sábado, 6 de septiembre de 2014

Los músicos de Bremen - Por Jacob y Wilhelm Grimm

        Tenía un hombre un asno que durante largos años había transportado incansablemente los sacos al molino; pero al cabo vinieron a faltarle las fuerzas, y cada día se iba haciendo más inútil para el trabajo. El amo pensó en deshacerse de él; pero el burro, dándose cuenta de que soplaban malos vientos, escapó y tomó el camino de la ciudad de Bremen, pensando que tal vez podría encontrar trabajo como músico municipal.
Después de andar un buen trecho, se encontró con un perro cazador que, echado en el camino, jadeaba al parecer cansado de una larga carrera.
Pareces muy fatigado, amigo le dijo el asno.
-¡Ay! exclamó el perro, como ya soy viejo y estoy más débil cada día que pasa y ya no sirvo para cazar, mi amo quiso matarme, y yo he puesto tierra por medio. Pero, ¿cómo voy ganarme el pan?
-¿Sabes qué? dijo el asno. Yo voy a Bremen, a ver si puedo encontrar trabajo como músico de la ciudad. Vente conmigo y entra también en la banda. Yo tocaré el laúd, y tú puedes tocar los timbales. Parecióle bien al can la proposición, y prosiguieron juntos la ruta. No había transcurrido mucho rato cuando encontraron un gato con cara de tres días sin pan:
-Y, pues, ¿qué contratiempo has sufrido, bigotazos? preguntóle el asno.
-No está uno para poner cara de Pascua cuando le va la piel respondió el gato. Porque me hago viejo, se me embotan los dientes y me siento más a gusto al lado del fuego que corriendo tras los ratones, mi ama ha tratado de ahogarme. Cierto que he logrado escapar, pero mi situación es apurada; ¿adónde iré ahora?
-Vente a Bremen con nosotros. Eres un perito en música nocturna y podrás entrar también en la banda. El gato estimó bueno el consejo y se agregó a los otros dos. Más tarde llegaron los tres fugitivos a un cortijo donde, encaramado en lo alto del portal, un gallo gritaba con todos sus pulmones.
-Tu voz se nos mete en los sesos dijo el asno. ¿Qué te pasa?
-He estado profetizando buen tiempo respondió el gallo, porque es el día en que la Virgen María ha lavado la camisita del Niño Jesús y quiere ponerla a secar. Pero como resulta que mañana es domingo y vienen invitados, mi ama, que no tiene compasión, ha mandado a la cocinera que me eche al puchero; y así, esta noche va a cortarme el cuello. Por eso grito ahora con toda la fuerza de mis pulmones, mientras me quedan aún algunas horas.
-¡Bah, cresta roja! dijo el asno. Mejor harás viniéndote con nosotros. Mira, nos vamos a Bremen; algo mejor que la muerte en cualquier parte lo encontrarás. Tienes buena voz, y si todos juntos armamos una banda, ya saldremos del apuro.
Al gallo le pareció interesante la oferta, y los cuatro emprendieron el camino de Bremen
Pero no pudieron llegar a la ciudad aquel mismo día, y al anochecer resolvieron pasar la noche en un bosque que encontraron. El asno y el perro se tendieron bajo un alto árbol; el gato y el gallo subiéronse a las ramas, aunque el gallo se encaramó de un vuelo hasta la cima, creyéndose allí más seguro. Antes de dormirse, echó una mirada a los cuatro vientos, y en la lejanía divisó una chispa de luz, por lo que gritó a sus compañeros que no muy lejos debía de haber una casa.
Dijo entonces el asno:
-Mejor será que levantemos el campo y vayamos a verlo, pues aquí estamos muy mal alojados.
Pensó el perro que unos huesos y un poquitín de carne no vendrían mal, y así se pusieron todos en camino en dirección de la luz; ésta iba aumentando en claridad a medida que se acercaban, hasta que llegaron a una guarida de ladrones profusamente iluminada.
El asno, que era el mayor, acercóse a la ventana para echar un vistazo al interior.
-¿Qué ves, rucio? preguntó el gallo.
-¿Qué veo? replicó el asno. Pues una mesa puesta con comida y bebida, y unos bandidos que se están dando el gran atracón.
-¡Tan bien como nos vendría a nosotros! dijo el gallo.
-¡Y tú que lo digas! añadió el asno. ¡Quién pudiera estar allí!
Los animales deliberaron entonces acerca de la manera de expulsar a los bandoleros y, al fin, dieron con una solución. El asno se colocó con las patas delanteras sobre la ventana; el perro montó sobre la espalda del asno, el gato trepó sobre el perro y, finalmente, el gallo se subió de un vuelo sobre la cabeza del gato.
Colocados ya, a una señal convenida prorrumpieron a la una en su horrísona música: el asno, rebuznando; el perro, ladrando; el gato, maullando, y cantando el gallo. Y acto seguido se precipitaron por la ventana en el interior de la sala, con gran estrépito de cristales. Levantáronse de un salto los bandidos ante aquel estruendo, pensando que tal vez se trataría de algún fantasma y, presa de espanto, tomaron las de Villadiego en dirección al bosque.
Los cuatro socios se sentaron a la mesa y, con las sobras de sus antecesores, se hartaron como si los esperasen cuatro semanas de ayuno.
Cuando los cuatro músicos hubieron terminado el banquete, apagaron la luz y se buscaron cada uno una yacija apropiada a su naturaleza y gusto. El asno se echó sobre el estiércol; el perro, detrás de la puerta; el gato, sobre las cenizas calientes del hogar, y el gallo se posó en una viga; y como todos estaban rendidos de su larga caminata, no tardaron en dormirse. A media noche, observando desde lejos los ladrones que había luz en la casa y que todo parecía tranquilo, dijo el capitán:
-No debíamos habernos asustado tan fácilmente.
Y envió a uno de los de la cuadrilla a explorar el terreno.
El mensajero lo encontró todo quieto y silencioso, y entró en la cocina para encender la luz. Tomando los brillantes ojos del gato por brasas encendidas, aplicó a ellos un fósforo para que prendiese. Pero el gato no estaba para bromas y, saltándole al rostro, se puso a soplarle y arañarle. Asustado el hombre, echó a correr hacia la puerta trasera; pero el perro, que dormía allí, se levantó de un brinco y le hincó los dientes en la pierna; y cuando el bandolero, en su huida, atravesó la era por encima del estercolero, el asno le propinó una recia coz, mientras el gallo se había despertado por todo aquel alboroto y, ya muy animado, gritaba desde su viga: «¡Kikirikí!».
El ladrón, corriendo como alma que lleva el diablo, llegó hasta donde estaba el capitán y le dijo:
-¡Uf!, en la casa hay una horrible bruja que me ha soplado y arañado la cara con sus largas uñas. Y en la puerta hay un hombre armado de un cuchillo y me lo ha clavado en la pierna. En la era, un monstruo negro me ha aporreado con un enorme mazo, y en la cima del tejado, el juez venga gritar: «¡Traedme el bribón aquí!». Menos mal que pude escapar.
Los bandoleros ya no se atrevieron a volver a la casa, y los músicos de Bremen se encontraron en ella tan a gusto, que ya no la abandonaron. Y quien no quiera creerlo, que vaya a verlo.

ANÉCDOTAS TALMÚDICAS Y DE RABINOS FAMOSOS (SELECCIÓN) Por el Rabino Dr. Simón Moguilevsky

EL TEMOR AL ETERNO

Cuando Rabí Yojanan ben Zakai, estaba cerca de morir, sus discípulos le pidieron que los bendijera. El sabio les dijo:
-Que vuestro temor al Eterno sea tan grande como vuestro temor a los humanos.
Ante la extrañeza de sus discípulos, les explicó:
-Una persona a veces se abstiene de hacer algo impropio, porque tiene miedo de que alguien lo vea, pero el temor a que el Eterno lo vea, puede no ser suficiente para disuadirlo.


HOMICIDIO

Una persona se presentó ante un Sabio y le pidió un consejo, pues se encontraba frente a una terrible alternativa. El príncipe le había ordenado matar a un amigo suyo y si se rehusaba, moriría. ¿Debía cumplir la voluntad de su amo o no?
-Debes morir antes de hacerte asesino -le contestó el Sabio- ¿acaso crees que tu sangre es más preciosa que la del otro? Quizás es menos.


EN LA ÚLTIMA FILA

En una reunión de vecinos, los Rabinos se sentaron en la primera fila. Rabí Najum ben Itzjak llegó unos minutos más tarde y se sentó en la última fila. Uno de los Rabinos lo vio y lo invitó a que se sentara al lado de ellos, puesto que una persona como él no debería sentarse allí. Rabí Najum respondió:
-Agradezco la invitación, sería un honor estar con ustedes, pero estoy contento con este lugar. Después de todo ¿no nos han enseñado que no es el lugar el que proporciona honores a la persona, sino la persona quien honra al lugar?
De esta manera, Rabí Najum ratificaba lo que requería: la humildad es la que afirma la grandeza.


EL VERDADERO HEREDERO

Una madre le dijo a su hija:
-Debes tener mucho cuidado con tus amoríos, no quisiera que seas como yo.
-¿Qué significa como tú?-preguntó la hija
-Debo confesarte un secreto. Tengo diez hijos, pero solamente uno de ellos es el hijo del que ustedes llaman padre.
El marido escuchó la conversación y no dijo nada. Años más tarde, en su lecho de muerte dio instrucciones para que todos sus bienes fueran para su único hijo.
Después de su deceso prevaleció la confusión. La familia afligida quedó perturbada. Cada hijo se decía el heredero; así fueron a ver a Rab Banai, para pedirle consejo.
El Sabio les aconsejó que fuesen a la tumba del padre y golpearan hasta que se levantara y entonces le preguntaran cual era su intención.
Nueve de los hijos hicieron lo que dijo el Rabí; fueron a la tumba y la golpearon, esperando recibir un signo. Uno de los hijos se negó a lo que llamó falta de respeto y se quedó en casa.
Observando esto, Rabí Banai dictaminó: “Este hijo es el verdadero heredero. Toda la propiedades le pertenecen, puesto que fue el único que mostró el debido respeto a su padre.”

(Tratado Baba Batra 58a)


CONCENTRADO EN SU LABOR

A la ciudad de Krasna llegó un acróbata, que declaró poder cruzar el río sobre una soga fina, por una cantidad de dinero. La soga fue extendida y todo el mundo se dirigió al río, entre ellos también Rabí Jaím, quien miraba muy concentrado el paso del acróbata sobre
la soga.
Cuando le preguntaron el por qué de su atención tan profunda, respondió:
-De este hombre aprendí algo muy importante para el Servicio Divino. Por la suma de dinero que recibió, arriesgó su vida, pero cuando iba sobre la soga, no pensó ni un instante en el dinero, sino sobre su integridad y solamente se concentró en su trabajo.


COMO UN CABALLO

Un adepto del Rabí de Rudzín, le narraba como hacía sacrificios para la gloria del Eterno: vestía ropas blancas, bebía únicamente agua, se revolcaba en la nieve y hasta se insertó clavos grandes en las suelas de sus zapatos.
El Rabí miró por la ventana y dijo:
-Veo en el patio alguien que viste de blanco, solamente bebe agua, se revuelca en la nieve y usa clavos en sus pies y no es más que un caballo blanco.


OPINIÓN SOBRE UN MENTIROSO

El Rabí de Voloshín se cuidaba mucho de la maledicencia. Cierta vez tuvo que expresar una opinión sobre una persona que era muy mentirosa. Como no quería hablar mal de la misma dijo:
-Es una persona que tiene una memoria prodigiosa. Hay quien recuerda lo que sucedió hace treinta años o cincuenta años, pero esta persona recuerda cosas que inclusive nunca sucedieron.


PROMESA
Si prometes algo a un niño y no lo cumples, le estás enseñando a mentir.
(Tratado Shoá)


LA VERDADERA MEDICINA

             Maimónides era médico del sultán Saladino que nunca estuvo enfermo.
Un día el soberano le dijo:
             -Dado que nunca enfermé, no tuve oportunidad hasta ahora de saber si eres un buen o mal médico.
El sabio respondió:
             -La Biblia nos enseña que el buen médico no es como usted piensa, el que cura la enfermedad, sino el que evita que se la contraiga.


HONORES

Decía Rabí Mendl de Kotzk:
         -No hay hombre que sea tan dependiente de otros como el que busca honores.


¿DÓNDE?

            Un famoso Rabino contaba la historia de un joven que era muy olvidadizo. Cuando despertaba a la mañana no se acordaba donde colocó sus cosas y ello lo ponía tan nervioso que no podía dormir de noche pensando que a la mañana siguiente no encontraría sus ropas.
            Hasta que una noche se le ocurrió que antes de dormir, escribiría sobre un papel dónde colocaba sus ropas y lo dejaría sobre su mesita de luz. Y a la mañana siguiente se despertó, tomó la nota y encontró perfectamente sus ropas donde las había colocado.
            -Bueno -se d?o- tengo todo, pero ¿dónde estoy yo?
Miró por todas partes y no se pudo encontrar.
El Rabino terminó diciendo:
            -Así es lo que pasa con todos nosotros.


JUSTOS DENTRO DE UN SACO DE PIEL

Decía el Rabí de Kotzk:
            -En el idioma idish existe un refrán sobre ciertas personas, a las que se considera como “justos dentro de un saco de piel”. Ello significa que cuando una persona tiene frío, tiene dos maneras de calentarse: encender un horno o vestir ropas abrigadas.
            De la primer manera, se hace un bien a sí mismo y a todos los componentes de la casa y a los que entran. Por el contrario, de la segunda, él solo siente calor.
            Lamentablemente existen personas que se preocupan de tener calor ellas solas, llenarse el vientre con preceptos y estar en paz con el Eterno. Pero la sociedad, a las demás personas no les interesa. Por eso son “justos en un saco de piel”.