sábado, 6 de febrero de 2016

Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez” - Concurso literario “Contate un Cuento VIII” Mención de Honor de la Categoría D: Uberlinda Arabiej - Balcarce

Mi Diario


    Nací en un lugar llamado “El Maitén”, pequeño  pueblo de la provincia de Chubut, en ese bello lugar pasé los primeros años de mi infancia, abundaban los cerros, la nieve y el viento que siempre soplaba tan fuerte que me parecía escuchar una melodía, recuerdo que había un hospital, una estación de ferrocarril, y claro, no podían faltar los bomberos, cuánto trabajaban esos hombres desinteresadamente sólo por el bienestar de los ciudadanos.
  Al bajar del tren, salía de la estación y caminaba por un largo camino muy solitario, que al final terminaba en mi viejo ranchito de barro cubierto de palos prolijamente ensamblados que lo mantenían erguido ante el fuerte viento, recuerdo un viejo aljibe y  que a escasos metros corría un arroyo… el paisaje era hermoso, había tantos cerros, que parecían una gran cadena que adornaba el lugar.
  Mi madre trabajaba en una añeja fonda que era visitada por una cantidad considerable de personas para comer deliciosos platos tradicionales, por lo general, eran los trabajadores del ferrocarril. Mi  padre era empleado ferroviario, eso hacía que a veces lo trasladaran de un lugar a otro. Uno de los siguientes lugares fue Zapala, una ciudad sureña donde había mucha nieve y el frío penetraba en mi cuerpo y  me hacía tiritar. Allí comencé primer grado , a la escuelita íbamos con mi hermana mayor, al salir las dos jugábamos con la nieve, hacíamos muñecos, éramos muy felices simplemente disfrutando del paisaje. Pero llegó el momento en que otra vez trasladaron a mi padre, tenía que viajar, y una vez más subí al tren y al llegar a Ñorquincó, me esperaba lo desconocido: nueva escuela, nuevos compañeros.
Pero este lugar, logró deslumbrarme aún más con su belleza natural, aunque duró muy poco, porque nuevamente mi padre tenía que irse. Comenzó el recorrido, pasando por el Bolsón llegué a Ojo de Agua, estaba tan cerca de la Cordillera de los Andes, que no podía creer que fuera real, tan imponente. En esta zona el clima es muy frío, la nieve cae constantemente, el viento no deja de soplar, y mi madre que siempre trabajaba tanto, criaba cabras para el consumo de nuestra familia, recuerdo que tomaba esa leche y comía riquísimos quesos caseros.
Las casas eran todas muy similares, siempre que había una escuela, había una estación de tren, justo por ahí pasaba la famosa “Trocha Angosta”. Había un solo almacén, donde la gente hacía sus compras. Mi casa estaba muy próxima a las vías, nunca podré olvidar esos lugares  donde me críe, la Cordillera rodeaba la casa, de noche veía cómo corrían los gatos montes ¡Qué hermoso era vivir en esa zona!, hasta disfrutaba cuando mi madre me mandaba a buscar las cabras al cerro, tenía que cruzar las vías, y si mi hermana me acompañaba, jugábamos con esos animalitos, nos reíamos tanto, ¡sí que sabían cómo saltar las piedras!, yo estaba llena de marcas en mi cuerpo y eso era por querer imitar el salto y el brinco de las cabritas.
Todo pasó tan rápido, de nuevo  trasladaban a mi padre, pero por fin fue el último destino, se trataba de un viejo paraje llamado “Bosch” que corresponde al partido de Balcarce, provincia de Buenos Aires, pasaron los años, y crecí en una familia que aumentaba de año en año, llegué a tener 10 hermanos.
Por fin me instalé definitivamente y  ya no tenía que mudarme, esos  miedos a conocer nuevos compañeros, ya no iban a existir más; con mis hermanas hicimos nuevas amigas, con las cuales viví hermosas experiencias, compartíamos la merienda, caminábamos y corríamos por los angostos caminos rurales que unían nuestros hogares. ¡Qué momentos de felicidad que quedaron sellados en mi corazón!
Hay otros recuerdos no tan alegres, me angustian de sólo pensarlos, con tan solo diez años de edad mi hermano, preparó sus pertenencias, tomó su poca ropa y salió a caballo, decidió ir a trabajar al campo de la familia Mianovich, él nunca tuvo buena relación con nuestro padre; el mayordomo llamado Montan llegó a quererlo como a un hijo, se aseguró de que fuera a la escuela y le enseñó a trabajar, su vida cambió completamente, aprendió otra forma de vivir. Llegó a ser un hombre de bien, con buen pasar económico y formó una gran familia.
A una de mis hermanas, la llevó una señora que vivía en la ciudad para que trabajara en su casa, sólo tenía trece años y  yo que tenía doce también tuve que ir a trabajar en una casa lejos de mis padres; me sentía muy sola sin mi familia, ansiaba verlos, pero eso sólo sucedía cada quince días.
Logré convencer a  mi madre de que no me agradaba vivir en la ciudad, y ella decidió llevarme al campo, para que trabajara en la casa de una condesa dueña del lugar. Tuve que aprender muchas cosas: como cocinar, planchar, servir la mesa, atender a los patrones, etc., aunque la condesa siempre fue muy buena conmigo. Ese verano, le pidieron permiso a mi papá  para llevarme a Punta del Este para que cuidara a su beba. Fue tan emocionante, primero llegamos a Buenos Aires, fuimos al departamento de la madre de la condesa, y aunque era tan lujoso y atractivo, yo me sentía angustiada, muy sola lejos de mis seres queridos; pero no podía expresar mis sentimientos; todos me trataban muy bien, con mucho respeto, y había una señora que se encargaba de las tareas de la casa, yo solo cuidada a la beba.
Estuvimos dos días en Buenos Aireas, fuimos al puerto y nos embarcamos, era la primera vez que yo subía a un barco, ¡qué gran experiencia! Viajábamos rumbo a Colonia,  la amable condesa me llevó a conocer el barco por dentro y por fuera, yo tenía tanto miedo que ella se dio cuenta y entonces me tomó de la mano, nunca olvidaré esos gestos de cariño y compasión.
Llegamos a Colonia, desembarcamos , nos fuimos en auto  a Punta del Este, era muy lejos, pasamos por un restaurante , almorzamos y seguimos viaje. Por fin llegamos a una casa tan enorme que parecía un palacio, con jardines preciosos, la naturaleza era admirable, me parecía que todo era un sueño, pero para mi alegría, era la realidad, esto hacía que no me sintiera tan sola lejos de mis padres y hermanos. Había muchos empleados más, pero yo sólo cuidaba a la beba.
Tan sólo a unos metros podía ver el mar, por los alrededores había muchos médanos, caminaba por ahí todos los días después de almorzar. ¡Qué momentos tan agradables!, me hice muy amiga de otra empleada.
Por las tardes, salíamos con los patrones, y así pude conocer Punta Ballena, teníamos que cruzar un puente colgante, yo me asusté tanto que causó mucha risa, ellos hablaban mucho conmigo, me apreciaban y yo a ellos, era lo más cercano a una familia que tenía en ese entonces.
Solía ver el atardecer eso nunca me cansaba, cuando el sol caía, parecía que se lo tragaba el mar, también caminábamos por las calles de aquella cálida ciudad. Conocí otra ciudad, San Carlos, muy bello, con gente de toda raza, nunca había visto africanos, las calles llenas de adoquines, veredas muy angostas, casa antiguas. ¡Qué lindos años de mi vida!, ahora que ya pasaron muchos años, sé que marcó mi vida, aunque no me crié con mis padres y tuve que trabajar de pequeña, estas personas me educaron, yo no parecía una empleada, nunca los voy a olvidar.
Al cabo de mucho tiempo, volví a ver a mis padres, me di cuenta de que estaban disgustados, pero no pude saber qué pasó. Cuando cumplí dieciséis años tomé la decisión de no ver más a mi familia, me di cuenta que yo ya no pertenecía ahí, mis principios y valores habían tomado otro rumbo, no puedo describir la profundidad de la pena.
Continué trabajando, casi no salía de la casa, y claro mucho menos sin pedir permiso o avisar. Conocí a un hombre, el que sería mi esposo, tuve a mi primera hija y después a otra pequeñita, luego decidí no tener más hijos porque no quería que pasaran por mis contrariedades.
Tenía que continuar trabajando, vivíamos en Mar del Plata , después de trece años volvimos a Balcarce porque mi esposo consiguió comprar una casita en un barrio. Cambié de trabajo, ahora era con la familia Roza, ayudé a criar a sus tres hijos, veintidós años estuve en ese hogar. En ese lapso de tiempo, mi hija mayor se casó, me dio nietos, y también llegué a ver dos bisnietos. Mi hija menor también se casó y me dio dos nietos.
Tenía una tarea pendiente: terminar mis estudios primarios, así que decidí inscribirme y allí me encuentro aprendiendo y estudiando.
Y ahora pienso: - ¿Qué más le puedo pedir a la vida? Disfruto de mi casa, mis hijas, mis nietos, mis bisnietos, y aunque al principio la vida me quitó, siento que ahora me dio el doble, doy gracias porque soy feliz.

Escuela Secundaria Nº 3 “Carmelo Sánchez” - Concurso literario “Contate un Cuento VIII” Mención de Honor de la Categoría D: Rodrigo Torres Quezada Santiago de Chile

Tatuajes



 En seis días, Dios creó el cielo y la tierra. Al séptimo día, se suicidó.
                                                                                      -Der todesking.

         Sobre una mesa y frente a sí, hay una pistola colt 45. Sus ojos, abiertos y fijos, se pasean en esta tanteando cada detalle. Está sentado sobre un sillón cuyo brazo es acariciado por su mano con movimientos toscos. Alarga una extremidad. Su mano abierta, está a punto de caer sobre el arma. Cierra un puño. Se arrepiente. Retrae el brazo. Ladea el rostro y observa por la ventana. Allá afuera los vehículos pasan y apenas dejan una estela como recuerdo. De súbito, una vez más, su brazo se alarga. Su mano se expande. Cae encima de la pistola. La toma. Tiembla. La levanta y la lleva hasta colocar el cañón en la sien. Sus ojos grandes, se cierran de a poco. La luz que entra por la ventana desaparece con lentitud. Traga saliva. Su última cena. Coloca un dedo en el gatillo. Suda. En cualquier momento una simple bala borrará un mundo. Su mente lo sabe y los recuerdos llegan en tropel.

         “De niño con el balón. Gambeteo. El guatón Ramírez me mira desde la “banca”. Pasa un ave. Era enorme. Negra, con trazos blancos y rojos. Se esconde en un árbol. La pelota cae en la casa de una vecina. El día es hermoso. Soleado. ¿Qué sucedió después? ¿Por qué no entregué la tarea? ¿Por qué me fugué de clases? Hay un baile. Mamá pisa a papá. Él reclama y ríe. Me abrazan. El tío Enrique sonríe, me pasa una mano por la cabeza. Nos sacan fotografías. La vecina reclama, lanza la pelota lejos. Los chicos le tiran piedras a la casa. Miguel busca la pelota. En la esquina había un negocio. Lo atendía un buen hombre. Ahí está, me mira, me saluda. Le pregunto si me puede fiar un chocolate, no quiere. El cartero deja una cuenta. Mamá despotrica porque no es algo más importante. Las nubes pasan sobre el cielo. Levanto la mano e indico una, parece un ovni. Mi padre observa con extrañeza, me abraza. Luego, su mirada se pasea en una mujer que sale de una casa. Estoy llorando, mi tía me retó. ¿Qué hice? ¿Fue por la tetera que boté? ¿Fue porque le pegué al perro? Hubo un partido. Salimos campeones. El guatón Ramírez le hace otra zancadilla a un amigo. Este le da un puñetazo. La vecina no quiere que le volvamos a lanzar el balón. Andrea es hermosa, un ángel. La quiero así, intacta, para que pueda sanar mis heridas. Pero es un amor imposible. A medida que crezco todo es más difícil. “Nada es imposible”, dice alguien. Muchos. Corro. Debo limpiar mis pulmones. Mucho cigarro. “Tú puedes”. Sigo corriendo. “Eres un inútil”. Me despiden de la tienda retail. No es mi culpa que alguien haya robado en caja. Los compañeros saben lo honrado que soy. No me defienden. El pirigüin escapa. Ya no está. Me siento solo. Los árboles avanzan. “El ser humano está condenado a seguir el mismo derrotero bajo distintos disfraces, explica Adrián, porque está en nosotros buscar problemáticas a algo tan sencillo que es tragar, coger, cagar y respirar”. “Para mí la vida es mucho más que eso, le respondo, es la mejor forma en que se puede demostrar a ese inmenso vacío oscuro que nos rodea, que se puede plantar cara a lo desconocido”. “Ojalá fuera tan optimista como tú”, dice Adrián. En el puente Malleco atraviesa un camión. Lo observo con el mismo miedo que tenía cuando era niño. Le saco una fotografía. Recuerdo cuando con mis papás nos paseamos ahí y nos sacamos una foto. Repito el ritual. Eso sí, ahora en soledad. Camino hacia el río y un enorme bosque se me cruza. Esta vez los árboles no avanzan. Alguien saca una pistola en medio de la marcha. Un disparo. Los camarógrafos enfocan las llamas. ¿Dónde se metió Adrián? En la boda saco a bailar a la novia de Sebastián, me dice algo al oído. No lo comprendo, no lo entiendo. Me voy a la mesa a comer. No le digo nada a Sebastián. ¿Habrá vida en el espacio exterior? ¿Existirán los duendes? Cuando niño vi una figura extraña asomarse por la puerta. Era de un color rojo. Sé que Allison también le vio pero ahora niega todo. En la atmósfera se huele la primavera. Me siento enfermo. Creo que debo operarme. “El cáncer de su padre no tiene vuelta”, explica el doctor. En el bar me emborracho, un tipo se burla de mi rostro, me levanto, lo golpeo, sus amigos lo ayudan. Sangro. Alguien me levanta. “¡Toda la vida es una enorme borrachera!”, exclama Adrián con una botella en su mano, “¡Las cosas suceden en una serie de fotografías, cuál de todas más claras”. “¡Borremos todo!”, grito. Vomito en el suelo. “No se puede, contesta Adrián, tenemos tatuados los recuerdos en una parte del cerebro”. “El Alzheimer es la respuesta”, digo. Reímos. El guatón Ramírez se para de la banca. Hace el cambio por Agustín. No pensaba que jugaba tan bien. Andrea, cuando miro a tus ojos veo la verdad. Hay estrellas más grandes que el sol. No somos nada. Con los punks vamos a la tocata del grupo de Maida. La fiesta se convierte en peleas, botellas desquebrajadas y un montón de policías a la salida. “Muchas gracias”, digo, “Recibir este título es coronar una etapa repleta de sacrificios”. La moto se me acerca. Acelero. Queda poca gasolina. Me pasan adelante. “Ya habrá otras oportunidades para ganar”, dice alguien. El bosque avanza, los árboles hablan. Existen seres mágicos que se esconden tras las cosas. Papá tiene razón. En cada piedra vive un ser diminuto que nos observa y se ríe de nuestras tonterías pero aplaude nuestros logros. “¡Papá! ¡No te vayas!”, grito. “Ya se fue”, contesta alguien. “No puedes rendirte”, la señora Zapata me observa con dulzura. “El amor es así. Tendrás ochenta años pero sucederá así, tal cual, de la misma manera”. En el incendio murió un bombero. Yo lo conocía. “Las tarjetas de crédito son una estafa”, “¿Qué cosa no lo es?”, respondo. La celebración duró hasta el otro día. Tomo del rostro a Fabiola y le doy un beso. El pirigüin se aleja. El guatón Ramírez se ríe. ¡Gol! “¿Cuál es la idea de estructurar el mundo?”, pregunta Adrián, “si cada vez que se complejiza, la estructura cede, se rompe, dejándonos sólo los fragmentos de algo que quizás nunca fue. De algo que, querámoslo o no, demuestra que nada de esto será recordado por las generaciones posteriores”, “¿Y a quién le importa ser recordado?”, pregunto. “A mí”, contesta Adrián. Toma una piedra. La lanza al agua. Un pez aparece. Desaparece. Un bosque avanza. Una bandada de aves. Papá que juega conmigo a la pelota. Mamá que me abraza. El mundo en problemas. La gente que huye. Hacer canopyng es lo mejor. Sandra es experta en deportes extremos. Hacemos el amor en medio del bosque, resguardados por el sonido del río que golpea las rocas. “Fabiola, le escribo, cierra la ventana que el niño se va a resfriar”. “Yo ya me resfrié”, dice. “Lo siento”, contesto. El espacio que me separa de las cosas, ¿tendrá algo de mí? El cielo, a través de la ventana del bus luce extraño. Los misterios que jamás resolveré son los que mantienen con vida. “Asómbrate”. Un café, por favor. ¡Qué mujer la que va ahí! ¿Dónde? Cuando la muerte llegue será como un simple trámite. Por mientras, vive. Pero que vivir no sea también otro trámite. Sebastián saca la liga de su novia. Me meto a la laguna, ahora más viejo, y busco al sapito en el que debió convertirse el pirigüin. Sin embargo, sólo veo otro renacuajo. Estoy de terno, adulto, dentro de un recuerdo de infancia. Corro hacia ese niño que fui y va en bicicleta, y le grito que disfrute cada etapa. Me levanta un dedo del medio. Adrián, César y yo, estamos sentados al borde. “Caminar por el borde, lo justo y necesario, sin la común idea de lanzarse al vacío como suele hacer la gente”, dice Adrián, “¿Qué tipo de gente?”, pregunto yo. “Gente como nosotros”, responde Adrián. César ríe. Fuma. Tose. Fabiola, no te olvidaré. Ella se lleva al niño. Toma el avión. Una fiesta. De nuevo prueba. Los exámenes fueron fáciles. El profesor habla del futuro. Todos los profesores hablan del futuro. Tomo un instrumento, lo toco. Mi idea de película es la siguiente: un grupo de personajes disfrazados entra a un edificio abandonado y ahí viven como si fuesen los sobrevivientes de una hecatombe. Se aman, se quieren y por sobre todo, se comprenden. “Había una vez, la historia de una vida…”, relata Adrián. “¡Cállate!”, le digo. Adrián se calla. Estoy tan arrepentido de haberlo hecho callar. La laguna y el pirigüin que salta sobre mi examen, el hombre de terno que trabaja en el bosque, la mujer que amo vestida de novia, mis padres convertidos en nubes. El agua, el bosque, las aves, ellos y yo. La vida y la muerte. Mis pensamientos y mis latidos. El polvo que se encuentra en las rendijas de la madera una vez también fue vida. Está soleado. El arma. Está fría. Duele.”
         Baja la mano que sostiene el arma. Deposita esta en la mesa. Está arrepentido. Suspira. Toma el arma. la lleva hasta un mueble y ahí la esconde. Sale a la calle. Respira. Levanta los brazos. Sonríe. Observa a un ave que se posa en un edificio. Al frente está la calle. Cruza el paso peatonal. Desde una esquina aparece un conductor imprudente. Lo atropella. Muere. Su último pensamiento fue: “Menos mal que no lo hice…”.