sábado, 2 de agosto de 2014

La rama - Por Octavio Paz

Canta en la punta del pino
un pájaro detenido,
trémulo, sobre su trino.

Se yergue, flecha entre la rama,
se desvanece entre alas
y en música se derrama.

El pájaro es una astilla
que canta y se quema viva
en una nota amarilla.

Alzo los ojos: no hay nada.
Silencio sobre la rama,
sobre la rama quebrada.

Aguarda la barca - Por Marian Martín Humanes

Aguarda la barca
varada en la arena,
no rema el barquero
ahogado en su pena.
Es la tristeza su pasajera,
partió la niña, su compañera,
sus remos lloran, en el olvido
aguardan el canto de la sirena.
Alienta su espera
el vuelo de la gaviota,
sueña su regreso
con el alma rota.
Sueña despierto,
que la mar en calma
le devuelva a su niña,
y botar la barca.

Hércules - Por Ana María Broglio

Ya no vendrán tus sombras amorosas
a proteger mi casa, ni aquel nido
que fuera entre tus gajos bienvenido.
No volverán tus formas majestuosas

a elevarse a los cielos venturosas
ni sonarán los trinos en mi oído:
árbol coloso... un Hércules vencido.
Para siempre tus curvas más frondosas

dejarán de acercarse a las estrellas.
El viento cercenó con sus quejidos
la vida que en tu tronco alzó sus huellas.

Aunque el tiempo me robe los sentidos
yo nunca olvidaré tus ramas bellas
y aquello que hasta el fin nos tuvo unidos.

Código Morse - Por Begoña M. Bermejo-España

Hoy me ha despertado
el insistente gorjeo
de un pájaro,

los barrotes de la ventana
dividían el trino,
como si fuese un código Morse.

El ave voló...

su ausencia no pone fin
al mensaje.

Yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche - Por Lenin Salas- Ecuador

Yo también puedo escribir los versos más tristes esta noche,
con astros que tiritan mientras mueren los sueños
detrás de montañas gigantes, vestidas de hielo,
donde el viento abrasante ampara penuria y desvelo.

Porque supe en sus brazos enjuagar mis desvelos,
y asirme a su cuerpo, en caricias envuelto,
para verla partir, lejana en el tiempo,
a la zaga la aurora, que rompió nuestros sueños.

Yo la quise, ha dicho el poeta, entre versos y versos,
pero era la angustia, el saber que la quiero,
madrugadas tristes que visten recuerdos,
de un amor sembrado en corazones de hierro.

Por eso en las noches, estrelladas del cielo,
mil gitanos se agitan en mi embrollado cerebro,
evadiendo las horas que viven adentro,
hurgando mi vida, sus hondos recuerdos.

Aquellas palabras, de amor, de contento,
cuyo pan lo comimos, con vino del bueno,
se convierte en vinagre a raíz de los yerros,
en las horas malditas, que ella anida mi pecho.

Ahora los buitres que danzan al fuego,
con la hiena blasfema de saña y empeño,
son los afligidos versos que escribo en el tiempo,
para hacer de la herida, un caudal de veneno.

Aunque mi alma se alegra el que haya partido,
a la postre de sus besos, murieron los míos,
ahora en la noche, desnudo y dolido,
tirito y centello, como astro perdido.

El ciclo se cumple, aquí y en el firmamento,
mañana erguirá otro tiempo de sueños,
retoñaré con la aurora, como un hombre nuevo
y moriré en la noche, con pesar eterno.

Frases de R. L. Stevenson

- Un amigo es una imagen que tienes de ti mismo.

- No hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices.

- Tu puedes dar sin amar, pero no puedes amar sin dar.

- No existen tierras extrañas. Es el viajero el único que es extraño.

- La vanidad muere con dificultad. En algunos casos obstinados, sobrevive al hombre.

- Sexo: lo que sucede en diez minutos es algo que excede a todo el vocabulario de Shakespeare.

- Ser como somos, y convertirnos en lo que somos capaces de convertirnos, es el único fin de la vida.

Pensamientos descabellados (Selección) Por Stanislaw Jerzy Lec

-Se puede soñar hacia atrás, se puede soñar hacia delante. Solamente no
 se puede soñar aquí y ahora: aquí y ahora se debe vivir.

-Los representantes de fábricas de automotores venden automóviles, los
 representantes de compañías de seguros venden seguros, ¿y los
 representantes del pueblo?

-Un buen consejo para los escritores: dejar de escribir en determinado
 momento. Incluso antes de empezar.

Demasiado caro (Relato verídico inspirado en Maupassant) Por León Tolstoi

Existe un reino pequeñito, minúsculo, a orillas del Mediterráneo, entre Francia e Italia. Se llama Mónaco y cuenta con siete mil habitantes, menos que un pueblo grande. La superficie del reino es tan pequeña que ni siquiera tocan a una hectárea de tierra por persona. Pero, en cambio, tienen un auténtico reyecillo, con su palacio, sus cortesanos, sus ministros, su obispo y su ejército.
Este es poco numeroso, en total unos sesenta hombres; pero no deja de ser un ejército. El reyecillo tiene pocas rentas. Como por doquier, en ese reino hay impuestos para el tabaco, el vino y el alcohol y existe la capitación. Aunque se bebe y se fuma, el reyecillo no tendría medios de mantener a sus cortesanos y a sus funcionarios ni podría mantenerse él, a no ser por un recurso especial Ese recurso se debe a una casa de juego, a una ruleta que hay en el reino. La gente juega y gana o pierde; pero el propietario siempre obtiene beneficios. Y paga buenas cantidades al reyecillo. Las paga, porque no queda ya en toda Europa una sola casa de juego de este tipo. Antes las hubo en los pequeños principados alemanes; pero hace cosa de diez años, las prohibieron porque traían muchas desgracias. Llegaba un jugador, se ponía a jugar, se entusiasmaba, perdía todo su dinero y, a veces, incluso el de los demás. Y luego, en su desesperación, se arrojaba al agua o se pegaba un tiro. Los alemanes prohibieron a sus príncipes que tuvieran casas de juego; pero no hay quien pueda prohibir esto al reyecillo de Mónaco: por eso sólo allí queda una ruleta.
Desde entonces, todos los aficionados al juego van a Mónaco, pierden su dinero y el beneficio es para el rey. Por medio de un trabajo honrado no puede uno construirse palacios.
El reyecillo de Mónaco sabe que eso no está bien, pero ¿qué hacer? Es necesario vivir. No es mejor mantenerse de los impuestos sobre el alcohol o el tabaco. Así es como vive ese reyecillo. Reina, amasa dinero y gobierna, desde su palacio, lo mismo que los grandes reyes. Lo mismo que ellos, se corona, organiza desfiles y paradas, concede recompensas, ajusticia, indulta, celebra consejos, decreta y juzga. Gobierna como los auténticos reyes. La única diferencia es que en Mónaco todo es pequeño.
Una vez, hace cosa de cinco años, hubo un crimen en el reino. El pueblo de Mónaco es pacífico; y nunca había allí sucedido tal cosa. Se reunieron los jueces para juzgar al asesino.
En el tribunal había jueces, fiscales, abogados y jurados. Después de juzgarlo, lo condenaron, según la ley, a la última pena, a la decapitación. Presentaron la sentencia al rey. Este la confirmó. No había más remedio que ajusticiar al criminal. La única desgracia es que no hubiese en el reino guillotina ni verdugo. Después de pensarlo mucho, los ministros decidieron escribir al Gobierno francés, preguntándole si podía mandarles la máquina y el verdugo para cortar la cabeza al criminal. Al mismo tiempo, pidieron que los informase, a ser posible, de los gastos que esto supondría. Al cabo de una semana recibieron la contestación: podían enviar la máquina y el verdugo: los gastos ascendían a dieciséis mil francos. Se lo comunicaron al reyecillo. Este meditó largo rato. ¡Dieciséis mil francos! “¡Ese bribón no vale tanto dinero! ¿No se podría arreglar el asunto más económicamente? Para obtener esa cantidad, todos los habitantes del reino tendrían que pagar dos francos de impuesto. Les parecería mucho. Podrían sublevarse», dijo. Celebraron consejo. ¿Cómo solucionar el problema? Se les ocurrió preguntar lo mismo al rey de Italia. Francia es una República, no respeta a los reyes; en cambio, como en Italia hay un rey, tal vez cobraría menos. Escribieron. No tardaron en recibir contestación. El gobierno italiano les decía que con mucho gusto mandaría la máquina y el verdugo. El total de los gastos, con el viaje incluido, ascendería a doce mil francos.
Era más barato; pero no dejaba de ser una cantidad elevada. Aquel canalla no varía tanto dinero. Cada habitante tendría que pagar casi dos francos de impuesto. Volvió a reunirse el Consejo. Pensaron en la manera de arreglar esto de una manera más económica.
Quizá algún soldado quisiera cortar la cabeza al criminal, de un modo rudimentario. Llamaron al general. “¿No habrá algún soldado que quiera decapitar al asesino? Sea como sea, cuando van a la guerra matan; y eso es lo que se les enseña.» El general habló con sus soldados.
-¿Quería alguno cortar la cabeza al criminal? Todos se negaron. «No, no sabemos hacer esto; no lo hemos aprendido», dijeron.
¿Qué hacer? Meditaron mucho, nombraron un comité, una Comisión y una Subcomisión.
Por fin hallaron el medio de arreglar el asunto. Había que conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua. De este modo, el rey demostraría su misericordia y al mismo tiempo habría menos gasto. El reyecillo se mostró de acuerdo; y resolvieron adoptar esa solución. La única desgracia era que no hubiese una prisión especial donde encerrar al criminal para toda la vida. Había pequeños calabozos en los que se encerraba temporalmente a los culpables; pero se carecía de una buena prisión.
Finalmente, encontraron un lugar. Encerraron al criminal y le pusieron un guardián.
Este vigilaba al delincuente y le traía la comida de la cocina de palacio. Así transcurrieron doce meses. A fin de año, el reyecillo hizo el balance de los gastos y de los ingresos. Y se dio cuenta de que el criminal constituía un gasto bastante considerable. En un año había ascendido a seiscientos francos su comida y el sueldo del guardián. El criminal era joven y sano; tal vez viviera aún cincuenta años. No era posible seguir así. El reyecillo llamó a sus ministros: «Buscad el medio de que este canalla nos cueste menos dinero. Así nos resulta demasiado caro», les dijo. Los ministros se reunieron en Consejo y meditaron largo rato.
 Uno de ellos dijo: «Señores, creo que hay que suprimir el guardián.» «El criminal se escaparía», replicó otro. «Si se escapa, ¡al diablo!» Informaron al rey. Este se mostró de acuerdo.
Suprimieron al guardián y esperaron a ver qué pasaría.
Al llegar la hora de comer el criminal buscó al guardián; y, al no encontrarlo, se dirigió en persona a la cocina de palacio en solicitud de la comida. Cogió lo que le dieron, volvió a la prisión y cerró la puerta tras de sí. Al buscar la comida; pero no se escapaba. ¿Qué hacer?
Pensaron que debían decirle que no se le necesitaba para nada, que podía irse. El ministro de Justicia lo llamó. “¿Por qué no se va usted? Nadie lo vigila, puede marcharse libremente: al rey no le parecerá mal. Pero yo no tengo adónde ir. ¿Dónde quiere que vaya? Me han cubierto de oprobio con la sentencia; ahora nadie querrá tratarme. Me he apartado de todo. Ustedes proceden injustamente conmigo. Eso no se puede hacer. En primer lugar, si me han condenado a muerte, tenían que haberme matado. Aunque no lo han hecho, no he protestado. En segundo lugar, me condenaron a cadena perpetua y me pusieron un guardián para que me trajera la comida; pero no han tardado en quitármelo. Tampoco he protestado. He ido a buscarme la comida personalmente. Ahora me dicen que me vaya; pero esta vez, arréglenselas como quieran; no pienso irme», replicó el criminal.
De nuevo celebraron Consejo. ¿Qué hacer? ¿Qué solución tomar? El criminal no se iba.
Después de pensarlo mucho, decidieron asignarle una pensión. Era la única manera de librarse de él. Informaron al reyecillo. “¡Qué le hemos de hacer! Hay que terminar como sea», dijo éste.
Asignaron al criminal una pensión de seiscientos francos y así se lo comunicaron.
«Bueno; si me pagan puntualmente, me iré.»
Así se decidió la cosa. Entregaron al criminal la tercera parte de la pensión por adelantado. Este se despidió de todos y abandonó el dominio del reyecillo. Viajó sólo un cuarto de hora por ferrocarril. Se instaló cerca del reino, compró una parcela de tierra, puso una huerta y un jardín y vive muy feliz. En fechas determinadas, va a Mónaco a percibir su pensión. Después de cobrar, entra en la casa de juego y pone dos o tres francos. Algunas veces gana; otras pierde y vuelve a su casa. Vive apaciblemente.
Menos mal que no delinquió en un lugar donde no se repara en gastos para decapitar a un hombre ni para mantenerlo en la cárcel toda la vida.