sábado, 23 de agosto de 2014

LA LAMPARA DE ALADINO - Por Arturo Capdevila

       Cuando Aladino, el héroe casquivano de Las Mil y Una Noches, se sintió próximo a morir, notó que, por la primera vez acaso, le brotaba del alma una amarga filosofía. Habíase quedado en soledad Atardecía, y una penumbra sutil invadíale la regia alcoba, rica de toda suerte de primores. Cerca de sí, abandonada como objeto inútil, para que nadie ardiera en la codicia de poseerla, estaba la lámpara de las maravillas, que lo hizo dueño de las bellezas del mundo.
Brotábale del alma una amarga filosofía. ¿De qué le había servido, en suma, su vida extraordinaria? ¿Qué hechos verdaderamente grandes había cumplido? ¿Cuál podía llamarse su obra? Veíase primero en la infancia, lejana, remiso a todo buen consejo, voluntarioso y holgazán. Recordaba luego la aventura capital de su vida: aquella su amistad con el mago africano, aquel paseo misterioso por las afueras de la ciudad, aquel arribo al campo solitario, aquel conjuro del hechicero... Veíase después de cruzar las galerías encantadas de aquel palacio subterráneo, en busca de la lámpara maravillosa, olvidada en la hornacina del muro. Recordaba aquel jardín de brujería que daba flores de oro, de plata, de diamantes. Luego, la torpeza del mago, su ira satánica, su perfidia monstruosa. . .
Después la posesión de la lámpara: cómo, un buen día, mientras la madre la frotaba para limpiarla de su polvo milenario, surgió de improviso el genio protector que se le ofrecía por esclavo. Veíase rico y poderoso en plena juventud, sueño de todos los tesoros de la tierra, servido por el gigante y por el gnomo dominador de toda cosa, domeñado... Veníale el recuerdo de su amor por la hija del rey, y con dio sus victorias fáciles, sus hazañas sin virtud.
Pero con eso y  con más, ¿valía  algo su vida? ¿Qué dio de sí mismo para alcanzar gloria y fortuna? Un azar puso en sus manos la lámpara del prodigio; otro azar trájole a su presencia el genio tutelar. . .
Más valía, por cierto, el pobre alfarero de su vecindad que sólo hizo un ánfora, pero por sus propias manos, que él, vanidoso Aladino, que todo cuanto hizo fue por maña de manos ajenas.
Y aún más se ahondaba su tristeza al sentir que hasta esa extraña labor fue puro fruto de su egoísmo. ¿Cuándo pensó seriamente en el dolor humano? En vez de exigir de los genios la tarea de caridad, les impuso mezquinos menesteres. Hizo un palacio que mejor no hubo en el mundo, en el transcurso de una noche. Pero no supo hacer un bien ni a lo largo de cien años.
Entretanto, sentía que la vida se le iba en el respiro. ¿Qué haría ahora con su lámpara mágica? ¿A quién la dejaría que, siendo lo bastante sabio, se olvidara de sí mismo para servir a los demás? ¿Habría alguno en la tierra? Y si lo había, ¿dónde hallar otro después de ése?. . . ¡Oh, qué difícil sería hacer brotar de la tierra, por obra de los genios, la planta del bien, o regar el árbol de la paz, o corregir la balanza de la justicia!.. .
Aladino, desengañado de sí mismo, habíase desengañado también de los otros. No había nadie capaz del sacrificio. Todos harían como él: servir para sí el banquete, dar las migajas a los demás. Todos harían con su hermano como el necio que enceguece a los pájaros para que le canten mejor. . .
Entonces tomó la lámpara de las maravillas, realizó el conjuro mágico, y, habiendo comparecido el genio servicial, le dijo, mientras se le apagaba la vida:
-¡Te he llamado, esclavo, para que cumplas mi postrera voluntad! Tú ves que la vida me deja y que no quiero que tú me la prolongues. Harto estoy de vivir y quiero irme en mi hora. Éste es mi mandato: llévale la lámpara para siempre. Que no haya poder que la descubra, ni en toda la magia fórmula que la rescate. Llévatela para siempre, que cualquiera que sea su dueño, hará como yo hice. Nadie será tan sabio que te diga: "Siembra la paz entre hombres. . . Iguala las fortunas. . . Suprime de raíz los árboles del mal. .." Llévate la lámpara para siempre.
Esto oyó el genio y respondió:
-¿Y por qué más bien no me mandas que realice todo eso, en vez de lamentarte así de los demás?. . . Te estás muriendo: es el momento de la sabiduría. Dime: "Sea la paz", y la paz será. Dime: "Sea la caridad", y será la caridad.
Pero Aladino, en ese instante, sin tiempo de mudar el mandato, cerraba los mortales ojos.

EL CANTO - Por Francisco Luis Bernárdez

Este río de amor que duele tanto
Y que tanto consuelo proporciona
Brota de un manantial secreto y santo
Y recorre en silencio la persona.

Su corriente que alegra y emociona
Va por zonas de júbilo y de llanto
Hasta llegar a la secreta zona
Donde se vuelve océano de canto.

En este inmenso mar, siempre desierto,
 Donde es inútil esperar más puerto
 Que el de un olvido cada vez mayor,

Todo el hombre  palpita y se resume
Como  toda la  tierra en  el  perfume
Y en la forma callada de la flor.

RETRATO DE UN TÍPICO CANTOR AFICIONADO - Por Héctor Ulises Napolitano (Del libro “REMEMBRANZAS DOLORENSES”)

En homenaje a todos los cantores y músicos aficionados de Dolores

Con sonido de guitarra
e inspirado por el vino
el cantor es la cigarra
que en la noche hace camino.

Es honesto el berretín
del cantor por afición
que sólo persigue el fin
de animar una reunión.

Imbuido en su repertorio
 medita, silba y camina,
y en busca de su auditorio
va de cantina en cantina.

Como el errante juglar
que la antigua historia narra
va de lugar en lugar
cantando con su guitarra.

Pone toda su pasión
en decir cosas que siente,
 y su gran satisfacción
es que lo aplauda la gente.

Es agudo su sentido
y espontánea su garganta,
y aprende siempre de oído
lo que toca y lo que canta.

Nunca canta por dinero,
aunque a veces una mano
suele darle el parroquiano
cuando se pasa el sombrero.

Hay dos amores que amarra
al cantor en su camino
El uno es una guitarra
y el otro, un vaso de vino.

Es inspiradora musa
el vino para el que canta,
y el cantor que de él no abusa
con él templa su garganta.

Mi verso evoca y levanta
al cantor como arquetipo.
¡ Porque todo aquel que canta,
en el fondo, es un buen tipo!

EL NEGRO SANTOS - Por Eduardo Gutiérrez

         Pocos serán los que no hayan conocido al negro Santos, viejo veterano más curtido que un par de botas de potro.
La sangre del negro Santos ha corrido en todos nuestros campos de batalla, y se había habituado de tal manera al estruendo del cañón, que sus ojos mismos parecían un fogonazo.
El negro Santos tenía un grito que le era peculiar, que parecía el silbido de una bala: este grito lo lanzaba siempre en las grandes solemnidades de su vida.
Las heridas habían deformado su semblante de ébano, que no era otra cosa que un conjunto de horribles cicatrices, y su troya, roja como un tizón, parecía los labios de una inmensa herida.
Y aquella cara espantosa, iluminada por el fogonazo de sus ojos, adquiría una expresión de sátiro, capaz de imponer miedo al corazón más sereno. A pesar de esta apariencia feroz, el negro Santos era un ser inofensivo. Así como en las batallas era un león, era en la calle de una mansedumbre infinita.
Cuando reunía diez o veinte pesos, entraba a un almacén y bebía y convidaba a los presentes hasta dar fondo con su último centavo. Una vez borracho, salía a la calle amenazando al cielo y a la tierra y haciendo ademán de sacar el cuchillo; pero se entregaba mansamente al primer vigilante que se lo intimaba, y se iba a pasar una semana a su casa vieja, como llamaba él a la fonda del gallo.
El negro Santos no conocía su edad y la medía por los frascos de ginebra que había consumido: así, cuando alguien le preguntaba la edad, respondía estirando su troya de tizón:
-Tengo como tres mil frascos de ginebra.
-¿Y has tomado mucha ginebra en tu vida, Santos?
-Calcule usted; en los días que no llueve, tomo ginebra; cuando llueve, sólo tomo caña.


 (De Croquis y siluetas militares)

DUERME, HIJO MÍO... Por JUAN ZORRILLA DE SAN MARTÍN.’

Duerme,, hijo mío.   Mira: entre las ramas
está dormido el viento;
el tigre en el flotante camalote,
y en el nido los pájaros pequeños;
hasta en el valle
duermen los ecos.

Duerme.   Si al despertar no me encontraras,
yo te hablaré a lo lejos;
una aurora sin sol vendrá a dejarte
entre los labios mi invisible beso;
duerme; me llaman,
concilia el sueño.

Yo formaré crepúsculos azules
para flotar con ellos:
para infundir en tu alma solitaria
la tristeza más dulce de los cielos.
Así tu llanto
no será acerbo.

Yo  empaparé de  dulces melodías
los sauces y los ceibos,
 y enseñaré a los pájaros dormidos
a repetir mis cánticos maternos.

De "Tabaré"

LA FUENTE CANTA Por RAFAEL ALBERTO ARRIETA

La fuente canta.   El armonioso llanto
estremece  la noche silenciosa.
Duerme el jardín en paz bajo el encanto
de la  voz  musical  y quejumbrosa.

Sobre la taza el surtidor deshila
su encaje alado, y quiebra la tersura
especular, acuática pupila
donde se reproduce la figura.

Pero cuando enmudece el cristalino
trémolo, se rehace, cristalina,
la honda serenidad del recipiente,

y se copian entonces el divino
medallón de la luna y la divina
estrella en el espejo de la fuente.

SE NOS HA MUERTO UN SUEÑO Por CONRADO NALÉ ROXLO

Carpintero, haz un féretro pequeño
de madera olorosa,
se nos ha muerto un sueño,
algo que era entre el pájaro y la rosa.
Fue su vida exterior tan imprecisa
que sólo se lo vio cuando asomaba
a! trémulo perfil de una sonrisa
o al tono de la voz que lo nombraba. ..
Mas qué te importa el nombre, carpintero,
era un sueño de amor, tu mano clave ,
pronto las tablas olorosas, quiero
enterrar hondo el sueño flor y ave. !
¡Al compás del martillo suena un canto!

"No vayas al campo santo, 
porque los sueños de amor 
no mueren, se muda en llanto 
su forma de ave y de flor".

LA CANCIÓN DE LA LLUVIA Por VICENTA CASTRO CAMBÓN.

Oh, tierra!, por tu bien dejé la nube,
palacio azul que, allá, en el cielo tuve.

Perdí mi nitidez: turbia he quedado
del polvo que a las plantas he quitado...
Pero estaban con sed las avecillas
 y las hojas poníanse amarillas,
en los campos el pasto escaseaba
 y el trigal sin espigas se secaba.

¡Que madure la espiga y que florezca
 el rosal del jardín! ¡Que el pasto crezca!
¡Que renazca el verdor y la frescura!
Para ello bajé... ¡dejé la altura!

¡Alfil dejé de ser limpia por ser buena
al mezclarme a tu polvo; eso me apena.
Mas los rayos del sol han de ayudarme
 y, otra vez, a la nube he de elevarme.
Y luego, desde allí, podré, gozosa,
contemplar el botón trocado en rosa
y al trigal semejante a un mar de oro,
dando al hombre magnífico tesoro;
y, al ver fructuoso el sacrificio mío,
volveré cada noche hecha rocío.