sábado, 26 de julio de 2014

FERROCARRIL A GENERAL GUTIÉRREZ Por Chamico (Conrado Nalé Roxlo) del libro “El muerto profesional”

General Gutiérrez era un pueblo de tres mil habitantes y dos mil novecientas cincuenta almas, según La Parroquia, órgano oficial del grupo tradicionalista, que no concedía ese ingrediente espiritual a las cincuenta cabezas visibles y parlantes del grupo progresista, con cuyo vocero, El Rayo del Porvenir, sostenía apasionadas polémicas de carácter doctrinario.
Para decirlo francamente, los progresistas no habían hecho nunca nada por el progreso del pueblo. Pero esto era solo por falta de ocasión y en lo que estaba al alcance de sus medios eran tan progresistas como el mejor de otros centros más adelantados. No iban a misa, eran vagamente masones y se reunían en la Sociedad de Fomento a jugar al truco, en lugar de hacerlo en el Club Social, como sus contrarios.
Además de estas actividades superiores, una vaga agricultura y una desparramada ganadería, General Gutiérrez tenía un lugar histórico, enaltecido en folletos, odas y festivales escolares por los tradicionalistas y tolerado por los de la antorcha simbólica, que tenían el buen tino de no meterse con él.
El Lugar Histórico, que siempre se escribía con mayúscula, era un potrero, entrando al pueblo a mano derecha, como de una manzana, en el que la cepa caballo, la biznaga y el recuerdo de nuestro glorioso pasado crecían libremente, al amparo de un clima propicio y de una oratoria sin consecuencias. Solo se le podía echar en cara un defecto, pero que bien mirado tal vez fuera su mayor encanto: nunca se supo con seguridad qué es lo que había ocurrido allí, ni si fue en la época de la conquista, durante la independencia o en los complicados tiempos de la organización nacional, pero de que era un lugar histórico no cabía duda, pues ahí estaba la tradición, "fuente Castalia o de la cultura", según el editorialista de La Parroquia, para afirmarlo "con sus clarines sonoros en la exaltación de las efemérides fáusticas".
Años atrás se trató de levantar un monumento conmemorativo, y la primera parte del programa se cumplió con todo éxito.
Se realizó una velada literario-musical, seguida de baile familiar, como cuando las inundaciones; se rifó un centro de mesa, que estuvo expuesto durante un mes en la vidriera de "Las Novedades", y se cambiaron algunas cartas con un escultor italiano de la capital para la realización del monumento que desde el primer momento se resolvió que fuera ecuestre, por feliz sugestión de La Parroquia.
Todo estaba listo, cuando surgió un grave inconveniente. ¿Qué se conmemoraba? Entonces comenzaron los historiadores locales a opinar. Era indudable que se   trataba   de   una   batalla;   pero,   ¿entre quiénes?, ¿quién fue el héroe de aquella jornada gloriosa, a cuyo recuerdo olvidado aún se estremecían de santo orgullo los generalgutierrences? Se insinuó que el héroe debía pertenecer a una de las familias fundadoras del pueblo; pero ¿a cuál? ¿Cómo poner a un Martínez, un Pérez o un López, sin ofender a los Rodríguez, a los Fernández o a los Martorena del lugar? El propio general Gutiérrez que daba nombre al pueblo habría sido una solución; pero parece que fue un general de administración que tuvo campos por allí, y ellos querían un héroe con sable epónimo y todo. El escultor, que veía que con todo aquel toletole se le escapaba la obra, sugirió que se pusiera una Venus de Milo, pero la idea no tuvo ambiente. Tampoco lo tuvo el obelisco que   propuso  El  Rayo   del  Porvenir,  porque,  como dijo La Parroquia, "¿quién conocía en el pueblo a ese Obelisco, que a lo mejor era un socialista o algo peor, si es posible?"
Y pasaron los meses y los años sin que en la construcción .del monumento se adelantara un solo cascote.
En esto se estaba cuando estalló la bomba. Iba a pasar por el pueblo un ramal de ferrocarril, y tenía que pasar precisamente por el Lugar Histórico.
Los progresistas andaban que se salían de la vaina de contentos. Pero los del grupo tradicionalista torcieron el gesto y empuñaron la pluma para protestar de tamaño ultraje a la tradición. Venga el tren en buena hora, que ellos no se opondrían, si es que venía con buen fin. Pero, ¡guay de la locomotora que hollase con sus cascos la tierra regada con la sangre de nuestros abuelos! ¡Iniquidades, no!, terminaba el articulista de La Parroquia.
Se habló con los constructores de la línea férrea, pero éstos respondieron que el trazado no podía desviarse. Y el dilema se presentó con caracteres trágicos a los defensores del pasado glorioso e impreciso: o ferrocarril o Lugar Histórico.
¡Ferrocarril!  gritaban los progresistas.
¡Lugar Histórico! vociferaban los de la tradición.
Y hasta hubo, por primera vez en el pueblo, algunos cambios de bastonazos en nombre de ideales encontrados.
La tensión de los ánimos creció con los chichones. Un grupo de tradicionalistas exaltados y reumáticos le rompió la locomotora de los manises al italiano don Chicho, viendo en ella una provocación injustificable.
En venganza, los progresistas le dieron un banquete popular, con muchos discursos en los que se tronaba todavía a  la barbarie. Y ya bien entonados por el abundante barbera de los brindis, en larga fila ondulante y pitante, pasearon por el pueblo, haciendo el tren y liando los nombres de imaginarias estaciones. Y no satisfechos con eso se fueron al Lugar Histórico y plantaron un letrero que decía: "Próximamente: Estación Ferroviaria."
El letrero fue arrancado a la mañana siguiente, en un acto de desagravio, al que concurrieron los niños de las escuelas y todos los oradores del grupo tradicionalista.
La víctima, la única víctima digna de atención de iodos estos líos, era el alcalde, hombre prudente y de buen sentido que amaba entrañablemente al Lugar Histórico y sentía cierta naciente debilidad por el ferrocarril. De un lado lo tironeaban los tradicionalistas para que no permitiera el ultraje, y del otro los progresistas para que diera vía libre a la cultura, como llamaban al tren. Y como de él dependía, se pasaba las noches sin dormir, buscando la solución del problema y la pacificación de almas y habitantes.
Por fin la encontró. Y los generalgutierrences quedaron con la boca abierta ante este decreto salomónico:
"Autorízase el paso del ferrocarril por el sitio conocido hasta la fecha por el Lugar Histórico, que desde hoy se traslada a la Loma Verde-, dándosele, para mayor honra de nuestro pasado glorioso, triple extensión de la que tenía antes."
Y la paz volvió a General Gutiérrez, y todos pudieron celebrar sin desmedro de ninguna causa sagrada el paso del primer tren, y el primer pitido de la locomotora resonó en todos los corazones jubilosamente como el arpegio de las trompetas de Jericó en el Valle de Josafat, según dijo La Parroquia en un meditado editorial.

1 comentario:

  1. La eterna lucha entre "progresistas" y "conservadores" ,hasta que viene un pragmático y les tapa la boca a todos.

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