sábado, 20 de junio de 2015

El hombre bueno - Por Juan Parrotti

Eurípides, el dramaturgo griego creía y lo decía, que una mala acción borra cuarenta años de buenas acciones. O sea, si después de una vida de lo más virtuosa, el individuo consuma un desaguisado, por esa sola acción ya pasa a la categoría de mala persona.

Sin embargo, y a través de la historia, uno tiene derecho a sospechar que algún margen de impunidad ha existido. Vale decir, no siempre el tipo que concretaba una perrería fue descendido a la categoría inmediata inferior. No. Nada de eso. Hubo individuos que hicieron cualquier cantidad de iniquidades y sin embargo la gente siguió creyendo que eran buenos tipos, muchachos de buen corazón, un poco alocados, a los sumo, pero buenos en el fondo.
Digo esto y no puedo evitar pensar en algunos, muchos, emperadores romanos u otros tipos que también desempeñaron funciones importantes. Es claro, necesitaban llegar y para llegar no había que tener muchos escrúpulos, mejor dicho, ninguno. Aparecía uno y se transformaba en un estorbo. Por eso lo reprimían en el acto. Para colmo un tipo muy ambicioso venía perfilándose con grandes posibilidades de ganarle. El individuo que quería llegar se fijaba en el otro, en sus métodos y se daba cuenta en el acto que el otro era menos inescrupuloso que él. Entonces, de la comparación salía ganando, hasta se fortalecía y él también empezaba a creerse una buena persona.
Además, el individuo tenía un argumento que pesaba tanto como un pecado mortal: El quería llegar, para una vez en el poder, realizar muchas buenas acciones, hacer feliz al pueblo y muchas cosas más. Entonces tenía que ser fuerte y llegar a costa de cualquier cosa. No importaba si permanentemente estaba  dejando jirones de dignidad, enganchados en cualquier mala acción. Importaba llegar y hacia allí apuntaba su mira. A veces hasta llegaba. Entonces sucedían hechos imprevistos que lo sorprendían a él también. Lo dicho: ya en el poder, el individuo descubría que todavía tenía ganas de seguir obrando mal, sin necesidad, por mero espíritu deportivo. Quemaba su ciudad o designada senador a su caballo, no porque fuera inteligente. Nada de eso. Lo hacía para hacer rabiar a la oposición.
Esos individuos pasaron nomás a la historia como malos tipos. Es que exageraron. En cambio, otros, un poco más tranquilos, cuando llegaron al poder se asentaron y se portaron bien. La gente entonces les perdonó su pasado y dijo que se trataba de un buen nombre.

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