domingo, 9 de noviembre de 2014

CONTATE UN CUENTO VII - “Giselle” Por Gustavo Circelli – Balcarce

Para Giselle era inexorable el paso del tiempo, un tormento diario e ineludible que la tornaba cómplice durante todas sus mañanas. De aspecto lánguido y a merced de reiteradas burlas por parte de algunas compañeras del aula, no esperaba grandes cambios en su vida. De pelo trigueño, corto y enraizado dejando ver sus ojos tristes color café, a la sombra de unas enormes cejas cuasi rectas. De orejas desproporcionadas al tamaño de su cara, emergían como paletas de caramelo siendo el blanco de algunas manos que jalaban de ellas dejando atrás las risas y carcajadas. El aire se tornaba turbulento en su nariz respingada y un tanto chata que producía cosquillas en sus labios delgados, al salir de ella.
Giselle sobresalía además en estatura lo que la dejaba aún más expuesta ante situaciones que ella misma quería esconder, como por ejemplo sus pechos pequeños y una delgadez, que sin ser extrema, alimentaba más aún sus complejas e internas sensaciones de no ser feliz, de sentirse desvalida, descartada y aislada por la mayoría del alumnado.
Pero no todo era tan sobrio e inhumano, tenía amigas y amigos que la estimaban y la incluían en sus salidas, como toda adolescente, siendo ella misma la que se rehusaba a compartir recluyéndose en sí misma, pues su sufrimiento iba más allá de los buenos momentos que pudiese compartir. Las miradas ajenas la incomodaban sobremanera, dibujando en su mente todo tipo de supuestos pensamientos que la otra persona pudiese esbozar acerca de su apariencia física.
Esa noche del 13 de Septiembre, 22:37 horas, y como todas las noches en su habitación, terminó con sus tareas y se fue a dormir. En la mañana siguiente, como todas sus mañanas, se dispuso a ir al colegio, y tras un abrazo a sus padres preocupados por su estado de ánimo, caminó hacia la puerta, atravesó un pequeño corredor lleno de plantas recién florecidas en vísperas de la primavera que se asomaba y abrió la puerta de rejas, invadida de una hermosa enredadera, para esperar su colectivo escolar. En ese período de espera temporal observa que en su buzón de correos hay un sobre, sin remitente y tras darlo vuelta, observa su lectura “Para Giselle”. Rápidamente y tras sentirse acorralada por sus propios fantasmas que la observaban diariamente, toma el sobre y lo guarda en su mochila.
El día transcurre como el resto de los días y al retornar a su casa, sin mediar saludo, y tras la sorpresa de sus padres, corre presurosa a su habitación para abrir el misterioso sobre.
Dentro del mismo, había una pequeña fórmula incompleta conformada por una serie de “pasos” y “sellos”. El paso era una instrucción a ejecutar de manera simple pero precisa y el sello, como corolario del paso ejecutado. Giselle no entendía muy bien y tuvo que recurrir al diccionario en Internet para comprender. Advirtió que “corolario”, en resumidas cuentas, es un término que se utiliza en lógica y Matemática para evidenciar algún hecho, es decir una consecuencia de cierre del “paso” que debía ejecutar.
El primer paso: “Tomarás un espejo donde tu figura sea reflejada en forma completa. Todas las mañanas y a la espera del sello y nuevo paso, deberás observarte sin pestañar durante treinta segundos exactos.”
Giselle pensó que era otra burla más de sus compañeras, sería demasiado cruel someterla diariamente al tormento de observarse, a sabiendas de lo que más odiaba en su vida. Pasaron algunos días y la idea del “paso” se sacudía irremediablemente dentro de ella -¿qué tenía que perder?- se cuestionaba. Es así que va a la casa de su abuela de donde toma un espejo antiguo de las dimensiones de ella, es decir largo y delgado. La abuela se lo prestó gustosa,  Giselle adujo un experimento de ciencias. El problema fue justificarlo en su casa, donde se valió del mismo discurso, “por la ciencia”. Es así como Giselle cumplía todas las mañanas el paso, se observaba durante treinta segundos, y luego iba a la escuela no sin antes escudriñar su buzón a la espera del “sello” y un eventual nuevo paso.
Giselle comenzó a advertir cambios en su físico de manera mágica, sus “paletas de caramelo” cambiaron su forma y descansaban acariciando suavemente su pelo, ahora más ligero y suelto que comenzaba a invadir su cara con un flequillo liviano y seguro con un toque muy personal de distinción. Las cosquillas sobre sus labios ya no eran por el aire turbulento sino por su pelo en movimiento permanente. Su nariz se volvió cálida y sensitiva que acompañaba sus primeros intentos de sonrisa. Sus compañeros y amigos le preguntaban si se había sometido a alguna operación, a la cual respondía que no, como tampoco daba detalles ni siquiera a sus mejores amigas. El tiempo pasó.
El primer sello: “Dibujarás el contorno de tu silueta actual sobre el espejo con un lápiz labial color negro y lo guardaras junto al espejo por siempre.”
El segundo paso: “Comprarás tres sostenes de color rojo intenso, el primero a tu medida, el segundo con la medida siguiente al primero y el tercero a la siguiente medida del segundo. Deberás utilizarlos los tres al mismo tiempo y sin quitártelos a menos que sea necesario por naturaleza, y hasta la espera del sello.”
Giselle, se sentía más a gusto, veía su entorno diferente y sus fantasmas se desvanecían. Sus padres cada vez más sorprendidos, no alcanzaban a comprender y se reprimían el hecho de someterla a un interrogatorio, - parece que el experimento de ciencias le sienta bien-, se decían. Giselle sonreía, comenzaba a salir con sus amigas, tenía pretendientes y en la escuela la invitaban a desfilar en los cierres de la clásica competencia deportiva intercolegial o “estudiantina”. ¿Cómo iba a negarse al segundo paso?, se preguntó. Tomo el lápiz labial, contorneó su silueta en el espejo y guardó ambos bajo su cama. Todas las mañanas, cerraba su habitación para que sus padres no advirtieran su experimento. Se colocó los tres sostenes y con el correr de los días y tras soportar el hecho de no quitárselos nunca, advirtió que el sostén número uno comenzaba a ajustarle demasiado. Como el paso indicaba no quitárselos salvo por naturaleza, pues bien, naturaleza obliga y se quitó el primero. Así ocurrió lo mismo con el segundo y el tercero.
 Sus amigas pensaban que estaba embarazada dado el crecimiento evidenciado, pero ella indicaba simplemente, -nada que ver-. Se volvió la más bella, la más deseada.
Segundo sello: “Tomarás los tres sostenes usados, los pintarás de negro y los guardarás junto al espejo”
Pero no todo era tan bello como parecía, Giselle no era burlada, más bien odiada por sus competidoras “las lindas de la escuela” y sus amigas habían perdido a su antigua Giselle, se distanciaban y la marginaban. Nuevas personas se acercaban para acoplarse a la “sensación del momento” solo por apariencias y muchos engaños. No tardó mucho en volver la tristeza a su rostro, se escondía nuevamente y lloraba desconsolada, extrañando a sus amigas, la sinceridad y pureza de quienes se preocupaban por ella, incluso, extrañaba a sus padres de quién se había escondido durante mucho tiempo.
Ultimo sello: “Has cumplido con tus pasos y logrado lo que tanto buscabas. Definitivamente permanecerás así, si y solo si, guardas durante toda tu vida el espejo, los sostenes y el lápiz labial, sin que nadie ni nada altere su condición.”
Transcurría el tiempo y su fama era creciente, no necesitaba estudiar para aprobar, su belleza estaba por sobre cualquier situación, mas su soledad era aún mucho mas temible.
 Un día cualquiera, corre a su habitación y siendo las  22:37 horas, se arroja bajo su cama, observa su espejo y lo rompe en miles de pedazos que luego junta en una bolsa de consorcio. Los sostenes y el lápiz sufren el mismo destino. Arroja la bolsa a un contenedor de basura y se va a dormir.
El sol de la mañana, como delgadas sedas, se filtra por las grietas de su habitación  acariciando la piel de Giselle. Un sobresalto la trajo a la realidad, y sus ojos buscaron desesperadamente bajo su cama. No había nada. Otro suspiro la llevó a tomar su celular y sacarse una foto propia para observar su apariencia, estaba realmente feliz y contenta. Besó a sus padres con una gran sonrisa,  caminó hacia la puerta, atravesó el corredor de plantas regalando una caricia a cada una, abrió la puerta de rejas para esperar su colectivo escolar, - vaya sueño que tuve-, pensó.

Un niño de la calle, como los hay tantos, juega a ”encandilar” con un pequeño trozo de espejo que encontró en la basura.

CONTATE UN CUENTO VII- MENCION DE HONOR: “ANGELES SIN ALAS “ Por Viviana Martínez - Balcarce

Esa mañana del 21 de julio marcó mi vida para siempre, aunque no del modo que yo esperaba.
Durante mucho tiempo había anhelado esa entrevista de trabajo. Era la posibilidad de poder hacer algo con mi vida. La verdad es que me había resultado difícil descubrir mi verdadera vocación. Me embarqué en varias carreras y oficios pero ninguno me había satisfecho completamente. Es por ello que cuando leí en el periódico local que convocaban aspirantes  para trabajar en el hospital, pensé “es para mí”. De algo tenían que servir los títulos que había acumulado. Pero esa bendita mañana, parecía que todo en el universo se había complotado  para evitar que llegase a tiempo. El despertador del celu no sonó, no había agua en el edificio porque se había roto un caño, mi auto nunca arrancó y el taxi que conseguí me dejó varada a mitad de camino por un desperfecto técnico. A esa altura yo buscaba la cámara creyendo que era una broma de Tinelli. Me retrasé más de media hora, pero llegué al hospital  justo cuando mis piernas parecían no poder sostenerme por más tiempo. Y allí conocí a Marta; fue quien me entrevistó. Después de contarle acerca de todos mis títulos y capacidades, me  preguntó si sabía para qué servicio era la convocatoria. Ante mi evidente desinformación, me invitó a dar un paseo por el lugar. Mientras caminamos me comentó que había llegado allí al igual que yo, con varios títulos y habilidades, y que en ese hospital había encontrado su lugar.

Marta era la hija mayor de una familia de madre separada y padre ausente.  Siendo  muy pequeña asumió la responsabilidad de cuidar a su hermano. Debía entonces administrar “interinamente” la casa mientras la mamá estaba trabajando. Desde entonces conoció la austeridad y aprendió a fabricar una comida con lo poco que contaba, a hacer su propio pan; aprendió que si un corte de energía eléctrica era antecedido por un ruido de escaleras, significaba que no habían pagado a tiempo la boleta de la luz. Y aprendió que las lágrimas de su hermano sentado delante de una tele apagada, no modificaban esa situación, sólo entristecían el rostro de su madre cuando llegaba agotada de limpiar pisos ajenos.
Marta y su hermano aprendieron que a Papá Noel y a los Reyes Magos no había que pedirles mucho, de manera que también les alcanzase  el dinero para regalarle a otros niños, y  a veces no llegaban a tu casa si vivís lejos.  Y aprendieron que la ropa y los juguetes nuevos  no son  los que se compran en los negocios, sino que son la que te dejan los primos más grandes…

En este punto, mis lágrimas caían como lluvia sobre mi rostro, la emoción me invadía  y me sorprendía ver a mi compañera de paseo, relatar su historia con una enorme sonrisa. Pero supe después  que no siempre pudo ver su vida de esta manera:

Ella había crecido rodeada de mucho amor, pero mirando las cosas que otro tenían y ellos nunca podrían tener. Entonces le reprochaba a Dios hasta cuándo deberían hacer tanto sacrificio, y por qué la vida era tan difícil para ellos.
            Apenas egresada de la escuela secundaria, estudió la carrera de Maestra Jardinera, ya que era una de las pocas ofertas académicas de su ciudad. Pero nunca pudo acceder a un cargo, ni siquiera como suplente. Y también por ello le reprochaba a Dios por qué si hacía las cosas con tanto amor y dedicación, todo seguía siendo tan difícil.
Para  sobrevivir vendía las artesanías que realizaba y ayudaba a su mamá a confeccionar tortas de cumpleaños que vendían a pedido.
Pasaron algunos años, se casó y estudió al fin una carrera universitaria que ofrecían temporalmente en su ciudad: Enfermería. Con el título en su mano comenzó a trabajar en un hospital.
Si bien algunas carencias ya no existían, otras comenzaron a aparecer en su matrimonio: la rutina había consumido el respeto, el buen trato y el  amor que en algún momento habían disfrutado.  Y llorando le continuaba reprochando a Dios porqué la seguía abandonando, hasta cuándo sufriría.
El matrimonio de Marta terminó y ella pudo encontrar un amor verdadero, que se transformó en su compañero de ruta, en su amigo, y un padre maravilloso para sus hijos.

Interrumpí el relato de la enfermera diciendo “Bueno, al menos tanto sufrimiento y sacrificio terminaron en algo lindo. Al fin Dios se acordó de usted”
Marta me sonrió y me dijo con su tono más dulce: “Dios nunca se había olvidado de mí. Estaba trabajando conmigo, me estaba preparando para mi tarea. Y me comentó que un día había recibido un mail ofreciéndole un trabajo en ese Hospital, en el servicio al que nos dirigíamos.
Cruzamos entonces un enorme parque lleno de flores, árboles frondosos y juegos de plaza. Me sorprendió encontrar un lugar tan agradable en medio de un hospital.  No es lo que imaginaba.
Llegamos a una casa con grandes ventanales y un cartel en la puerta que decía “Servicio de Oncología Pediátrica”. Me paralicé y por un momento pensé en decirle que prefería no entrar.
No pude hablar y la puerta se abrió. Y entonces quedé más muda que antes. Aquello tampoco era como lo hubiera imaginado. Había muchos pequeños con pañuelos o gorros cubriendo sus cabecitas desnudas, otros conectados a equipos de oxígeno, otros con sus sueros a cuestas. Pero aquel lugar no era sombrío ni triste. Marta había ideado aquel hogar. Estaba pintado de colores y todos jugaban o realizaban distintas actividades, incluso acompañados de sus papás o hermanos. Ella sabía lo importante que era la unión y el apoyo de la familia para atravesar las situaciones adversas. Había una cocina enorme donde realizaba distintos platos con los niños y algunas madres. Los mismos amiguitos confeccionaban con la ayuda de Marta las tortas de cumpleaños y armaban grandes fiesta.
La sala contigua era un aula, Marta les daba clase y hacían sus tareas escolares. En la “sala de arte”, confeccionaban artesanías que vendía la Cooperadora del Hospital para recaudar  fondos para el Servicio. Y en las vacaciones de invierno, comenzaban con el “Taller Lúdico”, donde confeccionaban y restauraban juguetes para regalar el día del niño, o que enviaban en diciembre a los Servicios de Pediatría de los Hospitales cercanos. A ese proyecto lo llamaban “Papá Noel y Reyes para todos”. Había otra sala de Música, de Teatro… Marta había utilizado todos sus conocimientos y todas sus herramientas en aquel  lugar, con aquellos niños. Pero el proyecto se había extendido tanto que necesitaba colaboradores. Sin duda me uní a esa gran familia. Y apliqué mis conocimientos de Psicología, Servicio Social y hasta el curso que hice de Decoración de Interiores.
Entonces comprendí las palabras de aquella enfermera cuando me dijo que Dios no la había abandonado nunca y la había estado preparando para su tarea. Todo lo que vivió la enriqueció tanto que ahora podía hacer cosas maravillosas.
Los ángeles, también pueden ser simples seres humanos, imperfectos, que sólo le abren a Dios su corazón y se ponen al servicio de sus hermanos. Cada uno con las herramientas que tiene.

Señoras y señores, yo conocí ángeles sin alas, y viven todos en una casita de un hospital.

CONTATE UN CUENTO VII- MENCION DE HONOR “La protesta de dos viejitos” Por Ricardo Gustavo Creimer – La Plata

Encarnación Rizzo y Pacifico García conformaban un matrimonio de ancianos jubilados. Entraron a media mañana al Ente encargado de la provisión del agua corriente para efectuar un reclamo. Retiraron un número para el mostrador y se sentaron a esperar a que los llamaran. Pacifico llevaba una mochila de oxigeno de las que utilizan los pacientes de enfermedades pulmonares, con su guía de ingreso metidas en sus fosas nasales. Cuando les llegó el turno se dirigieron despacio pero resueltamente al mostrador y a viva voz explicaron su problema, más o menos así:
- Hace siete días que no tenemos ni una gota de agua en toda la casa. Hicimos el reclamo y nos dijeron que corría bajo el número 141417. También nos dijeron que en 48 o 72 horas lo repararían.
Continuaron contando que por la buena voluntad de los vecinos, que les tendieron una manguera por sobre la medianera, contaban con el agua imprescindible para la utilización, más o menos decorosa, del inodoro. Claro que previo acarreo del balde por más de quince metros.
La empleada que los atendía conectó su respuesta automática aprendida para estos casos con su fingida sonrisa. Para colmo al final de cada oración le agregaba la odiosa muletilla de “¿correcto?”.
Así es que les decía sonriendo: - en el término de 48 a 72 horas les solucionaremos el inconveniente… ¿correcto?
Don Pacifico, cada vez más enojado, soportó tres veces la respuesta monótona y automática; pero a la cuarta, le contestó furioso:
- No. no es correcto. El reclamo ya tiene una semana de efectuado y no pueden contestarme que espere dos o tres días más y para colmo subrayarlo interrogativamente con la palabra “correcto ” que no sabes ni lo que quiere decir.
Lamentablemente lo único que consiguió con eso fue que la empleada se hiciera la enojada y le repitiera que en 48 a 72 horas sería solucionado, volviendo a agregar el enojoso “¿correcto?”, pero esta vez separando cada una de las silabas de la palabra: - CO – RREC – TO 
Encarnación los interrumpió preguntándole a la empelada donde estaba el baño de damas y hacia allí se dirigió parsimoniosamente. El viejo, abandonando la discusión inútil, hizo lo propio y también ingresó en el baño de caballeros, razón por la cual la empleada suspiró aliviada y llamó el siguiente número de viva voz, para seguir con los reclamos, desentendiéndose de los viejitos.
Transcurridos más de quince minutos, y ante el reclamo de otras personas que querían acceder a utilizar el baño y encontraban la puerta cerrada, los empleados cayeron en la cuenta que los viejitos se habían encerrado; ella en el baño de damas y él en el de caballeros.
Golpearon insistentemente las puertas sin tener ninguna respuesta. Angustiada, la empleada que había tenido la discusión con ellos, llamó a Seguridad, argumentando:
-  lo único que falta es que los viejos se inmolen a lo bonzo.
Vinieron dos empleados de Seguridad grandotes y uniformados e insistieron con los golpes para que abrieran. Debido a que el silencio continuó siendo la única respuesta, luego de algunas consultas con la Gerencia y con la Comisaría, procedieron a violentar la puerta del baño de caballeros.
Esperaban encontrar al viejo ahorcado, pero no. Don Pacifico estaba pulcramente bañado, envuelto en una toalla y terminando de afeitarse. Mientras tanto ella, salió del baño secándose con un toallón floreado y luciendo otra toalla más chica envuelta sobre su cabellera a modo de turbante con el que las mujeres se transforman - por un instante - en actrices de cine.
Miró para un lado y para el otro y, sonriendo, volvió a entrar al baño, diciendo: - Me visto y salgo.
Entre los aplausos y vítores de otros usuarios que colmaban la oficina haciendo sus trámites, don Pacifico se sentó en una de las filas de sillas puestas a propósito “para esperar sentado”, secó sus pies y cortó sus uñas, juntando meticulosamente los trozos desbrozados.
Unos minutos después, mientras salían a la calle entre numerosas muestras de cariño, Encarnación dijo gritando:
- El Papa Francisco dijo que hiciéramos lió y aquí estamos. Tienen todo el día para arreglarnos el desperfecto; si no, mañana volvemos a cocinar aquí.
En menos de dos horas, concurrió una numerosa cuadrilla -de aquellas en las que uno trabaja y los demás miran - y en muy pocos minutos superaron el desperfecto.
Eso sí; previendo que la conducta de los viejitos se hiciera costumbre, el Gerente ordenó retirar las duchas y anular el agua caliente en los baños de atención al público.

CONTATE UN CUENTO VII - MENCION DE HONOR “Una mochila de Mickey” Por Mariano Contreras - Lobos

Hacía cerca de veinte minutos que esperaba el colectivo, debajo del techo de chapa de la parada. Llovía desconsoladamente, y allí en el medio del campo solo restaba esperar fumando. Estaba ojeando un inútil libro de pedagogía, cuando escucho una voz que me sorprende:
-Profe, ¿no me convida un cigarrillo?- Yo estaba cagado de frío, no me quiero imaginar cómo habría estado ese chico con las alpargatas empapadas, el pelo mojado, y sin siquiera una campera.
Ya no quedaba nadie ni en el colegio ni en los alrededores, lo niños corrieron bajo la lluvia y los demás profesores partieron en sus autos propios, ninguno se ofreció a llevarme, después de todo era solo un profesor suplente de inglés, una materia de segunda para el resto de los docentes.
A pesar de que muchos no dudarán en juzgarme por esta actitud, accedí a su pedido, después de todo no fui yo quien lo inició en el vicio y hacía tiempo que el pibe fumaba, se notaba. 
-¿Sabe una cosa? Me cae bien usted, y no lo digo solo por el cigarrillo, ojalá pudiera continuar con las clases aquí, la profesora titular es mucho más severa y amargada, viene sin ganas, obligada. Ya sé que ésta fue su última clase, pero quería decirle que me gustó tenerlo como profesor.- Era la primera vez que recibía un comentario positivo de un alumno, no sabía si lo decía realmente por convicción o solo por ser condescendiente, de todas maneras una palabra de ahínco es una satisfacción que regocija el alma entre ese mar de desinterés, desagravio y mala conducta que inunda las escuelas públicas de hoy en día.
Hay algo mágico en compartir un cigarrillo con alguien, algo que sincera y acerca a las personas, aunque sean desconocidas, se forma un vínculo circunstancial pero poderoso. Una efímera intimidad que permite tanto las más profundas declaraciones, como los chistes más soeces o las pavadas más grandes.
-¿Cuánto hace que fumás? Sos muy chico, no seas boludo mirá que te va a hacer mierda. Para cuando tengas veinte vas a estar reventado- No era mi intención sermonearlo, más bien era un consejo, yo todavía me arrepiento de aquellos primeros cigarrillos en el baño del colegio secundario, hasta el día de hoy que sigo luchando con el vicio.
-Hace un par de años ya, mi viejo me convidó los primeros.- Tendría cerca de catorce años, y estaba en esa maravillosa edad en la que se está a punto de perder la inocencia pero todavía se mantienen los juegos de la niñez. -Mi mamá se fue hace un par de años, según papi se fugó con un vecino y nos dejó. La verdad no recuerdo mucho de ella, solo he visto una o dos fotos que guarda papá en su mesa de luz, junto al revolver 22 corto, cuando él no está me meto en la pieza y las miro. Las miro y me pregunto, qué habrá pasado por su cabeza en ese momento en que decidió irse. ¿No habrá pensado en nosotros? ¿No habrá pensado en mí? Quizás ella esté en este mismo momento en algún lugar, mirando la lluvia igual que yo, y extrañándome.- Un trueno lejano interrumpió ese incomodo silencio. Terminó el cigarrillo y lo arrojó lejos. El niño miraba el horizonte, con el guardapolvos  roído, y yo sin saber qué decirle. Tenía su gastada mochila de Mickey apoyada en el suelo, embarrada, le faltaba una oreja al ratón y era una perfecta metáfora de una infancia rota, manchada. Para ser sinceros, ni me acordaba el nombre del nene, creo que el apellido era Cingolani, pero no estaba seguro.
- A veces las personas tienen motivos extraños para hacer las cosas, motivos que solo el que los vive conoce. Sé que debe ser difícil de comprender, pero lo importante no es entender las causas, sino aprender para no cometer los mismos errores.- Hasta yo me sorprendí con esa frase que me salió no sé de dónde, quizás un recuerdo latente de una conjunción de películas pedorras y novelas adolescentes. El pendejo se quedó un rato en silencio, como pensando en lo que yo le había dicho, analizando palabra por palabra.
En eso llegó el colectivo, subimos, le pagamos al chofer y nos sentamos en los primeros dos asientos. Había pocos pasajeros, solo un par de viejas allá al fondo. El nene fue mirando por la ventanilla todo el viaje, en silencio, no se lo veía triste, más bien pensativo.
-Gracias por todo, ha sido muy bueno conmigo, ojalá vuelva a la escuela en algún momento, o quizá algún día volvamos a vernos si Dios quiere, tal vez nuestros destinos se crucen en algún punto- Fue lo único que dijo, antes de ponerse de pie y bajar en la tranquera de un campo, que para mí hubiera sido imposible de identificar, allí en el medio de la nada.
En eso el chofer me dirige la palabra, sin quitar la vista de la peligrosa ruta mojada.
- Se nota que es buenísimo el pibe, siempre muy respetuoso. Pobre, me da lástima a veces. El padre lo hace laburar como negro en la época de cosecha, y después se gasta la guita en chupi. El nene dice que la madre se fue, pero lo cierto es que el viejo la mató, todo el mundo por aquí lo sabe, le pegó un tiro en la cabeza un día que estaba borracho, hace como diez años, el nene era chiquito en ese entonces. Nadie sabe dónde está enterrada, por eso está suelto el asesino.- Durante la media hora restante de viaje hasta llegar a Lobos, no pude dejar de pensar en aquel pobre pibe, en la vida de mierda que parecía llevar, y en el asesinato de su madre.
Hace unos días volví a encontrármelo en la municipalidad, estábamos haciendo cola para hacer unos trámites, y me vio. Yo le encontré cara conocida cuando se me acercó, pero no lo pude ubicar hasta que me dijo -Hola profe, cómo está.-
El pibe era un tipo grande ya, tenía veinticinco me dijo, parece mentira que ya hayan pasado once años de aquel día de lluvia. Me contó que tenía dos hijos, que estaba casado y a pesar de las necesidades eran felices.
- Che, mira… no sé cómo decírtelo, pero en el campo se rumoreaba que a tu vieja la había matado tu papá. No es problema mío pero quería que lo supieras. Todos estos años me quedó eso dando vueltas en la cabeza y quería decírtelo.
-Ya conocía ese chusmerío, no se preocupe, en el campo la gente tiene tiempo libre e inventa boludeces. Mi viejo falleció hace cerca de seis años, y hasta arreglar el tema de la venta del campo y todo lo legal, estuve un tiempo quedándome en la casa de mi abuela paterna, la cual no recordaba tener. Ella me contó la verdad, me mostro más fotos y me dio datos. Resulta que mi vieja se calentó con otro tipo y se fue a la mierda, nada de misterioso.
Hace poco la ubiqué por Facebook, tiene dos hijos grandes, y ya es abuela, vive aquí en Lobos. Un día me la crucé, aquí en el centro, yo iba con uno de mis hijos y ella pasó por al lado, ni me conoció. Tal vez hubiera sido mejor la versión que le contaron a usted, quizás si la hubieran asesinado no hubiera sido tan hija de puta de abandonarnos, no hubiera tenido la posibilidad de dejar un hijo atrás.- Se me hizo un nudo en la garganta. Pobre flaco había soportado demasiadas cosas en su vida, desde el frio despiadado del invierno en el campo, hasta un corazón roto.
-¿Sabe una cosa? Todavía recuerdo lo que usted me dijo aquel día en el colectivo (yo sinceramente no me acordaba que pavada le habría dicho), que lo importante no es entender las causas, sino aprender para no cometer los mismos errores. Yo hoy en día tengo una familia, dos hijos hermosos y una esposa divina, y son lo más importante del mundo para mí. Incluso dejé de fumar, hace años que no toco un pucho. Gracias.- Me dio un abrazo y se fue. Ya no soy más profesor, pero es la más linda anécdota que tengo, la satisfacción de haber influido positivamente en alguien, y de haber ayudado sin siquiera imaginarlo.

Lo vi marcharse, de la mano de su hijo. El niño llevaba una mochila de Mickey, pero esta vez estaba sana.

CONTATE UN CUENTO VII - Ganador Categoría D “PALABRA SANTA O UN PUNTO FUERA DE LA RECTA” Por Ernesto Daniel Bollini – Ciudad Autónoma de Buenos Aires

    Érase una honesta escuela pública de provincia, con sus paredes blanqueadas a la cal y sus animadas reuniones de cooperadora, con sus masivos y rutinarios actos escolares y la orgullosa bandera blanquiceleste flameando ante sus puertas. En esta sacrosanta institución reinaba en democracia la señora Directora, Elsa Irene Rouquié de Saldívar. Mujer cuarentona, cuyos rasgos severos acentuaban el peinado tirante con rodete, el resonante andar  en sus tacos altos y el traje sastre siempre impecable, la Señora Elsa, como la llamaban untuosamente todos, había sabido generar el respeto necesario como para que sus órdenes fueran palabra santa, sin levantar nunca la voz, sin ofuscarse, sin enrojecerse un ápice su armonioso rostro de maquillaje perpetuo. Los niños se cuadraban religiosamente cuando la veían pasar, procurando no olvidar el saludo de rigor, exagerando en su entusiasmo para que fuera percibido: “¡Buenos días, señora Elsa!”. Ella respondía siempre con un calmo: “Buenos días, alumno.” Eran famosas las filípicas que la señora Directora dedicaba a aquellos que fingían no haberla visto para ahorrarse el saludo, por timidez, miedo, o una combinación de ambos. Podía reconocerse fácilmente a las víctimas de tales sermones porque eran los primeros en gritarle el “¡Buenos días!”, y los que más horadaban el aire con sus voces asustadas al hacerlo.
Todos coincidían, por lo bajo, en que el secreto de su don de mando era la mirada penetrante, de sus ojos negros, profundos, muy bien delineados, que dejaban mudo de pavor a quien la recibía, como un animalito subyugado por el silbido de la serpiente que lo devorará. “Lo miro, nada más”, solía ser la frase lapidaria que acompañaba a los ojos clavados en el niño rebelde, que empujaba a otro en la fila, que hablaba de más con sus compañeros, o que simplemente demostraba dejadez en los estudios.
            Los docentes le temían también. Solía irrumpir en la sala de maestros para increpar con la mirada a quienes portaran guardapolvos sucios o desabotonados, sentarse majestuosamente a tomar un té, que todos se apresuraban a servirle, y mordisquear apenas, con gesto de desagrado, tomándolo con dos dedos, un bizcocho o una vainilla. Pero lo que detectaba y castigaba con mayor fanatismo la señora Elsa era la pronunciación de malas palabras. Cuentan que había llegado a expulsar a un par de alumnos que había sorprendido en un recreo intercambiándose gruesos epítetos, y también que un docente de Ciencias Naturales, por cometer idéntico pecado, había sido trasladado, por su intercesión, a una alejada escuela de otra provincia.
La señora Elsa  Irene Rouquié de Saldívar tenía, por supuesto, una familia modelo: Su marido, el señor Pedro Saldívar, connotado Inspector Escolar, inflexible funcionario y tímido esposo, su hijo menor, Daniel, de irresponsables tres años de edad, y Esther, primogénita y alumna sobresaliente del mismo establecimiento en el que la señora Elsa ejercía sus labores. Por supuesto que nadie se atrevía a objetar la aparente incompatibilidad entre sus funciones de madre y Directora. Más aún, la severidad de la señora Elsa se acentuaba cuando debía evaluar a su propia hija. Esther ,era previsible, se destacaba como la alumna más brillante de cuarto grado, y acaso de todo el colegio. Sus compañeros la adoraban por su bondad ejemplar y su dedicación al estudio, excepción hecha de Alejandra Larrañaga, que consideraba a la niña su sombra negra. Alejandra obtenía nueves cuando Esther sacaba diez, y sospechaba injustamente que la señora Directora influía en la desleal competencia. Para vengarse, acostumbraba tirarle del pelo, colocarle chinches en el banco y otras maldades semejantes, sabedora de que jamás sería denunciada por la correctísima niña, que a lo sumo le dedicaba a cambio una sonrisa de comprensión, lo que ponía más furiosa aún a su contendora. La señora Directora solía etiquetar a su propia familia valiéndose de una norma geométrica, que le recordaba sus comienzos como profesora de matemática: “Dos puntos siempre son unidos por una recta y sólo una. Y nuestros puntos son tres.” Cabe aclarar que tal definición había sido acuñada antes del nacimiento de Danielito. Podríamos afirmar que el niño era, sin lugar a dudas, el punto fuera de la recta.
Extrovertido y feliz, solía hablar a voz en cuello y emitir risotadas que sus padres censuraban con  miradas duras de desaprobación. Sin embargo, Esther tenía debilidad por su hermanito, a quien consentía y cuidaba con admirable vocación. Por lo demás, se trataba de un grupo sólidamente unido, vaya uno a saber por qué fuerzas.
Pero podríamos decir, sin temor a la exageración o a la injusticia, que la señora Elsa tenía dos caras, como tanta gente. En efecto, no bien trasponía el umbral que le permitía entrar a su casa, se transformaba. Perdía el control y la serenidad cuando encontraba los juguetes del niño desparramados por el piso, o la comida sin preparar, o cuando su marido faltaba a la mesa del almuerzo o la cena. En tales circunstancias acostumbraba sembrar de puteadas a todo ser viviente que se le aproximara. La muchacha que hacía la limpieza y trabajaba en la cocina solía ser la primera víctima de esos efluvios de furia. “¡Mierda, hacés todo mal!”, era su reproche preferido. El señor Pedro Saldívar  entonces susurraba a sus hijos: “Hay que entenderla. Su trabajo es muy desgastante” Esther no respondía y Danielito se tapaba la boca para disimular las habituales y estrepitosas carcajadas.
Corría el mes de diciembre; se aproximaba el Acto de Fin de Curso y, como todos los años, la señora Elsa Irene Rouquié de Saldívar era la encargada de organizarlo, lo que aumentaba la frecuencia y la violencia de sus erupciones de rabia. Con nerviosos movimientos caminaba por la casa preparando discursos, escribiendo guiones de modestas obritas de teatro, enrollando diplomas, revisando grabaciones musicales, ayudada forzosamente por el sufrido esposo y la atribulada niña. La clásica admonición (“¡Mierda, hacés todo mal!”) se repartía entonces parejamente entre todos los habitantes del hogar, que agachaban la cabeza y asentían en silencio o, en el caso del niño, huían para esquivar el inminente coscorrón.
Llegado el día del acto, sin embargo, todo había quedado en orden. Sin lugar a ninguna discusión, Esther había sido ungida abanderada y se la vio ingresar al patio luciendo, orgullosa y seria, el estandarte ceremonial, que colocó en la soga del mástil con estudiados movimientos para aprestarse luego a izarla. Los cerrados aplausos precedieron el ascenso al púlpito de la señora Directora, que comenzó su largo y extenuante discurso. Los alumnos procuraban no perderse palabra, menos por interés que por el temor reverencial que aquella autoridad les provocaba. Los docentes escuchaban también, respetuosos, y los padres arrastraban imperceptiblemente los pies para quedar ubicados frente a sus hijos, porque enseguida comenzaron las actuaciones, pletóricas de rígidos ademanes y emocionadas despedidas hasta el año siguiente. Números musicales que incluían zambas y chacareras, lectura de poemas alusivos, discursos y más discursos de otros docentes, transcurrieron sin mácula, supervisados por la mirada altiva y complaciente de la señora Elsa Irene Rouquié de Saldívar.
Como colofón del acto, la emocionada Esther comenzó a bajar la bandera Argentina. En ese momento, ocurrieron varias cosas que ameritan ser relatadas en orden cronológico, cual si hubiera durado una eternidad, aunque pasaron con la velocidad de un rayo frente a la comunidad educativa reunida a la sazón. Un nudo en la soga o algo parecido provocó que la bandera se trabara a mitad de su glorioso camino descendente. Los disimulados esfuerzos de Esther y de los escoltas por superar el inconveniente fueron vanos. La señora Elsa Irene Rouquié de Saldívar comenzó a impacientarse, aunque nadie que no perteneciera a su familia, concurrente en pleno a la ceremonia, notó la diferencia bajo el perfecto maquillaje y el rostro impertérrito. Entonces, Danielito, en medio del silencio mortal del patio,  lanzó el remanido epíteto, seguido de una carcajada: “¡Mierda, hacés todo mal!”
Los concurrentes, azorados, pensaron las siguientes preguntas, en ávida catarata: “¿Eso le enseñan en la casa?”; “¿Así habla el hijo de nuestra ejemplar Directora?”; “¿Cómo reaccionará la señora Elsa frente a semejante desplante?”; y así siguiendo.
Las piernas de la mujer comenzaron a aflojarse. Su fría cabeza se esforzaba por encontrar salidas elegantes, instantáneas, a la embarazosa situación, pero evidentemente no las hallaba. Había que hacer algo... Esther se hizo cargo de la situación. Sin perder la calma soltó la soga y se encaminó al púlpito donde su inmóvil madre sostenía el micrófono.
Yo soy culpable de la situación- explicó a toda la comunidad educativa.- Suelo insultar así a mi hermano cuando estamos solos.
Me sorprenden sus dichos, señorita- respondió rápidamente la señora Directora, retomando el control de la situación con una voz metálica que a Esther le resultó más helada que nunca- De todos modos, lo justo es justo- Carraspeó ligeramente y elevó la voz- Una abanderada debe ser ejemplo tanto dentro como fuera del ámbito escolar, y evidentemente usted no lo es. Señorita Alejandra Larrañaga, dé un paso al frente, por favor.
La sorprendida alumna obedeció al ser aludida.
Señorita Larrañaga- siguió diciendo la señora Directora- Reemplace en su puesto a la señorita Esther Saldívar. Señorita Saldívar, abandone el puesto de abanderada, que sin duda no merece, y reintégrese a la fila. Doy por concluido el acto. Felices vacaciones para todos.

Esther, sintiendo el rostro enrojecido y los ojos mojados, pasó con la cabeza gacha frente a  Alejandra, que lucía una sonrisa ancha y espléndida. Luego, con paso majestuoso, la señora Elsa Irene Rouquié de Saldívar hizo abandono del púlpito, seguida de una salva de admirados aplausos, mientras los alumnos se dispersaban en perfecto orden.

CONTATE UN CUENTO VII - MENCIÓN DE HONOR DE CATEGORÍA C “La elegida” Por Eugenio Cuccioletta – alumno de 3º año de la Escuela Leopoldo Lugones de Santa Fe

Cuando me despierto veo a mi dulce hermana Priscila, o Pri como me gusta llamarla a mí, acostada junto a mí. Es una jovencita de doce años de edad, tiene una cara pálida y unos sedosos cabellos rubios que le llegan hasta la cintura. Soy la encargada de que no le falte nada desde la partida de mis padres. Esa trágica expolición  sucedió hace ya varios años y desde entonces me dedico a las labores de la casa. En un principio me pareció bastante complicado, pero con el paso del tiempo se me fue haciendo una costumbre. Mi primo George se encarga de traerme todos los días las provisiones que necesito. Es un muchacho muy fortachón y audaz, estoy eternamente agradecida por lo que está haciendo por nosotras.
Al levantarme, prendo la televisión y comienzo a prepararme un enorme desayuno, porque sé que hoy será un día muy agotador, debo ir a la casa de la anciana Helen a realizarle algunos trabajos en su jardín. Me considero muy detallista y a la hora de trabajar con flores soy una experta. Esa es mi manera de ganarme la vida, igualmente recién estoy empezando y estoy muy segura de que con el paso del tiempo podré mejorar aún más. 
Prometí a Helen estar en su casa a las ocho de la mañana en punto, la conozco demasiado y sé que no soportará que llegue tarde. Esta anciana era muy amiga de mi madre, antes de su fallecimiento ellas se visitaban mucho, si mal no recuerdo ambas fueron juntas a la escuela.
Una vez dentro de la vivienda, me lleva hacia su enorme y desgastado jardín trasero y comienza a darme algunas indicaciones que debo cumplir: podar los árboles frutales cuidadosamente sin dañarlos, plantar tulipanes a lo largo del interminable camino que no sé dónde llegará y colocar un verde césped en ciertos lugares indicados. Sinceramente tengo que darle vida a este desolado jardín, seguramente hace años que nadie toca nada, pero se observa a simple vista que antes de ser este despreciable y oscuro territorio era un espacio colmado por infinidades de flores, lleno de mariposas que se posaban sobre ellas todos los días del año.
Comencé mi labor plantando una gran cantidad de tulipanes en el camino. Mi curiosidad me llevó a caminar por el sendero, sin saber dónde me estaba conduciendo.  Cada vez que avanzaba el camino se iba haciendo más estrecho por los incontables árboles que aparecían. Cuando decidí volver, me fue imposible, me sentí desorientada y caminé tratando de encontrar alguna salida posible.
Algo me llamó mucho la atención, era un árbol, era muy diferente al resto, tenía algo que los otros no, pero no podía saber qué. Tomé la decisión de acercarme a él. Su madera era distinta a la de los demás, sus hojas eran de un color rojizo, y contenía unos diminutos frutos muy similares a una fresa. De repente, sus flexibles ramas me tomaron de la cintura. Su torso se abrió y me introdujo dentro. Pedí ayuda, pero fue en vano, porque estaba solamente yo en aquel lugar.
Cuando logré despertarme me encontré en un mundo nuevo, estaba tendida en el suelo y desde allí observé los distintos pájaros que volaban sobre mí, que nunca en mi vida había visto siquiera en fotos. Había incontables flores, de todos los tamaños y colores, animales que nunca en mi vida los hubiese imaginado, parecían mutaciones. Era sorprendente.
Tomé fuerzas y me levanté, aún me encontraba mareada y no entendía nada de lo sucedido. Logré observar muy a lo lejos una aldea y sin dudarlo fui hacia ella. Al cabo de unos minutos me encontraba en el sitio deseado. Caminé por las calles de tierra varias cuadras, donde vi que personas de carne y hueso como yo, vestidas de una manera muy rara a mi entender, salían de una pequeña parroquia construida de piedra.
Al verme todos lanzaron un grito y se acercaron diciéndome que yo era la elegida. Me condujeron a una vivienda, me sentaron en una silla y comenzaron a explicarme todo: según una antigua profecía, una muchacha extrajera, de ciertas características físicas muy similares a las mías, debía liberarlos de la tortura de la Reina Osella, que los obligaba a mandar a sus hijos a los diez años de edad a su castillo, de lo contrario sufrirían terribles castigos por el resto de su vida. Nadie sabía para qué utilizaba a los niños, aunque había varias teorías, algunos decían que los usaban para alimentar a una terrible bestia que se encontraba encerrada hacía ya varios años, otros contaban que transformaba en esclavos para mantener en perfectas condiciones al castillo, pero como la labor era demasiado complicada, muchos fallecían al poco tiempo.
Una mujer se acercó hacia mí y comenzó a contarme la historia de cómo le habían quitado a sus dos niños, Eusebio y Cameron, ambos eran gemelos y fueron tomados por cuatro guardias que se acercaron a su vivienda. Ella no mostró resistencia, según me dijo, pero nunca iba a perder las esperanzas de que algún día regresasen sanos y salvos. Antes de que se fuera le pregunté cómo podía regresar a mi casa, ella me comentó que quien mataba a la Reina podría pedir un deseo. Cuando quise darle las gracias había desaparecido de una forma muy misteriosa.
Reuní a la muchedumbre que se encontraba en el lugar, los hice callar y acepté liberarlos.
A la mañana siguiente, varios hombres me equiparon con las provisiones que iba a necesitar: una espada, un escudo elaborado de madera, medicinas, y un pequeño bolso con comida. En menos de una hora ya estaba preparada para salir. La gente estaba muy agradecida conmigo y prometieron jamás olvidarme. Me señalaron el camino y comencé a caminar en esa dirección. El castillo no estaba muy alejado
Todo marchaba bien por el momento, ya estaba próxima a llegar pero antes debía cruzar una enorme muralla que rodeaba la estructura de piedra. Recordé que contenía una soga en la mochila, la tomé y al cabo de un tiempo ya estaba del otro lado del paredón.
Ingresé por una enorme puerta de madera, subí por una resistente escalera y entré en una habitación donde se encontraba Osella, quien no se asombró al verme, y exclamó que me estaba esperando. Tomó su espada y comenzó una pelea. Yo sabía que esta sería la única posibilidad para volver a casa y poder estar junto a Pri nuevamente. Me torturaba pensar que podría no verla nunca más y si lograse regresar lo primero que haría iba a ser abrazarla con todas mis fuerzas. Sin rendirme, aún con las grandes heridas sufridas en la batalla, logré atravesar el corazón de la Reina luego de varios forcejeos.. Cerré los ojos y silenciosamente pedí mi deseo.
Al cabo de un instante una luz azul me inmovilizó y me llevó nuevamente a mi hogar. Al llegar oí un grito de mi hermana, quien estaba con George que había estado cuidándola en los días de mi ausencia. Comencé a besarlos y a llorar de felicidad.
Estuve varias horas contándoles lo sucedido. Estoy muy convencida de que me creyeron, aunque parezca muy sobre natural.
Luego de un año mi vida siguió siendo siempre la misma, me convertí en una excelente jardinera, mi primo logró casarse y se mudó a otra ciudad, Helen debió ser internada por demencia y su casa quedó deshabitada. Pri está muy ansiosa porque en unos días va a cumplir trece años de edad y yo ya le he comprado su regalo que ha deseado durante varios años: un costoso vestido largo de color rojo con delicados detalles en oro.

Resulta que ayer misteriosamente apareció sobre mi cama una carta con fotos de aquella mujer que me había dicho como volver a casa, con sus dos hijos que habían vuelto a su hogar. Se los veía muy felices a los tres juntos.

CONTATE UN CUENTO VII - MENCIÓN DE HONOR “¿Y dónde están mis zapatos?” Por Gladys Aguilar – alumna de 6º año de la E.S.Nº 1 “Antonio G.Balcarce”

- ¿Dónde están mis zapatos? - pregunté preocupado mientras los buscaba debajo de la cama. Eran mis zapatos favoritos, de un verde azulado, los necesitaba para poder ir a entrenar. Sabía que con la arterias clorosis de mi madre no los iba a encontrar, así había pasado con cada uno de los pares de zapatos que yo compraba, ninguno duraba más de dos meses en casa. Nunca sabía dónde terminaban, revolvía los rincones más insólitos de la casa y no estaban, abría los roperos, los cajones, desarmaba las cañerías, subía a los techos y hasta revisaba dentro de la aspiradora. Nunca obtenía resultados. Tenía más de 50 pares de zapatos perdidos, que yo haya contado.
- ¿Qué zapatos? - preguntó mi mamá, algo extrañada.
 Ella buscaba, pero nunca encontraba nada, o cambiaba las cosas de lugar y después desaparecían mágicamente de ese sitio.
- ¡¡¡¡LOS VERDE AZULADOSSSSSS!!!!! - grité desesperado, viendo que ya estaba llegando quince minutos tarde al entrenamiento. Todavía tenía que caminar 15 cuadras hasta llegar a la cancha. Revolví una vez más el desorden de mi habitación, quizá los zapatos estaban ahí tirados y yo no los había visto. Negativo. Opté por ir a entrenar con los mocasines del traje que usé en la fiesta de 15 de una amiga. Un mocasín y una pantufla. En la caja quedaba solo un mocasín, vaya a saber dónde estaba el otro.
- Los zapatos rojos están arriba del televisor de la cocina, tu padre los puso ahí - respondió mi madre. Fui a ver y arriba del televisor solo había un corpiño de mi bisabuela. Vaya a saber cómo terminó allí. Ni en mi más profunda borrachera iba a agarrarlo para sacarlo de ahí, preferí ignorarlo y salir para mi entrenamiento, que ya bastante tarde era.
Caminé las 15 cuadras y al llegar noté que no había nadie en la cancha. Sólo estaba el profesor guardando las pelotas, quien al verme me miró y enojado me reprendió: “Sexta semana que llegas cuando el entrenamiento termina.¿Querés que te expulse?” Pedí disculpas y volví a mi casa. Lo de siempre, mi mamá no cambió las pilas del reloj como me dijo que había hecho.
Cuando llegué a casa, recordé que al  día siguiente tenía evaluación de matemáticas,  y tenía que hacer el recuperatorio de geografía, que lamentablemente   reprobé y necesitaba  recuperarlo porque estaba en riesgo de llevarme  a diciembre la materia, esa vieja de mierda no me banca y a toda costa me la quiere hacer llevar, pero voy a estudiar y quiera o no, me va a tener  que aprobar.   
Empecé con matemática, me iba  bastante bien así que solo tenía que repasar, además el profesor era buena onda  y  me iba a ayudar, como siempre.  Leí las teorías  y algunos de los ejemplos que explicó y  fui a buscar  la carpeta  de geografía,  la encontré abierta y con unas hojas  llenas de garabatos que había  dibujado cuando era chico, no logré entender cómo habían llegado allí, además de que hacía varios años se los había regalado a mi vecina, que siempre insistía en que yo tenía que ser artista, pobre viejita, venía de la prehistoria. Me dispuse a estudiar del libro para después buscar la carpeta, leí los temas, llegó la noche,  y me acosté temprano a dormir porque me sentía agotado. 
A la mañana siguiente, mi mamá me despertó con el  desayuno, un té con una deliciosa torta de chocolate que ella misma había preparado durante la tarde de ayer. Observé detalladamente su cabello, lo tenía más corto, lleno de canas y su rostro  se veía algo arrugado, me empecé a preguntar en qué momento  había envejecido de esa manera, ya que  en la última foto familiar que sacamos 6 meses atrás, era morocha, con un cabello extremadamente largo y saludable,  y poseía una piel envidiable, suave, y sin imperfecciones, creo que el tiempo pasó muy rápido, y mi madre era testigo y víctima de ello, estaba muy cambiada.  Se notaba a la distancia que esas ganas  de vivir que ella siempre tenía habían desaparecido, y en vez de una sonrisa en su rostro, ahora había un gesto desganado y cansado en su cara.  Estaba un poco más agresiva que antes, bastante diría yo, se la pasaba diciendo que  estaba cada día más torpe y despistado.  ¿Yo despistado? No entendía por qué me decía eso a mí, si la que me perdía las cosas cada vez que las tocaba era ella, yo suelo ser muy ordenado, y gracias al  cielo nunca fui un chico torpe, desde pequeño solía ser un niño astuto y habilidoso.
Luego de esa serie de pensamientos, en los que no dirigí la palabra a nadie, decidí seguir repasando mi lección de geografía ya que había estudiado mal y sentía que tenía la mente en blanco.  No me acordaba nada, ni siquiera el título.  Algo raro en mí, siempre se me hizo fácil el estudio, leía una vez las cosas y las memorizaba perfectamente, debía estar algo desconcentrado mientras estudiaba. Sí, seguro era eso. Tenía motivos para estarlo, mi madre vivía perdiéndome las cosas y nunca  las podía encontrar nuevamente.
Mientras tanto yo seguía preocupado por mis zapatos verde azulados,  mientras ella, totalmente despreocupada,  se estiraba  en el sillón y miraba sus telenovelas brasileras. Esa era otra de las cosas  en las que notaba el paso del tiempo,  a mi madre nunca le gustaron esa clase de novelas, decía que eran para viejas, para que se sienten a no hacer nada  durante toda la tarde, y que encima después vayan a la casa de todo el vecindario a contarle lo que pasó en cada novela, si Pepito  se casó con  Menganita, pero  Menganita amaba a Fulanito, y Fulanito no la registraba, a nadie le interesaba.  De no gustarles, mi madre pasó a tener el culo pegado al sillón.  Otra de las cosas que parecía ser de siglos anteriores, el año pasado cuando se compró en la tienda,  era de una seda roja brillante, era  hermoso, ahora estaba marrón, sucio, rasguñado, y con agujeros en algunas partes.  Le cayó el tiempo encima a todo en esta  casa. La alegría que siempre hubo en mi casa se había transformado en un clima de asilo, de esos asilos donde no volaba una mosca y solo había olor a viejo, y cada tanto se escuchaba algún quejido, o alguna  tos ronca de algún anciano.
Los cambios que había en mi  casa eran increíbles,  no sé cuándo pasó  todo esto, hasta  hace un tiempo, nuestra situación  económica era buena, ahora,  parecía que mi padre jamás hubiese trabajado, no había nada de dinero en la casa, y siempre  estaba sentado en el sillón con mi madre,  no mirando las novelas, pero sí leyendo el diario y reprochándole que lo dejara ver el partido de  Independiente. Rarísimo, mi padre era de Boca, pero bueno, sobre gustos no hay nada escrito. Quizás por algún motivo había decidido cambiar de  equipo.  No entiendo, de todas maneras, cómo es posible que pase tanto tiempo en casa, si siempre estuvo más de la mitad del día en su oficina trabajando, tal vez lo despidieron y para no preocuparme, no me dijo  nada, siempre fue un tipo reservado. 
Mi padre también era otro al que el tiempo  le había caído encima, su bigote había pasado  a ser una barba espesa y larga, con una gran cantidad de canas,  la calva se le estaba empezando a notar,  y ya no era tan higiénico como siempre lo fue. No le importaba ir al baño con la puerta abierta, y ni hablar de tirar la cadena cuando salía, me daba asco. Antes no me dejaba ni tocar el suelo sin lavarme las manos luego.
-¡Ey! Despabílate un poco querido  -  la  voz de mi madre me despertó de mis pensamientos.
-¿Qué pasa má? – respondí totalmente desganado.  No quería hablarle.
- Ponete algunas zapatillas que encuentres, ya que no hallas las tuyas  y anda a la casa de la vecina a pedirle azúcar. Se terminó y no me alcanza el dinero para salir a comprar  algún paquete.
Me pareció extraño que no haya dinero para un paquete de azúcar, entiendo que haya mucha inflación en estos últimos años, pero no pensé que para tanto. Aunque quizá mi padre verdaderamente esté  sin trabajo, y no llegue con el dinero para abastecernos durante todo el mes.
Me puse las pantuflas de mi madre, que fue lo único que encontré, iba a la casa de al lado, así que no  iba a decir nada la gente porque salí en pantuflas, y si lo decían  tampoco me importaba. Nunca me importó lo que dijeran de mí.  Sin embargo cuando miré con detenimiento las pantuflas también la vi avejentada, era el gusto de mi vieja por la ropa, las pantuflas parecían haber sido compradas en el siglo 15 antes de Cristo, no se sabía ni siquiera cuál era de cada pie.     Al entrar a la casa de mi vecina observé  en un rincón de la mesa del comedor, mi carpeta de geografía, con la guía que tenía que estudiar marcada y  con los apuntes resumidos, listos para estudiar.  Arriba del televisor estaba el león de peluche que me había regalado mi tía  cuando tenía  cinco o seis años,  el sillón rojo de seda estaba como nuevo en  una esquina del living. Decidí ir al pasillo,  que terminaba en una habitación, donde había dos camas.  Se veían bastante ordenadas  y vaya sorpresa me pegué cuando vi que  debajo de una de ellas se veía la punta de uno de mis zapatos verde azulados.  Espantado, salí corriendo de esa casa antes de  que la vecina llegase a  darme el tarrito de azúcar que había venido a pedirle.  ¡ Qué chorra  mugrienta es esta mujer por favor, con gente como ésta el país está como está!, pensaba.  Al entrar  a la casa, mi madre como siempre,  estaba mirando la novela sentada en el sillón. Mi padre dormía. A los gritos y como pude le expliqué a mi madre que había que llamar a la policía, que la vecina nos estaba robando, que era una ladrona y  que no se merecía tener unos vecinos tan buenos como éramos nosotros, que si no la frenábamos ahora,  en un tiempo en vez de robar objetos como zapatillas, iba a venir a golpearnos para robarnos dinero, si es que ya no lo había hecho .
            Mi madre me miró  extremadamente sorprendida  y asustada, como para no asustarse con la clase de vecinos que teníamos. Luego de un rato recibí una respuesta. Con bastante enojo por cierto.
- ¡¡PEDAZO DE IDIOTA!! A  nosotros nadie nos robó el sillón, ni tus carpetas, ni tus zapatos,  ni nada. Los vecinos no son unos ladrones como vos decís. Son gente trabajadora.
- Mamá,  los vecinos nos están robando las cosas,  y vos no te das cuenta porque tenés una memoria espantosa y seguro ni te acordás de lo que estoy hablando.
Quizás habían vendido todas esas cosas,  y yo no me había dado cuenta,  y mi carpeta había terminado allá por alguna  equivocación y los vecinos no eran unos ladrones como yo decía, pero seguro que mi madre ni se acordaba  de las cosas que faltaban.

-¿MALA MEMORIA YO?  Acá el único bruto, torpe, desmemoriado y despistado sos vos. -  respondió completamente enojada. Y para demostrar  que yo tenía razón, llame a la vecina para que confiese su robo. Y lamentablemente, fue ahí cuando comprobé que el de las arterias clorosis era yo, el despistado  era yo, y el desubicado que vivió casi un mes en la casa de la vecina de 90 años, también era yo.

CONTATE UN CUENTO VII -GANADOR DE CATEGORÍA C “LA MUSA” Por Ana Clara de los Ángeles Romero – alumna de 5º año de la E.S.Nº 1 “Antonio G. Balcarce”

    Hugo había salido temprano en la mañana, estaba lloviendo fortísimo, pero esto no detenía al hombre. Tenía que llegar a la tienda de arte más cercana a su casa. Una vez allí  sacó apresuradamente el dinero de su bolsillo,  compró la pintura que se le había acabado, pero esta vez adquirió más cantidad. 
   Hugo era pintor, siempre hacía obras de arte y los pedidos nunca cesaban en su agenda. Él vivía de su arte, de lo que creaba sobre la tela y expresaba con sus manos, ya estaba acostumbrado a la presión, pero esta vez era diferente, Hugo había recibido un correo de una mujer extraña, esta pedía un total de ocho cuadros, de su propio retrato, cada uno debía ser creado en un periodo no tan corto uno del otro y todos debían ser exactamente iguales. Hugo no había experimentado el arte como en ese tiempo, en que aquella mujer apareció en su casa presentándose como Helena.
  Helena era una mujer que cruzaba los treinta años, morocha,  de ojos extremadamente azules, algo que encantaba al joven pintor. Hugo había recibido muchas mujeres en su casa por su trabajo, pero esta era especial, algo ocultaba que la hacía misteriosamente intrigante y hermosa. Y su duda había crecido más aún, ya que, Hugo siempre necesitaba saber por qué sus clientes querían tal pintura, pero Helena no vaciló en decidir no responder a su pregunta, prefirió callar en todo momento y solo limitarse a posar para él.
   En las pinturas, Helena uso el mismo vestido azul que había comprado exclusivamente para las obras, el cabello atado detrás de su espalda y un pequeño collar invisible a simple vista. Se sentaba en un banco de madera de un marrón claro con la compañía de un florero con rosas. Hugo había preparado detalladamente la escena con especificaciones agregadas de Helena.
  En una semana, Hugo terminó la primera pintura, se la presentó a Helena que solo sonrió y arregló con él inmediatamente la próxima cita para la siguiente obra.
  Las semanas pasaron y Hugo ya había completado las 5 pinturas, le faltaban tan solo 3  para satisfacerla y terminar el trabajo. Pero, a partir de la visita de una colega, el joven pintor cayó en una realidad que él había ignorado durante mucho tiempo. Esta luego de ver las cinco helenas le preguntó ¿Has dejado la pintura y ahora te pones a dibujar? Hugo la miró intrigado, la colega le señaló la cuarta y quinta pintura, escasas de colores, con más trazos de carbonilla y lápiz que óleo. Hugo parecía estar perdido, sin entender cómo había dejado los pinceles tan repentinamente, pero no supo cómo explicarlo.
  Hugo decidió continuar la sexta pintura, trazando y perfeccionando los últimos detalles, pero siempre continuaba el mismo error inexplicable. La pintura faltaba en sus cuadros, no sabía cómo ni porqué. El estrés del error inexplicable hacía que joven artista entrara en una frustración que jamás había sentido. La furia hizo que  tomara una pintura y  hundiera  el pincel en ella listo para marcar con ira sobre el cuadro. El pincel se iba a posar sobre los ojos de Helena para incrustar sin “peros” el rojo sangre, pero algo lo detuvo. Él pintor se inmovilizó al ver la mirada de la mujer, que lo observaba desde su tranquila postura al lado del florero, que también, había dejado de tener flores. La observó durante varios minutos, con el pincel. Sus ojos comenzaron a brillar, una lágrima y luego dos, comenzaron a caer, haciendo que este se retirara de esa habitación hacia su cuarto, dada por terminada la sexta pintura.
  Las dos últimas pinturas ocupaban su agenda, Hugo sentía la necesidad de renunciar, de negarse a retratarla de nuevo, ya que, antes de adorarlo, Helena lo enfermaba, al igual que a su arte. Pero la mujer fue insistente
  Una mañana, el hombre despertó y ya no podía  crear. Sin embargo ahí estaba ella, Helena. Al dejarla entrar, notó algo más peculiar en la joven que de costumbre. Su piel era más pálida, sus ojos no brillaban y su pelo solo crecía a la altura de sus orejas dejando un pequeño hueco desnudo de cráneo en su nuca, Hugo no quiso preguntar, solo quería sacársela de encima. Como era su rutina, Helena se sentó en el mismo banquito, al lado del mismo florero que solo tenía agua de hace varias semanas, lo miró seria todo el tiempo, mientras que la pesadilla de Hugo volvió a aparecer. Esta vez, apenas uso el lápiz, solo hizo un par de rayas que apenas coincidían con el rostro de Helena, sus manos temblaban, quería llorar y gritarle, gritarle a esa mujer que no tenía la menor idea de lo que sucedía. Hugo soltó el lápiz expresando que ya no seguiría el trabajo, y que la séptima pintura iba a finalizar el pedido. Helena, sorpresivamente, no hizo nada, solo asintió, le pagó lo que debía por su trabajo y se marchó cerrando la puerta lentamente dejando a Hugo, herido por su frustración y por sus propios demonios sentado cerca de su caballete.
   A los pocos días, Hugo  decidió ir a la  casa de Helena con sus siete pinturas  para entregárselas como habían acordado, tocó la puerta  hasta ser recibido por un hombre, vestido en un traje formal negro, decaído en su mirada y con actitud de pocos amigos, Hugo fue al grano, le pidió hablar con Helena, pero el hombre lo interrumpió de inmediato, le tocó el hombro con una mano y le dio una sorpresiva noticia: Helena había muerto. Hugo habló una sola vez, para preguntar cómo había sucedido, el hombre secó sus pocas lágrimas y habló tembloroso. Helena había contraído cáncer, un cáncer agobiante que había consumido rápidamente a la mujer. Helena no había revelado nunca su secreto, era una mujer solitaria que no compartía ni sus palabras con su sombra, se había convertido en una mujer muy reservada.

   Hugo sintió un dolor en su pecho y una tristeza profunda por la muerte de la musa de su destrucción. El hombre que se encontraba aun sollozando, por curiosidad, interrumpió a Hugo preguntándole quién era él para Helena, el joven respondió que se trataba de un pintor que había sido contratado por la difunta, para realizar ocho cuadros, de los cuales, siete pudo terminar por obligación. Aquel, interrumpió a Hugo estrechando su mano habiendo entendido que  Helena había hecho un trato con un pintor y que este debía entregar algo especial. Hugo le respondió que Helena le había solicitado sus obras para llevarlas a su casa ese mismo día, el día de su velorio, para sorpresa del pintor. El señor le pidió que pasase con sus pinturas, lo guió por la sala y pidió ayuda de otros que se encontraban allí para colocarlas en toda la habitación. Desde la primera, hasta la séptima, de diferentes matices y colores, hasta lo blanco, negro y gris se encontraba en las paredes, como una secuencia de tiempo cuando la vida viajó hacía la muerte.  Las personas a su alrededor no entendían de qué se trataba esa “sorpresa”, más aún, creían que se trataba de algo morboso y macabro. Hasta que uno de ellos, apareció con un sobre, que decía en frente, “Para Hugo”, se lo entregó al pintor quien lo leyó en voz alta. En aquella carta, Helena agradecía principalmente por haber terminado las pinturas,  por la paciencia con que la había tratado , también por haber soportado aquellos sucesos que trastornaron su mente y lo incapacitaron para continuar. Por haber sentido y descubierto su destino poco a poco. Por haber expresado en su obra cada fase, cada aura y pálpito que su musa transmitía, desde el apagón de sus ojos extremadamente azules, el desgaste de su vestido, como la oscuridad amarga de sus cabellos negros profundos hasta revelar el cáncer que la rodeaba. Hugo había sido engañado, había entendido que Helena sabía toda la situación  por la que él se enfrentaba al obedecer lo que la mujer pedía, había sido usado para transmitir como decaía la vida de Helena, había sido embrujado para fallar, para ser infiel a su arte y obedecer a los sentimientos más extraños y desquiciados de su corazón.

CONTATE UN CUENTO VII "Perfectamente imperfectos" Manuela Germino – alumna de Colegio Santa Rosa de Lima

12-09-2010:
     Es la primera vez que me animo a escribir sobre esto, yo sé que si mi mamá se enterara todo lo que pasó antes estaría en problemas por no haberlo contado, supongo que porque tenía miedo, porque no sabía cómo decirlo. Muchas veces dicen “Si tenés algo que decir, dilo. No te lo guardes, es peor.” pero créanme, esto era un tema complicado, quizás terminaba siendo peor. Mi vida se basa sobre una frase de un libro que leí hace mucho tiempo “Somos lo que nos enseñan y nos ajustamos a las reglas impuestas por los demás.” 
La escuela era mi peor sufrimiento. Odiaba ir a la escuela, no como todos los chicos que la “odian” por tener que estudiar, en realidad, no odian la escuela, no les gusta estudiar. Eso es estúpido, estudiar es necesario para nosotros, a mí me gusta estudiar. No me gusta ir a la escuela. Ni un poco. Lo detesto. Pero como dije, no por el estudio, sino por la gente. Por como soy tratada, porque desde que tengo 6 años soy víctima de bullying constante.
Todo empezó, aunque no me acuerdo exactamente como fue, cuando yo era la nueva en la escuela, pero sólo hay una cosa que recuerdo con claridad, que fui arrastrada de los pelos por sus pasillos y nadie hizo nada. Todos se reían de mí. Eran todos los días lo mismo, algo tenían que hacerme. Era la diversión, como si el día no estuviera terminado. Era algo común para ellos, supongo yo.
Siempre miraba la tele y hablaban del bullying constantemente, a veces pensaba en que tendría que hablar, creo que sé perfectamente de qué se trata, pero tenía miedo, mucho miedo.
“Al momento de imponernos reglas, ideas o acciones, el terror al “que pasará luego” nos impide revelarnos ante la injusticia o al acto impropio que nos adjudican.”
“Si sufrimos es porque en algún momento nos enseñaron a sufrir, pero ¿cómo hemos de defendernos si en ningún momento de nuestras vidas nos han enseñado a hacerlo?.”
Suponía que era yo. Que yo no era capaz de hablar, de expresarme y de pedir un poco de ayuda, pero bah, quién quería ayudarme a mí. Absolutamente nadie. Todos se divertían haciéndome cosas.
“Mi falta de carácter, de voz y de seguridad ha hecho que mi vida se convierta en un tormento.”
“Las malas experiencias de la vida es lo único que me enseñaron a sentir a lo largo de mi crecimiento, cualquier acto de protección ha quedado excluido de mi modo de vida.”
Siempre caminaba por los pasillos, todos me miraban, algunos se reían, otros me miraban fijo, no sé si pensaban qué hacerme o qué, pero cada día era peor. Hasta que un día todo cambió.
Iba pasando por el pasillo hacia mi salón, y todos me miraban como siempre. Sentí que alguien me tomaba del brazo y me empujaba. Pensé que iba a ser otra broma, que iba a tener que aguantar de nuevo otra de esas “palizas” mientras se reían de mí, pero por suerte no fue así.
— ¿No estás un poco harta de todo esto? — me preguntó una voz masculina, grave mientras me miraba serio. No lo conocía. Estaba segura que a él no lo conocía de ningún lado.
— Perdón, pero no sé quién sos.
— Soy nuevo. Estoy acá hace un mes — y diciendo esto se sentó en el piso del pasillo en el que estábamos, que parecía raro que nadie circulara — Me parece que estas sufriendo bastante y lo tendrías que confesar.
— Debes ser el 1% de esta escuela que no me hizo jamás bullying — dije y solté una risita. También  me senté a su lado, aunque no lo conocía y tenía un poco de miedo de que me hiciera alguna broma, sentía  un poco de confianza. Como si esta vez quisiera ayudarme alguien.
— Mira, día a día los secretos, el miedo y el auto-desprecio aumentan, consumiendo cada pequeño pedazo de cordura que aún puedas conservar. Tenés que decir la verdad, defenderte, no podes dejar que hagan lo que quieran contigo.
— No puedo. Tengo miedo. Tengo miedo de decir la verdad. No sé ni qué hago hablando contigo, aunque sienta que podes ayudarme a su vez siento miedo. Si querés que te diga la verdad, te lo digo con una frase de un libro. “Si en este mismo momento no dejo salir todos mis demonios acabaré sumida en una locura donde no veré ni retorno ni rastro de conciencia.”— Cuando terminé de pronunciar la última palabra lo miré a los ojos y los tenía rojos e hinchados.
— Por favor, podes confiar en mí. No te estoy diciendo esto porque no sea la verdad. Vengo de pasar por la misma situación hace un mes atrás, me tuve que mudar, estaba sufriendo y no quiero que nadie más pase por lo mismo. Vivo constantemente en sufrimiento, ni en mi casa puedo estar bien porque mis padres no me entienden. Por favor, vos tenés que salir adelante, no tenés que seguir sufriendo. No es lindo todo esto, sé que la estás pasando mal, confía en mí. — Mientras decía esto se le cayeron dos o tres lágrimas, pero se las secó rápido. Parecía que no le gustaba llorar enfrente de las personas, lo entiendo, a mi menos.
El timbre de entrar a los salones sonó. Me miró y se paró del piso agarrándose con una mano de la pared. Me dedicó una sonrisa.
— Sé que vos podes salir adelante. — Y sacó del bolsillo un chocolate Milka, de los que a mí más me gustaban y se lo agradecí.
  Unos días después volví al colegio  y decidí que tenía que hacer algo por mí misma. Los días anteriores, tuve la suerte de poder volver a hablar con él. Austin Gale. Me aconsejaba bastante, y tenía razón en que tenía que ayudarme.
   Fui demasiado decidida. Sabía que tenía que hacer algo si venían por mí. Ví que se acercaban  cuando estaba en mi casillero. Entonces, como ya los había planeado, solamente visualicé a donde se encontraba la directora del establecimiento y me acerqué a ella, pero sin que los demás se dieran cuenta. Me trabaron el pie y caí en el piso golpeándome muy fuerte la boca. Y por supuesto, la directora me había visto. Creo que era la primera vez que hacía algo bien. Me dolía, sangraba, no iba a decir que no, pero  como pude  levanté la cabeza y vi la cara de Vee Sky pidiéndole perdón a la directora diciendo que no había sido a propósito.
   Yo no sabía qué más había pasado, me tuve que ir a casa, porque sufría mucho de dolor y mi boca sangraba. Me enteré a la semana, cuando al volver hablé con la directora y me dijo que ella no iba más al establecimiento, y que su grupo de amigas tampoco. Que alguien había declarado a mi favor, diciendo que siempre pasaban estas cosas. Y era él, el 1% de la escuela que nunca me había hecho bullying. Esa persona que había dicho que tenía que hacer algo por mí misma y defenderme. Y tenía toda la razón.
   Los días en la escuela habían cambiado completamente, recuerdo que mis compañeros eran distintos conmigo, que me hablaban y me ayudaban en todo y ya no era objeto de burlas. Es más, una tarde llegaron Vee y todas sus amigas a casa pidiéndome perdón por lo ocurrido en todos estos años. Me confesaron que sus padres no habían dicho que fueran a casa, que fue un acto de bien de ellas.
   La directora me dijo que Austin estaba internado, un severo cuadro de ACV, en coma en el hospital, y que llevaba varios días así y no sabían cuándo podría despertar. Recuerdo que se me cayeron unas lágrimas, pero como a él , no me gustaba llorar enfrente de las personas.
   Recuerdo que me fui a casa corriendo, tomé plata y corrí hasta el hospital. Pedí por favor visitarlo, su familia se encontraba afuera de la habitación, y aunque no los conocía le dije la verdad.
— Tuve la oportunidad de hablar pocas veces con su hijo, pero me supo ayudar como nadie pudo. Sólo necesito cinco segundos. — Su mamá entre lágrimas me sonrió y me dejó pasar abriéndome la puerta de la habitación.
Conectado a un respirador artificial se encontraba, dejé un beso en su mejilla y un papel con un Milka arriba de la mesa que estaba justo a su lado.
“Sé que vos podes salir adelante.
Como yo también lo hice. ”


CONTATE UN CUENTO VII - MENCIÓN DE HONOR DE CATEGORIA B “LA ENFERMEDAD QUE CAMBIO A NICOLÁS” Por Macarena Pérez – alumna de E.S.T. Nº 1 de Lobería

    Con la edad de 14 años Nicolás hacia su vida como un mayor, a él no le importaba nada solo las drogas y el alcohol. Su madre  Laura ya no sabía qué hacer para que el niño la respetase como debía respetar un hijo a su madre
   Una noche lluviosa de mucho viento Laura esperó a Nicolás con la comida sobre la mesa, como todos los días, pero pasaban las horas y no aparecía en su casa. Un rato después  se escuchó un ruido. Parecía que pateaban la puerta, Laura ya estaba acostumbrada a ese tipo de cosas y demasiado cansada,  ya no sabía qué hacer para que le hiciera caso. El joven siempre aparecía borracho y muy agresivo. El muchacho entró a la casa con una botella de alcohol en cada mano, empujó a su mamá para que le diera paso y comenzó a romper todo y a querer pegarle a su propia madre. Julia, su hermanita más pequeña estaba muy asustada porque no le gustaba ver a su hermano perdido en el alcohol, la mamá le dijo que no se preocupara que todo se iba a resolver e iba a estar todo bien, la niña se tapaba sus oído para no escuchar como su hermano gritaba y rompía cosas. La mamá no podía parar de llorar porque le hacía muy mal verlo así, no quería llamar a la policía porque sabía que lo iban a meter preso ,ella no quería eso para su hijo…
   Al día siguiente Laura despertó para ir al doctor, tenía que hacerse unos controles. Ese mismo día fue cuando descubrió que tenía leucemia, lo primero que pasó por su mente fueron sus dos hijos, ella quería lo mejor para ellos. Decidió no contarle nada a nadie,  lo ocultó por unos días, pero su hija lo descubrió al ver sus estudios, Laura le habló a ella , le pidió que no se lo dijera a nadie ya que ella quería seguir su vida como lo estaba haciendo.
   Días después volvió a suceder la misma rutina de siempre, el adolescente llegó borracho y drogado. ¡La niña ya no aguantaba más! Le dolía mucho ver a su madre llorando todos los días sabiendo que ella trabajaba para darle todo lo mejor y él no valoraba nada. Julia no se pudo contener y al ver que el muchacho estaba a punto de pegarle a su mamá gritó con el llanto en la garganta ¡“Mamá tiene leucemia”! Nicolás la miró con sus ojos llenos de lágrimas y salió corriendo muy apurado.
   La mamá miró a su pequeña, no podía creer que una jovencita se diera cuenta de las cosas con tan sólo 10 años, la niña la abrazó  y llorando le dijo ¡“SOS UNA PELEADORA Y UNA MADRE EJEMPLAR, DE ESTA ENFERMEDAD SALIMOS JUNTAS”! . “Mi enfermedad se va a curar el día que tu hermano salga de todo el mal” dijo su mamá y lloraron juntas.
    Una semana más tarde Laura llegó de trabajar muy cansada, se recostó un rato, Julia estaba en la cocina haciendo los deberes, cuando escuchó que habían golpeado la puerta, era Nicolás. La niña no lo podía creer que su hermano había regresado y en  buen estado, se abrazaron fortísimo y estuvieron hablando horas hasta que su mamá despertó. Cuando fue a la cocina, se encontró con la sorpresa de que su hijo había regresado. Nicolás le aseguró que solo quería hablar con ella y fue ahí donde el joven le contó que estaba en un grupo de ayuda para poder salir del alcoholismo, se dio cuenta que estaba perdiendo todo su tiempo sin poder llegar de cole y darle un abrazo y también se sintió culpable por  su enfermedad . Laura llorando de la emoción no podía creer lo que estaba sucediendo. Ella lo que más quería era que su hijo volviera a ser como antes. Los abrazó a los dos y les dijo “Es lo mejor que me pasó en la vida”.

   Esa misma tarde Nicolás fue a la vuelta de su casa. Allí  se encontró con un amigo, quien lo saludó y le preguntó por qué no había ido a tomar con los chicos ese día. El joven le contestó “¿sabes por qué? Porque me di cuenta que una madre es mucho más importante que andar bebiendo y drogándose, el amor de ella es único, todos estos meses la estaba perdiendo, la enfermedad que ella tiene ahora es todo por mi culpa y yo mismo la voy ayudar a salir adelante de ahora en más nada malo le va a pasar, por eso “DISFRUTÁ DE TU MADRE ANTES QUE SEA TARDE.”

CONTATE UN CUENTO VII - MENCIÓN DE HONOR DE CATEGORIA B: “DIARIO DE LAS PESADILLAS” Por Santiago Dadin – alumno de 3º año de la E.S.Nº 1 “Antonio G. Balcarce”

13/5: Nunca pensé que algún día estaría haciendo esto, desde niño creí que escribir un diario era una reverenda estupidez, pero me lo recomendaron para descargarme, era esto, escribir en esos blogs de Internet o ir al psicólogo, pero no pienso contarle a nadie mi situación por eso opte por la estupidez del diario; después de todo lo que me pasó no es normal… trabajo en el banco, en la sección de préstamos y veo miles de personas por día que van a pedir grandes sumas de dinero, las peores son las que van una y otra vez. En resumen ayer cuando me senté en mi escritorio encontré una nota que decía: “no te acuerdas de él, sigue en el cajón”. No me asuste ni me llamó la atención ya que todos tenemos un amigo gracioso; eso no fue nada malo, eso no podría cambiar mi vida,  sin embargo lo que encontré en el cajón de mi escritorio sí: dos ojos, una mano, un pie y colchón de pelo. Me desmayé, estuve en el hospital un par de horas hasta que fue la policía a interrogarme para ver si sabía quién podía ser el muerto o el asesino. Luego del cuestionario volví a casa.
18/5: Me pareció interesante analizar las partes del cuerpo que encontré, después de todo ya no podía sacarme la imagen de la cabeza. El pie era izquierdo y la mano era derecha, los ojos deberían ser de la misma persona ya que ambos eran de color marrón y el pelo tenía partes de cuero cabelludo, era color marrón,  estaba corto y no muy cuidado por lo que supongo que pertenecía a un hombre. Las partes estaban grises y no chorreaban sangre por lo que supuse que  la persona había muerto hacia mucho o había recibido algún tratamiento. La policía científica se llevó las partes para analizar, los resultados tardarían un par de meses.
21/8:  Voy a anotar todo, hace  un par de meses atrás  que no puedo acordarme lo que hice en algunas horas de la mañana o de la noche.
27/5: Estos días se postularon para ser los peores de mi vida, ya hace varios días que las malditas partes del cuerpo que aparecieron en el escritorio interrumpen mis sueños; sueñe lo que sueñe, aparecen dentro o debajo de algo, o incluso de repente. Me despierto varias veces en la noche y soy de esas personas que les cuesta dormirse una vez que se despierta. Estoy durmiendo poco.
29/5: Tuve que comprarme pastillas para dormir, pero… por ahora no funcionan.
4/6: A medidas que pasan las pesadillas es menos lo que duermo, lo hago entrecortado y todos los minutos que duermo en una noche no deben superar las cuatro horas. También me he dado cuenta que las partes del cuerpo han empezado a crecer: la mano ya tiene un tercio del antebrazo, el pie prácticamente donde empieza el gemelo, el cabello estaba un poco más largo y a los ojos se le habían alargado las venas e incluso se podía percibir unos pequeños párpados. Espero que todo siga igual, que mis pesadillas no empeoren o que las partes no hagan nada, como hasta ahora, ya que solo aparecen. Me acuerdo muy poco de lo que hice estos días.
10/6: Cada vez duermo menos. Según el noticiero hay un asesino suelto.
15/6: Me dieron licencia por estrés, aunque no sé si esa es la palabra. Está bien, duermo muy pero muy poco, vivo con sueño lo que me lleva a estar de mal humor y no estar concentrado y en mi trabajo esas dos cosas son fundamentales.
19/6: las partes crecieron a paso agigantado, el pie ya tiene rodilla, la mano se transformó en un antebrazo y los ojos junto con el pelo ya forman una cabeza desfigurada.
23/6: ¿Por qué a mí? Hay gente que le gustaría ver espíritus  o se hacen los Sherlock Holmes, sin embargo YO NO.
27/6: Literalmente me estoy cayendo dormido,  esto empezó hace casi una semana. Estoy cambiando los muebles de lugar ya que la primera vez que me paso, me golpee la cabeza con la punta de la mesa y me desmayé. Estuve inconsciente  casi un día.
1/7: Lección del día: el remedio puede ser peor que la enfermedad. Lo aprendí cuando me cansé de las pesadillas y en una de ellas me revelé y decidí atacar a las partes, que para esa altura ya eran un brazo, una pierna y una cara sin rostro; cuando me acerqué se esfumaron, aparecieron a unos metros de mi y… ¡FORMARON UN CUERPO! , no sé de dónde salieron las partes faltantes, pero el cuerpo estaba entero. Su vestimenta era negra y no se veía el rostro.
7/7: Raramente mis sueños de estos días son iguales, antes eran todos distintos, pero actualmente consisten en que aparezco en el centro de la ciudad y aunque hay autos y los negocios están abiertos, no hay gente, como si todas las personas del mundo hubiesen desaparecido, excepto mi “amiguito” el encapuchado que me persigue y yo como cualquier persona corro para escapar.
10/7: Encontré una nota que dejaron en el buzón de mi casa. En ella decía: “soy más de uno y sabes quiénes”, sospecho que tiene que ver con mi “amiguito”. Puedo saber lo que viví gracias al diario, ya que no me acuerdo mucho, es como si no viviera algunas horas, como si las salteara.
15/7: OK, hasta la cabeza me juega en contra, el “amiguito” se me aparece cuando estoy DESPIERTO, no me hace nada pero… demasiado que tengo que lidiar con eso dormido ahora también despierto. ¡YA NO AGUANTO! No hace nada pero el simple hecho de saber que me mira algo que no debería estar ahí y que me estoy volviendo loco y paranoico, ¡ME HACE SENTIR TERRIBLE!
18/7: Traté de parecer normal para hacer la primera salida de mi casa desde que tengo licencia. Fui a la farmacia para comprar maquillaje, para disimular las ojeras, y píldoras para dormir (más fuertes que las anteriores) y para evitar enloquecer.
25/7: Me decidí a atacarlo, otra mala opción, no puedo tocarlo, al parecer es un espíritu. JAJAJA me duele todo el cuerpo.
28/7: Encontré una notita, más larga que las otras; ya no tengo cerebro o es muy difícil de comprender. Decía: “enfréntame en el ring donde los únicos espectadores sean los que antes vieron la luz del sol”.
13/8: Ya lo decidí, ME VOY A SUICIDAR, mamá, papá, perro del vecino, el que me encuentre tiene que saber que mi vida era un infierno, no dio un giro de 180 grados, sino varios de 360, ya hace tres meses que mi vida ya NO ES VIDA.
15/8: No lo puedo creer, la soga con la que me ahorqué se cortó y las pastillas que me tomé no me hicieron efecto, resulta que me desperté hace unos minutos, creo que me desmayé
16/8: Qué raro…no funciona ningún aparato eléctrico y el día está muy nublado.
17/8: ¡DORMÍ BIEN! No tuve pesadillas ¡DORMI 9 HORAS, SEGUIDAS!
18/8: No puede ser, mis vecinos no están, ahora hay gente anciana con ropa costosa pero sucia o rota. Es muy poca la gente joven que vi desde que me desperté después del intento de suicidio. No conozco a nadie. Viejo o joven, la persona que sea cuando le pregunto algo  me mira con cara rara y huyen.
20/8: SI ESTO ES UN SUEÑO, fui al centro y en una plaza encontré cuatro jinetes azotando y maltratando gente, cuando intente escapar “mi amiguito” me empezó a correr, todo normal, yo llegué a mi casa y listo. Lo único… que ahora era más rápido y gritaba, y exactamente… no eran poemas de amor.
21/8: Esto es una locura, si es un sueño estoy tardándome un poco en despertar y si estoy loco, estoy muy loco. Anda gente armada por las calles, hay MUTANTES, mutaciones de humanos horribles que torturan gente. No hay lugar seguro, excepto mi casa.
22/8: Me intente suicidar cortándome las venas del brazo pero no pude, esté en donde esté, el dolor aquí se intensifica, me corté un poco la piel y me dolió como si me hubiesen cortado la mano de un golpe seco. No hay salida.
24/8: ¡AAHHHH! Chiquita sorpresa me llevé cuando en una de mis salidas encontré un ejército de gente con cinco escoltas encapuchados, entre ellos mi “amiguito”, y cuando se sacaron la capucha eran cinco YO, distintos pero yo.
Diario del acusado de múltiples asesinatos que se suicidó el 13/8 por intoxicación y asfixia, según los especialistas sufría un trastorno de identidad disociativo. Guardar en la carpeta 12 de archivos  de la policía local.


CONTATE UN CUENTO VII - MENCION DE HONOR CATEGORÍA B: “Nacimos para morir juntos” Por Guadalupe Felix Marsal – alumna de 3º año de la E.S.T Nº 1 de Lobería

Desde muy pequeño  trabajaba con su padre mientras que también iba al colegio. A los 13 años  recibió  maltrato de un docente y abandonó esa escuela, esto hizo que se sintiera muy triste porque su madre tuvo que cambiarlo de establecimiento y para el niño no fue fácil alejarse de sus compañeros y adaptarse a otro ambiente. Pasaron  dos largos años y volvió al mismo colegio de donde se había ido; sus compañeros estaban muy felices, lo recibieron con los brazos abiertos y le organizaron  una fiesta de bienvenida en la que almorzaron un rico asado y luego fueron a la pileta del pueblo a disfrutar todos juntos.
Fue pasando el tiempo y sintió la necesidad de ganar su propio dinero. Comenzó repartiendo diarios (nunca dejó de lado el trabajo que realizaba con su padre, que trabajaba en el campo) y con su primeros ahorros logró comprarse la Play Station 2, que él tanto deseaba y no quería que sus padres intervinieran en la compra. Siguió ahorrando y se compró un equipo de música. Como le iba mal en el colegio, su madre decidió sacarle la Play Station, eso lo enojó mucho porque no entendía como se la había quitado si la había comprado con su propio dinero. Dora, su madre, le explicó que si no estudiaba, cuando fuera grande  le resultaría más difícil  ganar su dinero y lograr cosas sin depender de nadie.
Y fue entonces que comenzó a poner empeño en el colegio y logró levantar sus notas.
Con el correr del tiempo surgieron otro tipo de intereses como por ejemplo: salir a bailar, ya que todos los chicos de su edad ya lo hacían. Con sus compañeros  conformaron un grupo para organizar  bailes cada quince días. El objetivo era recaudar dinero para realizar el viaje de egresados a Bariloche a fin de año, este dejaría recuerdos imborrables en cada uno de ellos.
En uno de esos bailes que organizaron con mucho entusiasmo y compañerismo con todos sus amigos  miró a una chica de una manera especial, era la primera vez que la veía, aunque más tarde supo que ella logró que pareciera casual un encuentro que no fue tal . Ella era carismática, súper buena, una mina con un corazón gigante que amaba la forma de ser de él; y entonces le contó  todos sus problemas y sufrimientos por los que pasaba desde los 12 años…
A ella le pasaba lo mismo con él, era una persona muy cerrada que trataba de estar siempre sola,  no contaba sus cosas a nadie. Conocerlo  fue increíble y profundo.
Con el paso de los días, el joven se dio cuenta que lo que  creía una amistad era ya amor y  un día le confesó que estaba completamente perdido por ella y que no podía dejar de amarla ni de pensar  en su forma de ser, en su personalidad, en lo que realmente era ella.
En fin, ella le confesó que también lo amaba y se unieron desde ese entonces, fueron novios por cuatro años, luego se casaron y tuvieron los niños que siempre desearon. A los veinticinco años de casados renovaron los votos matrimoniales y otra vez a los cincuenta años de matrimonio.
La vida tiene dos caras y la muerte es la otra, por suerte también los encontró juntos.
El nueve de agosto, los dos salieron por su parte a trabajar cuando la vida decidió por ellos. Mientras el tipeaba en su escritorio informes contables y ella en su tienda acomodaba la vidriera, ambos sintieron un fuerte dolor en su pecho e inevitablemente sus pensamientos se trasladaron en el otro. Los dos vieron pasar sus mejores momentos por su mente y sin saber del otro tocaron con su dedo pulgar el anillo que simbolizaba su unión. Ni los médicos de urgencia, ni toda la tecnología pudieron lograr que uno de ellos viviera; en su corazón ambos habían tomado la decisión de disfrutar juntos de esta vida y despedirse de ella de la misma manera: JUNTOS.