sábado, 6 de febrero de 2016

Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez” - Concurso literario “Contate un Cuento VIII” Mención de Honor de la Categoría D: Rodrigo Torres Quezada Santiago de Chile

Tatuajes



 En seis días, Dios creó el cielo y la tierra. Al séptimo día, se suicidó.
                                                                                      -Der todesking.

         Sobre una mesa y frente a sí, hay una pistola colt 45. Sus ojos, abiertos y fijos, se pasean en esta tanteando cada detalle. Está sentado sobre un sillón cuyo brazo es acariciado por su mano con movimientos toscos. Alarga una extremidad. Su mano abierta, está a punto de caer sobre el arma. Cierra un puño. Se arrepiente. Retrae el brazo. Ladea el rostro y observa por la ventana. Allá afuera los vehículos pasan y apenas dejan una estela como recuerdo. De súbito, una vez más, su brazo se alarga. Su mano se expande. Cae encima de la pistola. La toma. Tiembla. La levanta y la lleva hasta colocar el cañón en la sien. Sus ojos grandes, se cierran de a poco. La luz que entra por la ventana desaparece con lentitud. Traga saliva. Su última cena. Coloca un dedo en el gatillo. Suda. En cualquier momento una simple bala borrará un mundo. Su mente lo sabe y los recuerdos llegan en tropel.

         “De niño con el balón. Gambeteo. El guatón Ramírez me mira desde la “banca”. Pasa un ave. Era enorme. Negra, con trazos blancos y rojos. Se esconde en un árbol. La pelota cae en la casa de una vecina. El día es hermoso. Soleado. ¿Qué sucedió después? ¿Por qué no entregué la tarea? ¿Por qué me fugué de clases? Hay un baile. Mamá pisa a papá. Él reclama y ríe. Me abrazan. El tío Enrique sonríe, me pasa una mano por la cabeza. Nos sacan fotografías. La vecina reclama, lanza la pelota lejos. Los chicos le tiran piedras a la casa. Miguel busca la pelota. En la esquina había un negocio. Lo atendía un buen hombre. Ahí está, me mira, me saluda. Le pregunto si me puede fiar un chocolate, no quiere. El cartero deja una cuenta. Mamá despotrica porque no es algo más importante. Las nubes pasan sobre el cielo. Levanto la mano e indico una, parece un ovni. Mi padre observa con extrañeza, me abraza. Luego, su mirada se pasea en una mujer que sale de una casa. Estoy llorando, mi tía me retó. ¿Qué hice? ¿Fue por la tetera que boté? ¿Fue porque le pegué al perro? Hubo un partido. Salimos campeones. El guatón Ramírez le hace otra zancadilla a un amigo. Este le da un puñetazo. La vecina no quiere que le volvamos a lanzar el balón. Andrea es hermosa, un ángel. La quiero así, intacta, para que pueda sanar mis heridas. Pero es un amor imposible. A medida que crezco todo es más difícil. “Nada es imposible”, dice alguien. Muchos. Corro. Debo limpiar mis pulmones. Mucho cigarro. “Tú puedes”. Sigo corriendo. “Eres un inútil”. Me despiden de la tienda retail. No es mi culpa que alguien haya robado en caja. Los compañeros saben lo honrado que soy. No me defienden. El pirigüin escapa. Ya no está. Me siento solo. Los árboles avanzan. “El ser humano está condenado a seguir el mismo derrotero bajo distintos disfraces, explica Adrián, porque está en nosotros buscar problemáticas a algo tan sencillo que es tragar, coger, cagar y respirar”. “Para mí la vida es mucho más que eso, le respondo, es la mejor forma en que se puede demostrar a ese inmenso vacío oscuro que nos rodea, que se puede plantar cara a lo desconocido”. “Ojalá fuera tan optimista como tú”, dice Adrián. En el puente Malleco atraviesa un camión. Lo observo con el mismo miedo que tenía cuando era niño. Le saco una fotografía. Recuerdo cuando con mis papás nos paseamos ahí y nos sacamos una foto. Repito el ritual. Eso sí, ahora en soledad. Camino hacia el río y un enorme bosque se me cruza. Esta vez los árboles no avanzan. Alguien saca una pistola en medio de la marcha. Un disparo. Los camarógrafos enfocan las llamas. ¿Dónde se metió Adrián? En la boda saco a bailar a la novia de Sebastián, me dice algo al oído. No lo comprendo, no lo entiendo. Me voy a la mesa a comer. No le digo nada a Sebastián. ¿Habrá vida en el espacio exterior? ¿Existirán los duendes? Cuando niño vi una figura extraña asomarse por la puerta. Era de un color rojo. Sé que Allison también le vio pero ahora niega todo. En la atmósfera se huele la primavera. Me siento enfermo. Creo que debo operarme. “El cáncer de su padre no tiene vuelta”, explica el doctor. En el bar me emborracho, un tipo se burla de mi rostro, me levanto, lo golpeo, sus amigos lo ayudan. Sangro. Alguien me levanta. “¡Toda la vida es una enorme borrachera!”, exclama Adrián con una botella en su mano, “¡Las cosas suceden en una serie de fotografías, cuál de todas más claras”. “¡Borremos todo!”, grito. Vomito en el suelo. “No se puede, contesta Adrián, tenemos tatuados los recuerdos en una parte del cerebro”. “El Alzheimer es la respuesta”, digo. Reímos. El guatón Ramírez se para de la banca. Hace el cambio por Agustín. No pensaba que jugaba tan bien. Andrea, cuando miro a tus ojos veo la verdad. Hay estrellas más grandes que el sol. No somos nada. Con los punks vamos a la tocata del grupo de Maida. La fiesta se convierte en peleas, botellas desquebrajadas y un montón de policías a la salida. “Muchas gracias”, digo, “Recibir este título es coronar una etapa repleta de sacrificios”. La moto se me acerca. Acelero. Queda poca gasolina. Me pasan adelante. “Ya habrá otras oportunidades para ganar”, dice alguien. El bosque avanza, los árboles hablan. Existen seres mágicos que se esconden tras las cosas. Papá tiene razón. En cada piedra vive un ser diminuto que nos observa y se ríe de nuestras tonterías pero aplaude nuestros logros. “¡Papá! ¡No te vayas!”, grito. “Ya se fue”, contesta alguien. “No puedes rendirte”, la señora Zapata me observa con dulzura. “El amor es así. Tendrás ochenta años pero sucederá así, tal cual, de la misma manera”. En el incendio murió un bombero. Yo lo conocía. “Las tarjetas de crédito son una estafa”, “¿Qué cosa no lo es?”, respondo. La celebración duró hasta el otro día. Tomo del rostro a Fabiola y le doy un beso. El pirigüin se aleja. El guatón Ramírez se ríe. ¡Gol! “¿Cuál es la idea de estructurar el mundo?”, pregunta Adrián, “si cada vez que se complejiza, la estructura cede, se rompe, dejándonos sólo los fragmentos de algo que quizás nunca fue. De algo que, querámoslo o no, demuestra que nada de esto será recordado por las generaciones posteriores”, “¿Y a quién le importa ser recordado?”, pregunto. “A mí”, contesta Adrián. Toma una piedra. La lanza al agua. Un pez aparece. Desaparece. Un bosque avanza. Una bandada de aves. Papá que juega conmigo a la pelota. Mamá que me abraza. El mundo en problemas. La gente que huye. Hacer canopyng es lo mejor. Sandra es experta en deportes extremos. Hacemos el amor en medio del bosque, resguardados por el sonido del río que golpea las rocas. “Fabiola, le escribo, cierra la ventana que el niño se va a resfriar”. “Yo ya me resfrié”, dice. “Lo siento”, contesto. El espacio que me separa de las cosas, ¿tendrá algo de mí? El cielo, a través de la ventana del bus luce extraño. Los misterios que jamás resolveré son los que mantienen con vida. “Asómbrate”. Un café, por favor. ¡Qué mujer la que va ahí! ¿Dónde? Cuando la muerte llegue será como un simple trámite. Por mientras, vive. Pero que vivir no sea también otro trámite. Sebastián saca la liga de su novia. Me meto a la laguna, ahora más viejo, y busco al sapito en el que debió convertirse el pirigüin. Sin embargo, sólo veo otro renacuajo. Estoy de terno, adulto, dentro de un recuerdo de infancia. Corro hacia ese niño que fui y va en bicicleta, y le grito que disfrute cada etapa. Me levanta un dedo del medio. Adrián, César y yo, estamos sentados al borde. “Caminar por el borde, lo justo y necesario, sin la común idea de lanzarse al vacío como suele hacer la gente”, dice Adrián, “¿Qué tipo de gente?”, pregunto yo. “Gente como nosotros”, responde Adrián. César ríe. Fuma. Tose. Fabiola, no te olvidaré. Ella se lleva al niño. Toma el avión. Una fiesta. De nuevo prueba. Los exámenes fueron fáciles. El profesor habla del futuro. Todos los profesores hablan del futuro. Tomo un instrumento, lo toco. Mi idea de película es la siguiente: un grupo de personajes disfrazados entra a un edificio abandonado y ahí viven como si fuesen los sobrevivientes de una hecatombe. Se aman, se quieren y por sobre todo, se comprenden. “Había una vez, la historia de una vida…”, relata Adrián. “¡Cállate!”, le digo. Adrián se calla. Estoy tan arrepentido de haberlo hecho callar. La laguna y el pirigüin que salta sobre mi examen, el hombre de terno que trabaja en el bosque, la mujer que amo vestida de novia, mis padres convertidos en nubes. El agua, el bosque, las aves, ellos y yo. La vida y la muerte. Mis pensamientos y mis latidos. El polvo que se encuentra en las rendijas de la madera una vez también fue vida. Está soleado. El arma. Está fría. Duele.”
         Baja la mano que sostiene el arma. Deposita esta en la mesa. Está arrepentido. Suspira. Toma el arma. la lleva hasta un mueble y ahí la esconde. Sale a la calle. Respira. Levanta los brazos. Sonríe. Observa a un ave que se posa en un edificio. Al frente está la calle. Cruza el paso peatonal. Desde una esquina aparece un conductor imprudente. Lo atropella. Muere. Su último pensamiento fue: “Menos mal que no lo hice…”.

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