responder. Tenía miedo.
Días después regresó a Buenos aires  y corrió a la casa de sus amigas. Festejaron saliendo a andar en bici.
Le contaron que habían ido de vacaciones a Pinamar.
Lo pasaron genial, anduvieron en cuadriciclo, cabalgaron en el bosque, tomaron helados y se bañaron como nunca.
Solo algo no había salido bien: una mañana en la playa, casi  pierden la Vida. El mar las empujó hacia adentro y ya no lograron salir por sus propios medios,  pero sobrevivieron milagrosamente gracias al grupo de rescate.
Estefanía se sintió muy confundida, pero no quiso recordar. Era muy difícil entender lo que había sucedido.
Solo agradeció a Dios tanta felicidad.

Vagabundo - Marianela Díaz

Recuerdo bien aquella tarde de verano cuando fuimos a buscarte a la perrera. Aquel lugar, administrado con el mayor amor pero con los menores recursos, era un lugar interesante: se intentaba alojar a todos los perros callejeros de la ciudad. Bueno, esa era la intención porque siempre se escapaba uno, nacía otro nuevo y la realidad es que no era posible contener a toda la población canina sin hogar. Siempre quedaban algunos afuera.
Había muchos perritos, algunos grandes otros más chiquitos, pero mi hermano se quedó con uno en especial. Un animalito sin raza, dueño o papeles que pudiera comprobar su pedigrí, si es que existe en la realidad esa palabra tal como se la define.
Una mujer, al ver que mi hermano te miraba con tanto cariño, comentó que te llamaban MIEL, por el color de tus ojos. En verdad se parecían a la miel cuando está recién cosechada y hacían juego con tu pelaje marrón claro y blanco. Parecías un zorro, según mi papá.
Te llevamos en auto hasta la casa, donde mamá nos esperaba con cierta curiosidad. No podría decir alegría, porque ella siempre dice que te aceptó por nosotros, nada más.
Todavía me acuerdo de la cucha de madera que papá te hizo, la encontraste rara al principio, pero después te gustó. Comías despacio porque la calle te había enseñado que cada bocado que se encuentra es tan valioso como la vida misma y debe durar el mayor tiempo posible.
Eras un animalito sumamente travieso, y te pusiste peor cuando te trajimos un compañero de casa, otro perrito, como vos.
Me acuerdo de esa vez que fuiste el primero en probar mi torta de los 15. Debe haberte resultado muy buena porque dijo mami que lamiste un buen pedazo. Obvio, nadie se enteró, pero seguro te ligaste un buen reto.
Cada vez que hay un asado me vienen a la memoria todas las veces que le robaste a mi papá carne de la parrilla. Una vez un pollo, otro día un pedazo de asado.
Tengo presente cada vez que me fui a verte al patio y te contaba mis tristezas. No creo que hayas podido comprenderme, pero sí creo que percibías mi estado de ánimo. Porque me mirabas con cariño y apoyabas tu pata en mi mano como señal de comprensión.
Siempre fuiste un animal muy amistoso con la gente, aunque los otros animales, sobre todo los gatos y las gallinas de una vecina no podrían decir lo mismo. Mi hermano y papá te retaron muchas veces por haber lastimado a otros animales. Pero nunca escarmentabas.
Tampoco escarmentaste después de que, por correr detrás de un auto, te lastimaste dos veces la misma pata. Creo que pensabas que era otro animal, como vos, que invadía tu territorio.
Te hicimos el hábito de salir a caminar cada viernes de noche para encender los calefactores de la iglesia, ya que las mañanas de invierno siempre se presentan frías por estos lugares. No había otro día en la semana en el cual pidieses para salir. Eso llamaba poderosamente la atención, estamos seguros de que no tenés reloj ni sabés contar.
De las cosas que recuerdo sobre tu paso por nuestra vida familiar, hay algunas que no son muy gratas. Entre ellas tengo que contar las tres o cuatro veces que te fugaste de casa. Sin razón aparente fuera del instinto.
Eras un vagabundo, naciste en la calle. Te sentías parte de ella como nadie y creo, mirando hacia atrás, que nunca dejaste tu identidad. Si tenías comida y casa estabas bien, pero extrañabas tu libertad.
Te buscamos varias veces y te encontramos hasta que, la última vez, decidimos que era mejor que no te trajéramos del nuevo lugar que escogiste para quedarte. Dejarte ser libre fue, a mi entender, la última muestra de cariño que pudimos darte. Verte feliz, aunque ya no estuvieras en casa.
A veces paso por la bicicletería, donde me dijeron que vivías, con la esperanza de verte. Una vez lo logré ahora, ya no se te ve más.
Tu historia se parece mucho a la de todos los seres humanos. Nacemos con el pecado a cuestas, como una mochila que se debe cargar de por vida.
Por amor, Dios nos atiende, nos escucha, nos salva. Pero sabe que no puede comprar nuestro amor, nuestra fidelidad incondicional. Por eso, con dolor, muchas veces tiene que dejarnos ir hacia donde creemos que somos felices. Aunque siempre, como el padre de aquel hijo pródigo, sale a la puerta o pasa cerca de ti esperando que vuelvas.

LA LITERATURA EN LA ESCUELA DE PAPÁ Y MAMÁ PARTE 2º

Hoy publicamos la segunda recopilación especial de textos que aparecieron en libros de lectura del período 1954 - 1962. La mayoría de los que realizaron estas “pequeñas obras maestras” hoy están en el olvido. Ellos también están Rescatados del Fuego. Estas poesías y artículos fueron sacados de libros de texto que se utilizaban con los alumnos de 4º, 5º y 6º grado. Los libros consultados son: “Del solar nativo”(1945), “Surco y Simiente”(1962), “Así es mi patria”(1951), “Calidoscopio Americano” (1959), “Motivos Americanos” (1956), “Ayer y hoy”(1957) y “República” (1957) y en algunos medios infantiles más recientes.

Añoranza
Miguel A. Camino.

Corralitos de pirca,
cabras serranas,
azulados de niebla
por las montañas.

Silbo de los zagales
en las quebradas;
el gotear de la fuente
que se desgarra
en un lecho de berros
y mejoranas;
son recuerdo que añora
con pena mi alma.

¡Corralitos de pircas,
cabras serranas!...
¡Y la moza garrida
que va por agua!





CON MOTIVO DE LA PALABRA “CANALLA”
De Edmundo de Amicis (fragmento)

Hay en el pueblo bajo una cantidad de gente que no trabaja, campa por sus respetos de truhanería, anda de borrachera, roba, si puede, no cree ni respeta nada, carece del sentimiento de la dignidad, del de amor a la patria, es más bien la deshonra y la gangrena de la patria misma, y acaba con frecuencia, o merece, al menos, acabar en la cárcel o en presidio. Y esta masa, aunque tenga en gran parte en su favor, la excusa de haber nacido y crecido en la miseria y en la ignorancia, es innegablemente canalla.
Hay otra cantidad de gente, en otra clase social, la cual no trabaja tampoco o trabaja en daño del prójimo, campa por los respetos de su jerarquía, anda en orgía y francachela, roba, si puede (y puede fácilmente y en grande escala), no cree ni respeta nada, carece del sentimiento de la dignidad, del amor de la patria, y hasta es más bien su deshonor y su gangrena, mereciendo acabar, aunque no acaba casi nunca, en presidio. Y ésta, aunque sea gente culta, que goza de bienestar, educada, ella también incontestablemente es canalla.
No busco especificar cuál de las dos sea más canalla. Pero repito que tengo el derecho de preguntar, cuando oigo la palabra, a cuál de las dos se alude. Y puesto que la equivocación es posible, me parece justo lamentarme de que falte un vocablo para designar aquella hez, para decirlo así, superior, a la cual la voz canalla no se suele aplicar.


Canción
Bernardo Ortiz de Montellano

El pájaro carpintero
y el jilguero aserrador
labran, de marzo a febrero
madera nueva del sol.

A escuadra de vuelo y alas
recortan la luz del sol,
filo de la madrugada
que parte la tierra en dos.

El pájaro carpintero
y el jilguero aserrador,
con la madera del cielo
hacen la casa de Dios.




                                                                   Nuestro idioma
                                                                   Bonifacio Byrne

Hallo más dulce el habla castellana
que la quietud de la nativa aldea,
más deliciosa que la miel hiblea,
más flexible que la espada toledana.

Quiérela el corazón como una hermana
desde que en el hogar se balbucea,
porque está vinculada con la idea
como la luz del sol con la mañana.

De la música tiene la armonía,
de la irascible tempestad el grito,
del mar el eco y el fulgor del día,

la hermosa consistencia del granito,
de los astros la sacra poesía,
        y la vasta amplitud del infinito.



La navegación
Gaspar Núñez de Arce


El barco, al apartarse de la playa,
Rápidamente raya
Las claras ondas con su blanca estela,
Y al avanzar con suave balanceo,
Parece que el deseo
Va impaciente sirviéndole de vela.




Nocturno - Ezequiel Feito

La noche está quieta, los cielos tranquilos,
los árboles mudos, la calle está en paz.
Debajo las hojas, sencillas y graves
un nido vacío, meciéndose va.

La sierra lejana y el jardín cerrado
bañando a la luna en silencio están;
y una gris pareja de amantes pasa
llevando en sus labios a la eternidad.


Oda leñífera al asado Argentino - Eros Verdull

Asado, asado...
¿Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
Llenos están de ayes lastimeros
los frigoríficos y oscuros mataderos.
Pueblan los verdes campos las inocentes reses
que no verán crecer a sus terneros
ni han de llegar en vida casta y recta
hasta la edad provecta.
Por tu culpa
vacíos han quedado los potreros.
Alrededor de tu deseado elíxir
confabularon mafias y partidos
y más de una gambeta
que nos dejó perdidos
se escribió en la grasienta servilleta.
En tu nombre pasamos por los golpes de estado,
la vedas semanales
y los cortes de ruta y tantos males.
Tu artera competencia
con carnaza y con pulpa
tiene la culpa,
Asado,
que no fuiste osobuco
que no fuiste puchero
y te impusiste como gaucho, fiero,
a otras piezas sabrosas que ofrecía el carnicero.
Allá las milanesas, los matambres, los lomos...
Todos devotos de tu grasa somos,
del pellejo pegado a la costilla.
Otros le hinquen el diente a la torillla,
o a pestíferas coles.
¡Que eludiendo lentejas y frijoles
cautivos de tu hechizo
vengan reumas y colesteroles!
Por ti la Patria se hizo y se deshizo,
por ti el mes es  más largo si no hay fiado.
Tuya es la culpa,
asado.
¡Oh, perdición del hombre!
¡Cuántos crímenes se cometen en tu nombre!

Contate un cuento I - 1º Premio Categoría “B”: Candela Victoria

¿QUIÉN HA ASESINADO A CLARISSE ROSS?
                                                                                                                                                      
Me llamo Justin Henley, pero mi nombre no es el punto de esta historia, lo que realmente importa es mi error: yo he estado en el lugar no indicado la hora menos indicada. ¿Cuándo?  ¿A qué hora? ¿En dónde?
El día 31 de Octubre de 1999, a las 23:15 p.m., en la plaza del barrio Saint Martin, justamente el día de Halloween.
¿Qué tenía de malo estar en una plaza casi a media noche en Noche de brujas? Pues… si lo analizaban desde mi punto de vista, mucho ¿Y saben por qué? Porque yo había presenciando un terrible asesinato en aquel momento.
Ahora la pregunta era ¿Qué hacía yo en ese lugar, cuando todo el pueblo debía estar en el festival de disfraces que se celebraba cada año en la calle principal a seis cuadras de esa plaza? A decir verdad, debía reunirme con un compañero allí, Timote Clark.
¿Para qué una cita allí? ¿Sería confidencial lo que hablaríamos? Pero… si era así, no debíamos preocuparnos porque todos, incluso nosotros traíamos disfraces y no nos reconocerían…
El motivo de la cita era bajar nuevamente a las tuberías del colegio, el lunes parecía un buen día, así que nos pusimos de acuerdo, nos despedimos y cada cual tomó un camino diferente.
Cuando cruzaba la plaza me detuve, un grito me alarmó y en segundos una discusión me invadió los oídos, de pronto, así nada más, dos personas se hallaban hablando casi a gritos, estaban disfrazadas: una de payaso y otra de cerdo salvaje, ésta última hacía todo tipo de ademanes. Al parecer no me habían visto pero yo me quedé helado con lo que pasó a continuación: la persona cerda salvaje sacó un arma y en cuanto el payaso le dio la espalda, le disparó dos veces en la cabeza, no le tembló la mano ni un segundo. Después de dispararle, se fue de la plaza.
Me puse de pie y fui hacia el cadáver, me acerqué, yo lo conocía, bueno mejor dicho la conocía, era Clarisse Ross, una compañera muy afectuosa desde hace unos años. Me escondí después de verla porque el asesino volvió con dos bolsas de consorcio con las cuales envolvió el cuerpo de Clarisse, lo levantó con fuerza y se lo llevaba calles abajo
¿Por qué asesinar a Clarisse Ross? ¿Con qué motivo? ¿A dónde podría llevar su cuerpo? Esas preguntas me invaden.
El lunes Timoty Clark y yo, bajamos a las tuberías, hacía frío allí, como de costumbre. Comencé a caminar cuando Timoty me advirtió que me perdería si nos separábamos, así que fuimos los dos por el lado sur. En ese instante comenzamos a percibir un olor fétido, o más bien putrefacto e insoportable, nos apuramos y vimos que algo obstruía el paso en medio del camino, nos acercamos y si… era el cuerpo sin vida de Clarisse ¿Acaso era simple coincidencia que nosotros bajáramos y el cadáver estuviera allí? No lo sé, o no quería saberlo, el hecho es que me di vuelta al verlo, pero Timoty no se sorprendió, algo raro en él.
¿Por qué tirar su cuerpo allí? ¿Cómo llegó a las tuberías? ¿Qué había discutido Clarisse aquella noche?
Al otro día, sentí necesidad de contar todo, pero no pude, no lo sé, saber que ella estaba muerta y no poder decírselo a nadie me hacía sentir mal…pero me desahogué cuando una carta llegó a mis manos ese mismo día, un papel escrito con letra desprolija, con un pulso nervioso, que decía “te vi allí fuiste el único testigo”, yo conozco esa letra, lo sé, el punto era que si la carta decía la verdad, era también un error ¿Saben por qué?, por esto: la carta decía ”te vi allí, fuiste el único testigo”, testigo del homicidio ¿comprenden? Sino ¿de qué me estaba acusando? Por lo tanto alguien me había visto en aquel momento y ese alguien presenció el asesinato.
¿Quién pudo haber sido? ¿Timoty Clark? No…no sé…aunque si lo analizaba encajaba tranquilamente: Timoty pudo haberse quedado en la plaza cuando la conversación le llamó la atención, como a mí, y así vio todo. Pero ese no era el problema, sino en qué momento me había visto: pudo verme escondido y pensar que soy un testigo o pudo verme al lado de Clarisse y pensar que soy un asesino. Eso complicaba los hechos… ¿y si era el asesino el que me había visto? No, no podía porque jamás quitó la vista de Clarisse.
Lo verdaderamente extraño era que el asesino y Clarisse se habían encontrado allí, nadie la había llevado obligada por lo que deduje que ella conocía a su asesino y él a ella. Me decidí a investigar y acabar con todo, se me ocurrió que si Timoty no era el posible segundo testigo, tal vez Clarisse no había ido sola a la plaza, entonces hablé con las tres únicas amigas de ella:
Primero hablé con Charlotte Dilan la “mano derecha” de Clarisse y su compañera confidente desde que tenía memoria, ellas se hablaban de todo y ¿saben lo que me contestó cuando le pregunté si había visto a Clarisse? Que la dejara en paz, como ella merecía descansar. Hasta lo que yo sabía nadie, excepto Timothy y yo, habíamos visto el cadáver en la tubería ¿estaba involucrada Charlotte Dilan? Al fin y al cabo podía haber convencido fácilmente a Clarisse de ir a la plaza y allí acabarla, lo que pasaba era que Charlotte siempre había envidiado la vida de su amiga…
Hablé con Agatha McCurly, quien me dijo que había estado con Clarisse aquella noche, pero       que luego ésta se había ido con Charlotte y no le habían dicho a dónde ¿Y si Agatha las había seguido y era la segunda testigo?
Fui con la tercer chica, Jessica Winston que me dijo que sí había visto a Clarisse con Agatha y Charlotte, pero que a eso de las nueve y media se fue con las chicas, menos con Clarisse,a su casa y no volvieron a ir al festival. Deduje que ninguna estuvo en la plaza aquel 31 de Octubre.
Caminé a casa y se me aclaró la mente, recordé algo importante: la persona cerdo salvaje tenía una puntería delicada y no había fallado ningún disparo, bueno, un disparo a menos de dos metros lo haría cualquiera y no se lo niego ¿pero saben qué? El asesino disparó sin dudar, disparó en el hueso occipital de la cabeza o sea que el primer disparo salió a la altura del mentón y el segundo fue bien alto ya que salió en lo alto de la frente ¿Qué tiene de raro, de perfecto? Que el cerdo salvaje sabía lo que hizo…disparó en lugares donde la muerte sea rápida e infalible y también donde la cara no se desfigurara por completo seguramente para no dañar su rostro, sino hubiera disparado un solo tiro, más en el centro, pero la cara se habría destrozado ¿Mi conclusión? El asesino es experto en tiro.
Al otro día me di cuenta que Timoty Clark pasaría de ser un supuesto testigo al posible homicida ¿Por qué? Timoty me invitó a su casa, la cual está llena de trofeos y diplomas de tiros suyos, a practicar un par de disparos en su polígono casero, me contó que practicaba hace ocho años y se notó porque no falló un solo disparo, les diré que yo tampoco fallé uno.
Me puse a repasar todo y noté que el asesino: conocía a Clarisse, conocía también las tuberías del colegio y es bueno en tiro, sin mencionar que obviamente presenció el homicidio.
Bueno, sencillamente esa ha sido la historia, el caso ha salido a la luz y me han llamado a declarar por conocer a Clarisse. Solo me he dejado llevar por lo que les he contado, todo ha sido simple.
¡Timoty es a quien he culpado! Todo ha apuntado a él, la ida a la plaza, el hecho de conocer a Clarisse como yo, no errar disparos, ver las tuberías del colegio, presenciar el asesinato…¡lo siento! No me ha temblado la boca para culpar a ese maldito ¡le han dado veinte años de cárcel por romper una vida! ¡ Mi vida!
No me ha temblado la boca, como tampoco me ha temblado la mano para tomar el teléfono y citar a Clarisse a las 23:15 en la plaza aquella noche, no me ha temblado la mano para escribirme la carta “te vi allí, fuiste el único testigo” cuando ha debido ser “ME vi allí, SOY el único testigo” ¡la culpa me ha comido la cabeza! ¡He debido decírselo a alguien, aunque sea a mi mismo!, no me ha temblado la mano para disfrazarme de cerdo salvaje ni para llevar el cadáver a la tubería… si yo… Justin Henley… el autor y por lo tanto único testigo de la muerte de Clarisse Ross, mi novia y la chica que me ha engañado con Timoty Clark a mis espaldas los últimos meses.

POESÍA DE PROTESTA - PARTE 2

Esta poesía, que en un tiempo fue revolucionaria y hasta podía costar la vida del que la escribía, ya es material poco frecuente. Siempre existirá una injusticia por la cual protestar, pero a veces las voces son calladas por la comodidad de un reconocimiento social, la gloria de un premio ganado, por la sabiduría de estar en el lugar correcto o simplemente por la desidia de marfil de cada día. Algún día existirá el tiempo en que todo será justo para todos. Pero mientras llega ese día, poetas y cantores seguirán recordándole al pueblo que tanto la vista como los brazos, deberán mantenerlos en alto. Y la lucha sigue...


POEMA 
(Anónimo) 

Se solicitan mecánicos, plomeros, sirvientas,
Mozos chicos, cocineras, jardineros, costureras,
Maestros, choferes, albañiles, cargadores,
Torneros, pintores, secretarias, herreros,
Fontaneros, meseros, electricistas, mineros,
Cobradores, jornaleros, peones, barrenderos...
Se solicita a todos los pobres.
Solicitamos a todos los trabajadores
Para hacer una revolución.
Para cambiar el mundo,
Para darle muerte a la miseria,
Para que sonrían los niños,
Para construir un nuevo mundo;

¡Un mundo donde coma el que trabaje!.


CARTEL 
(Francisco Urondo) 

¿Soy el poeta de la revolución acaso
como dice por ahí  bromeando
un compañero de cárcel? No.
El poeta de la Revolución es el pueblo;
Pero el pueblo concreto, de persona
A persona; el viejo Ponce, que ayer
Cumplió años y casi le revienta
El corazón de alegría cuando le cantaron
La marchita revolucionaria del pueblo.
La cantaron como si fuera el happy birthday,
Y se fumó un habano legitimo, regalado
Por Fidel al chicho, y por este a un amigo,
Y del amigo a mí, y de mí al viejo Ponce,
Por la Gracia Divina. Ponce, el viejo gladiador
Peronista. Es el poeta de la revolución.


A LA MINA NO VOY MAS
(Colombia, Siglo XVII) 

El Blanco vive en su casa de madera con balcón en negro
En rancho de paja, en un solo paredón.
Y aunque mi amo me mate, a la mina no voy
Yo no quiero morirme en un socavón.
Don Pedro es tu amo, el te compró
Se compran las cosas a los hombres no.
Y aunque mi amo me mate...
En la mina brilla el oro, al fondo del socavón.
El blanco se lleva todo y al negro deja el dolor.
Y aunque mi amo...
Cuando vuelva de la mina, cansado de carretón.
Me encuentro a mi negra triste, abandonada de Dios.
Y a mis negritos con hambre, porqué esto, pregunto yo.
Y aunque mi amo...
Don Pedro es tu amo, el te compró,
Se compran las cosas, a los hombres no.
Y aunque mi amo...
En la mina brilla el oro, al fondo del socavón,
El blanco se lleva todo, y al negro deja el dolor.


CANCION DEL PARCHE Y EL ABRIGO 
(Bertold Brecht) 

Cada vez que nuestro abrigo está raído
Vienen ustedes corriendo y nos dicen:
¡No es posible que sigan así!
¡Hay que ayudarlos y por todos los medios!
Y llenos de ira se dirigen a los dueños
Mientras nosotros, congelándonos, esperamos.
Y ustedes regresan y triunfantes nos muestran
Lo que acaban de conquistar para nosotros:
Un pequeño parche.
Bien, ese es el parche.
¿Pero dónde está el abrigo?
Cada vez que gritamos por hambre
Vienen ustedes corriendo y nos dicen:
¡No es posible que sigan así!
¡Hay que ayudarlos y por todos los medios!
Y llenos de ira se dirigen a los dueños
Mientras nosotros congelándonos, esperamos.
Y ustedes regresan triunfantes
Nos muestran lo que acaban de conquistar
Para nosotros: alguna migaja.
¿Pero donde está el pan?
Necesitamos no sólo el parche
Si no también el abrigo.
Necesitamos no sólo la migaja
Si no también todo el pan.
Necesitamos no sólo el puesto de trabajo,
Sino toda la fábrica y el carbón
Y el mineral y el poder del Estado.
Bien, eso es lo que necesitamos.
¿Pero que nos ofrecen ustedes?


INTELECTUALES APOLITICOS 
(Otto René Castillo) 

Un día los intelectuales apolíticos de mi país
Serán interrogados por el hombre sencillo
De nuestro pueblo.

Se les preguntará, sobre lo que hicieron
Cuando la patria se apagaba lentamente,
Como una hoguera dulce, pequeña y sola.
No serán interrogados sobre sus trajes,
Ni sobre sus largas siestas después de la merienda,
Tampoco sobre sus estériles combates con la nada,
Ni sobre su ontológica manera de llegar a las monedas.
No se les interrogará sobre la mitología griega,
Ni sobre el asco que sintieron de sí,
Cuando alguien en su fondo,
Se disponía a morir cobardemente.

Nada se les preguntará sobre sus justificaciones
Absurdas, crecidas a la sombra
De una mentira rotunda.
Ese día vendrán los hombres sencillos.
Los que nunca cupieron en los libros y versos
De los intelectuales apolíticos
Pero que llegaban todos los días
A dejarles leche y pan, los huevos y las tortillas,
Los que les cosían la ropa,
Los que les manejaban los carros,
Les cuidaban sus perros y jardines,
Y trabajaban para ellos, y preguntarán,
“Que hicisteis cuando los pobres sufrían,
y se quemaban en ellos, gravemente,
la ternura y la vida?”

Intelectuales apolíticos de mi país,
No podréis responder nada.
Os devorará un buitre en silencio
Las entrañas. Os roerá el alma
Vuestra propia miseria y callareis,
de vosotros.


EL DOCTOR 
(Enrique Cisneros L.) 

Jué en un rancho de la sierra Allá en la revolución
Cuando quedaban los muertos pudriéndose bajo el sol,
Nos llegó la peste un día, quen sabe de'onde llegó,
Que´ra la fiebre española, la gente ansí la llamó.

Y que se muere don Chon, don Chon el enterrador,
Lo vino a ver don Zenaido que del rancho era el doitor,
Le puso un espejo, y luego que 'l muerto no resolló
Y que me gritan Canuto, tú y tu compadre Nabor
Entierren ese dijunto, entre más hondo mejor.

Lo líamos en un petate porque ya no había cajón
Hicimos un joyo grande y allí echamos a don Chon,
Y que se oye muy abajo: __No me entierren por favor
¡Estoy vivo...! ¡Estoy vivo! No sean ingratos por Dios.

Y me dice mi compadre: __No li'aga caso a esa voz;
échele tierra compadre, ese ya se petatió;
Dijo el dotor que'sta muerto y él, pos pa' eso estudió,
¡A poco el muerto tarugo va a saber más que'l dotor!


CONSTITUCION POLITICA 
(Rafael Romero)

Constitución de rango extraordinario
Mientras se empeña el pueblo en ensalzarte,
Los traidores no cesan de burlarte
Demostrando un espíritu arbitrario.

Te ataca el clerical y el reaccionario
Y el político audaz en vez de amarte,
Funcionarios que dicen respetarte
Son los primeros en burlarte a diario.

¡Pobre Constitución! Vas al ocaso
ya que tus postulados por desgracia
nadie en lo general les hace caso.

Al ver que te escarnece la falacia,
Yo me pregunto sí con ese paso
¿Podrá sobrevivir la Democracia... ?

MATEMÁTICA Y LITERATURA DIDÁCTICA - 2º PARTE

En la Biblioteca de Agustina
Por Andrea Coniglione y Susana Pérez

En la biblioteca de Agustina
hay libros para colorear,
cuentos de la pampa Argentina
e historietas para recrear.

Todos juntos forman el total:
relatos, la mitad más uno son
del resto un tercio son para pintar;
historietas, dieciocho son.

Aquí viene la rara cuestión:
en total, ¿cuántos libros son?
Necesitas más de una operación
para arribar a la solución.



Los chupetines
Por Verónica Fuertes y Karina Mulero

Andrea, Blas y Camila,
Amigos del Barrio “Pamila”

Chupetines decidieron comprar
Y fueron al kiosco de Don Gaspar

Cómo comerlos fue todo un tema
Que ocasionó un gran problema

Luego de un tiempo de deliberar
A un arreglo pudieron llegar

El lunes Andrea se comía
La cuarta parte de los que había

El martes Blas devoraba
Un tercio de lo que quedaba

El miércoles a Camila le tocaban
Un cuarto de los que restaban

Y el jueves, ya empalagados
Descubrieron con mucho agrado
Que 12 chupetines habían sobrado

¿Podrá un lector entrenado
Decir cuántos chupetines habían comprado?

Rta: Habían comprado 32 chupetines.



Ana y su caja de Caramelos
Por Mª Laura Agüero, Mª Jimena Colavitta, Mª Cecilia Serritella y Mª Belén Itsaguirre 

Una caja de caramelos
le regalaron a la hermosa Ana,
pero no eran de su agrado
ya que eran de banana.

Todos los mediodías
saca algunos de su cajita
para convidarle a su hermana
que es más bien rellenita.

El miércoles a la tarde
2/3 del total quedaban.
¡Oh, que pena, pobre Ana!
¡Los dulces se terminaban!

El jueves a la tarde tenía
la cuarta parte del total:
Eran 24 caramelos
24 y nada más.

Ana volvió a sacar caramelos
el jueves a mediodía,
 y yo les pregunto ahora:
¿Cuántos sacó ese día?

Rta: Ana sacó 40 caramelos.



El valor del ahorro
Por Adriana Gareis y Emilia Rojas

Sergio trabaja y trabaja
para poder ahorrar.
Semana a semana guarda
lo que queda sin gastar.

Hasta el día de hoy, dice:
“2295 pesos gané,
pero de lo que había ahorrado
50 pesos gasté”

“A pesar de todo eso,
gracias a mi esfuerzo diario,
aún tengo 171 pesos
guardados en el armario”

Entonces pregunto yo:
Si atento estabas cuando hablaba,
¿cuánto es lo que guardó Sergio
cada una de esas semanas?

Rta: Sergio ahorró $13 por semana



Viaje en tren
Por Marina Cerone y Xoana Remolino

Los niños se van de viaje
todos juntos en un tren.
Argentinos y extranjeros,
todos por el andén.

4/7 argentinos
y 72 extranjeros
contentos de compartir
un viaje, muchos destinos
y alegrías hasta el fin.

En un tren muy divertido
los extranjeros
ocupan 3/8 de los asientos
Argentinos los acompañan
cantando lo más contentos.

El viaje se termina
y las canciones también.
Con tantos niños viajando,
¿cuántos asientos tiene el tren?



La fiesta de Marina y Genaro
Por Rebeca Colamai, Dorana Doménico y Yanina Carmona

Con una botella
Muy bella, muy bella
De gaseosa gustosa
Dulce y espumosa
Seis vasos llenaron
Marina y Genaro.

Durante la fiesta
Muy bien la pasaron
Y al final del festejo
Las botellas, botellas
Quedaron así:
15 sin nada, nada
Mas 5 que han encontrado
Llenas hasta la mitad de sí.

Ahora te pregunto
¡No respondas sin saber!:
¿Cuántos vasos llenaron
Marina y Genaro al beber?


El camino a la escuela
Por Marina Cerone, Adriana Iareis y Emilia Rojas

A la mañana temprano
a la escuela va Esther.
A ocho cuadras le queda
y caminar le hace muy bien.

Cuando sólo le faltaban
dos cuadras para llegar
se encuentra con su primita
que la hace retardar.

Como la prima es chiquita
tarda más en caminar,
el doble de lo que tarda
cuando sola hace su andar.

En total, doce minutos
desde su casa tardó
llegando justito a tiempo
cuando el timbre resonó.

Si el domingo Esther salió
a caminar una hora
con el ritmo que ella lleva
cuando a la escuela va sola,

entonces yo les pregunto:
Cuando sola ella salió
ese domingo soleado,
¿cuántas cuadras caminó?

Rta: Esther caminó 50 cuadras.

MATEMÁTICA Y LITERATURA DIDÁCTICA - 1º PARTE

La serie que hoy vamos a presentar es el resultado de una propuesta didáctica para los alumnos de 2º y 3º año del Profesorado de Matemática del Instituto Superior de Formación Docente y Técnica Nº 32. El proyecto surgió debido a la eterna pregunta de:“¿Cómo elaborar de una manera amena y dinámica, los enunciados de los problemas para los alumnos?” Muchas veces, al presentar a éstos un enunciado en forma de cuento o poesía rimada en vez de una manera formal, se logra captar más su atención y así leídos, quedan “enganchados” para intentar resolverlos, lográndose que el alumno guste de la matemática  y participe con entusiasmo en la clase, que es lo más importante. Estos textos fueron producidos en la asignatura “Matemática y su Enseñanza” a cargo de la profesora  Rossana Genta



Historia de Argonautas por Andrés A Dranuta

Fueron cincuenta los argonautas. Valientes e intrépidos viajeros, diestros en el uso de armas, el conocimiento del cielo y de la tierra,  acompañaron y lucharon junto a Jasón en un periplo que por más de tres años los tuvo alejados de casa. El viaje finalizaría en La Cólquida, al pie del Cáucaso, lugar donde se encontraba el Vellocino de Oro. Era misión asignada a Jasón traer este tesoro como trofeo para recuperar el derecho al trono de Yolcos en Tesalia.
Durante ese viaje, múltiples y complejas pruebas debieron pasar. Fueron acompañados y protegidos por Diosas, castigados por hechiceras y asediados por la ira de Poseidón. Por las noches eran acompañados por Selene Hija del Titán Hiparión y de Tía, hermana por tanto de Helio/ El Sol y Eos/Aurora. Sus rituales eran mágicos y luminosos, e inflamaron de amor el corazón de aquellos viajeros, a punto tal de generar agrias peleas por la puja de su amor.
Jasón entonces, viendo peligrar su empresa,  pide asistencia a los dioses del Olimpo. Y recibe entonces del propio Zeus, el siguiente mensaje:
“Solo uno de vosotros podrá competir por el amor de Selene, ya que su mano ha sido pedida por otro mortal, Endimión. Cuando hayáis decidido quien de vosotros será el campeón que rivalizará, deberéis acudir a la isla de Delfos, donde el Oráculo os dirá que deberán hacer para merecedores ser de la mano de Selene”.
Inmediatamente Poseidón agitó las aguas, Eolo sopló rumbo a Delfos, y antes de poder darse cuenta, Jasón y los Argonautas estaban tocando el suelo de la isla.
Apolonio fue el elegido entre la tripulación, y junto a Endimión se encaminaron al Oráculo, quien habló de la siguiente forma:
“Soy el Oráculo de Delfos; los dioses del Olimpo por mi hablan. Puedo el futuro ver y conozco la razón por la que aquí estáis. Ambos matemáticos sois  y por ello en vuestra lengua hablaré, para daros las instrucciones de las pruebas que deberéis cumplir, si la mano de Selene obtener queréis.
El doble de los trabajos de Hércules deberéis cada uno de vosotros realizar, que doce  para aquel héroe fueron. Quien más logros obtenga, merecedor del amor de Selene será. Mi señor Zeus, inexorable juez, dirá luego de cada prueba realizada, si ha sido un éxito, un fracaso o una prueba incompleta. Puedo ver que Endimión tendrá diez éxitos más de los fracasos que sus ojos verán; y que Apolonio obtendrá seis pruebas incompletas más que los éxitos que obtendrá.
Una vez que os hayáis retirado, no podréis a mí volver. Así que para saber quien  ganará deberéis ayuda buscar en quien esta historia leerá, quien bajo los designios del gran Zeus quedará si rehusara el acertijo resolver”.
Ahora, estimado lector, deberás encontrar cuántas pruebas ganó cada uno de los campeones y quien pudo obtener la mano de Selene.


Rta: Endimión, con 17 pruebas superadas, se quedará con el amor de Selene.


Confusión en la panadería     
Por Gladys Troglia y Verónica Fuertes

Contando monedas fui a la panadería
medio kilo de pan, dieciocho facturas y bizcochos quería
“Once con setenta, dijo el panadero y que tenga un buen día”.

Surge la duda cuando el señor de la esquina,
eligió veinticuatro facturas y los mismos bizcochos de la vitrina:
Doce con sesenta el precio, y yo, seguía con la espina.

Me puse a sacar cuentas, las cuentas no me daban.
Empecé por los bizcochos, pregunté cuánto costaban.
Como el kilo de pan dijo el panadero, yo no me acordaba.

Seguí con mis cuentas, el precio del pan debía saber.
Me puse a pensar, datos ordenados tenía que tener.
Juntando bizcochos y pan, sería mas fácil de hacer.

Uno y medio de pan mas uno y medio de facturas;
once con setenta escribí con premura.
Uno de pan mas dos de facturas, doce con sesenta, la cuenta futura.

¿Qué hago ahora?, me dije. Dos cuentas, dos incógnitas,
la respuesta ya no parecía tan recóndita.
Despejar, igualar, sólo así las cuentas saldrían redonditas.

¡Y por fin supe, solo: Tres pesos el kilo de pan!
También me pregunté, ¿las facturas cuánto saldrán?,
¡Cuatro con ochenta fue la respuesta, qué caras están!!!



Regalo de cumpleaños
Por Rendino,Silvana y Aguilar, Laura

Agustina, Betina y Camila
fueron juntas a comprar
un regalo de cumpleaños
para a su amiga agasajar.

El obsequio fue una cuestión a deliberar
pues mucho no querían gastar
hasta que decidieron
un par de zapatos comprar.

Ochenta y cuatro pesos costó
Agustina con cien pesos lo pagó.
Como cuentas claras conservan la amistad
decidieron en repartir en partes iguales
el dinero a gastar.

Betina le dio su parte
pero Camila sólo la mitad.
Ahora a ti te queda averiguar:
¿Cuánto dinero a Agustina le ha de quedar?

Respuesta: A Agustina le quedan $58 


Amistad: regalo de la vida
Por Lantella Carina y Sánchez Fernanda


Érase una vez un día soleado de primavera en un hermosa plaza del sur de buenos aires.
Allí, bajo la sombra de una árbol permanecía sentada Alicia, una mujer de unos cuarenta años leyendo un libro llamado “Amistad: regalo de la vida”, un libro viejo sin enumerar que tenia un gran valor emocional para ella, ya que lo había escrito ella junto a sus dos mejores amigas durante su adolescencia, una vez finalizada la secundaria no volvieron a verse.
Alicia había leído dos paginas el primer día y luego debido al entusiasmo que le provocó los recuerdos de este libro, leyó las hojas restantes a once páginas por día.
Mientras Alicia leía compenetrada su libro, pasada media hora, levanto la vista y ve en el banco de enfrente a dos señoras leyendo un libro llamado “Amistad: regalo de la vida”.
Disimuladamente, aunque ahogada por los nervios que le provocó ver a estas señoras, se acerca y dice:
- Perdón no quiero ser atrevida! Pero... ¿Dónde encontraron ese libro? ¿Cuánto tiempo les llevo leerlo a ustedes? Yo lo he leído varias veces y ahora no lo recuerdo.
Las señoras se quedaron un poco asombradas por la actitud impulsiva de esta mujer. En ese momento una de ellas responde:
- No entiendo bien su intención, pero supongo que nuestra respuesta es de su interés. Mi nombre es
Mirta y leí siete páginas el primer día y voy leyendo el resto a diez paginas por día.
Luego la otra señora un poco más tímida le dice:
- Mi nombre es Inés y yo leí dos paginas el primer día y después leo once paginas por día. Pero aún no hemos terminado de leerlo y no podríamos decirle cuántas faltan para terminar de leerlo pues las páginas no están numeradas.
Es aquí cuando Inés hace una pausa y Mirta con una expresión evidente de asombro dice:
- Pero usted... ¿Cómo tiene ese libro? Si es un libro escrito por nosotras dos y una amiga que hace 25 años que no vemos. Salvo que...
- ¿Alicia? Exclamaron a dúo Inés y Mirta.
- Si... Respondió Alicia.
Y segundos más tarde, sólo un fuerte abrazo y un par de lagrimas las unió nuevamente después de 25 años sin tener noticias.
No podían creer el momento emocionante que acababan de vivir y decidieron de una vez enumerar el libro para saber cuántas páginas lo componían.
¿Puede calcularlo usted?

Rta: El libro tenía 167 páginas.



La cuestión del alquiler
Por  Lorena Campos, Fernanda D'Annunzio y  Débora Massazza


En el Barrio Alvarado
hay un departamento amueblado
su costo, 450 pesos.
¡Que tentador el precio!

Luis alquila ese departamento
pero debe estar atento,
porque la crisis del momento
lo puede dejar sin aliento.

Un día en el diario encontró
un inmueble mejor:
930 pesos por trimestre publicó
y Luis la oferta pensó.

Pero un problema surgía:
En éste, muebles no había
y 5.040 pesos
en ellos invertiría.

Finalmente la decisión tomó
y al departamento se mudó.
La plata que en alquiler ahorró
en muebles se la gastó.

Aquí llegamos a la cuestión
debiendo encontrar la solución
¿En cuanto tiempo recuperó,
la plata que Luis invirtió?

Respuesta: Luis demora 36 meses en recuperar el dinero.

POESÍA DE PROTESTA - PARTE 1

Esta poesía, que en un tiempo fue revolucionaria y hasta podía costar la vida del que la escribía, ya es material poco frecuente. Siempre existirá una injusticia por la cual protestar, pero a veces las voces son calladas por la comodidad de un reconocimiento social, la gloria de un premio ganado, por la sabiduría de estar en el lugar correcto o simplemente por la desidia de marfil de cada día. Algún día existirá el tiempo en que todo será justo para todos. Pero mientras llega ese día, poetas y cantores seguirán recordándole al pueblo que tanto la vista como los brazos, deberán mantenerlos en alto. Y la lucha sigue...


MILONGA DEL FUSILADO
Letra y Música: Carlos María Gutiérrez y Guerra

No me pregunten quién soy,
ni si me habían conocido,
los sueños que había querido,
crecerán aunque no estoy.
Ya no vivo, pero voy
en lo que andaba buscando,
y otros que siguen peleando,
verán nacer otras rosas,
que en el nombre de esas cosas,
todos me estarán nombrando.
No me recuerden la cara,
que fue mi cara de guerra,
mientras hubiera en mi tierra,
necesidad de que odiara.
En el cielo que ya aclara,
verán cómo era mi frente.
Me oyó reír poca gente,
y aunque mi risa ignorada
la hallarán en la alborada,
del día que se presiente.
No me pregunten la edad,
tengo los años de todos,
yo elegí entre muchos modos,
ser más viejo que mi edad.
Y los años de verdad,
son los tiros que he tirado,
nazco en cada fusilado,
y aunque el cuerpo se me muera,
tendré la edad verdadera,
del niño que he liberado.
Mi tumba no anden buscando,
porque no la encontrarán,
mis manos son las que van
en otras manos tirando.
Mi voz la que va gritando,
mi sueño el que sigue entero,
y sepan que solo muero,
si ustedes van aflojando.
Porque el que murió peleando,

vive en cada compañero.


QUIERO UNA HUELGA 
(Pilar Estrada) 

Quiero una huelga
Quiero una huelga donde vayamos todos.
Una huelga de brazos, de piernas, de cabellos.
Una huelga naciendo en cada cuerpo.

Quiero una huelga de obreros, de palomas,
De técnicos, de flores, de choferes, de niños,
De médicos, de mujeres
Quiero una huelga grande
Que hasta el amor alcance
Una huelga donde todo se detenga:
El reloj, el bus, el plantel, la carretera, la fábrica,
Los colegios, la iglesia, los puertos.

Una huelga de ojos, de manos y besos.
Una huelga donde respirar no sea permitido,
Una huelga donde nazca el silencio
Para oír los pasos del tirano que se marcha.


Ley de responsabilidades para funcionarios públicos (Rafael Romero) 

Esta ley se le aplica al policía,
A los carteros y a cualquier empleado,
Al obrero mil veces traicionado
Pero no a la nefasta satrapía.

Se aplica a los que sufren la agonía
Del estómago mal alimentado,
A todo luchador vilipendiado
En quien la masa popular confía.

Al ver que tiene un fondo innecesario
No se aplica al ratero funcionario
El cual es en el hurto un erudito.

Por eso aunque la bilis se derrame,
Siga su marcha el robo más infame
Porque según parece no es delito... !


¿Alguien recuerda a Buenaventura Durruti?

En la plaza de mi pueblo dijo el jornalero al amo
"Nuestros hijos nacerán con el puño levantado!!!".

Esta tierra que no es mía, esta tierra que es del amo
la riego con mi sudor, la trabajo con mis manos.

Pero dime, compañero, si estas tierras son del amo
¿Por qué nunca lo hemos visto trabajando en el arado?

Con mi arado abro los surcos, con mi arado escribo yo
páginas sobre la tierra, de miseria y de sudor...”


LA CARCEL
(Rafael Romero)

En este medio de candentes males
Que a toneladas por desgracia llueven,
Van a la cárcel los que nada deben,
Pero no los ladrones oficiales.

Se viven circunstancias desiguales
Y en vez de que a los pobres los eleven,
Sufren prisión si a protestar se atreven,
Por ordenes de jueces inmorales.

Se castiga con furia al inocente
Dejando en paz al que se cree decente
Pero que tiene lacras incurables.

Aunque de exagerado se me tilde,
La cárcel se hizo para el pueblo humilde
Y no para los ricos miserables...!


FUSILAMIENTO 
(Nicolás Guillén) 

Van a fusilar a un hombre
que tiene los brazos atados;
Hay cuatro soldados para disparar.
Son cuatro soldados callados,
Que están amarrados, lo mismo
que el hombre amarrado que van a matar.

- ¿Puedes escapar?
 -¡No puedo correr!
 -¡Ya van a tirar!
-¿Qué vamos a hacer?
-Quizá los rifles no estén cargados...
-¿Seis balas tienen de fiero plomo?
-¡Quizá no tiren esos soldados!
-¡Eres un tonto de tomo y lomo!

Tiraron
(¿Cómo fue que pudieron tirar?)
Mataron.
(¿Cómo fue que pudieron matar?

Eran cuatro soldados callados,
Y les hizo una seña, bajando su sable, un señor oficial;
Eran cuatro soldados atados,
Lo mismo que el hombre que fueron los cuatro a matar!


DESAPARECIDOS 
(Mario Benedetti) 

Están en algún sitio / concertados
Desconcertados / sordos
Buscándose / buscándonos
Bloqueados por los signos y las dudas
Contemplando las verjas de las plazas
Los timbres de las puertas / las viejas azoteas
Ordenando sus sueños sus olvidos
Quizá convalecientes de su muerte privada.

Nadie les ha explicado con certeza
Si ya se fueron o sino
Si son pancartas o temblores
Sobrevivientes o responsos
Ven pasar árboles y pájaros
E ignoran a que sombra pertenecen.

Cuando empezaron a desaparecer
hace tres, cinco, siete ceremonias
a desaparecer como sin sangre
con sin rostro o sin motivo
vieron por la ventana de su ausencia
lo que quedaba atrás / ese andamiaje
de abrazos cielo y humo
cuando empezaron a desaparecer
como el Oasis en los espejismos
a desaparecer sin últimas palabras
tenían en sus manos los trocitos
de cosas que querían...

Han pasado los años.. Luisiana Morini

.                                                            A papá en su cumple

Han pasado los años, las cosas cambiaron.
Los intereses son otros,
La preocupación del vestido de la Barbie se transformó en que ponerse para una fiesta
Ya no salto a subirme a caballito
Las manchas de helado en el vestido, hoy son gotas de alcohol.
Mis jarros de cerámica no son muñequitos de plastilina
Han pasado los años,
La sonrisa inocente hoy es pícara
Y sos vos quien me pregunta palabras en inglés que no conoce
En el espejo de la cajita musical nos vemos distintas
Ya no pensamos en dormir con peluches
Han pasado los años,
Ya no le robamos las pinturas a mamá, tenemos nuestra caja de maquillajes
El vicio de rascarte las cositas de las manos, está, pese al paso del tiempo
Ya se que no fuiste al puerto a pescar camarones
Han pasado los años,
ya no nos tiras de las trenzas
Ya no nos peleamos por ir adelante
Han pasado los años,
ya no corro porque no te escucho abrir la puerta de entrada luego del trabajo
las zapatillas ya no se gastan por jugar a la mancha
ya no pido que escribas lo que dibujo, tratás de descifrar que significan.
Han pasado los años,
y esta noche no te diré ¿hoy que soy?
no pelearé por el ultimo pedazo de torta.
Siempre preguntaré en el auto ¿Cuánto falta?
Y si tengo malhumor, no siempre será hambre o sueño.
Han pasado los años,
Ya no lloro adentro del placard
El saltar el elástico, hoy es saltar un charco en Alem
Y el perderse, no es dentro del supermercado, es no encontrar una amiga en el boliche
Si tengo un raspón en la rodilla, seguro no es por caerme jugando al pato ñato
Y en las mañanas no me siento en el escalón a verte hacer gimnasia
Si me disfrazo es para hacer una obra, no para jugar a ser la reina
Han pasado los años,
No te pido que pongas los Rugrats en la tele
Y el taco no se venció por correr con los zapatos de mamá por la casa.
Ya no ando en bici por la cochera,
Y si llego tarde, no es por demorarme en lo de mi vecina jugando a las cartas.
Han pasado los años,
Hoy enciendo sola el fósforo de tu torta.

El hombre visiblemente ignorado - Luisiana Morini

El hombre se levanto de la cama, se calzo las pantuflas bordo que descansaban al lado de su cama y fue a la cocina. Su madre y hermana tomaban mate, las saludó pero no obtuvo respuesta. Suelen tener malhumor por las mañanas. Se sentó a la mesa y nadie le pasaba el mate. Sin ánimo para discusiones se metió en el baño. Ducha de quince minutos exactos.
Sobras de una torta en la mesada. Estaba comiendo cuando saltó el gato y le arrebató la porción de un zarpazo del plato. Creyó que le tenía miedo. Nunca tuvo buen trato con  los animales. Parece que no le tenia miedo después de todo.
Camina a la parada del colectivo, pasa el 522 pero no frena.
-¡Que colectivero de mierda! Dice-
Diez minutos de espera y pasa nuevamente, tiene el pie en el peldaño pero una vieja se entromete y sube primera. Amaga para subir pero lo codean un hombre con maletín y una chica con su chicle, su mp3 y su mochila de escuela. También los deja pasar. Sería la buena acción del día.
Divisa un asiento libre, está por sentarse. Sus nalgas rozan el asiento pero un gordito con su mano enchastrada de chupetín le pisa un pie y se sienta en su lugar sin el menor respeto.
-Estos borregos-piensa -
Llega al trabajo, la misma empresa de electrodomésticos de siempre. Saluda a la secretaria pero ésta no le da ni bola, los compañeros conversan en un rincón. Se para a su lado y ninguno de los cuatro le dirige la mirada; continúan hablando del partido del domingo.
- Si, ¡viste que golazo!-Nadie le contesta-.
Se queda callado parado un poco mas atrás y el círculo se cierra dejándolo a un lado. Organizan un asado, quién lleva la carne, quién la picada y quién el postre. A él no le toca nada. Qué curioso. Estarán de buenas. Mejor. Andaba medio corto de plata y quería una camisa nueva a rayas.
Entra una clienta, la saluda cordialmente pero ésta pasa de largo y va a consultar por un lavarropas con Gerardo, el morocho.
Pasan las horas, se larga a llover. Las 20 hs., al fin termina esa aburrida jornada.
Va en busca de un taxi. Diario en la cabeza. Ninguno para. Supone que será por la demanda, usted vio que los días de lluvia...
Tarjeta vacía, comienza a caminar. Encastra su pantalón color beige y sus mocasines prolijamente lustrados. Entra a un kiosco a esperar que pare, dentro del kiosco hay diversos personajes, dos mujeres hablando con sus respectivos niños en brazos. Él le ofrece un pañuelo que siempre lleva en el bolsillo para secarle la cara al bebe. La mujer no contesta, como si no lo divisara.
El hombre se siente un inútil, tiene vergüenza se corre un poco a la izquierda y pide un atado de diez, la muchacha no lo mira, continúa con su lima de uñas.
Un pelilargo pide unas fotocopias y ella lo atiende cordialmente. Quince minutos tratando de ser atendido. Se da por vencido y con una cara larga emprende la jornada al hogar. Cara chorreada, pelos en la cara. Pasa por el bar de Pipo. Se pregunta si estarán Cacho, Jorge y los demás jugando a las cartas. Entra, se le ilumina la cara, tal vez un café.. o una cerveza con maníes. Amaga un saludo de manos pero nada. Supone que es por la concentración. Al cacho no le gana nadie.
Termina la jugada se levantan y se van.
El hombre desilusionado y preocupado camina a su casa, se mira las manos a ver si están allí, pero se ve las manos los dedos las uñas cutículas, las siente, están frías y mojadas, pero están.
Se palpa el cuerpo, siente su cuerpo, sus bolsillos cargados.
Llega a la casa. directo al baño. Espejo viejo, se ve la cara, se la palpa.
Tocan el timbre. La hermana. Olvidó la llave puesta. Le abre, ella pasa de largo y se encierra en su cuarto
No sabe si se siente humano o menospreciado al 100%.
Se acuesta a dormir sin cenar, no tiene apetito y sus tripas tampoco crujen.
Sale el sol, en la casa no hay nadie. Lleno de tics nerviosos que no se le manifestaban desde los catorce va al hospital. En la fila se cuelan una señora con un ojo vendado, una mama histérica con nene con fiebre un viejo que tose.
Ya acostumbrado, frustrado y taimado espera. saca turno, firma los papeles. La secretaria conversa por teléfono a la par.
Sala de espera.45 minutos sigue entrando gente y siendo atendida antes que él.
Desespera, sudor frió. Llaman su nombre, es el suyo no es una ilusión,. El medico lo saluda. Esta atónito. Estado de shock.
Le cuenta.
- No señor, como no lo van a ver, yo lo estoy viendo, le recomiendo que visite a la Dra. John, trabaja en psiquiatría ella lo podrá ayudar... yo en estos campos... si no tiene tos o dolor de estomago je, je usted me entiende.
Sale. La jovialidad no esta de su lado. Está triste, desanimado.
Entra a la casa, sale velozmente, murmurando palabras por lo bajo.
Camina a la estación
Saca boleto para el primer colectivo a cualquier parte, el dinero no tenía valor.
-Que rico esta el arroz ma-
-Gracias nena. Pasame la sal ya que estas-
-Che ma, ¿porque me dejaste esa nota? Estás re-loca
-¿Que nota? Yo no deje nada.
-Si, esta que dice “Estoy de más”

Marcelo - Ezequiel Feito

Ese mediodía, cuando Marcelo llegó a su casa, lo primero que hizo fue dejar sus carpetas y el guardapolvo en una pieza e ir corriendo a la cocina. Cuando estaba terminado su plato de polenta, el padre le dijo:
- Marce, desde mañana necesito que me ayudes en mi nuevo trabajo. Es repartir leña a domicilio. Te juro por lo que más quiero que no encontré otra cosa.
A Marcelo no le agradó ni le desagradó eso de ir a trabajar con su papá. Ya desde los ocho años venía dándole una mano cuando de la fábrica se traía alguna changuita extra para estirar un poco el sueldo hasta fin de mes. “Esos fueron los mejores años”  pensó Marcelo-
Pero ahora que lo habían despedido, sabía que no le quedaba otra salida. Eso sí, tendría que dejar la escuela hasta que la cosa mejorara. No era la primera vez que faltaba, y además, a sus diez años, casi once, ya le empezaba a parecer aburrida.
Había pasado una semana cuando Marcelo le dijo a su padre:
- Pa, la maestra vino a visitarme.
- ¿Para que?
- Para darme una beca.
- ¿Una beca? ¿Y qué es eso?
- Una ayuda para que vuelva a la escuela y deje el carro.
- ¿Una ayuda? ¿Y qué te dan?
- Plata.
- ¿Cuánto?
- No sé.... me dijo que eran 300 o 400 pesos.
- ¿Y vos pensás que con eso vamos a comer?
- Tendría que ir a la escuela mañana.
- No hijo, mañana vamos a ir a cargar más leña.
  Conseguí un lote muy barato. Si lo vendemos bien,
  capaz que nos alcanza para comprarte zapatillas.
- Igual extraño la escuela...
- ¿Te das cuenta que la escuela no nos puede dar de
  comer a los cinco? Andá, andá a acostarte que
  mañana salimos temprano.
Por muchos meses, todas las mañanas y tardes Marcelo estuvo trabajando con su padre. Había dejado de tener el aspecto del niño que iba a la escuela, por el de un muchachón pobremente vestido, flacucho, casi descalzo y con su pelo tan enredado que parecía haberle declarado la guerra a cuanto peine tratara de alisarlo.
Su madre, que antes se fijaba que estuviera bien limpio, revisándole la mochila para ver si llevaba las carpetas, el lápiz y la birome, y el delantal hasta el último detalle, ahora ni siquiera lo miraba. A las apuradas, cuando salía a trabajar le daba un corto beso de refilón, como de compromiso, y se paraba junto a la puerta a mirar la calle hasta que se alejaba el carro.
Con el tiempo supo que fueron a visitarlo una asistente escolar y la directora; pero como no estaba, las atendió la madre y no volvieron más por su casa.
Regresó a eso de las 6 o 7 de la tarde, y en vez de tirar el guardapolvo y las carpetas, se acostó casi sin cenar con el mismo gesto en el rostro con que se levantaba para trabajar todo el día.
Una mañana se miró al espejo. Le pareció haber envejecido diez años, pero no tuvo tiempo ni ganas de llorar. El carro y el padre estaban afuera esperándolo.
Pasó otro tiempo más, y una mañana vio que su hermano menor estaba poniéndose su delantal. Por la tarde, lo encontró haciendo los deberes detrás de un enorme tazón de leche con chocolate y un plato lleno de galletitas dulces.
Miró a su madre, abrió la heladera y se sirvió lo que quedaba del sachet. Tomó un pan y fue a darse una ducha.
A fin de año hubo una fiesta en la escuela. Marcelo fue con toda la familia ya que su hermano sería escolta de la Bandera Nacional. Mientras iban formándose, trató de reconocer a sus antiguos compañeros de curso. No estaban. Preguntó por ellos a una portera. Habían egresado hace dos años.
-¡Cómo pasa el tiempo!  dijo -
Y silenciosamente, sin que nadie se diera cuenta se retiró antes de empezar el acto, antes de que su hermano pasara al frente como escolta con su delantal impecablemente planchado, entre los aplausos de la gente y de sus padres.



PASCAL: PENSAMIENTOS

-Algunos autores, hablando de sus obras, dicen: «Mi libro, mi comentario, mi historia», etc. Huelen a burgueses que tienen bienes raíces y siempre un «en mi casa» en la boca. Harían mejor diciendo: «Nuestro libro, nuestro comentario, nuestra historia», etc. Visto que de ordinario hay en ello más de cosecha ajena que propia.

-La afección o el odio cambian la faz de la justicia. Y un abogado bien pagado de antemano, ¡cuánto más justa encuentra la causa que defiende!; su gesto audaz, ¡cuánto mejor lo hace ante los jueces, engañados por esta apariencia! ¡Graciosa razón que el viento maneja y en cualquier sentido!

-El pensamiento constituye la grandeza del hombre

-Pocas cosas nos consuelan, porque pocas cosas nos afligen.

-El egoísmo no se satisfará jamás, aún cuando pudiera todo lo que él quiere; pero se satisface desde el momento en que se renuncia a él. Sin él no se puede estar descontento, con él no se puede estar contento.

-Puedo concebir bien a un hombre sin manos, pies cabeza (porque es la experiencia la que nos enseña que la cabeza es más necesaria que los pies). Pero no puedo concebir a un hombre sin pensamiento; sería una piedra, o un bruto.

-Los astrólogos dicen que los eclipses presagian desgracias, porque las desgracias son ordinarias, de suerte que sucede tan a menudo el mal que, que aquellas ocurren a menudo; si en lugar de eso dijeran que presagian felicidad mentirían a menudo. Ellos no atribuyen la felicidad más que a reencuentros raros en el cielo; así yerran pocas veces en la adivinación

AUNQUE NO LLUEVA - Por Jorge A. Dágata

- ¡Qué suerte, Rivero, encontrarte después de tanto tiempo y con esta lluvia!
Mirá, desde que éramos chicos me pone contento que llueva. Parece una tontería, ¿no? Será, che. ¡Pero quién no guarda algún recuerdo de la infancia que a los demás puede parecerles tonto! En cambio para uno…
¡Ah, te reís! Seguro también tenés presente a Monchito, aquel compañero de quinto grado. ¿Ves? Es como si no hubieran pasado todos estos años. Me parece verlo, chiquito, con las piernas arqueadas, siempre tan callado. Con esos ojos brillantes entre el flequillo rebelde, que no necesitaba decir más. Pero a la pelota sí que la hacía hablar. ¡Qué jugador, Rivero! Mirá si lo descubría uno de esos tipos que los llevan a Europa, lo que hubiera sido de él…
Monchito y el mal tiempo tienen mucho que ver y por eso se nos da por hablar de él. A nosotros nos molestaba que lloviera. Era andar medio perdidos esos días, sin saber qué hacer. Pero a él lo ponía tan contento que nos desconcertaba, hasta ese viernes del desafío.
¡Seguro no te olvidaste de aquel partido con los colorados! ¡Como para no acordarnos!  Hoy no significaría nada, pero lo importante que era para nosotros ganarles a esos tipos, siempre peinaditos y de uniforme bordó, cordón dorado, botines nuevos y qué sé yo qué más tendrían para darnos tanta bronca. Qué no hubiéramos dado por golearlos, ese viernes inolvidable a las seis de la tarde. ¿Y qué habrá sido del flaco César? ¡Qué tipo encarador y cómo provocaba a los colorados, donde fuera que los encontráramos!
Escuchá y decime si lo tengo bien registrado. Monchito solía faltar a la escuela cuando el tiempo estaba bueno. Pero después de una lluvia, era el primero en llegar. Para todos significaba que no había potrero, ni bicicleta, ni nada que fuera al aire libre. Para él parecía al revés. Esos días andaba contento y aprendía, claro que sí, como cualquiera de nosotros y no sé si en algunas cosas no nos sacaba ventaja. Pero cuántos otros, si es que no faltaba, abría el cuaderno con los deberes anotados y el resto de la página en blanco. Y ahí pasaba que con cada cosa tenía que empezar de nuevo. Entonces no entendía y como no era capaz de pedir ayuda… ¡Siempre tan callado! Quería esconderse debajo del banco cuando la maestra de quinto le reprochaba. Me parece escucharla, diciéndole:
- Así… Así no vas a ir a ningún lado. Porque acá se viene a a-pren-der - le remarcaba, entre tierna y milica.-
Monchito le daba  la razón con la cabeza. Se le apagaban del todo los ojos y se achicaba más todavía. Pero al otro día faltaba y a la semana siguiente igual. ¿Qué tendríamos, Rivero? ¿Diez años? ¡Corregime si me equivoco! Monchito andaría por los once, porque se habían demorado un año en anotarlo, por problemas con los papeles, o documentos, o qué sé yo. Igual, parecía más chico que cualquiera del grado. Comparado con el flaco César, ni hablar.
¿Te acordás cuando descubrimos por qué la lluvia lo cambiaba tanto? Ese viernes del partido, un día magnífico de octubre o noviembre, che. No había aparecido por la escuela y lo necesitábamos más que nunca. Sólo con un volante como él podíamos siquiera emparejarlos un poco. Nosotros siempre tan despelotados y ellos organizados como una máquina. De arco a arco parecía que tenían medida la cancha al milímetro. ¡Qué bárbaros! ¡Qué disciplina asquerosa! ¿Con qué les íbamos a dar? ¡Si entrenábamos cada tanto y en cualquier parte, mientras ellos tenían gimnasio cubierto y un profesor de fútbol que hasta decían había jugado en la Primera B! Ese viernes Monchito no nos podía fallar.
¿Me seguís, Rivero, cuando salimos a buscarlo después de comer, guiándonos por el humo de los hornos de ladrillos? Sabíamos que por ahí vivía. Cruzamos el arroyo y trepamos una calle empinada. Me parece ver el barranco y oír los perros que se volvían locos con las ruedas de las bicicletas. Allá al fondo, las pilas grises de adobes. Y cerca del molino una casita baja y triste, que parecía ni existir en medio de ese día tan lleno de sol. Sí, me parece que era ya noviembre, porque llegamos transpirados. Golpeamos las manos y salió una mujer rodeada de chicos y con uno en brazos. Le pedimos agua y cuando le preguntamos supimos que era la madre de Monchito. El padre andaba por uno de los hornos, atendiendo el fuego. Los tres nos fuimos entre dos pilas largas de adobes.
Ahí estaba él, casi invisible detrás de una carretilla de madera repleta de barro. Fue una de esas veces que los ojitos le centellearon más, a lo mejor por el contraste con la cancha, lisa, interminable, y justo se tenía que llamar así, cancha, como la verde que nos esperaba a las seis. Bajaba el molde, lo alisaba con una tabla y dejaba dos rectángulos brillantes que el sol se encargaba de apagar enseguida, como si les chupara la sangre. ¡Qué joder, che! ¡Eso se me ocurre ahora! Vuelta a enderezarse y asomar la cabeza detrás de la carretilla, llenar el molde y otra vez al suelo. Nosotros, tan concentrados en el partido, sólo fuimos para convencerlo de que no podía faltar por nada del mundo. ¡Aflojarles nada menos que a los colorados! Él nos señaló la cancha de punta a punta. Hasta que no la tuviera llena, no habría fútbol para él. Ni para nosotros, como no fuera para pasar vergüenza de perdedores con los agrandados esos. ¡Ay, qué bronca me da todavía hoy, de sólo acordarme! Así estuvimos, viéndolo llenar el molde y descargarlo, una y otra vez, dándole razones a las que sólo respondía encogiéndose de hombros, hasta que se alejó empujando la carretilla vacía hacia el pisadero de barro. Fue el flaco, decidido como él solo, el que tomó la iniciativa. Se perdió detrás de las pilas y reapareció con otra carretilla y un molde. Monchito volvía empujando a duras penas ese armatoste que debía pesar diez veces más que él, manteniéndolo en línea para que no se le volcara. Y vuelta a empezar. Llenar la caja, aplanar con la tabla, volcar con cuidado… Por más que se apurara, ¡pobre de él!, hasta las diez de la noche y chau partido y otra vez los colorados de festejo.
¿Qué pensaste vos, Rivero, esa tarde? ¿Qué pensó el flaco, con el molde en una mano y la otra apoyada en su carretilla vacía? Yo, te digo la verdad, no podía dejar de mirar la hora y calcular cuánto faltaba para las seis. El flaco se arremangó la camisa y se mandó para el pisadero, haciendo rodar la carretilla como un Fórmula Uno, con esas piernas largas que en cada tranco daba tres de los nuestros. Me acuerdo que encontraste otro molde y nos peleábamos por arrancar los plastones de barro con paja y llenarlo lo más pronto posible. Sin darnos cuenta, al rato estábamos los cuatro, bien organizados por esa vez, embaldosando el suelo gris con las filas parejitas de adobes que el sol se encargaba de apagar. Duro y parejo le dimos, casi sin hablar. El único que decía algo, mirá lo que son las cosas, era Monchito. Se reía al vernos salpicar para todos lados, con entusiasmo de principiantes en algo que para él era cosa de todos los días. Como a las dos horas, las hermanitas le trajeron un jarro de mate cocido que para los cuatro no era mucho pero nos pareció un manjar. Ni siquiera nos tomamos un descanso, apurados por el reloj. Eran más de las cinco cuando vimos el final de la cancha, repleta de punta a punta.
Monchito le hizo señas y el padre se acercó, inspeccionó el trabajo con gran atención y sin mirarlo siquiera, le dijo:
-Y vaya por hoy, hijo, cómo no. Mañana viene el patrón y habrá que apilar, si secan bien. Y si no, seguiremos cortando en la otra cancha.
Nos miramos, contentos de vernos libres al fin, y éramos una murga armada de apuro que había atravesado a pie un pantano de mierda fresca. Los brazos negros hasta los codos y el que no tenía la cara salpicada llevaba más de un parche pegado a los pantalones o al pelo. Lo que menos parecíamos era la mitad que casi éramos del equipo que en menos de una hora enfrentaría la pulcritud insoportable de los colorados. Monchito nos mostró cómo cerraba cada día de trabajo. Se desnudó y se metió en el tanque australiano. Y nosotros, detrás. Unas zambullidas, un refriegue de emergencia a la ropa embarrada. Saludó a la madre, que lo obligó a cambiarse, lo abrazó y lo besó, y le dio dos panes largos que él partió para que fueran cuatro. Salimos zumbando y masticando calle abajo. Pasamos el arroyo y llegamos a la cancha sequitos y refrescados como para enfrentarnos a quien se nos animara.
Y la verdad es que ese viernes, ¿te acordás, Rivero?, ¡jugamos mejor que nunca! Ellos tendrían organización, pero nosotros pusimos sangre. Monchito se deslizaba entre los defensores como un ratón y se desesperaban para marcarlo, como tenían previsto. ¡Pero qué iban a marcar a ese demonio, contento esa tarde por verse libre en esa cancha de la otra, la de todos los días soleados, ayudado por los que entonces sí nos sentimos compañeros!
El empate les pesaba y para nosotros ya era un mérito. El empate uno a uno, que duró desde la mitad del primer tiempo hasta los minutos finales del segundo. ¡Como para olvidarlo! ¡Qué cosas tendrá ese viernes, que me parece uno de los días más importantes de mi vida! ¿Y vos, Rivero? ¿Qué pensaste? ¿Se te ocurrió, como a mí, que al fin el equipo estaba completo? ¿No sentiste que al correr sin carretilla volabas sobre el pasto? ¿No te pareció que la cintura se te había soltado y eras capaz de dar vuelta las piernas y quedar con las rodillas para atrás, si se te antojaba? Ya sé que digo pavadas, pero me parece que algo debíamos tener, algo que circulaba en nuestro equipo y nos daba esa disciplina del corazón, se me ocurre ahora, mucho más fuerte que la de los pobres colorados, apichonados en sus estrategias sin cumplir. ¿Sabés que una vez leí que la niñez es como un mundo lleno de tesoros, que dejamos atrás pero al que siempre volvemos, para descubrir algo nuevo que estaba como olvidado? ¿A vos qué te parece? Para mí que es así. Aunque no sé si para todos. Será, che. ¡Yo qué sé! Pero ese viernes, siempre pienso que tiene algo…
Yo estaba más atrás, pero lo tengo clarito, como si lo estuviera viendo. Le mandaste el centro a César. La bajó con el pecho y buscó a Monchito, pero lo vio muy marcado, como lo tenían siempre, por dos defensores. El flaco amagó con patear al arco. ¡Qué no veía desde semejante altura! Uno de los defensores salió a cortarlo y Monchito se metió por la brecha, ya al borde del área. César se la regaló a los pies y el hornerito se encontró con el otro defensor, que no se le despegaba. ¿Me equivoco o fue así? El flaco se metía para completar la jugada, pero Monchito se mandó una de esas que sólo él podía hacer. Amagó para un lado, se le fue por el otro, no sé cómo porque te dije que yo estaba lejos. Quedó frente al arquero y le arrastró un puntazo con unas ganas que todos lo sentimos como si pateáramos con él. El arquero se estiró y estuvo a punto de pescarla en el aire, pero la redonda iba con tanta fuerza que se le escurrió entre las manos y terminó ovalada contra la red. ¡Qué alegría, viejo! ¡Ojalá todos los días de la vida fueran como aquel viernes, con barro y todo! ¡Qué gol sabroso, como no he disfrutado otro en mis años de hincha! Qué euforia la nuestra y qué triste disciplina la de los colorados, armándose otra vez para intentar emparejarnos en los minutos que quedaban. Esos tipos, te lo juro, no tenían sangre. Se las había chupado el uniforme bordó, el cordón dorado lo tendrían anudado ya sabés dónde y juraría que se las estrangulaba, qué sé yo… Lo nuestro sí que ese día fue puro corazón. ¡Eso! ¡Puro corazón y un delantero que habíamos conseguido traer con el sudor de la frente, como se dice!
¡Lo que son las cosas! Con algunos de los colorados después me hice amigo y ¿querés que te diga? ¡Eran buenos tipos, che!
Ese año terminó sin que Monchito volviera a la escuela. Y pensar, Rivero, que sólo nosotros tres fuimos a rescatarlo. ¡Claro que lo hicimos porque lo necesitábamos! ¡Pero qué podíamos saber! ¡Si teníamos diez años!
Una sola vez volvimos a la ladrillera, por abril o mayo. La familia de Monchito ya no estaba y nadie supo decirnos adónde se habían trasladado. ¿Te acordás, Rivero, que salimos por diversión y ese día volvimos sin ganas de reírnos? ¡Ni siquiera cuando César enterró la bicicleta en el arroyo, de puro arrebatado el flaco!
No sé a vos, pero a mí me sonaba siempre aquella frase de la maestra, cuando le repetía que así… así no iba a ir a ningún lado. Mirá lo que son las cosas.