sábado, 26 de octubre de 2013

El Güenos Aires - Del libro “Casos del coya Martín Bustamante” de Julio Díaz Villalba

Pero vé el Estanislao
qué maneras de darse aires,
orgulloso porqui ha estao
nú hace mucho en Güenos Aires.

Si espera qu'eso me turbe
yo antis qu'él istao primero.
Mi acuerdo qui caído al urbe
con mi amigo Andrés Rivero.

Juí pa curarme di un diente,
algo raro me pasaba,
tando, tando, derripente
la boca se me lu hinchaba.

Allá llegando al Retiro,
cuando el bajo se recorre,
entre las cosas que almiro
es un reloj y una torre.

Pero esa torre, velay
uno se confunde a veces
nú había sío de naides di ahí,
había sío di unos ingleses,..

Mi cumpa me dice vamos,
y en un pozo como cueva
bajábamos, bajábamos,
yo digo ¿p'ande me lleva?

Entra, me dice, a este andén,
y en un trencito me encierra.
Y mus tao en ese tren
¡meta andar por bajo tierra!

Por fin cuando i güelto al aire
una vez salió del tiesto,
en medio del Guenos Aires
li preguntao: ¿Y qu' es esto?

Ha sío cuando mi topao
cue casi me deja bizco,
con un cerro rebanao.
Me dice: ¡es el ubelisco!

ISo mus ido p'al Palermo
y a un bar el cumpa se mete.
Yo en tanto seguía enfermo
con mi jeta hecha un rosquete.

Rivero pide un anís
y a pircarle me provoca,
y yo le grito: ¿No vis
que se me lu hincha la boca?

¡Y ahí mesmito, suerte amarga,
cuando yo'i abierto el pico,
si acerca un tipo y me larga
un puñetazo al hocico!

Dispues mi han hecho un encierre,
y los porteños hablaban
como arrastrando las erres,
y a mi también me arrastraban.

Y al llevarme así a la cincha
decía pa mis coletos:
¿Porque la boca se me hincha
me aporrian estos sujetos?

Cuando mi cumpa me toca
diciéndome despacito,
creen que sos hincha de Boca
y aquí de River son tuitos.

¡Pero véí ¿n'este entrevero
porque causa se me enrieda?
Güeno, me dice Rivero,
nos vamos p'Avellaneda.

Mus entrao a una cantina,
yo siempre con mi compinche,
cuando en forma repentina
ya si armao otro bochinche.

Mi había sentao en la punta
di una banca, y ahí nomás
viene un tipo y me pregunta:
¿Decí vos, con quien estás?

Ya lo'i visto d'enemigo
dentando a mirarme fiero,
y entonces suave le digo:
Yo siempre estoy con Rivero..

Y el sujeto grita: ¡Ah ja!
¿Te las tais dando de guapo?
¿Con que con River? ¡Toma!
y me acomoda un sopapo.

Y el Rivero mi explicao
mientras yo estaba maltrecho,
causante que mi has nombrao
que sos de River ti han hecho.

P'hablar aquí ante una rueda
va ser mejor que lo pienses.
¿No vis qu'en Avellaneda
cuasi, tuitos son boquenses?

¡Si pues! ¿Y a mi en este lío,
decí, que pito me toca?
Si yo nunca y conoció
ni a Don River ni a Don Boca.

¡Chanzas d'esías a mi no!
Si yo con naides m'enrolo.
Vos bien sabís de que yo
soy independiente y sólo...

Y pu'áhi me salta un oyente,
qu'era un hombre di hacha y tiza,
¿Con que sos de Independiente?
¡Y de nuevo otra paliza!

Y mi parao desafiando:
¡Van a ver lo que les pasa
con mi primo el zurdo Ovando
que es un peliador de raza!...

¿De donde decís payuca?
¿De Racing es ese tipo?
¡y di un manazo en la nuca
cuasi me cortan el hipo!

¡Alhaja, i dicho, di antojos!
cuando i recobrao el tino,
p'ablar sin que hayan enojos
aquí áhi que ser endivino.

Cansao de tantos desaires,
aguaicadas y reveses,
mi golvío del Güenos Aires
pa no poner más los pieses.

TÍTULOS TONTOS, DISCURSOS ABSURDOS. Una carta de Theodore Roosevelt

Washington, 2 de diciembre de 1908 Departamento de Estado:
Querría que el Departamento me informara qué permitió que el Embajador Chino a ayer dos veces "Su Excelencia" para dirigirse al Presidente. No sólo la ley, sino también la sabia costumbre y las convenciones exigen que se dirija uno al Presidente tratándolo tan sólo "Sr. Presidente" o "Presidente". Es del todo inapropiado permitir el uso de un título tonto como "Excelencia" (y si acaso los títulos estuvieran permitidos, éste es totalmente indigno del cargo de Presidente). Cualquier título es tonto cuando se trata del Presidente. Pero éste es más bien excepcionalmente tonto. Y no sólo es tonto, sino inexcusable, que el Departamento de Estado -que debería por encima de todos los Departamentos ser correcto en su uso- permita que representantes extranjeros caigan en el error garrafal de usar tal título. Querría una explicación inmediata de por qué se permitió el error garrafal y una declaración pormenorizada de qué ha hecho el Departamento para evitar la comisión de cualquier error garrafal similar en el futuro.
Ahora, en lo que hace al discurso propiamente dicho. No lo leí como estaba escrito porque era necio y absurdo. Ya tuve que corregir el telegrama ridículo que redactaron para que mandara a China en ocasión de la muerte del Emperador y la Emperatriz Viuda. No objeto la rotunda necedad de los discursos que he dirigido y me han dirigido los representantes de gobiernos extranjeros con motivo de la presentación de sus cartas credenciales o cuando vienen a despedirse. La ocasión es puramente formal y los discursos absurdos que intercambiamos no son más que formas más bien elaboradas de decir buenos días o adiós. Por supuesto, sería mejor si fueran menos absurdos, y si tuviéramos un formulario que pudiéramos usar el Ministro y el Presidente en tales ocasiones, un formulario que permitiera las leves variaciones requeridas por cada caso en particular. Me parece que podrían elaborarse formularios así, de la misma manera que usamos formularios especiales en las cartas absurdas y necias que escribo a Emperadores, Reyes Apostólicos, Presidentes y demás, cartas en las que me dirijo a ellos como "Estimado gran amigo" y firmo "Su buen amigo". Estas cartas carecen de sentido; pero tal vez en su conjunto no sean del todo objetables cuando anuncio formal y convencionalmente que he enviado un ministro o embajador o que he recibido a un ministro o embajador. Me resultan absurdas y necias sólo cuando felicito a los soberanos por el nacimiento de bebés -portadores de dieciocho o veinte nombres- de gente cuya mismísima existencia ignoro; o presento mis condolencias por la muerte de individuos a los que desconozco. Aun así, si el abandono de esta costumbre estúpida causara problemas, sería mucho más estúpido provocar el problema que conservar la costumbre. (...) La cortesía es necesaria, pero los halagos demasiado efusivos y obviamente falsos no hacen más que poner en ridículo a ambas partes; y además son de mala educación.

26° presidente de los Estados Unidos (1901-1909), Premio Nobel de la Paz en 1906, se destacó tanto por el reformismo de su política interior como la diplomacia de su administración, curioso, si se considera la alergia al protocolo expresa en esta carta furiosa al Departamento de Estado.

Duerma tranquilo... que yo lo cuido

El general don Bartolomé Mitre era uno de esos hombres de sueño ligero.  Pero,  en determinadas ocasiones, lo agarraba tan profundamente, que podían disparar un cañón junto a él sin temor a que se despertara.
En 1874, cuando aquella famosa revolución en campaña, a la que don Bartolo fue arrastrado, y contra todas sus convicciones, el ejército revolucionario acampó en la margen sud del arroyo Chapaleofú, arroyo que estaba muy crecido, y al que debió arrojarse el ejército para salvar de ser despedazado por la caballada que, asustada por un incendio, huía hacia ellos. Aquella noche horrible, vino a sumarse a tres o cuatro anteriores, en que el general Mitre no pudo cerrar los ojos. Ya no podía más de sueño... Se disponía a dormir, cuando llegó una delegación de vecinos de Tandil, invitándolo para la mañana siguiente. Don Bartolo, siempre cortés, aceptó la invitación y la hora temprana de la cita; mas, luego que los vecinos se marcharon, le asaltó un temor, y llamó a un paisano que le hacía de ordenanza.
- Escúchame bien  le dijo . Necesito estar en Tandil a eso de las siete de la mañana; no me dejes dormir. ¿Me entiendes? Yo no puedo faltar a esa cita.
- Está bien, mi general; duérmase tranquilo nomás.
El paisano, sentado junto a la puerta de la carpa, mateaba y, de tiempo en tiempo, se acercaba al lecho, en que don Bartolo dormía.
Serían las tres y media de la madrugada; el paisano se acercó a don Bartolo, que en aquel momento se movía, y, con un vozarrón de trueno, le dijo al oído:
- Duerma, tranquilo... que yo lo cuido.
- Don Bartolo se incorporó, alarmado; luego, se dejó caer, y volvió a dormirse.
Cantaron los gallos, un perro ladró furioso. Don Bartolo, quizá por algún inconveniente del lecho se movió; el paisano se llegó a él, y con su atronadora voz, le repitió al oído:
- Duerma tranquilo... que  yo lo cuido.
Don Bartolo se sentó en el lecho y miró asombrado a su asistente:
- Duerma tranquilo, mi general, yo lo cuido -le dijo éste sorbiendo un  mate.
Don Bartolo se acostó y reanudó su pesado sueño.
No habría transcurrido una hora cuando, quizá por el mismo inconveniente del lecho, don Bartolo se movió, y el paisano, solícito, con verdadera aflicción, le dijo:
- Duerma tranquilo... que yo lo cuido.
Don Bartolo se puso de pie de un salto, echando chispas por los ojos, y ya iba a desatarse en un torrente de imprecaciones, cuando la expresión afligida del paisano lo contuvo.
- Dame unos mates. le ordenó, poniéndose  a  pasear  por  la carpa.
Le alcanzó un mate el paisano y mirándolo con verdadero cariño, le dijo:
- Todavía   puede   dormir   bastante,   mi   general, recién aclara...
 No..., no tengo sueño. Prefiero pasearme, voy a estar más tranquilo.


Extraído de Fogón de las tradiciones

HABILIDAD DE UN HUMORISTA INGLES

El humorista británico George Robey viajaba en ferrocarril. Tenía enfrente una de esas mujeres nerviosas que sufren de un «gran miedo» perpetuo por los accidentes. A la menor disminución de velocidad, a la más leve sacudida; la viajera lanzaba alaridos de terror...
- jCielos!   |Un choque! Vamos a morir...
Exasperada por la calma Imperturbable de su compañero, dijo:
- ¡En fin, señor ¡Usted, por  lo  visto,   no   tiene miedo!
- No,   señora  replicó el humorista imprimiendo a su semblante una expresión singularmente patibularia.  Nunca temo nada en ferrocarril...   pues se me ha predicho que moriré en la horca.
- ¡En la horca!... Enloquecida de miedo la dama cambió de departamento en la estación siguiente. Mientras George Robey, desembarazado de su molesta compañera, sonreía con fruición.

Extraído de Caras y Caretas, año 1935

LA UNIVERSIDAD DE HERBY O LOS ENCANTOS DE LA DEMOCRACIA Por Enrique Jardiel Poncela

La Universidad de Herby era exactamente igual a cualquiera otra de las Universidades enclavadas en territorio de los Estados Unidos, sólo que tenía las fachadas pintadas de encarnado.
En la Universidad de Herby se jugaba al fútbol, se bailaba, se bromeaba, se montaba a caballo, se hacía esgrima y boxeo, se flirteaba y no se estudiaba, porque realmente se carecía en absoluto de tiempo para ello.
Alumnos y alumnas se guardaban los respetos y las deferencias naturales en las gentes bien educadas. Y los profesores alternaban con los alumnos, ya para explicarles el binomio de Newton, ya para aclararles las nebulosidades de la Lógica, ya para organizar un concurso de natación o un match de boxeo, ya para cazar mariposas o comer sándwiches, hamburguesas y hot-dogs.
La Universidad de Herby era un centro educativo perfecto, lleno de democracia norteamericana; de rubias-platino, de optimismo y de evónimos.
Idénticos gustos y aficiones enlazaban a los alumnos y a los profesores, y el fútbol, o el triunfo en el ring de Joe Louis, o la muerte de "Baby Face" preocupaba lo mismo a unos que a otros. Si los profesores eran superiores a los alumnos, obedecía esto a que sabían más que ellos, y si las muchachas eran superiores a los muchachos, la superioridad nacía de que eran más hermosas. En Herby sólo los méritos daban superioridad. Aquello era un paraíso reglamentado y sujeto a un horario inflexible. Sólo así se comprende que el día 7 de abril no ocurriese en Herby una catástrofe.
Os contaré lo ocurrido rápidamente porque tengo que ir al teatro y el tiempo apremia.
El día 7 de abril, Frank Treesvelt, Presidente de la República, y el ministro de Educación, visitaban, amablemente guiados por el honorable Elías Compton, rector de la Universidad, las diferentes N instalaciones  de Herby.
A las once y doce minutos de la mañana, Mr. Treesvelt, el ministro Compton y el acompañamiento se hallaban visitando las cocinas.
Y en aquel mismo instante, el profesor Ramsay explicaba a sus alumnos la lección 37, de Álgebra superior, cuando...
En medio de un teorema complicado se oyó un maullido de gato famélico. El profesor Ramsay volvióse vivamente a sus alumnos e interrogó sin alterarse:
- ¿Quién ha hecho el gato?
Nadie contestó. El profesor agregó con serenidad:
- En Herby, señores alumnos, no hay un solo gato. ¿Quién de ustedes ha maullado?
Y como en la Universidad se enseñaba que la mentira envilece al hombre, el alumno Honorio Pringle se levantó para decir:
- Yo he sido el que ha maullado.
- ¿Con el objeto de burlarse de mí? -indagó Ramsay.
- Sí, señor. Con ese objeto y con este otro objeto.
Y enseñó un pito de papel.
- Pase usted a mi despacho.
Pringle pasó al  despacho de Ramsay y Ramsay le siguió.
- Lo que usted ha hecho se merece esto - dijo el profesor.
Y echándose sobre Pringle, le dio diez puñetazos en cada ojo.
Luego, profesor y alumno volvieron a clase tranquilamente.
Pero no faltó quien expusiera lo ocurrido al honorable Compton, y al tener noticia de ello, el rector llamó al profesor Ramsay a su despacho.
- Profesor - le dijo- ha corregido usted la grosería de un alumno y eso es meritorio. Pero también es verdad que usted ha pegado a un hombre, y eso merece un castigo. Yo le impongo el castigo, profesor Ramsay.
Y lanzándose contra el profesor Ramsay, el honorable Elias Compton le colocó catorce porrazos en la nariz y diecinueve en las mandíbulas. Terminado lo cual, ambos volvieron a sus ocupaciones.
La ocupación perentoria del rector era contarle lo sucedido al ministro de Enseñanza, y así se apresuró a hacerlo.
El ministro tuvo frases de caluroso elogio para Compton.
- No obstante - dijo por último- usted ha pegado al profesor Ramsay, que es un sabio matemático., y es usted acreedor a dos docenas de golpes.
Y el ministro de Enseñanza le propinó las dos docenas de golpes a Compton, exactamente distribuidas por todo el cuerpo.
Entonces el Presidente Frank Treesvelt intervino:
- Muy bien, ministro. Ha cumplido usted con su deber. Pero el hecho de pegar a un rector de Universidad es punible. Soy el presidente de la República y debo dar ejemplo de justicia a mi país.. . Coloqúese bien, que le voy a boxear el estómago.
Y, con gran precisión, el presidente Treesvelt le atizó veintiséis puñetazos al ministro de Enseñanza.
Hecho lo cual el presidente Treesvelt se colocó ante un espejo y habló así, dirigiéndose a sí mismo:
- Frank: has hecho lo que debías, como te enseñó tu padre y tu lejano tío Heliodoro. No obstante, el deber te ha arrastrado a pegar a un ministro de Enseñanza, y eso, en un país democrático, es una grave falta. Voy a castigarte...
Y el presidente Treesvelt se arreó un puñetazo tan terrible que desde entonces anduvo ya mal de la cabeza, pronunció discursos sensacionales todos los jueves y dijo a todo el que le quiso oír que él iba a arreglar el problema social, económico y político del Mundo.