sábado, 18 de abril de 2015

Los nuevos bárbaros - Por Guillermo Jaim Etcheverry

La falta de una educación letrada hoy priva a los jóvenes de un derecho crucial: elegir una tradición desde la cual pensarse a sí mismos

Días atrás, al aceptar el Premio Príncipe de Asturias para las Letras, la escritora británica Doris Lessing pronunció un discurso notable. Entre otras cosas, dijo: "Erase una vez un tiempo -y parece ya muy lejano- en el que existía una figura respetada, la persona culta. Hoy hay un nuevo tipo de persona culta, que pasa por el colegio,y la Universidad durante veinte, veinticinco años, que sabe todo sobre una materia -la informática, el derecho, la economía, la política-, pero que no sabe nada de otras cosas; nada de literatura, arte, historia, y quizá se le oiga preguntar: Pero, entonces, ¿qué fue el Renacimiento?, o ¿Qué fue ¡a Revolución Francesa?
Hasta hace cincuenta años, a alguien así se lo habría considerado un bárbaro. Haber recibido una educación sin nada de la antigua base humanista: imposible. Llamarse culto sin un fondo de lectura: imposible". Y prosigue: "Representa una pequeña ironía de la situación actual que gran parte de la crítica a la cultura antigua se haga en nombre del elitismo. Sin embargo, lo que ocurre es que en todas partes existen cotos, pequeños grupos de lectores de antaño, y resulta fácil imaginar a uno de los nuevos bárbaros entrando por casualidad en una biblioteca de las de antes, con toda su riqueza y variedad, y dándose cuenta de pronto de todo lo que se ha perdido, de todo de lo que -él o ella ha sido privado".
Ese es el problema central de nuestra cultura: el haber ido olvidando la responsabilidad de transmitir a las jóvenes generaciones el rico patrimonio de ideas y de obras que el hombre ha concebido durante su turbulenta historia. El habitar el instante y vivir en un presente sin raíces es uno de los rasgos centrales de nuestro tiempo.
En realidad, privamos a los jóvenes de esa herencia a la que tienen un derecho ganado por el simple hecho de ser humanos.
El escritor estadounidense Philip Roth describe esta situación en un tramo de su novela Me he casado con un comunista. Se refiere a la posibilidad, a la felicidad, a la seguridad que proponen los libros, que son los que contribuyen a constituir lo que él denomina la genealogía no genética de cada uno de nosotros.
El protagonista de la historia, Nathan Zuckermann -un doble del autor-, rinde homenaje a su profesor de inglés en estos términos: "Bajo su guía, me transformé rápidamente en descendiente no ya de mi propia familia sino del pasado, heredero de una cultura que iba mucho más allá de la del medio que me rodeaba". Porque, ¿qué es en realidad la adolescencia? Es el momento en el que uno se separa de la familia para elegir "nuevas alianzas, nuevas afiliaciones, los padres de la edad adulta, esos a quienes uno ama o no, de acuerdo con su propia conveniencia, porque uno no está obligado a reconocerlos por el amor".
Al reflexionar sobre todos los padres de ¡a edad adulta que ha necesitado y que ha ido descartando, Nathan se pregunta: "¿Cuál es esta genealogía no genética? Las personas que me educaron, aquellas de las que provengo. Son quienes personificaron para mí las grandes ideas y quienes, primero me enseñaron a navegar el mundo, esos padres adoptivos que luego debieron ser rechazados para dar pasó a la orfandad total, que es la que define la adultez".
En el rechazo por compartir con los jóvenes nuestra cultura, en la decisión de dejarlos a merced de las fuerzas del mercado que, día tras día, construyen su interior banal y empobrecido, se esconde la grave decisión de privarlos de la genealogía no genética de la que habla Roth. Esa que se encuentra en los libros que, desde los estantes de las bibliotecas a las que se refiere Lessing, gritan calladamente su disposición a ayudarlos a integrarse a una genealogía que es la suya. Posiblemente, el nuevo orden mundial no necesite adultos, sino solamente niños, soberbios en su sometimiento, displicentes en su grosera vulgaridad, preocupados sólo por sí mismos. No hacen sino imitar a los nuevos héroes televisivos, que son quienes están pasando a constituir la pobre genealogía no genética de no pocos jóvenes de hoy.

(Extraído de la revista del diario "La Nación")

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