martes, 19 de noviembre de 2013

“CONTATE UN CUENTO VI” - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA A

Por siempre árboles
Por Mercedes Iribarren - Alumna de 1º año de E.S. Nº 3 “Carmelo Sánchez”

Año 2060. Tenía 70 años y nunca había pensado ver que los árboles ya no existían. El aire se tenía que comprar. Cada vez, había menos fauna en la ciudad, y todo lo que la gente usaba era artificial, nada era natural. Mientras pensaba escuchó que su nieto le hablaba.
- Abuela... ¿Te acordás que me dijiste que me ibas a contar una historia?
-Sí sí, ¿querés que te la cuente?
-Sí sí, ¡por favor!
- Era el año 2013.Estaba en mi habitación, mi mamá estaba en el comedor mirando TV, eran las 3 de la tarde y mi amiga Cata me invitó a la plaza, bajé al comedor y le avisé a mi mamá…”Mama, voy a la plaza con Cata, cualquier cosa te llamo, si no llámame”, le dije. Y ahí salí caminando hacia la plaza, pasé a buscar a Cata por su casa, y al llegar nos sorprendimos,   había sacado los árboles.
-¿Árboles? ¿Qué es eso? - preguntó alteradísima mi nieto.
- Árbol, bueno, es una planta, de tallo leñoso, que se ramifica a cierta altura del suelo. Ellos mediante la
fotosíntesis, nos daban aire.
-¿Cómo que nos daban aire? Si eso se compra.
-Antes, lo que ahora hay que pagar era gratis.
-Pero si el dueño de la fábrica de aire nos contó como lo obtienen y todo.
-Antes se obtenía de diferente manera.
-Aah, ¡quiero saber! Seguí contando la historia.
- Con Cata fuimos alteradísimas a preguntar, porqué sacaban todos los árboles, y más preocupada estaba mi amiga, ya que ella estaba en contra de todo lo que tuviera que ver con hacerle daño a la naturaleza. Les gritábamos a los albañiles, y ellos seguían en su trabajo y no nos contestaban. Nos dirigimos a mi casa corriendo llegamos agotadas, ya que estábamos enojadas, exaltadas por lo sucedido. Le contamos a mi madre, quien propuso que le enviemos una carta  al intendente. En pocos minutos la carta, ya estaba guardada en el sobre, preparada para enviarla. Mi amiga se quedó a dormir en casa, luego de contarle todo lo sucedido a su madre le preguntó si podía quedarse. El lunes por la mañana, nos levantamos, desayunamos, y fuimos directo al correo a enviarla   Pasaron 2 semanas y no recibimos respuestas  ni del intendente, ni de ningún funcionario de la municipalidad. Para ese día, ya habían hecho muros alrededor de la ciudad, para que nadie saliera, porque según las autoridades adentro de la ciudad estaba todo lo que necesitábamos. Dos meses después, todavía sin respuesta de la carta, se inauguró la fábrica de aire. Todos se preguntaron “¿Una fábrica de aire?”, pero, ¿por qué no hay árboles?, empezaron a vender el aire. Algunos se negaron, otros aceptaron. Al final, todos tuvieron que aceptarlo, si no, nos metían a la cárcel y no podíamos ir a ningún lado. Ni una semilla de ningún tipo había quedado. Solo había edificios, casas, negocios, mercados, museos, todo menos árboles. Todas las hojas de los árboles y su tronco los usaron para hacer un material “multiuso” , que para el intendente se usaba para todas las cosas que te imagines. Cata quería hacer una manifestación, pero sabía que la iban a meter a la cárcel, y nadie quería eso para ella.
-Abue, ¿hay alguna manera de plantar algún árbol?
-Sí. Afuera de la ciudad, vive un hombre, que era el que cultivaba los árboles y se encargaba de cuidarlos en la plaza, puedes pedirle a él, cuenta la leyenda que él se quedó con la última semilla.
-¿Cómo salgo de la ciudad?
-Hay un muro que tiene un botón rojo, a dos metros de altura del piso, aprietas ese botón y sale una escalera, subes esa escalera y te chocas con una puerta. Entras y  hallaras un camino que conduce a la salida. Ten cuidado, la caída es fea, y hay muchas cámaras. Se sigiloso. …

El nieto, partió a buscar el gran tesoro de la humanidad, la última semilla que quedaba de un árbol. Encontró los lugares que le dijo su abuela. Él fue vestido de negro. Buscó el botón rojo. El lugar era horrible, había muchísimas telarañas, hormigas, insectos, parecía una película de terror. Chocó contra una gran puerta. Leyó que decía “No se aceptan visitas, no te dejaré entrar, así que no golpees la puerta ni toques el timbre” A él, no le importó lo que decía el cartel y tocó igual el timbre. Sonó un fuerte sonido proveniente de allí, que casi aturdió los odios del joven De repente se escuchó una voz gruesa, y fea que decía:
- ¡¡¿¿QUIÉN ES??!! ¡¡¿¿QUÉ QUIERES??!!
-Quiero saber si me puedes dar la semilla- dijo el joven
-¿La semilla? ¡Qué raro! Nadie antes se interesó por eso, ni pensé que alguien lo iba a hacer. Si quieres te la puedo dar mañana, porque ya es tarde y tengo que dormir. Ven mañana que te la entregaré
-Muchas gracias. Mañana vendré.
   Y el niño volvió rumbo a la ciudad, entró exactamente por donde salió. Pero en el muro donde estaba el botón con el que podía entrar había 2 hombres altos De entre las piernas, salió un hombre pequeño, pero pequeño de altura, era el intendente de la ciudad.
-¿En qué andas, nene? - dijo con un tono serio.
-¿Y...yo? En nada, ¿por qué pregunta, señor? – respondió tartamudeando, ya que tenía miedo de los “matones” que estaban con el intendente
-Ten cuidado, sabemos muy bien que saliste de la ciudad, … ¿para qué querés salir? En la ciudad esta todo. Acordate que hay cámaras en TODAS partes –dijo remarcando todas las palabras.
   El niño se fue pensando en lo que le dijo el intendente Llegó a su casa y allí estaba su abuela esperándolo:
- Tienes que volver mañana, pero ten  más cuidado, porque si se enteraba tu madre, se enojará, y ¡mucho!
   Al otro día, se levantó muy emocionado, ya que era el día en que le daría la semilla. Se vistió y le dijo a su madre, que iría a comprar unas cosas para su abuela. Ella le creyó y él salio rápido para allí.
   Al llegar al muro, se encontró con una sorpresa, no muy agradable, el muro y el botón estaban sellados. Pensó, pensó, pensó y pensó, hasta que vio el edificio de enfrente, que podía subir y saltar el muro. Lo saltó y pasó al otro lado. Corrió lo más rápido que pudo, hasta llegar a la casa del hombre. Él lo esperaba con la semilla, porque sabía que iría. Se la dio y el niño volvió a la ciudad.
   Al saltar y estar en la calle de allí, escuchó un auto que lo perseguía, se dio vuelta y era el intendente con sus dos hombres. Aceleró la velocidad y llegó a su casa. Entró rápidamente y subió a su habitación, a ellos los había perdido de vista, así que ahorró tiempo. Pudo enterrar la semilla, y cuando estaba apunto de regarla, se escuchó sonar el timbre. Su madre salió a abrir y charló con los hombres y el intendente.
-¿Podríamos subir a ver la habitación de su hijo? – preguntó el intendente.
-Si, claro. - contestó la madre muy asustada
   El niño escuchó eso y corrió a su habitación, el intendente llegó al mismo tiempo que él. Pero ¡la semilla no estaba! El chico miró por la ventana y vio a su abuela en su moto con la semilla, quería ir al centro de la ciudad así todos veían el árbol. Llegó, estacionó y subió a la estatua del alcalde, que era un punto alto del centro, desde allí podrían ver todo y gritó:
-Niños y niñas, hombres y mujeres, abuelos y abuelas, ¿alguien de ustedes recuerda los árboles?
    Se escucharon algunos murmullos, pero de entre toda la población se escucharon algunos “¡YO!”
-¿Recuerdan la fotosíntesis? ¿O la sombra que ellos nos daban? Yo si la recuerdo y me gustaba, me encantaba. Pero yo digo ¿Por qué pagar algo que los árboles nos dan gratis?
-Porque los árboles tiran sus hojas en el piso, son feos y a nadie le gustan - dijo el alcalde, enojadísimo por lo sucedido.
-¡¡NO SON FEOS, SON HERMOSOS, A MI SI ME GUSTAN, CUANDO ERA JOVEN TUVE UNO, PERO DESAPARECIERON TODOS!! - dijo la dueña de la tienda de mascotas.
   Y en ese momento, empezaron a aplaudir a la valiente abuela  y  a su nieto. Y abuchearon al alcalde y lo echaron de la ciudad.
-Pero chicos, acuérdense que los árboles son esenciales en la vida, son seres vivos, sienten como nosotros, déjenlos vivir.
-SIIIIII - dijo toda la población junta.
   Desde ese día, la ciudad “SinArboleda” se comenzó a llamar “PorSiempreArboles”. El alcalde fue a prisión por pagar cosas que eran gratis, y  todos son felices respirando el aire puro que poco a poco fue brindando cada árbol que iban recuperando

“CONTATE UN CUENTO VI” - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA A

Siempre te acompañaré
Agustina Leguizamón - Alumna de 1º año de la E.S. Nº 3 “Carmelo Sánchez”

   Olivia vivía con su familia pero su familia la ignoraba, no les importaba lo que Oliv decía. Su hermana siempre estaba escuchando música, nada ni nadie podía separarla de su equipito. Su madre, como todas madres, hacía la comida, limpiaba, lavaba y cuidaba que todo estuviera en orden y la pobre no tenía tiempo para nada más. Su abuelo y su padre ¿Qué podrían estar haciendo? Nada más ni nada menos que escuchando fútbol  o hablando de ello, y si llegabas a interrumpir te decían: “¿No tienes otra cosa qué hacer?, Estamos escuchando…Goooooooool.” Su abuela siempre concentradísima en las dos agujas de tejer, y aunque todos le decían que pare que ya tenían muchos, muchísimos abrigos,  ella siempre decía: “hay que abrigarse más”.
   Cerca de su casa vivía Octavio con su padre. Su familia era española pero habían ido a México en busca  de trabajo, su padre trabajaba en un bar y allí fue donde Octavio conoció a Oliv. Todas las mañanas ella pasaba por ese bar camino a la plaza principal, cuando estaba triste o enojada  porque su familia no la escuchaba agarraba su antigua cámara de fotos, recuerdo de su tatarabuela y sacaba fotos a todo aquello que le llamara la atención. Pero un día tanto fue su distracción que  chocó con un joven militar llamado Octavio, esto lo supo por el nombre grabado en su uniforme. Desde el momento en  que se vieron supieron que sus vidas estaban destinadas a estar juntas y deseaban lo mismo “formar una familia”.
   Hacia ya dos años que estaban juntos. una mañana Olivia recibió una llamada de su novio  y le dijo que la iba a ir a buscar a la casa, con un solo propósito elegir qué casa se iban a comprar con los ahorros que venía juntando hacía años, al fin había conseguido el dinero suficiente para adquirirla. Olivia se había quedado sin palabras se largó a llorar de la emoción, estaba muy contenta ya que su sueño se estaba cumpliendo. Iba a formar la familia que ella deseaba.  Se preparó lo mas rápido que pudo y agarró la poca plata que tenía por si a su novio  le hacía falta un poco más de dinero. No tuvo tiempo para hacer otra cosa porque en un  abrir y cerrar de ojos Octavio estaba tocando su puerta.
  Ese día vieron varias casas en venta, pero no fueron a todas porque había una en especial que parecía mágica, era una de las primeras, era hermosa y esa fue la que compraron.
   Octavio y Olivia  vivieron muy felices en su casa, pero el 18 de julio de 1.995 una mala noticia los despertó, todos los jóvenes españoles debían presentarse en las filas de combate del ejército español a  luchar por su patria. La guerra se había desatado entre España y Estados Unidos, se disputaban el territorio de la isla “Belmonte del Ruy”. Olivia se quedó en su casa. Estaba muy preocupada por la vida de su esposo pero intentaba tener esperanzas. Todo había salido como lo había soñado y ahora esperaba  que todo saliera bien.
   Dos meses después México se unió a Estados Unidos en la guerra contra España. Olivia se afligió mucho más al enterarse de esto. Pasaban las horas, los días, los meses. En la radio, el diario y  en la televisión los titular sólo  decían “La guerra continúa “,  “Hay cientos de muertos”  “Nos enfrentamos por fin a España”
   Y ella se decía una y otra vez con lágrimas en sus ojos y un profundo dolor en su corazón “¡Oh, no, Octavio está en la guerra! ¡no, no, no! Si algo le llega pasar a Octavio… ¿Qué será de mi vida, qué haré?”
   Una mañana antes de que escuchara alguna noticia  sintió que le tocaban la puerta,  pero no estaba segura porque había muchos ruidos de bombardeo,  fue y preguntó quién era.
_ “Soy  policía, déjeme pasar”.-  Olivia le abrió la puerta
_ “¿Qué quiere?” – preguntó asustada
_ “¡Señora comenzaron los bombardeos todos deben abandonar sus hogares! ¡Salga de aquí de inmediato porque ya mucha gente murió, entre ellos su marido español que luchó contra nosotros! ¡Hágame caso de inmediato, es una orden, vamos!”
   El policía intentó en vano convencerla y se marchó furioso después de recibir un llamado telefónico que le hizo olvidar el motivo por el cual se había acercado hasta allí
   Olivia se quedó sin palabras, por un momento, luego se puso a llorar desconsoladamente. De ahí no se iba a mover porque la casa era lo único que tenía, a su  esposo ya lo había perdido.  Cerró la puerta con fuerza y  subió la escalera que llevaba a  su habitación. Buscó el vestido que había usado el día de su casamiento. Era un lindo vestido blanco, como los de princesas y hadas. Inmediatamente se lo puso y se acercó al espejo para mirarse. De pronto se escuchó una música hermosa que sólo ella podía sentir y empezó a danzar. Sus pies se movían sin que fuera consciente de ello. No podía dejar de llorar, era tanta su tristeza que las lágrimas caían como en una catarata. Ya no le quedaba nada solo su hogar.
     Finalmente estalló una bomba en su casa y ella cayó al piso sin vida. Flores blancas giraban sobre su cuerpo. Un velo también blanco la cubrió y  volando rodó el collar que tenía en su cuello y  que  llevaba escrito: “Octavio y Olivia”.
   Pudo distinguirse que desde el espejo salía la silueta de un hombre que la tomó entre sus brazos y se la llevó con él. De pronto algo mágico sucedió, donde antes se hallaba Olivia mariposas de todos  colores ocuparon su lugar. En su collar ya no se leían sus nombres sino otra leyenda que decía:

                                                                                     “Siempre te acompañaré”.


“CONTATE UN CUENTO VI” - MENCIÓN DE HONOR CATEGORÍA A

La historia de una pareja feliz
Por Valentina Martínez Martorello - Alumna de 1º año de la E.S. Nº 3 “Carmelo Sánchez”

 
    Era el comienzo del año 1806, en la ciudad de Buenos Aires. Los niños jugaban a la pelota, las damas cocinaban pastelitos, iban a buscar agua al río y pasaban toda la tarde apostando a la payana.
   Joaquín, era un adolescente de la baja sociedad, vivía solo con su madre. El padre había muerto en manos de soldados ingleses. Todo el tiempo, durante esos años, recordaba los bellos momentos en los que el padre lo cargaba sobre los hombros y reía sin parar. La mamá trabajaba vendiendo pasteles, pero los reales obtenidos no conseguían pagar las cuentas pendientes.
   Un día, caminando por el pueblo, alcanzó a observar dos soldados convocando a más voluntarios para combatir contra los ingleses. Sin pensarlo, Joaquín fue corriendo con ellos a anotarse, honrando el honor de su padre.
  Como realizaba muy bien el entrenamiento, el jefe, que era un hombre de honor, lo invitó a su casa a tomar el té. Él tenía una hija llamada Anna, era muy hermosa. De piel blanca como la nieve, los ojos como bolitas de vidrio y manos como la porcelana más delicada. Al instante, el joven se enamoró de la jovencita. Sentía que era la única que podía acelerar su corazón con un simple: “hola”.La muchacha también se enamoró de Joaquín y cada paso que daba hacia él, sentía que el corazón le explotaba. Pero el amor era imposible. Debía seguir con los planes de la familia. No podía dejar entrar en su vida a un simple joven que apenas podía pagar un pan;- decía su madre.
   Un día, Joaquín intentó mandarle flores a la jovencita, pero al llegar a la puerta el padre prevenido tomó un palo y lo persiguió por todo el jardín, repitiéndole varias veces que se ocupara de matar ingleses y no de conquistar a su hija.
    Los meses pasaron y cada día que estaban separados, mucho más se amaban. Ambos, decidieron encontrarse a escondidas, hasta que en la tercera salida el joven besó a Anna, dejándola sin aire. Ya no podían seguir encontrándose porque el día del combate se acercaba y Joaquín necesitaba concentrarse.
   Al día siguiente, era una mañana gris y fría. Los niños no se animaban a salir de las casas, los adultos cerraban puertas y ventanas, sabían que algo malo estaba por llegar.
   Esa mañana, el joven recluta tuvo un mal presentimiento. El silencio de las calles lo aturdía mientras caminaba a paso ligero. Se dio vuelta hacia atrás un segundo, y terribles cañonazos empezaron a caer del cielo. Ingleses con armas de alta calidad, soldados muertos por todos lados.
   Joaquín fue sorprendido por un enemigo desde atrás, tirándolo al piso y apuñalándolo con un pedazo de vidrio. El dolor era muy intenso. Lo llevaron a donde atendían a los heridos, intentaron lograr que la lesión dejara de sangrar.
   Anna, enterada de la noticia corrió escabulléndose hacia el lugar donde se encontraba, se arrodilló en el piso, tomó su mano y le dijo que él era el hombre más fuerte y luchador que había conocido. Que no la dejara sola, porque ella lo necesitaba  Escuchando las dulces palabras de Anna, Joaquín se levantó,  la abrazó y tomó confianza para salir a defender a su país.
   Una semana después, los jóvenes estaban a salvo y enamorados, pero no contaron nada sobre su relación.
   El padre de la señorita estaba seguro que ambos ocultaban algo, entonces decidió seguirlos. Ellos se dirigieron a una plaza y se escondieron detrás de un viejo ombú. Cuando el hombre, vio que se iban a dar un beso agarró un cuchillo, dispuesto a matar a Joaquín, pero Anna, empujó a su padre, obligando a Joaquín a correr. El jefe no tuvo más remedio que encerrar a la hija en el cuarto, sin salir ni para ir a comer a la mesa. El enamorado la espiaba desde la ventana, no quería que el padre se enterara y tomara medidas peores.
   Los días pasaban y Joaquín tomó la decisión de enfrentarlo. Tocó la puerta y le expresó al progenitor que tenía algo para decirle. Se sentaron y el sargento con mal carácter le pidió que le contara. Joaquín, muy seguro de sí, le explicó que amaba a Anna tal como era y si se necesitaba tener mucho dinero para poder estar con ella, trabajaría en cinco lugares diferentes, tan sólo para verla a la mañana despertar y sonreír. El jefe se levantó y le pidió que lo acompañara. La condujo hacia unas escaleras estrechas. El joven estaba asustado, abrió la puerta y allí se encontraba la dama, tan hermosa como siempre. Los enamorados muy felices, se abrazaron y corrieron a darle las gracias.
    Se dice que desde entonces, nunca más, nada ni nadie, intentó  impedir su amor.


“CONTATE UN CUENTO VI” - CATEGORÍA A JÓVENES DE 12 Y 13 AÑOS - Mención de honor

Ser Feliz
Por Lucia Gauto - Alumna de 1º año de E.S. Nº 3 de San Manuel


La lluvia caía sobre la ventana y Luz recordaba su infancia en la que todos los días con su papá salían a las 7 A.m. y arrancaban un largo día. En primer lugar ella entraba a la escuela. Al finalizar su jornada escolar pasaba la tarde paseando y conociendo distintos lugares de la ciudad. Vivía en Buenos Aires. A Luz le encantaba sacar fotos y retractar con su cámara hermosos momentos. Su sueño era convertirse en una fotógrafa reconocida en todo el país, pero su padre no podía comprarle una cámara profesional, él tenía una común y veía que Luz sacaba increíbles fotos con ella.
Andrés, el papá, deseaba poder darle a su hija lo que tanto añoraba, pero su trabajo no le permitía ganar mucho y lo que ganaba debía gastarlo en lo fundamental para sobrevivir. Sin embargo lo poquito que le quedaba lo guardaba en una cajita. Deseaba profundamente llegar al precio de la cámara que deseaba su hija.
    Un día la niña vio en un diario un anuncio que invitaba a todos los niños de 8 a 12 años que se interesen en la fotografía a participar en un concurso, el premio consistía en dos pasajes a Maui, una de las islas más paradisíacas de Hawai, para sacar sus mejores fotos. Luz decidió anotarse pero no tenía una gran cámara por eso le pidió a su papá que se la comprara. Él no tenía la plata, a pesar de esto le dijo que si. Ese día, Andrés no pasó la noche en su casa sino que estuvo toda la noche trabajando para conseguir el dinero. A la mañana siguiente fue hasta el negocio, compró la cámara y se la llevó a su hija. La felicidad que sintió esa niña al ver que su padre le traía lo que tanto añoraba era inexplicable en palabras. Esa tarde padre e hija emprendieron una excursión hacia el obelisco, la idea era sacarle una gran foto, pero la estrella de la imagen no fue la que piensas, sino que en el camino Luz y Andrés se sacaron una fotografía en una plaza y la niña decidió enviarla al concurso con un epígrafe en el cuál escribió: "Tal vez no sea la mejor foto, tal vez no gane, pero esta persona me enseñó a valorar todo lo que tengo, porque es la persona más importante".
  Los días pasaron y la fecha de premiación llegó. Luz se sorprendió al recibir una nota del concurso que le comunicaba que  había sido elegida como la ganadora. Se dirigió a la dirección indicada y al recibirla le dijeron  que su premio no seria un viaje sino una cámara. Luz no aceptó y prefirió quedarse con la suya. Comprendió que lo  que más vale es el cariño y lo que le demostró su papá al esforzarse tanto para conseguir esa cámara. Desde ese día su padre fue la estrella, fue el protagonista de sus mejores fotos.
Hoy que ya no tiene la compañía de su papá, al recordarlo en sus imágenes, en ella se refleja una sonrisa. En esos segundos recuerda que la felicidad está hecha de pequeños momentos y no de algo material. Ser feliz consiste en valorar lo que tienes pero no los bienes materiales, sino valorar a tus seres queridos, pasar tiempo con ellos y retratarlos para que duren en el tiempo. Todos dicen ser felices y si  lo eres disfrútalo, valora a esas personas, cuídalas y demuéstrale tu cariño, porque cuando no las tengas te arrepentirás.

“CONTATE UN CUENTO VI” - CATEGORÍA A JÓVENES DE 12 Y 13 AÑOS Mención de Honor

El Furia Negra
Por  Juan Martín Trejo - Alumno de 1º año de la E.S. Nº 3 de San Manuel

El Furia Negra era un caballo de carreras de pura sangre. El dueño del caballo, un hombre de 59 años,  se llamaba Ricardo Bonaventura  y vivía en Tandil.
Este señor de buen status económico era dueño de cinco mil hectáreas de ganado, novecientos caballos y el Furia Negra era uno de sus  ejemplares sobresaliente. En cualquier conversación hacia alarde de él. 
La mejor yegua del stud, la madre de Furia Negra, tuvo al caballo pero no lo pudo disfrutar ya que falleció en ese preciso momento.
El caballo fue uno de los tantos en la historia que ganó cientos  de copas en los hipódromos de todo el mundo. Siempre tuvo la posibilidad de ser vendido a los Estados Unidos con el objetivo de  representar a los norteamericanos en los hipódromos mundiales más importantes. Llevaba como apodo “El más veloz”. Pero su dueño se negó, no lo vendió
En el último gran premio había empezado último. Comenzó a pasar a los primeros y se colocó en primer lugar. Coronarse campeón en cada carrera se había hecho cotidiano.  El dueño se sentía feliz. Estaba haciéndose millonario gracias al caballo,  pero después de algunos años, decidió que el tiempo de retirarlo de las carreras había llegado. Quería soltarlo al campo y que gozara de la libertad absoluta. Y así fue. De a poco Furia Negra se encontró mezclado con la naturaleza, crines al viento con aire de libertad. Se hizo un caballo de paseo y desde entonces fue inseparable con  el dueño y su hija.
Abandonar los intereses económicos  en busca de valores y afectos es la decisión más importante que podemos tomar en la vida.

“CONTATE UN CUENTO VI” - CATEGORÍA A JÓVENES DE 12 Y 13 AÑOS - 1º PREMIO

El soldado perdido

Por María Milagros Lima - Alumna de 1º año de E.S.N1º 3 “Carmelo Sánchez”

Un soldado sajón sobreviviente de la guerra contra los normandos se encaminaba un día hacia su comarca. Tomó por olvidados senderos, se adentró en un bosque y se perdió. Pero no se dio por vencido y continuó hasta que sus piernas no dieron más.  Decidió sentarse a descansar entre unos arbustos para mantenerse a salvo de cualquier enemigo que merodeara. Rato después, unos extraños ruidos llamaron su atención y alertado se arrastró más en la espesura y aunque  no había sido herido, estaba dolorido y no pudo evitar emitir un quejido. Se arrepintió, pero ya era demasiado tarde; unos diez hombres se abrieron paso entre las plantas. Iban vestidos con una especie de túnicas rojas y en sus manos llevaban lanzas. Lo tomaron del brazo y le cubrieron la cabeza con una manta.  Después de caminar largo rato, se detuvieron y lo arrojaron  dentro de una cueva. Dos hombres se pusieron delante de la entrada cubriendo el paso.
    Los desconocidos hablaban entre ellos, pero él no lograba comprender lo que decían; era un dialecto hermético, ancestral…
    Tirado en el piso frío de piedra, tratando de recuperarse, logró ver una joven mujer de largos  cabellos que se aproximaba a uno de los que estaban tapando la abertura y les dijo algo indescifrable. Caminó hacia adentro y se acercó cautelosamente. Miró al soldado y preguntó su nombre. Sin decir palabra, regresó donde estaban los seres misteriosos y les habló algo incomprensible. Observó al muchacho, se acercó lentamente y le extendió la mano. Éste la tomó y salió de la cueva.
    -Soy Jeremy –dijo el forastero.
    El militar estaba aturdido, no comprendía por qué la desconocida había hecho eso. Ella, era distinta a los que andaban por allí. Tenía la piel más clara y sus ojos eran verdes y grandes, En cambio, los extranjeros tenían la piel oscura y los ojos muy negros, el cabello largo, enmarañado y áspero.
     La mujer se comunicó y él comprendió sus palabras.  Vivía con ellos desde que los sajones quemaron la aldea Normanda, desde  pequeña. Estas personas la cuidaron y la protegieron. Su nombre era Emily. El joven soldado la miró y  supo que no estaba equivocado, la muchacha era bella.  Al día siguiente, ella le mostró el asentamiento y sus integrantes.
    Al llegar la noche, decidió hablar con el jefe para pedirle que dejara en libertad al prisionero, sin embargo, éste se negó. No iba a correr riesgos. Tanto los sajones como los normandos torturaban a la tribu  cuando tenían la oportunidad. Por esta causa, debían vivir a escondidas como animales, en su propia tierra.
   Pronto lo matarían, se sentían en peligro con el extranjero allí. Era en vano continuar con la conversación. La decisión estaba tomada. Emily le explicó esto a su amigo y él se asustó mucho.
   Esperaron la noche siguiente, escondidos de los seres olvidados y ayudados por la oscuridad, salieron cautelosamente mientras todos dormían. Se internaron en el bosque. Ella lo conocía muy bien. Caminaron silenciosos por un sendero estrecho con mucha vegetación durante horas. Lo hacían despacio. La oscuridad era casi completa y el silencio aterrador, desgarrado sólo por los aullidos de los lobos. Cerca del amanecer, escucharon un murmullo inexplicable que provenía de atrás  de unos arbustos. El sajón y Emily observaron alarmados entre la vegetación. Hallaron un hombre herido en el suelo. El muchacho se acercó y le hizo algunas preguntas, era uno de sus compañeros de combate .Jeremy lo cargó en sus hombros y él los guió por la senda hasta el valle cercano al mar. Una vez allí, los demás soldados se aproximaron a Jeremy y asistieron al militar herido. Los sajones habían triunfado en la batalla y  debían abandonar rápidamente  ese horrible lugar.
    El  soldado buscó con la vista a la chica; sus amigos, el humo y la confusión le tapaban la visión. Eran cientos.  Subieron a las naves ancladas en la costa francesa y cruzaron veloces el Canal de la Mancha hasta Britania. Allí celebrarían la victoria; pero, los enviaron en partidas distintas.
    Emily no estaba por ninguna parte. Se había esfumado.
    Había pasado un año desde aquella matanza contra los normandos. La buscó sin éxito. Nadie sabía, nadie recordaba qué camino había tomado la mujer.
    Ahora, se encontraba caminando solo, mirando los puestos de fruta y carne seca del mercado de la plaza. En ese momento, por su distracción, chocó con alguien que cargaba una bolsa de frutas. Éstas se desparramaron por el piso. La persona se dio vuelta, antes de que Jeremy se pudiera disculpar. Era Emily…


“CONTATE UN CUENTO VI” - Mención de honor Categoría D – Adultos

 LA RUBIA DE KENNEDY  
Por  Munir Eduardo Eluti Cueto - Chile

Si vas por Avenida Kennedy y ves una rubia de abrigo de piel blanco haciendo dedo, no la lleves, de lo contrario, la señorita se pondrá a gritar y llorar antes de desaparecer fantasmagóricamente de tu auto. Este caso explotó y se hizo popular en 1979 con decenas de denuncias en la comisaría de Las Tranqueras. Un año antes, una chica había muerto tras una cena con su pareja, en un accidente automovilístico en dicho sector, en las esquinas de Avenida Kennedy y Gerónimo de Alderete ¿Coincidencia o no?. El diario “La Segunda” afirmó que un familiar de la víctima, había llamado para ratificar el hecho: La mujer era Marta Infante que trabajaba en la Corporación de la Madera, y murió el 8 de agosto de 1978.
  Una de las versiones de la leyenda de “La Rubia de Kennedy”, del folclor chileno urbano contemporáneo.
 Corría el año 1979, en Santiago de Chile y Verónica, como cual fantasma metafísico, se aparecía por la autopista en las noches dejando a los automovilistas atónitos por su brillante y pálida hermosura. Vestida con su largo abrigo de piel y vestido blancos, que la hacía parecer una novia errante y perdida en el tiempo y el espacio, con su delicioso perfume importado; además de ese gran orgullo que tenía, propio de la sangre alemana que corría por sus venas; hacía  dedo a los conductores para que la llevaran en sus coches por las precisas esquinas de la avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y Gerónimo de Alderete. Supuestamente para que la fueran a dejar a un supermercado cercano. Dicho acontecimiento no era inadvertido, porque salía todo el tiempo en los periódicos nacionales que circulaban en Santiago, la capital de Chile. Este hecho hubiera pasado totalmente sin pena ni gloria, pero lo que lo hacía mágicamente extraordinario; era que cuando Verónica abordaba un vehículo, le decía a su chofer, “despacio, no tan rápido”, para luego, desaparecer por el aire. Había choferes, entre ellos taxistas; que le relataban a los periodistas dichos encuentros nocturnos con tan misteriosa dama; y por la ubicación local en donde se aparecía, los diarios la apodaron: “La rubia de Kennedy”. A muchos conductores también les ocurría el mismo hecho, y se deslumbraban con su hermosura, pero al tiempo después que ella se subía a sus vehículos, desaparecía en el aire; dejando una gran estela de su delicado perfume, y una gran luminosidad de bellísimas luces de colores. En muchas ocasiones los conductores, no recordaban qué les había ocurrido en realidad, hasta tiempo después cuando les venía un vago recuerdo a la mente, al pasar nuevamente por dicha avenida. Y todos concordaban en la misma versión: que en el luminoso arco iris nocturno por el cual transitan los automovilistas, había un mágico ser encantado, que era una belleza de otro país, por sus rasgos germánicos que les hacía dedo, para luego desaparecer en el aire, una vez que estaban en el interior de los vehículos; ya que ésta era una experiencia mágica para todos los conductores. Sin embargo, algunos decían que con su infinito encanto, se habrían podido fácilmente… enamorar de ella. Y había un conductor, que camino a su trabajo siempre pasaba por dicha avenida. Era un banquero, se llamaba Francisco , de descendencia alemana,  un hombre joven, de 27 años, formal, sus compañeros de trabajo le comentaban este hecho, pero él, como era ateo no creía y se negaba a aceptarlo. Hasta que empezó a familiarizarse con las apariciones de la rubia de Kennedy, porque en la oficina de su despacho, empezaron a llegar los periódicos con los titulares de tan impactante noticia. De modo que Francisco, empezó a interesarse por el tema, al leer una y otra vez, en su escritorio, las noticias que le hablaban de tan mágico fenómeno. Y lo que más le llamó la atención  fue que era por las calles en donde él pasaba, con su vehículo Chevrolet Opala rojo año 1979 todos los días. Claro que la hora exacta de dichas apariciones de la rubia de Kennedy, no aparecían en los diarios. Pero lo que sí era una certeza, y que ningún conductor ponía en duda, era que sus apariciones eran nocturnas. Nadie parecía saber más acerca del fantasma de la rubia de Kennedy, sólo lo que aparecía en los diarios, que no dejaba de alarmar a la opinión pública, sin embargo, hubo un rasgo que a Francisco le llamó profundamente la atención, -aparte del fenómeno en sí y de su belleza, claro está,- y era que; por la descripción que daban los periodistas, parecía que el fantasma de la rubia de Kennedy, era germánica. De esta forma, Francisco acudió a la casa de  su tío Sergio, que era profesor de antropología, en la universidad de Santiago; para consultarle sobre este fenómeno. Y éste le contó que efectivamente, hacía 200 años había una princesa alemana de 25 años de edad; que según contaba la leyenda, no pudo consumar su amor con su novio, que también era un joven alemán de 27 años, porque su padre se lo impidió. Francisco se estremeció al escuchar la edad del novio, y recordó también su descendencia; pero luego se tranquilizó a sí mismo pensando en todos los hombres que tienen su edad, y están en el mundo esperando su amor desde esa época. Luego Sergio le dijo que el novio al no poder estar con su amor; prefirió la muerte; y ante ese hecho la princesa que supo posteriormente que la muerte se había llevado a su amor, la desafió para luego rechazarla; y se cuenta que desde ese entonces, la princesa vaga por la tierra buscando ese gran amor. Rápidamente  Francisco dedujo que la princesa Alemana tendría 200 años, por lo que contaba la leyenda,
- Sí - le respondió su tío Sergio.
-  Pero tío, por lo que aparecen en los diarios, la rubia de Kennedy es hermosa y no parece tener más de 25 años”. – agregó Francisco
-  Sí eso he visto en los diarios, sobrino- le contestó Sergio-  y eso es todo lo que te puedo acotar, o al menos es lo que yo sé de la leyenda de Verónica.
-  ¿Cómo? -  exclamó Francisco- ¿la princesa se llamaba así?,
-  Sí-  afirmó Sergio.
  Francisco le agradeció la historia contada a su tío y se despidió para regresar con mucho miedo a su casa; ya que el camino era entre las avenidas Kennedy con Américo Vespucio y Jerónimo de Alderete. Pero lo que no sabía Sergio, era que la princesa alemana aparte de ser princesa, era una bruja centenaria con un poder extremadamente grande, que radicaba en su belleza y en su cabellera dorada, logrando engañar a la muerte, con rituales y conjuros que ella realizaba. El mismo día en que su amor se entregó a ella, ganó  tener la ansiada inmortalidad; además de poseer el don de aparecer y desaparecer en cualquier sitio a su entera voluntad y antojo. Estando vestida con un abrigo y un vestido blancos, porque ese era el color pre-nupcial matrimonial, con su príncipe amado. Y su boda se la había negado el padre del novio, al saber que ella era una bruja centenaria.
     Francisco había empezado a creer en dicho fenómeno, y como era de esperarse una noche que regresaba de su trabajo, se le apareció la rubia de Kennedy. Francisco, sospechaba que era ella, de modo que por miedo no dudó ni un instante en detener su Chevrolet Opala rojo del año 1979. Ella se acercó, efectivamente estaba vestida con su abrigo y vestido blancos, caminó hacia Francisco que vio una gran incandescencia de luces que nunca antes había visto, y sintió un perfume que no conocía, pareciéndole el mejor que había sentido en su vida.
-  Hola -  le dijo
-  Hola -  le respondió ella- ¿Me puedes llevar?
- Sí claro -  le dijo Francisco,
-  ¿Adónde vas?
-  Al supermercado que esté más cerca
   Francisco estaba aterrado, porque se había encontrado cara a cara con el fantasma de la rubia de Kennedy. Por un momento quiso huir, pero pensó rápidamente que ella tendría poderes especiales y le podría hacer algún daño, entonces, tratando de disimular su miedo, le dijo:  “claro sube yo te llevo”, y ella se iba a subir cuando Francisco agregó, “sube adelante,”.  Ella se negó ya que prefería el asiento trasero, “bueno como quieras”, contestó  Francisco; que no podía disimular su nerviosismo, porque sabía en el problema que estaba involucrado, y recordó la leyenda que le había contado su tío, de que el prometido de la princesa alemana había muerto, y en más de un momento, llegó a pensar que él podía correr la misma suerte. Para tratar de alejar un poco su miedo, le preguntó a su misteriosa pasajera, así inocentemente:
- ¿Eres de por acá, linda?
-  No precisamente
- ¿Cómo, no eres de Santiago?
- La verdad, es que es una historia muy larga de contar
    Entretanto Francisco sacó un cigarrillo y le dijo:
-  Disculpa soy un descortés, antes que nada me presento me llamo Francisco- , le da la mano, y le ofrece un cigarrillo, ella lo toma, sonriendo
-  No te preocupes, yo también debí hacerme presentado, me llamo Verónica.      
     Francisco se estremeció al escuchar su nombre. De esta forma le había quedado más que clara la leyenda que le había contado su tío, y pensó, “este es el fin”. Entonces le dijo:
-  Es un agrado conocerte Verónica, me has caído muy bien -  y con el nerviosismo Francisco aceleró la velocidad -
-  Por favor no corras. Más despacio, más despacio”- dijo Verónica
-  Sí claro -  afirmó Francisco que con sus nervios no pudo encender su cigarrillo-   me estabas contando que no eres de Santiago
-  Así es, ¿y tú de donde eres?”, le preguntó Verónica
 -  Yo sí soy de Santiago, pero tengo descendencia alemana -  y cuando le iba a pasar su encendedor para prenderle su cigarrillo, se dio cuenta que Verónica no estaba en su auto, entonces Francisco se detuvo, inspeccionó su vehículo y lo único que pudo encontrar, fue su perfume tan delicioso, esparcido por el interior del su Chevrolet Opala rojo año 1979. Luego regresó a su hogar, totalmente sorprendido por la experiencia que le había vivido, bebió su acostumbrada cerveza como buen descendiente de alemán, y se acostó plácidamente. Al otro día en su trabajo, compró los diarios pero vio que no salió ninguna noticia sobre las apariciones de la rubia de Kennedy, y para su sorpresa, se dio cuenta que de la noche anterior, no pudo recordar nada, sólo que regresó de su trabajo a su casa como cualquier día normal. Pasaron de este hecho alrededor de una semana y a Francisco, ya se le había olvidado; sólo sabía de las apariciones de tan misterioso fantasma, por lo que cotidianamente leía en los diarios. Mientras tanto a Verónica, sólo le bastó saber que Francisco tenía descendencia alemana, para saber que era el pariente lejano de su príncipe alemán, con el cual su padre no la había dejado casarse. Entonces el ritual se repitió: En la avenida Kennedy con Américo Vespucio y Jerónimo de Alderete, pasó Francisco como cualquier día de la semana, regresando de su trabajo, conduciendo su Chevrolet Opala rojo año 1979, y logró ver a una señorita rubia, vestida de blanco, que le hizo  dedo para que la llevase. Francisco inocentemente, detuvo su vehículo, porque le pareció una novia, se le acercó y le dijo:
-  “Hola, ¿me puedes llevar?”
-  “Hola, sí claro, encantado”.- respondió Francisco,  entonces ella se subió a su vehículo, y Francisco que no recordaba casi nada de su encuentro, solo tenía un vago recuerdo le volvió  a preguntar su nombre-  “¿Cómo te llamas?”
 - “Verónica” – contestó ella sonriendo, porque sabía que lo había encantado para que recordara sólo lo que ella deseara-
-  “Es un agrado conocerte Verónica, yo me llamo Francisco. ¿Y adónde vas?”, le preguntó Francisco.
-  Al supermercado que esté más cerca  
    Francisco trataba de recordar por más esfuerzos que hacía, y le parecía que esa situación ya la había vivido antes, hasta que violentamente recordó la historia que le había contado su tío, y pensó que estaba con la rubia de Kennedy; lo invadió un inesperado nerviosismo, que para tratar de encubrirlo, le preguntó a Verónica:
-  “¿Y de dónde eres Verónica?”, entonces, ella sonriente, le dice,
-  “No soy de Santiago, es una historia muy larga de contar”- dijo sonriente - “¿Y tú de dónde eres?”-  sabiendo Verónica la respuesta, y tratando de anticipar sus movimientos.
-  Yo soy de Santiago, pero tengo descendencia alemana. Y así como yo te voy contando mi vida, ¿Tú me contarías la tuya, Verónica?, te lo pregunto porque te encuentro muy simpática
-  Sí - le dijo Verónica.
   Entonces Francisco, armándose de valor, y sabiendo los riesgos de la leyenda que le había contado su tío sobre la princesa alemana
- Qué te parece si me cuentas tu vida, pero no aquí sino en otro lugar, Verónica, ¿Saldrías a cenar conmigo esta noche?”
-  Sí, acepto
-  “¿Pero y tus compras del supermercado?”- preguntó Francisco entre regocijado y calmado-
- Las dejo para otro día - respondió Verónica.
   Ambos  se dirigieron al restaurante más cercano, y en el desarrollo de la velada, Verónica le contó que tenía 25 años y Francisco le dijo que tenía 27. Verónica le contó que ella es alemana, y hacía un tiempo atrás,  estaba comprometida para casarse, pero que el padre de su prometido, impidió la boda porque a ella no la encontraba una mujer ideal.
-  “Pero Verónica de lo poco que te voy conociendo, me pareces encantadora, y siento que te conozco desde hace mucho tiempo – aseguró Francisco
-  Sí, quizás de otra vida-  dijo ella sonriente.
- ¿Y tú tienes novia, o eres casado?
-  No soy soltero, lo que pasa es que mi padre es muy estricto conmigo, con la selección de mis novias”.
   Verónica, cayó en un profundo silencio, que opacó su característica simpatía, y Francisco pensó que se había enojado, ya que le parecía que se estaba enamorando de ella… Entonces en un acto de prudencia:
-  Creo que es un poco tarde, ¿te llevo a tu casa? – preguntó Francisco
-  Sí - respondió Verónica.
-  ¿Dónde vives?
-  En las calles entre la Avenida Kennedy, con Jerónimo de Alderete y Américo Vespucio
-  Yo paso por ahí todo el tiempo – encantado le aseguró Francisco
   Emprendieron el viaje una vez que terminaron la cena, y ella esta vez no se sentó en el asiento trasero, de ésta forma siguieron conversando animadamente. Francisco pensaba en dos opciones: O era verdad que ella era alemana, y realmente había tenido una Cita con la rubia de Kennedy; o era una farsante que se había aprovechado de él. Para salir de su duda, Francisco la invitó a Verónica, para que se vuelvan a encontrar mañana en la misma esquina, y a la misma hora, “Claro”, le dijo Verónica, “ahí estaré”. Por su naturaleza de ateo, Francisco, no creía en la primera opción, hasta que vio sacar a Verónica de su bolso un perfume que se lo aplicó en su cuello, y le refrescó su memoria: Era el mismo perfume que había impregnado su vehículo la otra noche, y cuando le iba a preguntar adonde lo había comprado, Verónica había desaparecido. Esta vez sí logró recordar lo que le había ocurrido, cada detalle, sabía que no era un sueño, y se dio cuenta que lo que había vivido era verdad…había tenido un encuentro con la rubia de Kennedy; y ¿por qué negarlo?, se había enamorado de ella. En sus aposentos Verónica sufriendo la más amarga de las tristezas, y decepciones, se sacó su peluca doraba, y quedó con su natural cabello negro, como la más oscura de las noches; que en su ya lejana y perdida juventud de hace 200 años, se había tornado blanco, y posteriormente negro, y ese era el rasgo que hacía que los hombres se enamoraran de ella; porque su poder radicaba en su cabello, rubio en su juventud, pero en la actualidad de 1979, estaba negro como las más oscuras tinieblas, claro que no había perdido su belleza, ni tampoco sus poderes.
    Verónica no fue a la cita acordada con Francisco, y de esta forma, no pudo consumar su amor; entonces en Santiago de Chile, se ve a un conductor errabundo, que maneja un Chevrolet Opala rojo por la avenida Kennedy, entre Américo Vespucio y Jerónimo de Alderete; que pasa todas las noches esperando encontrar a una señorita que lleva vestido y abrigo blancos, es rubia, y tiene rasgos de princesa alemana. 

“CONTATE UN CUENTO VI” - Mención de honor Categoría D – Adultos

La espera de Francisco 
Por Karina Maniné Fabiani

   Estaba nervioso, esa manera de retorcerse las manos lo delataba. Despacio se levantó de su siesta  y caminó un poco; lo poco que esa habitación le permitía. Parecía que solo percibía su estrechez cuando chocaba contra los barrotes, entonces giraba  y otra vez se detenía unos pasos antes de la pared.
   Por la mañana, Arturo, el viejo carcelero le había dado la noticia de que saldría de prisión esa misma tarde. No entendió bien lo que le decía, ¿Cómo? ¿Qué saldría?...
   Buscó en su mente los recuerdos de su vida  anterior, pero no logró que vinieran a ella. Luchó toda la mañana y de pronto apareció frente a sí su pequeña casa a diez cuadras del pueblo, sus animales, su tierra y la tristeza se apoderó de él cuando recordó a su padre, quien había muerto hacía ya quince años. Al recibir la noticia de su muerte en esa celda fría Francisco había llorado como nunca lo había hecho. Increíblemente, no pensó en su padre ya anciano; sino, como muchos años atrás, cuando todavía él era un niño. Recordó las tardes de verano bajo el aroma de los naranjos y limoneros, cuando veía trabajar a su padre con sus manos robustas y ásperas. Podía pasarse horas así, mirándolo tomar el rastrillo y luchar con la aridez de la tierra, agotado, con el rostro sudado, pero con fuerzas para seguir.
   Algo lo hizo volver a la realidad, Arturo se acercaba, debía prepararse, se iba. Lo siguió por el pasillo a paso lento, no sabía si estar triste o alegre. Todos los días recorría ese mismo camino a la hora del almuerzo y más tarde para la cena, a veces jugaba a adivinar el menú por el aroma que le llegaba desde el comedor. Iba a extrañar esas baldosas negras y rojas. Esperó unos instantes frente a la puerta de la Dirección y pronto  Arturo le indicó que pasara y se sentara. El gordo director de bigotes y cejas espesas, releyó en voz alta los hechos de 1947. Francisco los conocía perfectamente.
     El 16 de abril de ese año alguien había irrumpido violentamente en su casa, un hombre alto lo sacó de la cama y le dijo que estaba detenido por el robo en el almacén de Don Fermín. Su padre miraba nervioso y una sombra nubló esos ojos oscuros. Francisco salió corriendo, huía en cualquier dirección. Era de noche y nadie conocía el lugar mejor que él “Detenido”, “robo”  Las palabras resonaban a su alrededor pero no lograba entenderlas, a pesar de ello no cesaba de correr   . Pero la libertad duró poco, a la mañana siguiente lo habían atrapado y llevado a la prisión de la capital, y allí fue condenado a treinta años.
   Al principio se creyó morir, no había aire, ni olor a naranjos ni noches estrelladas en esa horrible habitación; pero poco a poco fue acostumbrándose a su nueva vida.
   Y ahora, después de tanto tiempo, el director le decía tranquilamente, como hablando del frío de la otra noche, que saldría de prisión porque se había descubierto al verdadero responsable del robo. ÉL, que nunca había cometido un delito estaba libre…
   Garabateó su nombre en unos papeles, se cambió de ropa y partió con sus casi sesenta años y todo el miedo del mundo.
   Los últimos rayos del sol le irritaron profundamente los ojos, los cerró con fuerza, pero esa violenta energía ya estaba dentro de sí. Pese a que se acercaba el invierno, las tardes aún eran cálidas, sólo las noches se tornaban frías y hoscas.
   Vagó por las calles sin pensar en nada. Llegó al centro del pueblo y recorrió sus calles despacio. Ya no era el mismo, los viejos y chatos edificios habían sido desplazados por otros altos y blancos. El bar donde se reunía por entonces con sus amigos era ahora una tienda de importancia a juzgar por su fachada. Miró a su alrededor y un destello de alegría le atravesó el corazón: la placita de la otra cuadra aún estaba allí. Cruzó la calle sin mirar los autos que tocaron con furia sus bocinas, Francisco ni siquiera las había oído,  se sentó en un banco bajo los jazmines que esperaban la primavera para florecer, y sus labios pronunciaron el nombre amado: Nardis… Habían compartido ese banco antes, antes… ¿Qué sería de ella ?
   Empezó a sentir frío y decidió ir a su antigua casa. Llegó junto con las últimas luces del atardecer. No la reconoció, no quiso reconocerla, se había acercado temeroso. El tiempo o algo peor habían arrasado con todo. La maleza se apoderaba del lugar con ímpetu y el molino sólo conservaba su esqueleto.
   Caminó lentamente, empujó la puerta hinchada y dura y entró sintiendo un gran vacío. Las paredes descascaradas y llenas de humedad lo miraban indiferentes, las arañas no lo percibieron; salvo una pequeñita que lo miró unos segundos y luego siguió con su labor. Era un extraño en su propio hogar. Se acurrucó en un rincón, sentía frío y un dolor agudo en el pecho. Las sombras de la noche fueron cubriendo toda la casa, Francisco oyó el ladrar de los perros, el sonido de los insectos y fantasmas esparcidos por el campo y sintió escalofríos.
   En su celda no conocía el frío, los ruidos de la noche no lo atormentaban, su rutina y su vida estaban debidamente programadas. Se sintió tremendamente solo y casi deseó estar de nuevo en el penal de Palencia, en su pequeña celda, en su cama dura…
   Se durmió sin quererlo, soñó con amigos de antes, con su vida de antes. Y en pleno sueño  percibió una gran luz cálida que penetraba en la habitación  y creyendo que aún soñaba se acercó a la luz y a su padre que desde ella lo llamaba con cariño.

   Dos días después, los niños que iban a jugar a la vieja casona lo encontraron en un rincón, acurrucado, sin vida y con una gran sonrisa en el rostro. Nada importaba, Francisco ya no estaba allí. 

“CONTATE UN CUENTO VI” - CATEGORÍA D ADULTOS 1º PREMIO

LA BICI DE MARTÍN  
Por Viviana Martínez - Balcarce


Conocí a Martín una cálida tarde de primavera, cuando de camino a un Congreso, me desvié de la ruta buscando un lugar donde comprar una bebida refrescante. Apenas recorrí unos kilómetros por calles de tierra, encontré una hermosa plaza, con árboles altos de anchos troncos cuyas ramas caían vencidas hasta el suelo como cansadas de darle pelea al viento. No había juegos en aquel lugar, pero estaba repleto de flores y de coloridos bancos que ofrecían reposar bajo la suave brisa de enormes sauces. Dejándome tentar por ese paisaje, me senté bajo la sombra y cerré mis ojos para concentrarme en el aroma de aquel lugar. Sólo me percaté que alguien se había acercado a mí,  cuando oí una dulce voz que me saludaba. Martín se presentó ante mí con sus grandes ojos negros, una tierna sonrisa y una historia inolvidable…
   Era el menor de ocho hermanos. Sus padres trabajaban muy duro para poder darles lo que necesitaran. No tenían una vida de lujos, pero se amaban profundamente y eran muy felices. Su familia era cristiana, todos los fines de semana concurrían juntos al culto, y a Martín le encantaba la Escuelita Bíblica, porque se encontraba con sus amigos para jugar y cantar mientras aprendían la Palabra de Dios.
   A Martín otra de las cosas que más le gustaba era andar en bicicleta. Cerca de su casa, había un circuito de mountain bike en el que todas las tardes veía a los niños hacer grandes saltos entre las montañas de tierra. Entre ellos, Felipe, un compañerito de la escuela que solía burlarse de él cuando pasaba a las coleadas por su casa.
   Martín tenía una bicicleta que había heredado de sus hermanos mayores, a la que le faltaban los pedales y parte del manubrio, y gracias a ello era un experto conduciendo con una sola mano. Anhelaba poder tener una bicicleta liviana, con cambios y un manubrio completo. Sus padres conocían su deseo, pero esas bicicletas eran demasiado costosas para cualquier familia, y era un gasto que ellos no podían realizar.
   Las ganas de tener una bici nueva eran tales, que él soñaba siempre con ello. Pero una noche tuvo un sueño especial. Soñó que llegaba a la plaza del pueblo, y había un gran festejo con globos y banderines que colgaban entre las calles, música que sonaba en todos los rincones y un gran cartel que anunciaba la inauguración de un nuevo comercio. Al acercarse al tumulto de vecinos, pudo ver que se trataba de un local de ventas de bicicletas y, allí en la vidriera, estaba ella. Iluminada con luces de colores exponían una bicicleta con 27 cambios, cuadro ultraliviano, computadora, llantas súper brillantes y con los colores favoritos de Martín, verde y azul.
Entró corriendo al local buscando al vendedor para preguntar el precio, pero quedó maravillado al ver el resplandor de una hermosa bicicleta blanca. Era más blanca que la leche, que el algodón, la nube y que la ropa de la publicidad de jabón en polvo. El empleado le contó a Martín que ese era un modelo especial, y no estaba a la venta. Era un diseño hecho a pedido expreso de Dios, y que sus ángeles pasarían a recogerla en cualquier momento, sólo faltaba estampar el cuadro con la leyenda que el “señor” había solicitado.
En ese momento sonó la alarma del teléfono de la mamá y toda la familia se despertó. Era tiempo de ir a la escuela.
   Esa mañana, cuando la maestra de Práctica del Lenguaje les pidió que elaboraran un cuento, él narró su sueño; y en la hora de Plástica, separó presuroso los lápices verde y azul para dibujar su bicicleta.
   Olvidé por un momento mis horarios, mi Congreso y hasta lo sedienta que estaba. Escuchaba con atención el relato de aquel niño y me pregunté porqué razón compartía conmigo, una desconocida, sus aventuras y un sueño que había tenido una vez. Pero volví rápidamente a zambullirme en su historia cuando escuché que lo mejor estaba por venir.
   Aquel día, cuando volvió rápidamente de la escuela toda la familia lo esperaba reunida y, al entrar a su casa encontró la bici de sus sueños, la de 27 cambios con el cuadro ultraliviano verde y azul, computadora, además de un enorme moño de regalo. Sus padres y hermanos habían estado ahorrando y la habían mandado a pedir a una ciudad vecina. Martín no podía esperar y luego de abrazar a los suyos salió a toda velocidad hacia el circuito de mountain bike. Mientras sus amigos admiraban el regalo, él notó que Felipe venía a lo lejos caminando. Salió a su encuentro y su compañero le contó entre lágrimas, que haciendo unas pruebas había sufrido una caída y su bicicleta había quedado destruida, justo en ese momento en que su papá había perdido el trabajo. Martín abrazó a Felipe y lo consoló diciéndole que no se preocupara porque él le regalaba su bici. La cara de Felipe se transformó cuando vio que no se trataba de la vieja y desarmada, sino que era una “súper” bicicleta. Allí advirtió que había sido injusto al tratar tan mal a ese niño y pactaron que aunque la bicicleta sería de Felipe, la compartirían todas las tardes para saltar por el circuito.  Martín regresó caminando a su casa cuando ya estaba anocheciendo, y al momento de orar por los alimentos, contó a su familia lo ocurrido. Sus padres pidieron por la familia de Felipe.
    A la mañana siguiente, la alarma volvió a despertar a la familia. Martín abrochó apurado las tachas de su guardapolvo, tomó su mochila y emprendió su marcha hacia la escuela. Pero al salir de su casa lo sorprendió un resplandor que le resultaba familiar. Cuando se acercó a la vereda quedó maravillado al ver la bicicleta blanca.
Más blanca que la leche, el algodón, las nubes y la ropa de la publicidad de la tele. No tenía moños ni tarjeta, sólo la inscripción en el cuadro que decía “Para vos, Martín”. Nadie puso explicar nunca de dónde había salido aquella bicicleta. Todos quedaron sorprendidos. Todos menos Martín, quien de camino a la escuela, sólo repetía una y otra vez: “Gracias Señor”.
   Dios. Él   no sólo cumple nuestros sueños, sino que cumple aquellas cosas que Él soñó para nosotros, que son mucho más grandes y maravillosas de lo que pudiéramos imaginar.
   Martín compartió su historia conmigo y me devolvió la fe. Y yo quiero compartirla con vos, para que sigas soñando, pero empieces a CREER.