domingo, 21 de julio de 2013

EL HOMBRE QUE RIÑE CON LOS GATOS - Por MARK TWAIN

Mark Twain es el pseudónimo de Samuel Langhorne Clemens,, el gran humorista norteamericano mundialmente conocido. En el cuento trascripto muestra su natural ingenio en un continuo juego de frases. Además de sus relatos festivos, como Viajes humorísticos. Cuentos humorísticos, etc., escribió libros notables dedicados a los niños: Las aventuras de Tom Sawyer, Las aventuras de Húck , Príncipe y Mendigo



A falta de otra cosa, contamos una vez en nuestro periódico, la aventura de un desventurado que, según nuestro relato, para poner término al infernal estrépito de unos gatos, se había encaramado en camisa en el tejado la noche del 31 dé diciembre, provisto de zapatos viejos a guisa de proyectiles. Después de haber continuado la caza airadamente sobre siete u ocho tejados, el hombre se había resbalado por un tragaluz y había caído en una habitación desconocida, de la que escapó perseguido por un hombre espantado, teniendo que ocultarse tras una chimenea y esperar el alba tiritando, con el miedo de que la policía lo descubriese y le descerrajase un tiro. El episodio era pura invención, y al héroe se le había dado un nombre cualquiera muy común: el de Pérez; pero una semana después, entró en la redacción un anciano caballero, en cuya fisonomía se pintaba formidable ingenuidad. Se llamaba Pérez, vivía en una casa como la descripta en el cuento, y venía a declarar que la anécdota era completamente falsa y extremadamente ofensiva para él.
—Cuide mucho, querido señor — le dijimos, mirándole fríamente —; cuide mucho de cómo habla. Conocemos a fondo todas las circunstancias del hecho. ¿Querría Ud. negar, acaso, que ha andado a zapatazos con aquellos gatos?
—¡ Nunca! ¡ Nunca! — exclamó Pérez —. En mi vida he estado sobre ningún tejado en camisa.
—Y nadie ha dicho que Ud. haya estado. ¿Quién ha oído hablar nunca de tejados en camisa? Sería un tejado muy raro, por cierto.
—Quiero decir — replicó Pérez — que no es verdad quo yo haya saltado de la cama en camisa.
—Tampoco encontrará Ud. eso en el periódico. ¿Dónde hay camas en camisas?
—¡ Pardiez!, — objetó Pérez —. Lo que quiero decir es que nunca he pegado a los gatos en camisa.
—Y se comprende, querido señor. Y, ¡ojalá no tenga Ud. nunca que tratar con gatos en camisa, ni siquiera en pantalones!
—Pero, ¡ por Dios! — imploró Pérez, esforzándose por permanecer tranquilo—. Ustedes han escrito que yo he salido al tejado con mi camisa solamente para espantar a los gatos.
—Dispense Ud. Nosotros no hemos dicho que Ud. se haya puesto la camisa solamente 'con ese objeto, ni menos nos hemos metido en si la camisa era o no la. suya. Por lo que sabemos de ella, podría ser hasta la camisa de Mahoma.
—Pero si, según ustedes, yo he puesto en fuga a los gatos con zapatos viejos.
—Nosotros no hemos hablado de gatos con zapatos.
—¡ No quieren entenderme! aulló Pérez, exasperado—. Nunca jamás he tenido que hacer con gatos en los tejados, ni he tirado zapatos en camisa.
—Señor Pérez, ¡ seamos formales! Si puede Ud. indicar un párrafo del periódico en que se le acuse de poner camisas a los zapatos para tirarlas a los gatos, estamos prontos a escribir una apología de cuatro columnas y, además, cuando muera, le haremos un monumento. Usted no puede ser capaz de semejantes extravagancias... ¡Oh, no!
—¡ Tunantes! — rugió Pérez —. Yo os digo que todo el maldito relato de la caza gatuna y del tirar zapatos, y del quedarme en el tejado pegado a la chimenea para estar caliente, es una calumnia descarada.
—¿Y para qué pegarse a la chimenea sino para calentarse?
—Yo no me he pegado a la chimenea. Yo no he visto acabar el año sobre el tejado, pegado a la chimenea.
—Pero, vea Ud. señor Pérez, vea Ud. ¿ Cuándo hemos dicho nosotros que el año haya concluido sobre el tejado, pegado a la chimenea? Usted desvaría, señor Pérez.
—¡Basta! ¡Lo veremos! — gritó Pérez, furibundo —. ¡Yo no he tirado zapatos! ¡Nada es verdad ! ¡Toda la noche he estado en la cama! ¡Quiero una rectificación! ¡Quiero una rectificación!... sí, ¡os acuso de libelistas! ¡Os acuso, os acuso!
Ahora bien, el jefe de redacción puso una nota sobre el escritorio de cada uno de los redactores, pidiéndoles que en lo sucesivo se cuidaran muy mucho de frenar un poquito más la imaginación cuando de la tipografía avisasen que faltaba material. . .


De El Monitor de la Educación Común, según la versión, publicada en el N° 807. Buenos Aires, marzo de 1940. Publicado en el libro "Corazón de colegial" de Fernández - Castagnino. Editorial Estrada, edición de 1957





Magia - Por Diego Santiago Cazzaniga Arduzzo

Se esconden
los duendes
con sigilo en la almohada
Baila
vestida de fiesta
la muñeca
frente a la ventana
Gira
el carrusel
Zumban los oídos
La luciérnaga se inmola
en la vela encendida
y acentúa los colores
La madre arropa
al hijo dormido
El libro cae
en el borde de la cama
Desfilan
ante el sueño que
se avecina
los dibujos.

Confianza plena - Por Ezequiel Feito

Hombre que pasas y me ves sereno
en este mundo hostil y bondadoso,
pensando que yo siempre sufro menos,
que lo tuyo es llanto y lo mío gozo.

Nada me es extraño, no soy ajeno,
porque todo hombre es también mi hermano.
Si dices que no hay uno sólo bueno,
¿por qué te asombras del dolor humano

y culpas al Señor de tu desgracia?
Mas yo lo alabaré. Tal es su gracia
en toda enfermedad y en la pobreza.

Sé en quien creo, sé de su grandeza.
y a su lado no hay nada que yo tema
porque Dios es mayor que mi problema.

Niño inmóvil en la plaza - Por Ezequiel Feito

En la plaza hay un niño solitario,
y es la suya la inmovilidad del hierro…

Los demás, dan vuelta en la ronda y ríen
alrededor de una estrella imaginaria;
una multicolor estrella de luz indescriptible
que hace saltar, correr y crecer alas.
Otros suben a mágicas cruces
que llevan hacia un cielo de baldosas ásperas,
mientras que sólo, inmóvil, bajo un árbol
hay un niño quieto en un trono de plata.

Un niño que está quieto, triste y pensativo
cuando es tiempo de los vientos, de las tierras, de las aguas;
cuando es tiempo de la sangre que explota brevemente
y la carne que comienza a ponerse en la balanza.

Ese niño sin nombre está sentado, y su pupila
se llena de la vida de la plaza.

Su corazón se agranda por un dolor oculto
que aún no comprende. Pero luego
cuando a lo lejos suena, bronce y viento, la campana,
sonríe dulcemente, y sus manos
acaricia Dios en la mañana.

Pizza Mandala Por Enrique Spinelli

Los muchachos del Alas Balcarceñas siempre salieron muy poco fuera de su club, pero solían ir al bar de Moschetto y a la pizzería “Don Nicola” de Merlo. Ellos habituaban estos lugares porque eran de esos negocios personales, que  con su personalidad alimentan a la esencia de un pueblo. A su vez, un pueblo es el único hábitat posible para estos sitios. Aquí, las cadenas y las franquicias no funcionan[1] porque no tienen personalidad y no puede ser de otro modo, pues no tienen personas: tienen CEO, pizzero junior, pizzero senior y pizzero despedido. En estos lugares todo es siempre igual y algo que no cambia es la nada. Por el contrario, cada pizza Don Nicola es única, irrepetible y un claro reflejo del estado de ánimo del pizzero en ese instante. Son fotos de su alma.

En las cadenas, el cliente promedio tiene razón. En Don Nicola, el amigo es quien tiene razón. Yo mismo vi a Marmorato sacar a patadas en el culo a un cliente que pidió cerveza -¡Cómo va a tomar cerveza con pizza Don Nicola! ¡Sacrilegio! [2]

A los muchachos les agradaba esta pizzería porque Merlo, su dueño y pizzero, es inquieto como Marmorato, personas que no se conforman con lo clásico y establecido. Este célebre pizzero balcarceño inventó la pizza rellena, la pizza enrollada y siempre fue por más. Tan es así que en un momento ya no hizo más pizzas sino mandalas, la masa era sólo una excusa, un sostén, un soporte para su expresión, que fluía a través de estas obras geométricas.

Como dice wikipedia, los mándalas son diagramas o representaciones esquemáticas y simbólicas del macrocosmos y el microcosmos. Son obras de tipo geométrico, en general circulares o cuadradas, aunque Merlo también las exploró triangulares, cilíndricas, lanceoladas y sagitadas Las preparaba con rodajas de salamín, morrón, aceitunas y aquello que tuviera a mano. Todo precisa y prolijamente posicionado, inclusive cada una de las hojitas de orégano, que disponía en perfecta simetría. Por supuesto que demoraba muchísimo, pero esto no era ningún problema para los muchachos, que valoraban el arte de su amigo. Además, Merlo demoraba mucho en preparar las pizzas, pero mucho más demoraban ellos en pagarle.

-Eh Nicola, ¿cómo se te ocurrió esto de los mandalas?
-Ejem, “mandala” en sánscrito significa “círculo sagrado” ¿Que más sagrado que esta pizza que estoy posando en vuestra mesita, que será compartida entre amigos, como hostia consagrada de muzzarella y regada con moscato Crotta? Esta obra contiene mucho de mí, es casi yo y pasará a formar parte de vuestro cuerpo. Soguita se quedó pensando un poco, tal vez algo impresionado, pero Marmorato y Alcoyana asintieron con la cabeza sin parar de devorar mandala y escupir carozos a la vereda.

-Me alegra mucho que les gusten mis obras. No se si será porque estos mandalas lo merecen, o porque me aprecian. En cualquier caso ¡me alegra mucho!

Cómo toda obra de arte, los mandalas permitían pispear el estado de ánimo del artista. Si aparecían mandalas de morcilla, Alcoyana desplegaba todo su arsenal de chistes y hasta Soguita se esforzaba con alguno. Era maravilloso cuando aparecía un mandala con morrón tricolor. Ahí abrían todas las puertas y ventanas del local, Alcoyana se sentaba en la ventana con los pies colgando para afuera en la 17, recitaba poemas a cada una de las mujeres que pasaban y las invitaba a sentarse a la mesa.

-¿Pizza? ¿Porque mejor no me regala un jazmín?
-No, jazmín no. Te voy a regalar una cebolla y un morrón colorado. ¡Merlo hará maravillas con blanco y rojo reflejados en el grisazul de tus ojos!
-¡Que ordinario! ¡Con una pizza de cebolla no va a atraer a una chica como yo!
-¡Tiene razón Señorita!, esa es la idea.

Un día ocurrió un hecho muy extraño. Llega el mandala a la mesa y las 4 aceitunas estaban en la porción que apuntaba a Alcoyana. El Turco quedó pálido, atónito. La cosa era muy rara porque en la pizza no se observaban los hoyos originales de las aceitunas, donde el artista las había posicionado mediante compás y transportador. Sólo había uno que reía y no era Merlo, era el destino.

Es cierto, Alcoyana se inquietó, pero rápidamente advirtió que las aceitunas sólo indicaban que algo iba a ocurrir. Cómo siempre e indefectiblemente ocurren cosas -buenas y malas- la señal no contenía información alguna: significaba nada.  El Turco siguió su vida como siempre, viviendo cada instante sin preguntar por el siguiente, dejando el destino sin efecto. Eso si, le jugó los 15 pesos que tenía al 444.

Los mandalas de Merlo tenían usos diversos. Eran notables sus propiedades relajantes, pues los muchachos se relajaban mucho luego de comerse un par de mandalas con moscato. Los mandalas Don Nicola fueron también un excelente canal de comunicaciones codificado. En colaboración con el quinielero Soguita se desarrolló un código que permitía representar números de 3 cifras en una pizza de muzzarella. Una especial permitía resolver hasta 2 decimales.

En la búsqueda de colores y texturas, nuestro artista hizo pizzas algo extrañas, bellas pero incomibles, como la pizza de remolacha con capuchones de birome bic y la de flores de Santa Rita con corcho rallado. Esto fue atentando contra la pizzería y con el tiempo el artista le fue ganando al pizzero. Los mandalas fagocitaron a las pizzas, el local se transformó en una galería de arte y finalmente cerró. Dicen que Merlo ahora hace buenos helados; pero mandalas… mandalas sólo para los  amigos.

[1] Si una cadena comercial tiene éxito significa que el pueblo-ciudad se transformó en una ciudad-pueblo: una tristeza.


[2] Recuerdo este episodio en detalle. Estaba yo con mi papá, comiendo pizza en una mesita cercana al hecho. Mi viejo siempre tomaba moscato con la pizza y yo crush. No sé si del susto o qué, pero me deshice de mi botellita de gaseosa apoyándola en el piso contra la pared. Me serví moscato y le di un trago. Recibí la mirada de aprobación de mi viejo y me sentí iniciado.

¿Dónde estará Juan P.? - por Eros Verdul

Se nos informa que se prepara otro procedimiento para encontrar al balcarceño  Juan P.
Después de los continuos fracasos que nuestros lectores conocen, su paradero sigue siendo un misterio. Se vincula a Juan P. con numerosos delitos y escabrosos hechos aún no esclarecidos, como los siguientes:

         Tiene en su haber una gran cantidad de robos, algunos denunciados y otros no, por considerar el trámite completamente inútil.

           En uno de estos casos su familia fue maltratada, su esposa manoseada, su suegra octogenaria atada a una silla y torturada con el uso de corriente eléctrica. Muchas cartas de lectores que han llegado a este medio coinciden en destacar que debe considerarse a Juan P. un hombre afortunado, porque aún siguen con vida y no debiera afligirse demasiado. Según nos escriben, “la sacó barata”, término utilizado junto al “no te metás”, “no te calentés” y “no va a pasar nada”, los cuales cada día más van formando parte del habla de los argentinos.

           En otro, las ventanas de su casa, luego desvalijada, fueron destruidas y con las astillas y fotos familiares se ocasionó un incendio que dejó a todos en la calle. Juan P., en la ocasión, no estaba presente.
 Juan P., también por ausencia, no pudo evitar las trágicas muertes de sus hijos, en episodios de los que nuestros lectores han sido informados con el rigor y la abundancia que nos caracteriza.
Fue estafado y aún sigue siéndolo, mediante periódicos y constantes robos legales (también llamados exacciones) por medidas de todo tipo: aumento de tasas provinciales, municipales, viales, etc., de las cuales sabemos que no ha recibido siquiera un retorno, como así tampoco ha podido opinar, ni quejarse, ni nada. De lo que se deduce que los bolsillos de Juan P. son mudos, no así los de otros, a los que se ha oído cantar alegremente.

Se lo supone cómplice de numerosos delitos aún no completamente caratulados. Los tales son tan variados como ingeniosos: abultados vueltos que desaparecieron al ser colocados en los bolsillos de ciertos intermediarios junto a sobreprecios, obras no realizadas, otras realizadas que hubiera sido mejor que nunca las hubiesen hecho (vayan como ejemplo, algunas consideradas “artísticas”) y varios subterfugios más, incluyéndose en el voluminoso paquete, casos de sustitución de identidad nunca debidamente aclarados.
A su vez, expertos locales opinan que una vez que pase cierto tiempo, las causas prescribirán. Otras ni siquiera son investigadas, por lo cual Juan P. no recibiría imputación alguna, ni pena en consecuencia, más de la propia pena que pueda causarle la baja estima en que suponemos se halla.

            Se lo señala por no asistir a festejos organizados sin imaginación y a veces ni siquiera organizados. Calificados sociólogos opinan que Juan P. aún no ha entendido que el verdadero espectáculo está después de los festejos y no antes o durante. Eso se demuestra observando que por varias semanas los diarios, las radios, la TV y las redes sociales no se ocupan de otra cosa que de comentar el enojo e indignación de algún funcionario de peso, esperando y vaticinando el escarmiento que de seguro merecerán tales organizadores; pero luego de un tiempo de madura reflexión y como era de esperarse, predominan la cordura y las buenas maneras, de forma tal que la herida queda restañada para que todo vuelva a su cauce normal. No entendimos la frase de un lector, al decir que la naranja no pasaba, hasta que dada vuelta quedó clara: “no pasa naranja”.
Pero dada la personalidad de Juan P., esbozada anteriormente, no es ésta ya una acusación sino apenas una queja boba.

              Hay versiones que afirman que Juan P. ha muerto en circunstancias que no se alcanzan a precisar. Sin embargo, se siguen evidenciando acciones suyas que no pueden pasar inadvertidas. Aunque sus apariciones públicas sean escasas, se lo ha visto más de una vez transitando nuestras avenidas, mimetizado entre bombos y carteles.
Se tiene la certeza de que su trabajo provee las góndolas, mantiene las calles, permite abrir escuelas y salas de atención de la salud, y continúa empeñado en sellar, empacar, construir, reparar, transportar, cocinar y limpiar, entre otros cientos de pruebas de vitalidad que, si la versión fuera correcta, serían imposibles.
Otros aseguraron a este medio periodístico que Juan P. en realidad no ha muerto, pero desde hace largo tiempo está profundamente dormido, y los actos descriptos con anterioridad son muestras de su automático sonambulismo.
               Esta última hipótesis, mucho más creíble que la anterior, abre una posibilidad para el éxito del procedimiento que se avecina. Porque, según se dice, la única esperanza de encontrarlo es, precisamente, que Juan P. despierte.